América Latina

“En el contexto de la Unidad Popular se echaron a andar dos revoluciones” | Entrevista a Sebastián Leiva

14 septiembre, 2023

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Ilustración de Mario Ramos

“En el contexto de la Unidad Popular se echaron a andar dos revoluciones” | Entrevista a Sebastián Leiva

Con motivo de los 50 años del golpe de estado en Chile, les amigues del portal Revoluciones organizaron un dossier que reúne diálogos, cuentos, poesía e ilustraciones que les invitamos a visitar y compartir. De allí tomamos la entrevista que Hernán Ouviña le hiciera al historiador Sebastián Leiva.


Historiador y autor de varios libros centrados en la experiencia de la Unidad Popular y del golpe de Estado en Chile, entre ellos El golpe en La Legua y Revolución Socialista y Poder Popular, conversamos con Sebastián Leiva acerca de los pormenores de los 1000 días que se vivieron durante el gobierno encabezado por Salvador Allende, y los factores que llevaron al quiebre violento de esta apuesta socialista, poniendo el foco en las iniciativas desde abajo impulsadas en ese contexto de ascenso de masas y creciente polarización.

Queríamos iniciar este diálogo preguntándote por la experiencia de la Unidad Popular, ¿qué balance podemos hacer hoy a 53 años del triunfo en las elecciones, pero también a 50 de esa interrupción del gobierno de Salvador Allende a través del golpe encabezado por Pinochet?

Reconozco que mis reflexiones del último tiempo han estado más concentradas en la coyuntura constitucional y el cómo hemos conmemorado los 50 años del Golpe que en la experiencia de la Unidad Popular. Aún así, me parece que en términos de un balance de los 1000 días de la UP, siempre será posible destacar su disposición transformadora, promoviendo políticas que tienen validez y urgencia hasta hoy, como el control de las riquezas básicas y el acceso a la vivienda. A la par, esa disposición transformadora tuvo su correlato en amplias fajas de la sociedad chilena, con protagonismo del mundo popular, el cual potenció, apoyó y ensayó formas de organización que no dejan de estar presentes en barrios y poblaciones, como los centros culturales y juntas vecinales, o en el ideario de los activistas, como las “coordinadoras”, que tienen como referencia, y prefiguran, lo que se conoció como el “poder popular”. Ahora bien, posicionándose en una perspectiva crítica respecto a ese balance, siempre es bueno reflexionar sobre la necesaria articulación entre la disposición transformadora y la capacidad efectiva para materializarla, lo cual nos obliga a pensar en las alianzas, formas y ritmos de la política, y, directamente relacionado con ello, cómo se construye hoy ese poder popular, y ahí los espacios locales, incluyendo por cierto el municipio, deberían ser parte de nuestras preocupaciones.  

Mencionaste el eje del poder popular. Nos gustaría que nos contaras acerca de toda esa construcción de base, subterránea, que se fue gestando previo al triunfo de Salvador Allende, pero sobre todo que fue emergiendo en la última etapa vivida en Chile antes del golpe. Existieron diferentes experiencias de poder popular, impulsadas por organizaciones de base y movimientos en aquel entonces, que si bien fueron algo embrionario, cobraron relevancia dentro del proceso.

Hay un historiador norteamericano, Peter Winn, que hizo un muy buen texto, titulado Tejedores de la revolución, centrado en una experiencia de poder popular en Chile muy potente, que fue la toma y ocupación de una gran fábrica textil llamada Yarur, donde analiza la proyección que tiene ese poder popular. Creo que es interesante compartir la tesis de él, que dice que hay dos revoluciones que se echan a andar en el contexto de la UP: una revolución por arriba, guiada desde la institucionalidad de la UP, con una hegemonía del PC y un sector del PS, y una segunda revolución, que de acuerdo a su lectura va por abajo, y es lo que nosotros conocemos como poder popular. Esa dinámica de una revolución por arriba y otra por abajo, tiene cierta capacidad de avanzar de forma conjunta en ciertas coyunturas, como por ejemplo en el paro patronal de octubre de 1972, pero hay un momento que esas revoluciones comienzan a tensionarse, porque la revolución por arriba quiere que la revolución por abajo se subordine a su dinámica y a sus ritmos, mientras que la revolución por abajo está visualizando los límites de la UP, que eran los límites de la institucionalidad. Entonces el poder popular tiene que construir por abajo, haciéndose fuerte allí, en los territorios sobre todo, y en esa dirección el MIR propuso los comandos comunales. Este poder popular alcanza a tener proyecciones que son más bien embrionarias, pero son muy importantes, son muy relevantes y recogen parte de la vieja tradición del movimiento popular chileno pero también innova en la década del 70, con los comandos comunales campesinos, los cordones industriales en el caso de las urbes más grandes y el “abastecimiento directo”, que de alguna forma “baypasea” al comercio formal. Tiene buenas proyecciones, hay un alcance del poder popular, pero no logran pasar de una fase embrionaria. 

