Uruguay

Casavalle, un asunto de todos

3 julio, 2018

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Casavalle, un asunto de todos


En las últimas horas comenzó la demolición de algunas viviendas en el complejo habitacional Los Palomares del barrio de Casavalle en Montevideo. La acción forma parte de una nueva y promocionada articulación entre las políticas sociales y las políticas represivas del estado uruguayo, con la promesa de resolver la problemática de la seguridad pública. Zur entrevistó a Eduardo Álvarez Pedrosián autor del libro Casavalle bajo el sol, buscando otras miradas sobre la compleja realidad de ese barrio montevideano.


“La voz Casavalle es un nombre propio sin sujeto definitivo. Como pocas veces, se hace evidente que el significado es una lucha por el sentido y no un neutro establecimiento de una correspondencia con lo que sería la cosa en sí. La genealogía de la ocupación del espacio físico en sus sucesivas oleadas poblacionales, así como el uso estigmatizador llevado a cabo por los medios masivos de comunicación en estas últimas décadas, hacen que la polisemia de este nombre tenga diferentes significaciones” (1).

Estas son algunas de las reflexiones planteadas por Eduardo Álvarez Pedrosian en su libro “Casavalle bajo el sol”, una investigación de cinco años que lo llevó a conocer de cerca este territorio urbano. Desde ZUR entrevistamos a Álvarez Pedrosián para conocer otra mirada, diferente a la que reproducen los medios masivos.

Álvarez Pedrosian es antropólogo y filósofo, docente de la Universidad de la República, y a la largo de cinco años llevó adelante una investigación etnográfica en la zona de Casavalle. Su acercamiento a la realidad de este territorio y su intimo contacto con quienes allí habitan nos permite acercanos a este lugar desde un lugar otro, en el marco de amplios debates y relatos construidos desde lugares diversos en el último tiempo.

En su libro, Eduardo Álvarez Pedrosián sostiene que “la vaguedad y la ambigüedad para delimitar el territorio de Casavalle hacen de la problemática de la compleja construcción de su identidad hasta el presente. Dificultades desde el punto de vista lógico en lo que respecta a la construcción de un objeto de investigación y un territorio de intervención, que tiene sus correlatos desde todas las demás visiones, sean las de la administración estatal o la de sus habitantes (…) Contradictoriamente, y no por casualidad, lo que más pesa en la definición de las condiciones subjetivas de existencia para todos aquellos que residen en esta zona es la construcción de una posición en el entramado que genealógicamente ha sido construido a partir de diferentes oleadas poblacionales, en su mayoría debido a relocalizaciones, donde la experiencia cotidiana previa y las relaciones de filiación y alianza parecen ocultar las condiciones básicas que más o menos comparten todos por debajo de tal o cual desplazamiento y ocupación específica. (…) Es decir, la pobreza urbana construye fragmentación allí donde se comparten las mismas condiciones de existencia. La contradicción no es tal o cual cuando vemos que la fragmentación y la disociación son parte consustancial de las condiciones estructurales históricamente determinantes, siendo resultados y principios de reproducción de la realidad” (pág. 29-31). A continuación transcribimos el diálogo que mantuvimos con Álvarez Pedrosián.

¿El “problema” de Casavalle es “Los Palomares”? ¿Qué elementos hay detrás del intento de demolición del complejo habitacional?

