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Cambiar las reglas de juego

7 septiembre, 2025

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Cambiar las reglas de juego

Uno de los elementos más impactantes de la sabiduría del pueblo mbya guaraní, que tuve el privilegio de conocer mínima e incipientemente el año pasado, es el poder de la palabra. Su valor, su importancia. Según escuché, y vi, en un pueblo pacífico que lleva más de 500 años sobreviviendo y defendiendo su territorio y ñande reko (modo de vida), su herramienta de lucha y defensa de la vida es la palabra.


Pero además, es la palabra de los/as ancianos/as la primera medicina para sanar, y la primera forma de intervenir como justicia comunitaria cuando hay un conflicto o situación de violencia. Elegir las palabras, pensar las bien antes de dejarlas salir, decidir cuándo y cómo. Íntima sabiduría cultivada cotidianamente que los occidentales desconocemos en nuestra ansiosa y egocéntrica verborragia. 

La palabra, encarnada en un pueblo oral, en la coherencia de un modo de vida enmarañado en la red de la vida, sus tiempos, sus ciclos, sus formas locales. Las palabras convocan, provocan, evocan, lastiman o acarician, cierran mundo o abren mundo. Son nuestro modo de compartir y comunicar priorizado, aunque no nos olvidemos: son desde y con el cuerpo. Ese cuerpo que habita y se comunica con todo el entorno sin palabras, con complejas y sutiles señales físicas, químicas, y simbólicas, con art, música, danza, etc. 

¿A qué voy con esto? Si las palabras son herramienta, revisemos nuestro uso, indaguemos si están abriendo mundo o cerrando, especialmente quienes trabajamos con las palabras, con los cuerpos en órdenes de palabras, órdenes que enmarcan nuestra vida en común o la descomunalizan. 

En las últimas semanas me ha llegado una idea simple en varias conversaciones: no nos resignamos a las “reglas del juego”, porque éstas son impuestas, violentamente definidas y sostenidas en el tiempo, injustamente padecidas por generaciones oprimidas. Esas “reglas de juego” capitalistas, patriarcales, adultocéntricas, racistas-coloniales y depredatorias son reproducidas con agresión, miedo, bloqueo, silenciamiento y ocultamiento de sus consecuencias a cada instante. Solo funcionan porque se basan en esa violencia de imposición, mentira y silenciamiento. No son acuerdos, composiciones en común, sino que son imposiciones que usan y reactualizan las relaciones de poder más estructurales (como el aparato de Estado-empresa) y más íntimas (como los vínculos cuerpo a cuerpo).

Entre los “resignados” a estas “reglas del juego” están los ganadores, los profesionales y empresarios que administran el juego y sacan su tajada de comodidad, y reproducen las reglas como si fueran dogma caído del cielo. Los Sacerdotes del Desarrollo, los guardianes del paquete de venenos del agronegocio para la rentabilidad, los vigías de la buena moral y la familia tradicional, los escuderos de la Inversión Extranjera Directa. 

También están los/as resignados/as que lo padecen, pero que la agresión ha calado tan profundo en su desmemoriar y su aislamiento individualista que se encuentran desconectados/as de cualquier otra posibilidad, de otros juegos vitales, de otras formas de vivir creando y ensayando reglas con otros. 

Aislamiento, miedo y resignación es una triada muy potente del poder sobre nuestras vidas. 

Sin embargo, con más o menos visibilidad, una constelación de experiencias cotidianas y búsquedas colectivas se salen de ese tablero y rompen su complicidad con la violencia que lo sostiene. Y ahí, entiendo yo, entra nuestro trabajo con las palabras: escuchar esas búsquedas en profundidad, comprender y hacer visible las “reglas de juego” ocultas, esas encriptadas por el poder en tecnicismos, esas que se dicen/imponen como naturales, necesarias e inmutables. 

Mostrar que son un pequeño período nefasto de la historia larga humana y de la vida terrestre, denunciar sus terribles consecuencias, visibilizar las miles de formas otras de vivir en común que intenta tapar. Esas formas otras que no obedecen las terribles reglas, no juegan ese sanguinario juego. 

Palabras que abren mundo en ese sentido, defender la diversidad de modos de vida, arraigados a cada rincón del planeta. Desmontar los dogmas y mostrar que son “solo reglas” sostenidas con violencia, con agresión química, verbal, física, bélica y jurídica. Confrontar a los resignados privilegiados que dicen que no hay otra opción porque ellos no cargan el daño, fatalistas del mundo narco-capitalista depredador, resignados a suavizar o enlentecer el colapso de sociedades cada vez más endeudadas, injustas, intoxicados, expulsivas, y suicidas. Sacerdotes del Horror Colonial. 

Escuchar, comprender y provocar aperturas de mundo, esa es la urgencia que siento nos convoca la vida humana y más-que-humana hoy. Cambiar las reglas de juego, esa simple idea, para experienciar la maravillosa oportunidad de estar vivos en este planeta alucinante y ultra-complejo.


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