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Cosechando margaritas

20 mayo, 2020

Escrito por:

, y

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Zur

Cosechando margaritas

Este 20 de mayo no nos encuentra en la calle marchando, nos encuentra desplegando creatividad contra la impunidad. Somos hijas y nietas de las presas políticas, de las desaparecidas, de las que no se han cansado de buscar. Somos hermanas, tías, sobrinas y desde ese linaje de mujeres en lucha por vida digna decimos una vez más que son memoria y son presente, nos preguntamos ¿Dónde están? abrazando la memoria de lucha mientras seguimos cambiando la vida.


El 8 de marzo de 1985, a pocos días de la nueva democracia, tras más de una década de dictadura cívico- militar las mujeres se movilizaron en la Plaza del Entrevero en Montevideo. Lo hicieron bajo la consigna Las mujeres no solo queremos dar vida, queremos cambiarla”. También habían ido a la jefatura de policía donde estaban  las presas políticas trasladadas desde el Penal de Libertad a días de ser liberadas. El proceso de organización del movimiento de mujeres y feminista germinaba desde hacía varios años en los grupos de mujeres que se reunían tanto en diversos barrios de Montevideo como en distintas ciudades del país. No todas eran madres, pero buena parte de ellas sí. Las unía la experiencia de resistencia al terrorismo estatal, su vida cotidiana como amas de casas, los cacerolazos, los hilos de su experiencia como presas políticas, como exiliadas, como militantes. Esa consigna fue una de las formas de decir juntas en medio de una gran diversidad y de decir con belleza y habilidad una de las certezas que las habitaban: ser mujeres, ser madres, ser trabajadoras (con o sin salario) y desde ese mismo lugar, querer cambiar la vida.

Ellas -y otres/os- resistieron a la dictadura cívico-militar, se organizaron en diversos espacios y lucharon. Y, a la par, se atrevieron a tensar la supuesta condición de igualdad entre mujeres y hombres, desde un encuentro con su cuerpo y su ser femenino. Fueron también capaces, desde este punto de partida, de imaginar una democracia más radical, que incluyera la casa y la cama.  Sobre todo imaginaron modos de luchar por vida digna para todes. El movimiento de mujeres y feminista de los años 80 fue una parte fuerte del entramado del referéndum por el voto verde, en medio de varias tensiones internas. Colgaron moños en los árboles, juntaron firmas, hicieron conciertos, actos.

Han habitado en nosotras, que en muchos casos nacimos en esos años de dictadura o en los primeros años de democracia todas estas mujeres y sus luchas. Habitan en nosotras las abuelas que día a día dijeron esto tiene que saberse, esto hay que contarlo. Habitan en nosotras las madres que fueron construyendo y sosteniendo la memoria en uno y otro gesto cotidiano, en una y mil movilizaciones colectivas. Juntas estamos haciendo nuestros esfuerzos por despatriarcalizar la memoria. En la lucha feminista hace años que venimos cantando «Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar”. La expresión pública de esa inscripción es una forma muy potente de hacer visible que hay un linaje que existe y nos da fuerza, que en ese gesto hay una reconexión que desanda la orfandad política que se nos impone y sus limitaciones. Algunas compañeras feministas empezaron a decir que además de abuelas, teníamos madres. Y es cierto.

La calle nos ha encontrado de maneras diversas. El 8 de marzo de 2019 se expresó en un abrazo entre las ex-presas y mujeres más jóvenes del renovado movimiento feminista. En 2020 la Huelga feminista nos encontró en las calles gritando juntas Nunca Más a quienes mostraron sus tanques para darnos miedo. En el abrazo de 2019 sonaba el canto de somos las nietas, y en los días siguientes circuló el video de esos abrazos hondos con etiquetas del tipo: “Somos las hijas de las presas políticas que no lograste desaparecer”. Somos esas hijas. Claro que somos. Somos también las hijas de las desaparecidas que aún nos faltan. Somos hermanas, tías, sobrinas. Somos aquí y ahora la continuación del linaje de mujeres en lucha por vida digna. Heredamos la fuerza y el coraje de todas aquellas que se rebelaron antes, de todas aquellas que tuvieron prácticas de libertad, que desandaron el patriarcado en sus mil aristas.

