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“Nadie se emancipa trabajando”

9 noviembre, 2023

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“Nadie se emancipa trabajando”

Melissa Cicchetti, militante de la Asamblea Moza d´Asturies y del 8M asturiano, conversa con la pensadora feminista Silvia Federici.


Silvia Federici (Parma, Italia, 1942) cerró el pasado mes de julio con una conferencia online la IV edición de la Escuela Feminista de la Asamblea Moza d’Asturies. Federici, autora de “Calibán y la bruja” o “Revolución en punto cero” es una de las teóricas más importantes y reconocidas del feminismo anticapitalista, con una larga trayectoria de activismo y reflexión. Su vida recorre los años 70 en Italia, las campañas por el salario domestico en Nueva York, la lucha contra los planes de ajuste estructural en África, la crítica al proceso de globalización neoliberal y sus efectos en todo el planeta, el movimiento por la recuperación de los comunes y, más recientemente, el ciclo de luchas que se abrió en 2011 y que ha continuado en la última ola feminista. En otras palabras, Federici lleva décadas compaginando la militancia con la reflexión y, así, ha ido dándonos las claves para pensar y entender nuestro presente.

Ahora, cuando el movimiento feminista internacional atraviesa un momento de fuertes debates internos, volvemos a conversar con ella sobre el momento político que vivimos.

Empezamos desde el pasado más reciente del movimiento feminista que ha sido un periodo de protesta, movilización y reivindicación social muy masivo y expansivo. ¿Cómo lees y como crees que tendríamos que leer este “crecimiento político” de cara a un presente menos activo? Y ¿cómo podemos pensar en el movimiento feminista de hoy en día?

Como primera cosa, yo no estoy sorprendida por el gran crecimiento del movimiento feminista a nivel internacional. De hecho, desde hace mucho tiempo teorizo –con otras compañeras como Mary Miss y Verónica Gago– que el movimiento feminista potencialmente, es decir como potencia, es el movimiento más importante. Y lo es porque lucha en el territorio más importante de la transformación social, que es el de la reproducción social. El feminismo, desde el principio, se ha enfocado en el análisis de la reproducción social como el conjunto de actividades fundamentales para la reproducción de la vida en el sistema capitalista. En este marco, la perpetuación de la sociedad capitalista es más importante que la procreación, los cuidados, la salud, la educación y de toda la formación cultural. Como dijo ya muchas veces Verónica Gago de la mano de las compañeras de Ni una Menos, la reproducción no es el equivalente de la producción. Todo lo contrario, la reproducción es algo mucho más amplio: es el conjunto de actividades que constituyen la condición de posibilidad de la perpetuación del mercado de trabajo. Entonces, la lucha no es otra cosa que el territorio en el que se hace posible unir diferentes movimientos, juntar varias disputas. Ese territorio es la lucha feminista. Es exactamente eso lo que ha demostrado la lucha feminista a nivel internacional: el feminismo, entendido como la protesta contra la opresión y discriminación de las mujeres, ha madurado muchísimo en sus análisis y, en la práctica, ha permitido el auge de muchas más reivindicaciones. En las últimas décadas hemos entendido que no es posible cambiar la situación de las mujeres en el mundo sin cambiar el mundo mismo. El feminismo actual ahora tiene esta conciencia, sabe que como mujeres y como disidentes sexuales, no podemos mejorar nuestra condición sin cambiar el sistema social capitalista que se basa en una lógica de guerra, violencia, explotación laboral y de la naturaleza. En definitiva, no podemos cambiar nuestra condición sin luchar contra el sistema capitalista en todas sus formas.    

¿Cómo se explica el crecimiento político feminista de los últimos años?         