Hay varias experiencias, a nivel urbano está la experiencia de lo que son los campamentos de pobladores y otras quizás más impulsadas al inicio desde el gobierno de la UP, como son las juntas de abastecimiento popular. Si podes contarnos cómo fue esa expresión de poder popular en las periferias urbanas, fundamentalmente de las y los pobres que se organizan para resolver las cuestiones fundamentales de reproducción de la vida.

A nivel de los pobres urbanos hay una tradición que se ha rescatado poco, pero la primer experiencia de organización es de la década de 1910, de arrendatarios, que van generando una experiencia que luego se va acumulando, y llega a la década del ´60 con un movimiento urbano, de los pobres de la ciudad, que ahora está modificado. En las décadas del 60´ y 70 se había consolidado una vieja alianza entre la izquierda y el movimiento poblador y eso se traduce por ejemplo en que una de las organizaciones que se crea desde el Estado es la Junta de Abastecimiento y Control de Precios (JAP), que busca regular y racionalizar el funcionamiento del mercado  en función de protección de los sectores populares. Desde la JAP se busca materializar en los territorios la alianza de clases, el pequeño comerciante, los pobladores, y lo que son organizaciones vivas de la población. Junto con eso, que surge desde la institucionalidad, surge lo que se llama el abastecimiento directo, que es la relación que establece directamente con centros de distribución, dejando al margen al pequeño comerciante. No solamente se relaciona directamente con distribuidoras, sino que también hay experiencias de relación directa entre barrios o poblaciones, que se comunican con asentamientos campesinos y obtienen verduras durante el día, y también se comunican con sindicatos de algunas empresas de donde obtienen manufacturas, o ropa, tejidos, tela. Ahí se dan dos experiencias, la última, que no pasa por el Estado, que se articula desde el mundo popular con otras redes que se han ido tejiendo con el mundo sindical y el mundo del campo. Se comienza a tejer una red que el MIR le llama el Comando Comunal de Trabajadores, que era una articulación territorial, donde convergen todos estos grupos subordinados, con la clase obrera a la cabeza, pero que intenta efectivamente articular al poblador, al trabajador, al estudiante y, donde lo permitía, también al campesino. Esa era la lógica de la acumulación del poder territorial que en la guerra popular prolongada se pensaba podía ir asegurando una relación de poder en el territorio. 

A modo de balance autocrítico había sectores que planteaban una propuesta gradualista y otros que tenían una vocación y una conciencia de la inevitabilidad de esa confrontación que finalmente se da por iniciativa de los sectores dominantes ¿qué debates existieron en torno a la necesidad o no de la organización armada, de carácter popular, frente a la posibilidad de un golpe, como finalmente se desencadena el 11 de septiembre de 1973? En particular en los sectores más combativos dentro de la UP y por fuera de ella como es el caso del MIR.

El tema de la violencia como tema macro es un tema que en la izquierda chilena se empieza a pensar ya más claramente en la década del ´60, a fines de los 60, muy particularmente en el caso del MIR frente a la nueva realidad que se está viendo a nivel nacional y a nivel internacional, y con el socialismo también, con la radicalización de la revolución cubana. Ahora, esa concepción de la violencia revolucionaria que va a estar presente en la transformación no se termina de convertir nunca en una política que fuera construyendo estratégicamente capacidades técnicas, humanas, logísticas para en una situación de violencia poder hacer uso de esa violencia. Entonces ¿Cuál es el problema? La izquierda estaba consciente, o por lo menos presumían la posibilidad de un golpe, y el drama de la izquierda chilena es que a pesar de esa conciencia, no logra hacerle frente, y ahí creo que hay que considerar varios factores. Por ejemplo, lo corto de los tiempos políticos, la juventud de las organizaciones y el peso que tiene el reformismo dentro del movimiento popular. Todo eso, además de otro par de factores, le impide a la izquierda chilena pasar del discurso de la revolución y de la violencia revolucionaria a la práctica y a la preparación de esa violencia revolucionaria. Entonces, cuando viene el golpe lo que pilla es una izquierda que tiene internalizada a nivel discursivo y de algunas prácticas la necesidad y la lógica de la violencia revolucionaria pero que en términos concretos no puede materializar esa estrategia, y eso  es uno de los dramas del período de la UP. Porque lo que pasa el 11 de septiembre, en muchísimos casos hubo trabajadores, pobladores, estudiantes que quedaron en sus centros de producción o de trabajo esperando esas armas que efectivamente la izquierda había prometido y que en su momento no pudo entregar. Ahí hay un tema que a nosotros nos falta preguntarnos qué es lo que pasó, pero en términos concretos lo que ocurrió es que ese día la izquierda no logró materializar aquello que había estado planteando los años previos como balance para una confrontación de esa magnitud. 

