Breve homenaje a la abuela Carmen | Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura #2
Segunda entrega de la compilación «Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura», editado por Minervas en 2021. #HabráMarea #8M2022
Creo que hace ya un tiempo llegamos a un consenso: es difícil ser mujer. Más aún ser mujer en Uruguay, en Latinoamérica. Las desafortunadas, colgando en el margen de un mapa, al sur del mundo; para muchas que solo saben de víctimas, condenadas por el azar.
Me gustaría hablar de una mujer en particular: la abuela Carmen, mi abuela, aunque podría ser la abuela de cualquiera de nosotras. Nació en Rivera, tuvo 3 hermanas y de niña vino a vivir a la capital. Su barrio de la adolescencia fue Villa Española, el que en plena dictadura la vio recorrer sus calles sin veredas para ir al liceo.
A Carmen nunca le gustó que le dijeran feliz día el 8 de marzo, ni los regalos condescendientes que hay en las tiendas, ni las flores insulsas o las frases berretas que señalan que la mujer es la flor más bella y frágil. Un dolor se anida en su pecho, ese dolor producto de las separaciones entre mujeres, de las distancias y los pactos que no se pueden romper.
La abuela abrazó con cariño sus tareas, sostuvo el pacto fundante de los matrimonios de la época: él trabaja y ella cuida. A la abuela Carmen, como a tantas otras, le tocó una tarea de nunca acabar: la reproducción de la vida. Entre ollas, yuyos y olor a guiso se movía la abuela, preguntando cómo me estaba yendo en la escuela y contándome cuentos. Cuentos inventados por su imaginación infinita, donde la abuelita se comía al lobo o caperucita tenía un hacha que le robaba al leñador. Sabiendo que me gusta el arroz con leche con mucha canela y la yemada bien batida, siempre guardaba en la heladera, como una sorpresa, el mismo bowl con flores con una porción exclusiva para mí. Las tardes de invierno las pasaba tejiendo ropa diminuta, con la dedicación y la paciencia que requiere cada punto, para todas mis muñecas.
Carmen recorrió las calles, asfaltadas o de tierra, ferias, almacenes y cualquier lugar que vendiera las mejores verduras, la mejor harina, pero siempre considerando que sea el mejor precio. Sin embargo, siempre fue rebelde con su condición de mujer, tal vez por el sentimiento incesante de que nadie ve lo que hace, o lo ven pero no lo reconocen, salvo cuando lo necesitan.
La abuela, que antes de ser abuela y mucho antes de ser madre fue Carmen, de una curiosidad infinita y una inteligencia a la altura de sus múltiples intereses. Fue, y sigue siendo, hábil en la escucha y cautelosa en su elección de palabras, como si pusiera antes de cada una un algodón para amortiguar. Sensata con sus sentimientos, siempre se enorgulleció de no tener ídolos.
Intentado evocar recuerdos de mi infancia donde pudiera ver su rebeldía para entender cómo llegó hasta mí su fuerza irreverente, me acordé de todos esos primero de mayo en los que mi bisabuela, su madre, saludaba a todos los que trabajan por su día. A todos menos a mi abuela, porque lo que Carmen hace no es trabajo que valga la pena ser reconocido, decía.
¿Cómo no va a ser homenajeada la dedicación de toda una vida a que hoy, mi mamá, mi tía, mis primos, mi hermano y yo seamos las personas que somos? ¿Cómo esa tarea de 24 horas no tiene ningún día en el almanaque de reconocimientos que se construyó en el mundo occidental?
Por eso elijo homenajear hoy (y siempre) a la abuela Carmen, y a todas las abuelas carmenes que, de una forma u otra, supieron qué se necesita para que sane el corazón. Si no fuera porque vos estás, yo no estaría acá.