Yo creo que el crecimiento político de los últimos años se debe, sobre todo, al haberse hecho siempre más evidente la crisis del sistema capitalista. Podríamos hablar del por qué ocurre esta crisis, pero es evidente que la crisis del capitalismo se está profundizando. Tenemos un capitalismo cada día más violento, que fomenta la militarización de la vida, la intensificación de la explotación laboral y de la naturaleza y el despojo de tierras. Vivimos ahora un presente aterrador en el que miles y miles de personas son obligadas a dejar sus lugares ancestrales para que se conviertan en tierra útil y productiva para el capital. La respuesta ante esta guerra y este ataque sistemático internacional contra la vida y su reproducción ha venido de las mujeres. Son las mujeres quienes luchan en primera línea contra la destrucción de la Amazonia y de África, son las mujeres quienes luchan contra el corte de los árboles y contra las empresas mineras y petroleras. Ellas se dan cuenta de que la llegada de una empresa minera conlleva que haya mercurio en el agua y que eso supone el fin de su comunidad. Yo creo que, el ser sujeto principal de la reproducción social, ha hecho que las mujeres sean las que más se involucran en la lucha contra aquellas políticas que destruyen la vida e impiden su reproducción. Hoy es el tema fundamental de la política internacional.     

Llevas mucho tiempo explicando los altos costes de la reproducción social del sistema capitalista para las mujeres, ¿Cómo nos ha afectado y nos afecta esta imposición?

Muchísimas mujeres desde el principio del movimiento feminista hemos denunciado, de tantas formas y con muchas palabras, el significado de esta imposición a las mujeres en la sociedad capitalista, lo que implica hacerse cargo de los cuidados y de la reproducción de la vida. Hemos aclarado que esta imposición ha generado un trabajo desvalorizado, no pagado, sin horario ni jubilación. Sin embargo, yo creo que también es importante decir que esta imposición nos ha dado mucho conocimiento: no es casualidad que hoy en día las mujeres sean las que más conciencia tienen de la fragilidad y del valor de la vida, del entramado de relaciones que sostienen la vida y nos permiten superar el individualismo.  En definitiva, la importancia de hacer comunidad. Pues yo creo que estos dos son los temas al centro del feminismo: la lucha contra la devastación capitalista, colonial y racista y la capacidad de pensar en una alternativa y practicarla a partir del presente, de nuestra vida cotidiana. A mí, pensar en esto, dentro de la peligrosidad de la actual situación política internacional, en la que demasiadas personas se enfrentan constantemente a la muerte, me llena de esperanza. En este contexto, el crecimiento del movimiento feminista y de su capacidad organizativa internacional no es poca cosa. Especialmente en los últimos años, el movimiento feminista ha demostrado su gran capacidad de crear alianzas para la internacionalización de la huelga: de Argentina a Europa gritando al estado “el violador eres tú”. La tecnología nos ayudó a comunicarnos entre nosotras, pero esta gran capacidad viene, yo creo, de la conciencia que las mujeres están enfrentándose, de formas muy diferentes, a los problemas fundamentales de la política internacional actual. De cómo se decida resolverlos, dependen nuestras vidas.

Hablas mucho de la experimentación: ¿Qué significa? ¿Crees que nuestro presente es o podría ser un momento de experimentación?

Mi concepto de experimentación nace de la idea que ya no podemos pensar en el cambio social como una tarea del futuro. Estoy pensando ahora en el concepto de “revolución” de la izquierda tradicional que considera la revolución como algo lejanísimo de nuestro presente, como algo que no llega nunca. Mi idea de experimentación, que considero muy importante para la práctica feminista, viene a decir todo lo contrario: la revolución es hoy, el cambio se hace hoy. No podemos seguir luchando contra todo, sin construir algo en positivo, no se puede luchar solamente organizando protestas. Decir “no” es fundamental, salir a la calle y oponerse es fundamental, pero no podemos limitarnos a eso. Tenemos que empezar a construir y hacerlo en común. Tenemos que cambiar nuestra forma de vida cotidiana experimentado nuevas formas de hacer comunidad, que es la condición misma de nuestra lucha. Cuando hablamos de construir los comunes, no lo hacemos solamente pensando en un futuro comunitario, lo hacemos desde la convicción de la necesidad de hacerlo ahora. Hay que empezar ya a cambiar las condiciones de reproducción de la vida. El capitalismo para reproducirse nos ha dividido, individualizado y atomizado. Leopoldina Fortunati lo explica muy bien: el capitalismo nos unía en las fábricas y nos dividía en la vida, basada en la individualidad. Esta idea de la casita separada de las demás, de la familia nuclear que limpia los trapos sucios en su casa, de la privacidad que rompe con las relaciones entre vecinos es lo que tenemos que romper. En los últimos años lo hemos dicho fuerte y claro: vamos a romper los muros. Para mi este ha sido uno de los aportes más importantes del feminismo, es decir, poner sobre la mesa la necesidad de juntarnos y compartir nuestros problemas.

