Uruguay

El autocuidado es político y pedagógico

29 mayo, 2022

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Rebelarte

El autocuidado es político y pedagógico

Así como el feminismo me ha salvado y rescatado de esa política desafectada de la izquierda y nos ha permitido reencantar la política, partiendo de nosotras mismas sin escindir nuestras vidas. También nos está convidando preguntas que pueden ayudarnos a pensar y reinventar nuestras prácticas pedagógicas.


Un ama de casa sin sindicato irrumpe en la cumbre de los señores y protocolos. El cuerpo de una mujer detiene la política desafectada de lo previsible.

El grito y las lágrimas de una madre en duelo nos apretujan el alma y desacomoda nuestro domingo.

La escena como mónada lo tiene todo. La violencia extractivista y sus complicidades, nuestros cuerpos como zonas de sacrificio para la producción de los ricos, los intentos de silenciarnos para dar lugar a lo “importante”, la ridiculez e inutilidad de los protocolos, los lenguajes vetustos de una izquierda que no conmueve a nadie.

El capitalismo verde y la máquina manos de tijera, por más que se maquillen nada sienten. Interesa la rueda y la producción para la muerte, no hay nada ahí arriba, no hay vida y no hay capacidad de sentir dolor.

Con esas palabras terminaba el pasado primero de mayo. Desde pequeña fui a los actos del primero de mayo con mi familia, luego con les compañeres de militancia estudiantil y política, hace ya varios años que me genera un rechazo visceral y he dejado de concurrir. Pero sin duda la imagen de esa madre fue la que más me ha conmovido de todos mis primeros de mayos. 

Otra imagen, otro escenario, otras vidas y otras muertes: un adolescente se intenta suicidar tirándose del tercer piso de la UTU de mi barrio, la institución no cierra, profesores y estudiantes continúan con las clases.

¿Qué tienen en común esas imágenes? ¿Por qué no he parado de pensar en esas dos situaciones?

La muerte de Martina y el gesto de su madre sobre ese escenario decorado con ruedas y tuercas del siglo XIX, con una consigna que parece transmitir orgullo por mover la rueda depredatoria, logra poner en el centro y defender el valor de la vida, dejando al descubierto la necrosis de la izquierda.

Esa imagen como un relámpago iluminó parte de mi memoria. Recordé algunas escenas donde yo misma, todita tomada por la izquierda, negué mis sentimientos, mis dolores y enfermedades por lo que en ese entonces resultaba ser más importante para la política masculina. El mismo día que me cortaron un pedacito de útero fui a una reunión porque era importante estar. Estar para otros siempre, nunca para una misma.  Durante mucho tiempo no pude oír mi cuerpo ni mis heridas, durante muchos años milité con la misma persona que había abusado sexualmente de mí. Sacrificar mi tiempo, mi carrera, mi cuerpo por “el proyecto político” siempre fue motivo de respeto dentro de la izquierda.

Una institución educativa que ante el intento de suicidio de un estudiante sigue funcionando. No se puede cerrar porque no hay orden de Inspección, se intentó explicar. La racionalidad jerárquica y burocrática se impone sobre el sentido y el valor de la vida (aplica para la primera imagen). Es la pedagogía de la crueldad cristalizada en ese acto, ilustra lo desafectado que está el sistema educativo y quienes trabajamos ahí.

¿Cómo fue posible que les docentes siguieran trabajando? ¿Cómo es posible que se necesite la orden de Inspección para cerrar esa utu y dar tiempo y espacio para procesar lo vivido? ¿Cómo construimos y ejercemos la capacidad de poner un límite? Un límite que es ético y con unx mismx, un ya basta ante tanta violencia y precarización afectiva, y sobre todo un pequeño pero vital gesto de autocuidado.

¿Acaso ese deseado gesto no hubiese sido pedagógico?

Paradójicamente en esas muertes, o intentos de, hay más vida, más preguntas, más interpelaciones, más aprendizajes por hacer, que en lo supuestamente vivo.