El “problema” de Casavalle es denso y extenso como la cuestión de la conformación de la sociedad uruguaya. Es una de sus mayores expresiones, es un emergente de la producción y reproducción social, el paradigma de la periferia de su ciudad capital. El error sería caer en la simplificación de todo ello concentrando todos los males en uno de los conjuntos habitacionales, por cierto el más renombrado dentro y fuera de la zona. Casavalle pasa de ser un paraje a espaldas del Cerrito, de gran valor paisajístico, con una impronta importante en la historia del proceso revolucionario oriental, con presencia de la quinta de Pedro Casavalle, los combates posteriores en la Guerra Grande, a la actual situación de “depósito espacial” como lo denomino, gracias a una dinámica socio-demográfica claramente marcada por la migración campo-ciudad y la consolidación del famoso macro-cefalismo que todos conocemos. Casi dos siglos de condiciones de existencia productoras de grupos poblacionales abandonados a su suerte. En ese contexto, el antiguo paraje rural pasó por un proceso de loteamientos al estilo de las quintillas y pequeñas chacras, combinando el modelo de la “ciudad jardín” que operó de referencia para pensar la interfaz campo-ciudad a principios del siglo XX. El propio Francisco Piria fue quien loteó el Barrio Ellauri por 1908. Otros como el Banco Popular del Uruguay se encargaron del Barrio Jardines del Borro, allá por 1926. A fines de los años 1950, el problema poblacional ya era evidente e imparable. Una sensibilidad como la de Alba Roballo y modelos desarrollistas como los de la CEPAL de entonces, promovieron a la creación de la Unidad Casavalle. Ya teníamos un poco antes otros territorios loteados, identificados en general como “barrios”, comenzando a generarse esa colcha de retazos que tenemos actualmente. Lo cierto que es ya en 1972, a meses del golpe de Estado cívico-militar, con las medidas prontas de seguridad en funcionamiento, cuando se yergue la Unidad Misiones, conocida como Los Palomares. De la investigación salta la existencia de dos vertientes poblacionales por lo menos: gente expulsada de la ciudad consolidada, de conventillos, pensiones y edificios ocupados de la Ciudad Vieja, Centro y Cordón, que se alinean en la misma dirección de los anteriores desplazados de allí mismo y de Barrio Sur y Palermo hacia el complejo habitacional anterior, y familias desprendidas de dicha Unidad Casavalle que ya se encontraba manifestando síntomas de hacinamiento y degradación generalizada fruto de la autoconstrucción en los “fondos” de las manzanas en tiras, dado que la población original se reproducía y no había espacio, y seguía llegando gente hacia “la capital”. En ambos casos, como en tantos, se trató de supuestas soluciones momentáneas, que aún están ahí en pie. Entonces, lo que ocurre con Los Palomares de Casavalle era, tristemente, algo esperable, o a lo sumo, con muchas probabilidades de que fuera así. El “problema” entonces, no se resuelve solo con su demolición, aunque a corto plazo sea necesaria y comprensible el planteo de hacerlo. Incluso ya en 2005 es planteado en un informe urbanístico de Lombardo, nuevamente con la CEPAL como protagonista. Ella lo plantea como un proceso delicado, con velocidades y etapas bien cuidadas. El tema es que no se haga eso solo aisladamente y en clave “limpieza”, porque las causas de fondo no desaparecen, incluso se puede alimentar su reproducción. Creo que en estas semanas se puede estar conformando una estrategia integral de actuación al respecto. El tema es que se entienda que es una gran oportunidad para ofrecer soluciones dignas a la población involucrada, dar un ejemplo al respecto, y avanzar en el marco de las obras del Plan Cuenca Casavalle en funcionamiento desde hace unos años.

¿Cómo evalúas esta etapa de colaboración entre el ‘brazo derecho’ y el ‘brazo izquierdo’ del estado? ¿Quién sale ganando?