¿Cómo podemos poner en práctica este aprendizaje?

El feminismo, desde su inicio, comprendió que no se puede luchar sin cambiar nuestra cotidianidad y sin socializar nuestro sufrimiento y nuestros miedos. Los grupos de autoconciencia fueron muy importantes. Cuando las mujeres empezaron a hablar y comunicar a las otras sus miedos, sus culpas, su sensación de no valer nada se dieron cuenta de que todas compartían los mismos problemas. Se dieron cuenta de que no eran problemas individuales, eran problemas estructurales. Los grupos de autoconciencia nos permitieron entender que el problema no éramos nosotras, no eran nuestros cuerpos ni nuestras mentes, el problema era la sociedad. Por tanto, lo que se necesitaba entonces y se sigue necesitando ahora, es cambiar la sociedad, no cambiar nosotras. Nosotras tenemos gran capacidad de socializar y poner en común nuestros problemas, ahora tenemos que cambiar la organización de la reproducción cotidiana, crear momentos compartidos a partir del cuidado, como los huertos urbanos.

La organización feminista tiene que ser también organización del cambio de la vida cotidiana, que pase por lo común: juntarnos significa fortalecernos y ganar la confianza, los conocimientos y el poder para enfrentarnos al estado que tiene más poder. Enfrentarse al estado no significa cerrarse en mini grupos, todo lo contrario: significa juntarse para reclamar la riqueza social que se nos está robando y parar las decisiones destructivas que están siendo tomadas. Experimentar, por tanto, también significa crear formas de lucha capaces de recuperar y reclamar espacios, tiempo, riqueza social y recursos que nos robaron y siguen robándonos. Esto es muy importante porque no podemos crear un mundo diferente sin antes reapropiarnos de la riqueza social. Este es, yo creo, el verdadero terreno de lucha. Llevo tiempo diciendo que los comunes, es decir la creación en común, no es solamente el objetivo de lucha: es, más bien, la condición cotidiana de lucha y su poder de desafiar al estado y quienes están sofocando nuestra posibilidad de cambio.

Hace unos pocos meses, hablando de experimentación con Verónica Gago en una entrevista publicada por Contexto, desarrollas una pregunta clave para el movimiento feminista internacional: “¿En qué medida podemos desplazar nuestra actividad reproductiva de la reproducción de la fuerza de trabajo a la reproducción de nuestro poder de lucha?”. Además, dices que “esta es la medida de nuestro crecimiento político”. ¿Qué significa?  

Es la capacidad de juntarnos para crear, superando la atomización de nuestra vida. Esta es la condición indispensable para el cambio social radical. Solamente así podremos reducir el tiempo que invertimos en realizar trabajos que nos disciplinan y que generan personas más fácilmente explotables y, de tal forma, nos podremos dedicar a crear las condiciones necesarias para fortalecernos y cambiar nuestra situación tanto personal como colectiva. El tiempo y los recursos, como ya decía, son clave.      
Nuestra vida está constantemente en contradicción y la reproducción lo hace evidente. La reproducción sostiene nuestra vida, la de nuestras familias y comunidades y, al mismo tiempo, se desarrolla en condiciones que no elegimos, que se nos impone y que no son deseables. Estas condiciones las pone el capitalismo que necesita explotar para reproducirse. El tema ahora, entonces, es cambiar y cómo hacerlo: ¿cómo nos vamos a organizar para conseguir el poder para no tener que trabajar diez horas al día?; ¿cómo hacemos para que nuestras hijas y nuestros hijos no reproduzcan nuestra miseria y puedan tener la libertad de rechazar la explotación y el despojo? De esto estoy hablando con el concepto de “experimentación”.

¿Cuál es el camino para reapropiarnos de nuestro tiempo y poder, así, organizarnos?