En estos tiempos de confinamiento, donde nuestra presencia en la calle se encuentra en jaque, donde la consigna del distanciamiento social nos atraviesa y trata de enclaustrarnos, depende de nosotras-es tomar estas banderas y resignificar nuestras historias.

Si bien este 20 de mayo no nos encuentra en la calle marchando, no nos encuentra calladas. El silencio en 18 de julio solo marca la ausencia física de aquellas-es a quienes aún buscamos, pero nuestra creatividad se desplegó en cientos, miles de margaritas que pululan por las calles.

Reinventamos las expresiones de lucha y nos organizamos en los colectivos, en los barrios, en las calles y en las plazas. Las familias y lxs amigxs, las cooperativas y los clubes. Con ternura nos abrazamos en esta lucha que nos conmueve las entrañas, mientras seguimos tejiendo las tramas que nos sostienen. La invitación de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos nos convoca, nos da a todas-es un lugar de acción, la posibilidad de instalar la lucha en nuestro espacio y en nuestro tiempo. Nos permite reconocernos y acercarnos. Nos acerca con el vecino que cuelga la bandera, con la señora del almacén que dibuja margaritas en la vereda, nos espejamos en los tapabocas que no nos callan, sino que dicen presente. Les niñes pintan preguntas mientras ensayamos respuestas, manteniendo así, vivo, ese deseo permanente de seguir cambiando el mundo.

Resuenan tambores, y en cada golpe, palpita el contraolvido. Las casas, ya no mudas, se convierten en espacios donde hablan las puertas, las ventanas y los balcones, los muros con las imágenes de nuestros desaparecidas-es. La ciudad explota de memoria, grita que no se calla, grita que seguimos buscando y que este distanciamiento es físico, no afectivo ni social.

En este sur, como en el resto del continente, se arremolinan fuerzas conservadoras que en cada acción, directa o sutil, intentan avanzar sobre las libertades que hemos ido conquistando a fuerza de rebeldía y de luchas compartidas. Sabemos que avanzan pero eso no nos paraliza. En estos años densificamos un entramado que nos nutre y nos alienta. Fuimos y somos una fuerza que late, hace apenas dos meses desbordamos las calles del país y del mundo entero. Una fuerza muy lúcida que entiende el re-emerger de la derecha rancia como la reacción a nuestra potencia, a nuestros deseos de cambiarlo todo.

Nos tocó estrenar gobierno en el marco de una crisis sanitaria que sirve de excusa para aumentar el control estatal sobre nuestras vidas, procesar un ajuste que socialice las pérdidas y reforzar aún más la presencia policíaca y militar. Nosotras alzamos nuestra voz para decir que nuestra vida y su cuidado está primero, nos negamos a ser el sostén del ajuste para que otros engorden sus ganancias. Organizamos un cacerolazo feminista para que resuene nuestro grito por las mujeres asesinadas por la violencia machista en cuarentena, efecto colateral dirá nuestro presidente. Hicimos tronar ollas y cucharones contra el ajuste de tarifas y la falta de respuestas ante las miserias que el capitalismo echó a luz con la pandemia. En cada olla se tejieron hilos de memoria y nos brotó la emoción de sabernos brujas, de conjurar los miedos y organizar la rabia.

De esas ollas surgieron otras que hoy abrigan trama barrial, porque sabemos que la vida se sostiene en colectivo. Sabemos cuáles son nuestras urgencias. Urgente para nosotras es la vida digna, desmercantilizar nuestros espacios vitales y cultivar la libertad. Por eso, junto a otros tantos colectivos dijimos no al envío de la Ley de Urgente Consideración que es la expresión máxima del avance neoliberal, conservador y represivo de este gobierno multicolor y sus aliados de siempre.

Frente a esta avanzada fascista y fundamentalista, más que nunca, abrazamos el grito por verdad y justicia y nos enlazamos en las memorias de lucha. Acompañamos la 25° Marcha del Silencio desde la plaza que habitamos. La misma que nos cobijó en la previa al 8 de marzo y en la que sostenemos cada sábado una merienda popular. Para que en ese espacio íntimo del entramado barrial resuene el nombre de cada desaparecida, de cada desaparecido. No es primavera, pero la ciudad florece memoria, porque la semilla que plantaron nuestras abuelas y regaron nuestras madres germinó, y aquí estamos nosotras cosechando margaritas.