8M y las olvidadas de la tierra
Una conversación con María Flores, del Sindicato Único de Trabajadores de Tambos y Afines, sobre el acoso, el maltrato y las distintas formas de violencia que siguen enfrentando hoy las mujeres asalariadas en el campo uruguayo, pero también sobre esas otras situaciones de las que poco se habla, que viven en sus casas y en sus organizaciones.
8 de marzo, día de lucha, resistencia y movilización, de entusiasmo que contagia, de organización de actividades, de ensayos para quienes militamos también desde las artes, de reuniones, de articulaciones entre compañeras de distintas organizaciones y colectivos y de encuentros con las otras no podía estar completa sin saber qué está pasando en el campo con las olvidadas de la tierra. Un día antes, nos juntamos con María Flores para compartir en qué andaba cada una en nuestros mundos tan distintos. Pensamos juntas qué escribir y por qué es importante que las rurales no queden una vez más en el olvido.
María trabaja en un tambo, vive en Puntas de Maciel, en área rural. Con entusiasmo, no deja de decirme que le encanta vivir en el campo, que no lo cambiaría por nada. Disfruta mucho de los cortos espacios que tiene con sus hijos, de ver a los perros jugar y ayudar a las vacas a destrancar algún ternero cuando paren. Milita en el Sindicato Único de Trabajadores de Tambos y Afines, ocupando el cargo de presidenta, actualmente en uso de una licencia sindical conquistada en el marco de un consejo de salarios.
Comparte también lo que la enoja, y la sonrisa del inicio se transforma cuando piensa en Montevideo y en las preguntas que guiarán esta conversación. Le enoja la hipocresía que hay en Montevideo, siente que reina la actitud “no es mi problema, entonces no me involucro” cuando se trata de lo que pasa en el campo. En lo que respecta a las mujeres, le enoja que no sean visibles, que no se las valore, y comienza a recordar los frenos que encontró en su casa cuando empezó a militar. “Me pasa por mí misma, que no se valorara en casa. Cuando yo empecé a militar en el sindicato la penitencia era llegar y tener todo el baño sucio, todos los platos sucios. No ha cambiado mucho, pero por lo menos… Me mata que te corten las alas para que no crezcas. Y me mata también la dependencia que la tuve en su momento cuando me casé muy joven, esa dependencia económica de tener que pedir para un desodorante, pedir para un adherente. Entonces no quiero que ese modelo se copie.»
En el mundo del trabajo rural las mujeres que trabajan por un salario siguen enfrentando el machismo de múltiples maneras: “siguen enfrentando el que ‘vos no tenas la capacidad para’, siguen enfrentándose al manoseo directo de repente por parte de un capataz que piensa que una palmadita en la cola no es nada, que piensa que rozarte una teta tampoco es nada porque de repente para él sos otro animal más, otra vaca más que está ahí, me mata el hecho de que las mujeres ganen menos que el hombre. Me supera ampliamente que aún hoy en día escuches en diferentes radios ‘él para capataz 18 mil pesos y ella para cocina 13’. No entendés cómo, no entendés por qué”. El enojo aumenta cuando llega a las casas, a esos espacios que el mundo insiste en pensar como privados. “Me mata el hecho de tener compañeras que tienen relaciones sexuales porque su marido necesita y ellas no. Me mata el que se siga queriendo generar en la cabeza de nosotras ese ambiente familiar que nunca lo hubo. Y me mata también los tiempos que tenemos que esperar las mujeres y que todo se defina en Montevideo.»
Pasaron más de 10 años desde que se recordó la existencia de los trabajadores rurales, la de los olvidados de la tierra. Mucho se ha escrito sobre la revitalización de los sindicatos rurales, pero ¿qué pasa con las mujeres en sus sindicatos? ¿qué las mueve a organizarse? “Normalmente lo que pasa con las mujeres es que ellas quieren militar en un sindicato. Ella lo siente porque es parte de su naturaleza, el parir un hijo y el querer defender a ese hijo de todos los demás. Entonces, está en nuestra sangre la fortaleza de la mujer. La mujer pare un hijo y le desgarran parte de ella para parir y al otro día está atendiendo la casa. La mujer es la única que se renace a sí misma y se vuelve a superar, y realmente lucha para cambiar el mundo, así sea en su entorno más chico, lucha para cambiar su propia casa. Tenemos la fortaleza, cualquier mujer tiene la fortaleza de hacer lo que ella se proponga hacer. Y siempre tenemos que estar cinchando la carreta nosotras”.