La docencia también está atravesada por ese mandato de estar siempre para otrxs, les estudiantes. Mandato que viene acompañado por la culpa, si no teletrabajamos en medio de una pandemia o si nos enfermamos y faltamos nos come la culpa. Discursos políticos, reformas que avanzan con la consigna de “los estudiantes en el centro”.  Idea que suena muy bien y parecería incuestionable, pero todo centro tiene periferias.

¿Es posible estar (realmente estar) para otrxs si no estamos para nosotras mismas? Cómo poner al otrx en el centro si negamos lo que nos atraviesa el cuerpo, escindimos nuestras vidas y negamos nuestra fragilidad.

En estos días, a raíz de varios casos de abusos de profesores hacia estudiantes he conversado con muchas compañeras/es docentes, los relatos de las situaciones que se están viviendo en los liceos son dolorosos. Violencias entre les estudiantes, con vecines o personas en situación de calle, abusos por parte de profesores, direcciones omisas y que nos mandan callar, suicidios de estudiantes, depresiones y ansiedades por doquier, abusos policiales y docentes pidiendo policías. Todo atravesado y entrelazado a las dificultades económicas de vivir en este país.

Los dos años de pandemia no están siendo gratis. Atravesamos un tiempo denso cargado de muchas angustias y sin tiempo para procesar, violencias que estallan en nuestras escuelas, liceos o barrios.  Fuera de las casas, maestras, docentes y educadoras somos la primera línea de cuidado y las primeras en recibir esas violencias. Entre tanto, nosotras también intentamos sobrevivir con precios por las nubes que nos llevan a trabajar más y más horas, impidiendo tener tiempo para pensar con otres, preguntarnos cómo estamos y significar nuestras experiencias.

Así como el feminismo me ha salvado y rescatado de esa política desafectada de la izquierda y nos ha permitido reencantar la política, partiendo de nosotras mismas sin escindir nuestras vidas. También nos está convidando preguntas[1] que pueden ayudarnos a pensar y reinventar nuestras prácticas pedagógicas.

¿Qué prácticas colectivas de autocuidado generamos entre profesoras o maestras sin que nos medie la lógica institucional? ¿Cómo construimos alianzas éticas y pedagógicas con estudiantes y familias para que la violencia no estalle entre nosotres? ¿Cómo sanamos cuando la comunidad educativa pierde a niñes y/o adolescentes? ¿Cómo detenemos el tiempo burocrático para construir un tiempo nuestro? ¿Cómo anteponer la palabra, el gesto, el cuidado ante la norma y el control? 

La pregunta sobre quién debe ser el centro de la relación pedagógica no resulta fértil ni mucho menos novedosa. Pensemos en cambio, qué es lo que queremos y necesitamos poner en el centro de esa relación. Desde P.R.O.F.A.S[2] nos estamos preguntando cómo construimos pedagogías feministas, sin pretender tener todas las respuestas, pienso que necesitamos, más que nunca, una pedagogía que ponga en el centro el deseo y el cuidado de todes. Partir de sí, como práctica de autocuidado y de producción de conocimiento. Partir de nosotrxs mismxs, de nuestro deseo por el conocimiento, por enseñar y aprender, reconociendo nuestra fragilidad como oportunidad pedagógica para acortar distancias y subvertir las jerarquías que nos dividen.


Mariana es Profesora de Educación Media e integrante de P.R.O.F.A.S.

Notas:

[1] Primera Carta, Hacia el 3 de junio “Ni una asesinada más”.  Tejido Feminista, mayo 2022. https://www.instagram.com/p/CeExwvPpide/?utm_source=ig_web_copy_link

[2] Colectiva de Profesoras/xs Feministas.

*Sobre el carácter político del autocuidado recomiendo escuchar la columna Artemisa “Autocuidado” de Mariana Menéndez, en Desordenando Mundos, programa de Zur en Radio Pedal.  https://open.spotify.com/episode/46tqGg8zS5QmgmsqQ04WQa?si=cca6ddb249fe4e52