Respecto del golpe, tiende a predominar en el imaginario de las izquierdas que no hubo ningún tipo de lucha popular frente a ese quiebre violento que se desencadena el 11 de septiembre ¿En qué consistió la resistencia en La Legua durante esa misma jornada?

La misma resistencia de la Legua da cuenta de lo que eran las intenciones y lo que eran los límites de la estrategia. En esa zona donde está La Legua, que es una zona popular de Santiguo, convergen diferentes actores: trabajadores que se venían replegando de una empresa textil, parte de la guardia personal de Allende que venían abandonando Tomás Moro en la zona alta de Santiago, y también parte la dirigencia de izquierda que se había reunido en una fábrica cercana a la población de La Legua, para ver si tenían posibilidad de enfrentar el golpe. En ese momento convergen en el corazón de La Legua, porque están en un entorno más o menos cercano, la gente se conoce, hay algunas relaciones tejidas previamente. Cuando convergen todos estos actores, aparecen carabineros y se producen enfrentamientos que alcanzan casi el día completo, o al menos la mañana y parte de la tarde. Eso te da cuenta de dos cosas: como hay actores que dada la situación están en condiciones de enfrentar a este golpe militar, hay intención, organización, se reúnen, pero también te estás dando cuenta de lo espontáneo de la acción, porque se confluyen en La Legua pero era algo que no estaba planificado. En otros lugares se intentan hacer unos básicos enfrentamientos que no logran cuajar. Todos los planes de la izquierda, tenían como premisa que un sector de las fuerzas armadas se iba a plegar a la UP y la iban a apoyar, esa era la premisa fundamental, por lo tanto los planes militares eran más bien defensivos, por eso la UP convoca a mantenerse en sus lugares de trabajo. ¿Qué pasa cuando el golpe militar es total? La premisa falla y por lo tanto el débil entramado que se había formado no puede enfrentarlo.   

Por último, se está viviendo en América Latina un resurgimiento fuerte de grupos y líderes de ultraderecha que reivindican de manera abierta las dictaduras implantadas en el Cono Sur en los años ‘70. En paralelo, los gobiernos progresistas, más allá de sus matices, parecen caer en ciertas limitaciones y errores que en su contexto histórico cometió el proyecto encarnado en la Unidad Popular, o bien tienen una lógica más conservadora aún que la que expresó Allende. ¿Qué elementos y enseñanzas te parece que vale la pena recuperar hoy de aquel proceso en Chile, en función del actual escenario que se nos presenta tan complejo? 

Yo creo que para entender la derrota de la Unidad Popular hay varios factores pero uno efectivamente fue el que la izquierda enfrentara dividida la contraofensiva de la derecha unida. Por lo tanto si uno toma como, referencia esa situación específica y fundamental en el período de la UP frente al avance de esta idea autoritaria, de esta propuesta autoritaria y dada la capacidad que tiene la derecha tras algunos objetivos fundamentales como proteger sus beneficios, yo creo que la izquierda no debiese volver a enfrentarla dividida. Eso implica un ejercicio de articulación, probablemente complejo, tenso, y que probablemente no va a incluir a todos, pero sería un error garrafal volver a enfrentar una contraofensiva articulada de la derecha, no solamente a nivel nacional sino también a nivel internacional, que nosotros como izquierda no avancemos en un piso mínimo de acuerdo con el cual confrontar a esa derecha y con el cual avanzar en la cumulación de fuerzas social y política. Ahí hay una primera enseñanza, que uno no puede enfrentar a un enemigo que está muy articulado y fuerte con fuerzas dispersas y separadas. Complementando, hay algo que nos dejó la actuación de las dictaduras y es que ellas no se detienen ante nada. Eso implica hacer ejercicios básicos, nosotros, la gente de izquierda, de cuidarnos, protegernos, estar atentos, no sé si vigilantes porque nos sé si tenemos fuerzas para estar vigilantes, pero hay que sacar las enseñanzas de lo que fueron las dictaduras en América Latina y uno no puede tener la inocencia de suponer que estos infelices se van a portar diferente si llegaran nuevamente a ser poder. Implica lo que uno da por tácito lo que está en mi respuesta, hay que tener mínimos de cuidados y mínimos de conocimientos para eventualmente poder evadir si es que van a atacar directamente o indirectamente, por ejemplo a través del sicariato, el crimen organizado. En conclusión: no se puede volver a tener la misma inocencia, o la falta de conocimiento profundo de lo que eran capaces de hacer, eso ya lo sabemos y debiese estar en nuestras planificaciones estratégicas.