Algunos apoyos han recibido, tanto desde el estado como desde otros sindicatos afines y la central sindical. Vale la pena preguntarse entonces qué cosas han cambiado para las mujeres: “para las mujeres nada más y nada menos que lo que se han conseguido ellas solas con su lucha. Yo integro un grupo que es el grupo 22 de ganadería, en donde no hay una mujer en la directiva. Hace años que vengo solamente remando con dos compañeros. ¿Y eso les da poderío porque son 2 porque se apoyan uno con el otro? No. Al revés. Lo que ocurre es que a veces hay hasta falta de respeto hacia la mujer. Respeto que se merece. Merece tratarme como su igual, no como desigual.”
Ante la pregunta acerca de si la participación de las mujeres es bienvenida en el sindicato o ni tanto, María dice: “te encontrás con una directiva que son todos hombres. Y pasa que vos tirás las ideas pero otro hombre la lleva a su directiva. Pasa que no te aceptan las sugerencias, que te mandan callar, que de repente hablan diez hombres y vos estás levantando la mano hace rato y y sos la última en hablar. Y pasa que el otro se apropia de esa idea, la transforma y dice lo mismo que estuviste diciendo hace una hora.”
En la casa, la situación tampoco es mejor. La mujer “no encuentra trabas solamente en la militancia en el sindicato. Tiene su casa, y es otro mundo para volver a enfrentar. Más cuando tu marido no quiere que hagas eso porque siente que es un tiempo perdido. Un tiempo que deberías haber estado en casa, limpiando la cocina, atendiendo a los nenes. Y que encima te crea en tu subconsciente que dejaste la familia tirada por terceros, no por un familiar. ‘En vez de ir al sindicato, andá a cuidar a mamá’.»
Para María el 8 de marzo tiene una importancia tanto a nivel sindical como a nivel personal. “Personal porque yo me tomo el día para pensar en esas mujeres, en cuánto sufrieron y cuánto dieron para que hoy en día yo tenga lo que tengo, y cuánto me queda por hacer. Es como una evaluación personal. Y no por mí, por mis nietos. Nosotras ya estamos de paso, queremos dejar algo mejor a un futuro. Yo quiero que mi hija de trece años no piense como yo cuando tenía diecisiete. No copiar modelos porque son tendencias, porque papá y mamá me lo dijeron, y porque esté estipulado que yo estoy para trabajar como en los dibujitos de la casita, la chimenea con el fuego prendido y el jardincito en el frente y la muchachita con su pollerita que nos enseñaron en la escuela. No, yo hoy por hoy quiero tener los mismos derechos que tiene el hombre. Las mismas obligaciones y derechos. Quiero tener mi ámbito de discusión, y que me discutan con criterio, no que me anden callando porque soy mujer.”
Para el 8M pensaban hacer algo “sencillito”, “escucharnos entre nosotras”, que de sencillito no tiene nada, porque el encontrarnos y escucharnos entre nosotras es un arma peligrosa. No en vano han torturado y quemado por ello a miles de mujeres en la cruel historia del patriarcado capitalista. “Escucharnos entre nosotras, saber en dónde estamos, hacia dónde avanzamos y qué queremos. Pero entre nosotras mismas. Y esas charlas son riquísimas porque tenemos reivindicaciones de distintos puntos de vista y así conocemos realidades de otras compañeras, porque pasa que cuando una piensa que está en lo peor, ¡vaya si hay otras que están muchísimo peor que una!»
Para cerrar, abrimos un espacio para permitirnos soñar: “sueño con que el 8 de marzo no sea sólo un día. Y sueño con mucho menos ruido y más realidad. Se trabaja en la interna y se trabaja escuchando, con vivencias propias y aprendiendo en el camino”.
Yo sueño con que seamos cada vez más las que nos miremos, en el campo y en la ciudad, y que la rabia, el abrazo y la sonrisa cómplice nos encuentre más juntas y más libres.