La fuerza que vamos a construir es la de poder recuperar nuestra vida y nuestra creatividad. Yo creo que lo que hacemos en la vida cotidiana tiene consecuencias en las casas, escuelas, oficinas y fábricas y esta es la medida de nuestro crecimiento político: influenciar a las personas que atraviesan los espacios que cambiamos con nuestras acciones cotidianas. En este ámbito los sindicatos deberían de tener un rol activo. Creo que ha llegado el momento de que los sindicatos incluyan el tema de la reproducción de la vida en la lucha para mejorar las condiciones laborales de la clase trabajadora. La lucha laboral tiene que expandirse e interesarse en lo que se está produciendo. No se trata solo de hacer respetar las horas de trabajo y que las condiciones laborales sean dignas, se trata también de reclamar el derecho a decidir si queremos producir mercancías útiles o materiales tóxicos y armas que acabarán con la humanidad y la naturaleza. La reproducción no es solamente un tema doméstico, todo lo contrario, es muy amplio y toca todas las esferas de nuestra vida. En definitiva, se trata de decidir si queremos producir muerte y miseria o algo que reproduzca nuestra creatividad y bienestar.

Una de las problemáticas a las que nos enfrentamos dentro del feminismo es liberar el tiempo de las mujeres, liberar nuestro tiempo. Yo creo que hay millones y millones de mujeres en el mundo que estarían dispuestas a salir ya a la calle organizándose entre ellas, pero el trabajo de cuidados, que no tiene fin, las encadena a sus casas. Tenemos que pensar en el trabajo de cuidados de forma más amplia de lo que se suele hacer. Cuidar no es solo criar a nuestras hijas e hijos, es hacerse cargo de los miles de cosas que el cuerpo y la mente necesitan. Hay que pensar en el cuidado emocional que las personas que criamos necesitan. Cuidar es el trabajo más pesado, ya que exige todas nuestras energías físicas, mentales y emocionales. Es un trabajo desgastante. Por eso, yo creo que pensar en formas comunitarias de cuidar es una tarea pendiente del feminismo. Necesitamos tiempo, necesitamos liberar el tiempo de las mujeres que todavía hoy en día están encarceladas en sus casas compaginando su trabajo con el cuidado de los mayores, niños y personas con capacidad física reducida. Es uno de los temas más urgentes a tratar por parte del movimiento feminista: ¿si somos consumidas física y emocionalmente por reproducir, como vamos a poder invertir nuestras energías en la lucha? El cambio de la vida cotidiana, por tanto, es fundamental para poder estar en la lucha. Me temo que el movimiento feminista en este sentido no haya hecho suficiente. Creo que se necesita un esfuerzo más grande para pensar, no solo en cómo se puede cambiar la forma en la que las comunidades nos relacionamos las unas con las otras, si no también cómo pensamos enfrentarnos al estado. No hay que olvidar que cuando pedimos servicios sociales al estado, tenemos que ser capaces de establecer un control sobre qué tipo de servicios se nos da. Yo creo que cualquier mujer que se ha enfrentado a la seguridad social sabe perfectamente que vivimos en un estado de crisis permanente y continua. El estado puede facilitarnos servicios, pero, a veces, la forma utilizada es tan equivocada que la situación acaba empeorando. Siento estar hablando tanto de este tema, al estar viviéndolo tantas compañeras y yo misma en primera persona, me abro en canal. Últimamente he entendido que, a partir de una edad, el problema de los cuidados se agranda y hoy no tenemos una alternativa al trabajo desarrollado por las mujeres en el hogar. Me parece espantoso y debe de ser una temática central para el movimiento feminista actual.

Hablando de tu trayectoria, viviste en primera persona tanto las luchas de los años 70 como la última ola feminista de la que hablamos al principio. El momento actual está marcado por un fuerte rechazo al feminismo y hay un cuestionamiento de los avances que conseguimos. ¿Crees que hay alguna conexión entre el rechazo al feminismo que se dio en los años 70 y el actual? 

Sí, claro que sí. Es una pregunta complicada porque hay muchos factores en juego. En primer lugar, no es casualidad que a partir de los años 70 las Naciones Unidas intervengan en la política feminista. Las Naciones Unidas, es decir, el capital internacional, se han dado cuenta mucho antes que la izquierda tradicional de la peligrosidad del feminismo para su perpetuación. A partir de 1975 se subsiguieron muchísimos congresos e intervenciones de las Naciones Unidas (Ciudad de México, Copenhague, Nairobi, Beijín, etc.) que tenían como propósito apropiarse del movimiento feminista y utilizar parte de nuestra ideología contra nosotras, usar nuestro pensamiento para controlarnos e integrar a las mujeres en el proceso de globalización como fuerza de trabajo barata. Hasta el presente en que las mujeres hacen dos trabajos.