Es muy complicado. Tampoco cuento con la información necesaria para desplegar un análisis del Estado, sería muy equivocado, “cortar grueso”. Como toda institución, el Estado es múltiple y complejo, hay una variedad importante de enfoques, prácticas y modalidades de ejercer el poder. Lo que está claro es que desde que asume el Frente Amplio el gobierno hay un cambio radical ante la tendencia a la que antes hacía mención, la de seguir generando un “depósito espacial” donde alojar, lejos de la mirada media de la sociedad, a quienes son infravalorados, estigmatizados e incluso despreciados, como en toda sociedad occidental. No es exagerado referir a los casavallenses como exponentes directos de lo que podemos llamar el “pueblo oriental”, aquellos que pueden haber seguido a Artigas en el éxodo, los herederos de grupos familiares desposeídos de la tierra, obligados a moverse en busca de un lugar en el mundo y para los cuales el proyecto artiguista había sido la única propuesta específica de inclusión real. Ciertamente el proceso de deterioro se aceleró en la segunda mitad del siglo XX y en la crisis centrada en 2002 encontró su máxima expresión. Los planes de emergencia social frenaron la bajada a los infiernos. Luego comienza un proceso de reconstrucción social, intentando direccionar las cosas, dando lugar a la presencia de la política pública en el territorio, hasta el momento librado casi por completo a la caridad y la solidaridad de quienes se interesaran en la población. La represión en dictadura se vivió de forma muy dura en Casavalle, con zonas de exclusión, barreras de paso y demás. También hay que recordar que muchos de los hombres principalmente, han encontrado en el ejército y la policía la fuente de ingresos para subsistir, la cara de ese Estado y la forma de insertarse en la sociedad, con sueldos bajísimos y conviviendo con todo lo demás. Creo que la puesta en evidencia de los problemas que genera la segregación socio-territorial, la magnitud de dificultades que nos afectan a todos como sociedad, a partir de lo que ocurre en el complejo habitacional conocido como Los Palomares de Casavalle, tiene que servir para cuestionar la propia estructura dual, e incluso esquizofrénica, de los Estados modernos. Cierto que el neoliberalismo no se fue sin más, pero tampoco estamos en la misma situación que hace una década y media atrás. Por ahora parece que siempre sale ganando el “brazo derecho”, que reprime, controla, conserva el orden del sistema hegemónico. Esta es una oportunidad no solo para equilibrar las cosas en tal sentido, sino para discutir la misma lógica imperante, que dicho sea de paso está extendida por todo el planeta, pero no por ello debemos pensar que es inmutable, por algunos lados tiene que empezar a cambiar.

¿Por qué pensás que en el debate actual sobre la inseguridad, Casavalle -y Los Palomares en particular- cobran tanta centralidad?

Sabemos cómo opera la exclusión social, la discriminación e incluso el abandono llegados a los momentos más crueles en relación a la desprotección generalizada, el no reconocimiento de derechos y demás, léase neoliberalismo o formas sociales como la del latifundio ganadero del país agroexportador tradicional. Aquella población que más sufre estas condiciones de existencia, tanto objetivas como subjetivas, es blanco del desprecio y la estigmatización, alimento para la máquina perversa que así logra potenciar su alcance. Los medios masivos de comunicación han amplificado y consolidado esta lógica basada supuestamente en la correcta moral del buen ciudadano. Acusados por aquello mismo que los genera, históricamente librados a su suerte, quienes habitan en este tipo de territorios en la periferia urbana contemporánea quedan presos de la situación, entre esta inmensa negación por un lado y la acción de quienes allí han hecho del crimen su profesión, con lazos regionales e internacionales. Primero “El Borro”, luego “Los Palomares”, también ocurre con otras localidades y zonas, como en tantas y tantas ciudades en el mundo. Lo cierto es que en el imaginario social urbano, mediatizado por los discursos y narrativas masivas, Casavalle ocupa ese lugar del gran-otro negativo al que las fuerzas activas de la zona, desde el gobierno local a movimientos sociales y organizaciones religiosas, políticas y demás, intentan una y otra vez sacar la cabeza, salir a flote. Sin la ayuda de todos los que podamos esto es una tarea imposible, por la simple razón del peso que tienen estos discursos y el inmenso poder de la ignorancia y el prejuzgamiento. Es mucho más fácil poner allí el problema de todos que aceptar una parte en ello. Y ciertamente, si no se generan actividades y espacios que atraigan en condiciones positivas a quienes no residen en la zona seguiremos rodeados de esos relatos fantasmales, obscenos, injustos y perversos, hijos del no querer saber. Casavalle es Montevideo, son minutos de distancia de los lugares más emblemáticos de la ciudad consolidada, de todo aquello que se identifica como lo propio en las concepciones legitimadas de lo que nos constituye como sociedad. Hay que estar, apropiarse de él, habitarlo. De lo contrario, todos los miedos y los estigmas que se proyectan sobre la zona y su gente seguirán creciendo.

Partiendo de tu experiencia y conocimiento sobre los realojos ¿qué efectos generan este tipo de medidas para esos sujetos y en términos sociales?

