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Ayudar a que amanezca

8 octubre, 2018

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Zur

Ayudar a que amanezca


Contar -en el sentido matemático del término- es una operación que involucra varias partes de nuestro cerebro. Desde Ciudad de México, la marcha del 2 de octubre nos hizo contar también con el corazón y con el hígado. En el 50 aniversario, caminamos para decir que no hay olvido, que colectivamente recordamos la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968 -con sus hasta hoy número indefinido de muertes-, que sostenemos en el corazón la lucha abierta por los 43 de Ayotzinapa y que el dolor frente a los miles de feminicidios inunda de fuerza a la lucha estudiantil actual.


(…)
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangre con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordamos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.

Rosario Castellanos, Memorial de Tlatelolco

 

Noelia Correa

Desgraciadamente, la marcha del 2 de octubre es una de las movilizaciones más canónicas del movimiento estudiantil mexicano. Se trata de mantener viva la memoria de la tarde del 2 de octubre de 1968, en la que Tlatelolco, o la Plaza de las Tres Culturas, se volvió un infierno terrenal. Pero en especial, se marcha para mantener abierto el recuerdo del movimiento estudiantil y popular de esos años, y su horizonte de lucha por un México más democrático. Este año, miles de personas marchamos por el eje central, desde Tlatelolco hasta el Zócalo, en una movilización más caudalosa y enérgica que años anteriores según señalan varias de sus asistentes.

La masacre de Tlatelolco se inició con unas bengalas que iluminaron el cielo para dar la orden de ataque a los militares que estaban inmiscuidos como civiles en medio del mitin estudiantil convocado por el Consejo Nacional de Huelga. El número real de víctimas se desconoce, se habla de más de 300 muertxs y de miles de detenidxs. El 68 mexicano fue de lucha social, en la manifestación no había sólo estudiantes, sino que había amas de casa, niños, trabajadores. Tlatelolco fue un hecho de represión premeditado y organizado, desde lo que luego se conoció como «Operación Galeana», en la que intervino el Ejército Mexicano y de la que se responsabiliza a Luis Echeverría Álvarez, en ese momento Secretario de Gobernación y al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. Como parte de la estrategia represiva además de tal masacre, siguieron miles de detenciones en los días siguientes y torturas en las cárceles.

Tlatelolco es la cara dura del auge de luchas sociales que tiene al 68 como año culmine de una secuencia de hechos. El 68 condensa la lucha de las décadas de los 60- 70 a nivel mundial, no sólo la parisina. Son los mismos años en que Vietnam enfrentaban la invasión de EEUU, los años de la primavera de Praga, de las guerrillas centroamericanas que hacían eco en la revolución cubana, de las agitadas luchas obreras en América del Sur.

En palabras de Wallerstein (1999) en lo que hace al sistema mundo ha habido dos revoluciones mundiales: 1848 y 1968, ambas fracasadas, ambas puntos de inflexión. Porque pese a la represión fuerte, de la que Tlatelolco es su máxima expresión, lo hecho tanto por estudiantes, mujeres, campesinos/as, como por las luchas anti racistas y anticoloniales abrió un nuevo tiempo en las calles, donde se cuestionó al sistema de dominación y desde donde se abrieron paso a otros modos de imaginación política.

El 68 mexicano puso sobre la mesa otra mirada sobre la educación, más cercana a la autogestión y una demanda de igualdad en el horizonte de otro sistema de vida (Draper, 2018) en medio de un creciente autoritarismo. No sólo fue un movimiento estudiantil -aunque fue protagonizado y amplificado desde las universidades y el politécnico- sino que agrupó “los deseos y afectos de personas y grupos diversos, que poco se habían encontrado en un hacer común hasta este momento.” (Draper, 2018)