Por tanto, el capital quiso apropiarse del movimiento feminista por medio de ideología de la emancipación a través del trabajo. Nadie se emancipa a través del trabajo en una sociedad capitalista, es una mentira. Yo creo este pasaje del capital nos hizo mucho daño. Esta masificación del feminismo nos hizo daño. Hay mucha gente, sobre todo muchas mujeres jóvenes de la nueva generación, que creen que una mujer feminista es la que lucha por la igualdad entre hombres y mujeres y que quiere llegar a ocupar un rol de poder en su trabajo. En definitiva, una mujer feminista se convierte en una mujer capturada por la institución. En parte es verdad: hay muchas feministas atrapadas en las instituciones ya que muchos gobiernos, aunque no todos, comprendieron que la emancipación de las mujeres podía usarse de forma instrumental para su propio beneficio. Las mujeres, entonces, pueden ser explotadas ya no solo en casa, sino también en las instituciones con pagas miserables y en los demás trabajos que no generan autonomía alguna. Todo esto aumenta la misera de las mujeres, no las libera y, aun así, hay quien sigue diciendo que este es el camino. Bueno, yo tengo mis dudas y considero que a causa de esto hoy en día muchas jóvenes han empezado a hablar de postfeminismo. Estoy pensando en un cántico, que por aquí se escucha mucho, que dice: “vamos a ser postfeministas en una sociedad postpatriarcal”. Eso es mentira: la sociedad actual sigue siendo muy patriarcal y lo vemos todos los días.

En los últimos años hemos visto crecer y difundirse a nivel mundial muchos partidos de extrema derecha totalmente contrarios a los avances feministas ¿Cómo nos afecta esta ola reaccionaria global? En tus últimos libros hablas de tu concepto de fascistización de la sociedad, ¿puedes explicárnoslo?

A todo lo que apunté hasta ahora, como si fuera poco, hoy en día se suma el fascismo en su estado más puro. Un fascismo que parece haber perdido todo tipo de vergüenza. Por un lado, tenemos a Giorgia Meloni en Italia, que es grotesca. Ella, mujer, líder de un partido que se llama Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), jamás pensó en cambiar el nombre de su organización política para que ella se viese incluida. Por el otro, tenemos al señor Trump y a la lucha muy exitosa del Partido Republicano para acabar con el derecho al aborto. En este contexto actual, muy complejo, tenemos que ser sabias e hilar fino porque hay un peligro real en nuestro presente. Identificamos como fascismo el de Trump y el de Meloni, que es un fascismo muy evidente, tan evidente que es grotesco. Sin embargo, hay otro fascismo más sibilino que vive en la política y en la economía actual. En nuestro presente, en sociedades que se llaman a sí mismas democráticas, se está dando una fascistización de la sociedad y de la economía política. En EE. UU., donde yo vivo, todo eso es muy evidente. Las políticas que destruyeron el bienestar social estadounidense se dieron con gobiernos como el de Clinton, que fue capaz de cambiar las leyes en materia de terrorismo, de gestión de las prisiones y que militarizó toda la frontera con México. El mismo gobierno Biden, que parece estar abierto al feminismo y a las personas trans, pero en realidad no hace nada concreto. Sin embargo, se mandan millones de dólares en todo el mundo para apoyar guerras imperialistas. Estamos asistiendo a una política imperialista brutal por parte del Partido Demócrata en EE. UU. Lo que está pasando en África y en Ucrania es evidente: la guerra sigue porque EE. UU. quiere que siga y está preparando una guerra contra Rusia y China. En estos últimos días, el gobierno Biden aprobó un presupuesto militar de un trillón de dólares. En síntesis, en todo 2023 el actual gobierno invertirá en la guerra un trillón de dólares. Piensa cuántas cosas podrían hacerse con un trillón de dólares, cuánto apoyo a la reproducción social podría darse con todo este dinero. De la que se invierte en la militarización de la sociedad, se hacen recortes continuos a la ya escasísima sanidad pública. En lo que va de año se quitaron las ayudas para la sanidad pública a más de un millón de personas y se negó todo tipo de apoyo a las y los universitarios que seguirán endeudados por el resto de sus vidas por haber querido acabar su formación. Estudiar ahora en EE. UU. es carísimo y ante esta situación abrumadora se decide invertir en muerte y guerra un trillón de dólares. Esta debe ser una temática importante para el movimiento feminista. Estamos en un momento muy peligroso, se están preparando guerras internacionales y el capitalismo vive de las guerras y con ellas se reproduce. La guerra ha sido siempre un momento de profundo cambio social ya que sirve para transformar la economía y las relaciones de poder a nivel local e internacional.  Además, la guerra sirve para destruir los movimientos sociales. En este momento de profunda crisis del capitalismo internacional se están preparando, día tras día, las condiciones para la guerra. Por eso, ha de incluirse en la agenda feminista la lucha contra la guerra a todos los niveles. Fue una gran derrota para el feminismo la inclusión de las mujeres en las fuerzas armadas entre finales de los años 70 y principios de los 80. Hubo personas que lucharon por la entrada de las mujeres en los ejércitos nacionales, mientras yo llevo décadas oponiéndome a esta barbaridad. Igualdad, en este caso, no significa que hombres y mujeres sean iguales; igualdad significa que no muera nadie más en una guerra. Hay que parar la militarización de la vida cotidiana y para ello necesitamos un feminismo que luche contra la guerra. Este debe ser un tema central para el movimiento feminista internacional: luchar contra la guerra, contra la militarización de la vida cotidiana, contra la inversión de dinero en armas y militares y contra el control social en las ciudades y barrios.