Como les decía, esto que ahora se vive como un drama es fruto de esa lógica de realojos de población que viene arrastrando dicha precariedad existencial: nadie puede construirse como sujeto en condiciones tan adversas, donde lo cotidiano pende de un hilo, lo transitorio se convierte en permanente. Espero que las medidas que se lleven a cabo contemplen ambas direcciones del problema: acompañar a la población una vez más desplazada y reconvertir el espacio resultante en un lugar cargado de oportunidades para cualificar la zona y proveer de actividades, servicios y experiencias positivas a quienes siguen residiendo a su alrededor. Los Palomares son tres manzanas digamos, de originalmente 540 viviendas en dúplex extremadamente pequeñas y compartimentadas, dispuestas en 27 bloques ordenados en pasajes. Y a pesar de toda esta espacialidad nociva para el diseño de una existencia digna, que disponga de entornos favorables para el desarrollo de los habitantes, la gran mayoría ha podido construir un proyecto vital, a duras penas. Esta gente no puede volver a quedar sola, o a lo sumo ingresar en una etapa de incertidumbres sin nada de certezas para asegurar lo necesario, pérdida de confianza y proyección a futuro, especialmente pensando en los más pequeños y jóvenes. Imaginen que eso es lo que han vivido tantas generaciones precedentes, cargados de resentimiento y bronca, buscando en las calles lo que nada puede ofrecerles… Esto no puede pasar esta vez, a principios de milenio, en el Uruguay del siglo XXI. Y por otro lado, no puede dejarse un conjunto en ruinas ante la mirada de todos los vecinos, a un lado de la nueva Plaza Casavalle, porque se ubica allí. En un inmenso esfuerzo, el Plan Cuenca Casavalle viene desplegando actividades por todo el territorio, entre ellas la plaza, fomentando una centralidad junto a la macro-manzana aledaña con los centros educativos, de salud, el Centro Cívico y demás. Visto en el contexto del Plan en su conjunto, puede ser una gran oportunidad para potenciar el shock de transformaciones arquitectónicas y urbanísticas necesarias, pero hay que apoyar este proceso, no está asegurado por sí solo ni de antemano, por las complejidades políticas que se enredan en el caso.

¿Cuáles son las consecuencias territoriales y urbanísticas que medidas como las que se quieren aplicar en Casavalle suelen tener?

Como les decía, no conozco los pormenores de las medidas, creo que de hecho estas acciones se están pensando sobre la marcha. Las consecuencias pueden ser muy variadas. Se habló de un censo para elaborar un diagnóstico y de ahí ver qué hacer. Es una primera medida. Ojalá hubiera sido liderada por el “brazo izquierdo” y no por “el derecho” como hablábamos antes, y más aún pueda ser la oportunidad para actuar de otra manera. Nada de lo que se haga puede llevarse a cabo desconociendo a los pobladores de dentro y alrededor del complejo habitacional, y en términos estatales el Plan urbanístico elaborado en el marco de la Intendencia y que involucró a tantos actores y llevó tanto trabajo realizar. Si no es un retroceso, para Casavalle y para toda la ciudad, así como para todo el país, ya que lamentablemente, esto que vemos emblemáticamente en nuestro caso se da en formas variadas de este a oeste en la corona metropolitana, así como en las principales ciudades del país. Es hora de que en Uruguay enfrentemos la cuestión socio-territorial no como contexto sino como síntesis integral de los múltiples factores que hacen a las condiciones de desigualdad y exclusión. En ellas se encuentra la clave para convertir los círculos viciosos en virtuosos, viejos “depósitos” donde abandonamos a nuestra gente en espacios interesantes para proyectos arquitectónicos y sociales que movilicen nuevos imaginarios, la oportunidad para repoblar y cualificar zonas centrales degradadas, etcétera. Todo ello toca de frente la cuestión de la propiedad de la tierra y del espacio habitable por supuesto, así como las actividades más estructurantes que identificamos como laborales, educativas y demás. Articular todas las políticas, como tanto se habla, depende de que entendamos que lo territorial no es una mera dimensión más, sino la llave o la clave para destrabar estas dinámicas y encontrar salidas efectivas.


(1) Álvarez Pedrosian, Eduardo (2013). Casavalle bajo el sol. Investigación etnográfica sobre territorialidad, identidad y memoria en la periferia urbana de principios de milenio. Montevideo: CSIC-UdelaR.