La marcha encuentra hoy a sectores diversos, muchos que se han nucleado tras el grito, una vez más, de “Fue el Estado”. Durante toda la marcha se espejeaban mutuamente la masacre del 68 con la de 2014 en Iguala. Desafiando a la aritmética abstracta, que se sustenta en el lenguaje y los dígitos, en la marcha se expande la operación simbólica cada vez que miles y miles contábamos a viva voz hasta 43, número a número, hasta gritar ¡Justicia! En cada número se insiste en recordar la desaparición de estudiantes de Ayotzinapa y con ellos, aunque solo se dice 43, se dice miles, por los tantos desaparecidos y asesinados de estos últimos años en lo que se ha llamado “contrainsurgencia ampliada” (Paley, 2018) Al igual que la esperanza coartada de hace 50 años, reverberan las palabras que se cantan hoy “¿Por qué nos asesinan si somos la esperanza de América Latina?”

También vibran en mi aún los cantos feministas que durante toda la marcha insistieron, junto a las imágenes de miles de compañeras que caminaron recordando y mostrando alegría y esperanza. “Alerta que camina la lucha estudiantil por América Latina/Y tiemblen y tiemblen los machistas, que América Latina será toda feminista” sonaba con fuerza. Es que siguiendo a Zibechi (2018) el movimiento de mujeres en América Latina es heredero del 68. Desde los feminismos que ahora nos iluminan hemos aprendido profundamente lo mucho que importa que tipo de memoria recuperamos, que deseos dejamos sigan latiendo en nosotras y por eso emociona profundamente el canto feminista que se fue sumando y se cantaba con fuerza junto al resto del cántico estudiantil. La lucha estudiantil será feminista o no será, las mujeres de ahora somos hijas y nietas de las del 68.

En los últimos años se ha hecho un esfuerzo por recuperar la memoria de entonces en otras claves, por fuera de lideres y de la mirada masculina. Desde ahí se ha ido afirmando que para las compañeras, “la lucha comenzaba en la propia casa” (Draper, 2018), porque antes de salir y para sostenerse en las calles necesitaban habitar una serie de conflictos en sus casas, con sus familias. Una de las mujeres que estuvieron en el 68 Roberta Avendaño, quien publicó en 1998 una memoria de su tiempo en la cárcel como presa política del movimiento estudiantil, fue una de las pocas mujeres en el CNH. Pero además de reconocer personas concretas interesa recuperar que cuando se va tras los relatos de las mujeres, muchas señalan que experimentaron una “sensación de igualdad democrática” (Draper, 2018). Es decir, además de lo que se reclamaba hacia afuera, es relevante recordar lo que el movimiento suponía en si mismo, en sus prácticas prefigurativas. Por ejemplo, para las mujeres esos años supusieron una salida masiva al espacio público de la política, no sólo marcharon como estudiantes o se hicieron cargo de acompañar a sus hijos a las marchas, estuvieron en los brigadeos, en los mítines relámpago, aunque luego sea más fácil recordar sólo su lugar (igualmente relevante) en el apoyo de los presos, con las visitas, la comida.

Este 2 de Octubre, marchar por el eje central, desde Tlatelolco al Zócalo marca paso tras paso la necesidad de una memoria que no solo reconstruya el dolor de la muerte, y que no se centre en los lideres y los sobrevivientes, sino que recupere las esperanzas de entonces, las formas horizontales de participación y la posibilidad de un movimientos estudiantil y popular. Marchar, entre otras formas de lucha, es “nuestra manera de ayudar a que amanezca”.


Draper, Susana (2018) México 1968. Experimentos de la libertad: constelaciones de la democracia. Ciudad de México: Siglo XXI
Paley, Dawn (2018) Capitalismo antidrogas: Una guerra contra el pueblo. Disponible en: http://zur.org.uy/content/capitalismo-antidrogas-una-guerra-contra-el-pueblo
Wallerstein, Immanuel (1999) «1968: el gran ensayo» en Arrighi, Hopkins, Wallerstein, Movimientos Antisistémicos. Madrid: Akal.
Zibechi, Raúl (2018) Los desbordes desde abajo. 1968 en América Latina. Montevideo: Zur.