Nos has descrito un presente muy complicado a través de tu marco de la fascistización que permite resolver muchos nodos del análisis social, económico y político del momento actual. ¿Qué rol tienen las mujeres en este proceso de fascistización? Y ¿Qué puede hacer el movimiento feminista para hacer frente a esta ola fascista? En tus últimos escritos, nos hablas de militancia alegre y gozosa. ¿Recuperar la alegría es la clave para facilitar la organización? 

Oh, me gusta este tema. Yo estoy profundamente convencida de que a nivel internacional se está dando ya un gran proceso de concienciación. La gran mayoría de hombres y mujeres, mayores y jóvenes, saben que la sociedad capitalista es una sociedad que produce muerte y escasez en nombre del progreso. La mayoría de la sociedad sabe que el progreso capitalista es una mentira. Por tanto, el reto del feminismo actual es organizar a esta mayoría social con nuevas formas de lucha comunitaria. El propósito es, como decíamos antes, liberar nuestro tiempo para poder crear una movilización fuerte, contundente y realmente transformadora. Para que esto ocurra necesitamos disponer de tiempo libre. Sin embargo, hay otro tema que abordar igual de importante: nuestra forma de organización. Yo creo que durante mucho tiempo la forma de organización política ha sido muy masculina. Al ser un sector muy masculinizado, se desarrolló una idea de lo que es la política y de cómo se hace política muy regimentada. Yo creo que las feministas, por el contrario, hemos entendido que a la hora de organizarse para luchar hay que pensar en actividades que no sean un trabajo más. Hay que pensar en formas de organización y lucha que no sean un trabajo más, que no nos den más sufrimiento y que no nos parezcan otra carga más en nuestra vida. Tenemos que esforzarnos en crear formas de organización, lucha y movilización que nos nutran, que nos fortalezcan emocionalmente y que sean placenteras y alegres. Sin embargo, la condición para que esto pase es tomar conciencia de la importancia de las relaciones que creamos entre nosotras en el proceso de lucha y movilización. Hay que prestar atención a las relaciones que creamos y generar entramados afectivos que nos hagan desear ir a una reunión o a un encuentro porque allí van a estar nuestras amigas, las mujeres a las que queremos. La organización, además, debe integrar momentos de felicidad: cantar, bailar y hacer actividades alegres juntas. Hay muchas mujeres que ya están poniendo todo esto en práctica. Un ejemplo fantástico es Rafaela Pimentel de Territorio Domestico (que participó en la  III edición de la Escuela Feminista de Ama Asturies). Necesitamos integrar esta afectividad en nuestra lucha, sobre todo cuando tenemos al lado a compañeras que han dejado sus países y viven lejos de sus comunidades. La militancia alegre consiste en crear nuevas familias, en el sentido más positivo del término. Yo lo digo siempre: si el trabajo de movilización se convierte en una carga más, allí hay algo que no funciona. En esta condición de pena y sufrimiento añadido a nuestras vidas, es normal que la gente prefiera ir a ver el futbol o al cine. Necesitamos crear una militancia alegre capaz de reproducirnos también a nosotras, no solamente a los otros. Necesitamos también reproducir la lucha, que significa reproducirnos a nosotras en un incremento de alegría. Esto es la solidaridad. La solidaridad no es solo teoría, es algo que nos moviliza, que mueva nuestros cuerpos.

