Juana Rouco Buela, barrendera de injusticias
Inquieta desde niña, aprendió a leer y a escribir a la par que se formó en el anarquismo. Marcada por la migración y por el tránsito en el Rio de la Plata, Juana Rouco Buela es una de esas mujeres que conforman nuestra genealogía de lucha. Este 19 de abril se conmemoró un nuevo aniversario del nacimiento de esta mujer trabajadora que en el siglo pasado barría su casa mientras juntaba con otras las escobas por una vida digna.
En su autobiografía “Historia de un ideal vivido por una mujer” publicada en 1964, Juana Rouco Buela relata la historia de las luchas anarquistas en el Río de la Plata a principios del siglo pasado, mientras nos permite recorrer la historia social y política de Argentina desde sus vivencias como mujer y las singularidades que esto suponía. Aunque en sus memorias no explicita cuestiones feministas, ni debates de género, cuenta su lugar como mujer anarquista, como trabajadora, como inmigrante, como madre, como pareja.
Nacida en España en 1889, le tocó migrar junto a su madre, en este caso desde España a Argentina, uno de los flujos migratorios fuertes en ese entonces. Se la pasó yendo y viniendo, vivió en Madrid, Barcelona, Marsella y Génova, aunque gran parte de su vida estuvo en el Río de la Plata. Rouco es precisamente el apellido que adoptó en Montevideo, después de viajar de luto con el rostro tapado, en una de las tantas triquiñuelas hechas a causa deportaciones por su militancia política.
En el movimiento anarquista era una de esas mujeres que sostuvieron toda una vida de militancia, fue de las pocas que participó en los diferentes momentos de auge del anarquismo durante el siglo xx. Fue parte de consejo de redacción de varios periódicos mixtos, oradora en cientos de espacios públicos, impulsora de la creación de la Federación Obrera de la Aguja, estuvo en la « Semana Trágica », fue parte de campañas de apoyo a otros anarquistas, estuvo en las organizaciones de apoyo a la República Española. Pero sus escritos dan cuenta de cómo fue siempre una lucha también a la interna con sus propios compañeros. Parte de esas incomodidades e incomprensiones fueron las que dieron pie a crear espacios de escritura y propaganda que expresaran el «sentir anarquista femenino» y estuvieran escrito íntegramente por mujeres.
Su historia es entre otras cosas una historia de movimiento y de creación junto a otras mujeres. Recordar a Juana es también pensar en Virginia Bolten, Teresa Claramount, Maria Collazo y tantas otras mujeres con las que se ayudaron a escapar, con las que crearon periódicos, hicieron mitines, compartieron palabra. Con ellas imaginaron y llevaron a cabo juntas el Centro Femenino Anarquista, creado en 1906 en Buenos Aires, el periódico La Nueva Senda, de 1909. En 1921 fundó en Necochea, también con otras mujeres un Centro de Estudios Sociales y con este mismo grupo se editó luego el periódico femenino Nuestra Tribuna, donde escribían mujeres del todo el país y era leído por ejemplo por la comunidad latina de obreras de New York.
Como la de muchas mujeres, la suya también es una historia de precariedad, de problemas de salud o de dificultades para la vida política una vez que entraba en juego la maternidad, que implicó “una transformación muy natural, ya no era la mujer libre, había adquirido una responsabilidad que me imponía el cuidado y educación de mis hijos, no obstante atendía la propaganda en la medida de mis posibilidades”. También estuvo presa varias veces, como varias de las mujeres anarquistas. Desde joven fue planchadora, costurera en talleres ajenos y luego en su casa, donde convivían su taller de planchado y la impresión del periódico.
En 1907 Juana participó activamente en la resistencia de la Huelga de Inquilinos. Esta resistencia desde los conventillos por el aumento en el pago de los alquileres y por las mejores condiciones habitacionales que duró varios meses. Es que ella también vivió en los conventillos y casas de inquilinato, que constituían la mayor parte de las viviendas populares tanto en Buenos Aires como en Rosario o Córdoba. Estas grandes casas, con muchas habitaciones para personas o familias enteras que compartían hacinamiento, pocos baños y poco acceso al agua potable tenían su epicentro en los patios, esa una extensión de las habitaciones-hogares que permitió gestar esa huelga.
La mayor parte de las que la encabezaron eran esas mismas mujeres. Las que una y otra vez habían corrido a escobazos a caseros y desalojadores. Desde esa práctica surge una de innovaciones de esa lucha, la marcha de las escobas. Otro capítulo de la historia, tal vez desconocido para la mayoría, en que mujeres tendieron redes afectivas y de organización para reclamar por los alquileres y además para “barrer todas las injusticias”.