Ya para cerrar ¿cuáles son las tareas pendientes del feminismo contemporáneo? Nos has hablado de la importancia de incluir en la agenda feminista el trabajo reproductivo y la reproducción de la vida, la lucha contra la guerra y la militarización de la sociedad. ¿Crees que hay algún nuevo terreno de reflexión que no estamos siendo capaces de ver justo porque, como tú nos enseñas, el capitalismo limita nuestra capacidad de imaginar?

Creo que lo que ya está haciendo el movimiento feminista evidencia la amplitud del feminismo: el cuerpo, la sexualidad, la salud, la educación y la producción del conocimiento, son solamente algunos de los temas que el movimiento feminista ha abarcado a lo largo de las últimas décadas. Tampoco podemos olvidarnos de la increíble lucha para la recuperación de la Memoria Histórica, que están llevando a cabo las compañeras en América Latina.  Ellas nos enseñan la importancia de recuperar el sentido de comunidad y la solidaridad con quienes lucharon antes que nosotras, no sólo para comprender las luchas del pasado, sino también para mantenerlas presentes en nuestra cotidianeidad. Entender las luchas del pasado y conocer el rostro de las compañeras y compañeros que perdieron la vida luchando, nos fortalece. En definitiva, entender que nuestra lucha hace parte de algo mucho más grande y que va mucho más allá de nuestra vida individual nos da valentía, sabiduría y solidaridad.

Además, feminista es la lucha por los recursos y contra la devastación de la naturaleza en toda su amplitud: la tierra, el agua, los mares, los animales y los árboles. Y lo es también la lucha contra la deuda, muy fuerte en Argentina, de la que habla mucho Verónica Gago (que nos acompañó en la II edición de la Escuela Feminista de Ama Asturies). Una deuda que ha sido creada por el capital y que es otra forma más de encarcelar a las mujeres en sus casas. Las mujeres son las más endeudadas: tenemos deuda para comer, curarnos y estudiar. Hoy la gente no se endeuda para comprar cosas superfluas, todo lo contrario: hoy nos endeudamos para comer, para pagar la luz y el doctor, porque los salarios son siempre más miserables. Por esa razón, la capacidad del movimiento feminista de crear redes internacionales, desde América hasta Europa pasando por África y Asia, contra la deuda personal y nacional es tan importante. Organizarnos internacionalmente contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional es fundamental porque allá donde se impongan planes de austeridad, los pueblos no podrán hacer otra cosa que endeudarse para sobrevivir.    

En definitiva, el movimiento feminista se ha demostrado capaz de incluir en su análisis muchos temas, como decía antes. Ahora nos toca centrar en crear nuevas formas colectivas de organizar los cuidados, la educación y la creación de conocimiento sin pasar por el mercado. Es necesario liberar la reproducción social del mercado, liberarla de la lógica del beneficio, recuperarla y centrarla en nuestro bienestar. Este es el objetivo del feminismo y ya estamos en camino para alcanzarlo. Un camino que debe de ser internacionalista, cuyos pasos sean fortalecer las redes de mujeres ya existentes y crear otras capaces de conectar a las mujeres indígenas con las campesinas y con quienes luchan contra la represión sexual. En síntesis, tenemos que conectar todas nuestras luchas. El feminismo es un territorio de análisis y acción inmenso y yo creo que todavía estamos entendiendo que esta es nuestra fuerza. Estamos creando un territorio común que sirva de encuentro para todas las luchas sociales. Esta es nuestra fuerza y, al mismo tiempo, el presente y el futuro del movimiento feminista.


Publicada originalmente en nortes.me