De crueldades y ternuras
¿Qué cuenta como humano, qué vidas cuentan como vidas y, finalmente, qué hace que una vida valga la pena? (…) ¿Tienen nombre y rostro, historia personal, familia, hobbies, razones por la que vivir? (…) ¿De qué modo nuestros marcos culturales para pensar lo humano ponen límites sobre el tipo de pérdidas que podemos reconocer como una pérdida? Después de todo, si alguien desaparece, y esa persona no es nadie, ¿entonces qué y dónde desaparece, y cómo puede tener lugar el duelo? (Butler, 2009, pp. 58-59)
0. Somos seres paradójicos donde la crueldad y la ternura son posibilidades materiales. Ambas. Y junto a ellas, un sinnúmero de posiciones afectivas y colectivas.
1. En las noticias veo a Milei y Villarruel entusiastas arriba de un tanque de guerra. Un hastag dice: “Sacamos los tanques a la calle”. El mismo día, un desfile de autos Ford Falcon en la principal avenida porteña. Una marca de auto que alude al terror esparcido por quienes dejaron 30.000 desaparecidas/os en la vecina orilla. Un estadio repleto. Una generación. Milei es la sombra de nuestro futuro. Y Rosario es el futuro de nuestra ciudad puerto Montevideo sino pensamos a fondo la crueldad presente (la social y la personal).
2. Una niña de apenas 16 años muerta en el parto de su cría. Una niña encomendada al Estado para ser protegida de la violencia y la explotación sexual. Una niña hastiada de la difusión del daño que parece inagotable cuando nacés en la miseria. La misma miseria de las infancias abusadas por senadores, jueces, hombres de bien (algunos quizá van a misa los domingos). Me dice una amiga: “El sistema expropia nuestros cuerpos, los enajena y reproduce en el consumo, pero es en los bordes de nuestro mundo, donde esta expropiación se radicaliza y se hace mortal” La expulsión de la vida que merece ser vivida es efecto de un sistema que produce la miseria y a esos explotadores – depredadores. Depredadores y extractivistas de territorios y cuerpos desvalorizados. Formas diferentes de una misma racionalidad. El presidente del INAU demuestra impúdico la naturalización con que desde el poder se miden algunas vidas, vidas prescindibles, que ni siquiera merecen un expediente en el Estado. Ellos saben que se trata de violación, aunque la quieran disfrazar de consentimiento. Saben que es un lento consumo que termina matándonos de una y otra forma. Le llaman «salidas no acordadas», trastornos de conducta, inestabilidad afectiva, patología dual u otros nombres, pero saben que estas palabras no logran ocultar la ejecución programada de una población sobrante para este mundo mercantil. Cuerpos intercambiables que valen menos que la bala que los mata.
3. Un grupo en Casavalle se reúne bajo la consigna “La vida vale”. Consigna profunda en su simpleza. Como la del Colectivo de personas en situación de calle, Nitep que afirma: “Por el derecho inalienable a vivir en un mundo”. Una amiga me cuenta que las mujeres en el barrio, colocan los colchones de sus hijas e hijos debajo de las ventanas para evitar que las balas alcancen a sus crías. Esas mujeres, van a trabajar en casas de buenas familias de Malvín, Pocitos o Carrasco, aterrorizadas por la vida de sus hijas e hijos. Hace cinco días que tampoco llega el 405 al Marconi. Sin embargo esas mujeres dicen fuerte: “Vamos a transformar todo este dolor en lucha”.
4. Ayer hablamos largo con una amiga sobre las lealtades familiares. Esos mandatos sociales, familiares que portamos de maneras diversas pero intensas. Esos que se hacen piel, cuerpo, sensibilidad, contracturas, caries o episodios misteriosos que dejan perpleja a la medicina, la química y a muchas terapias: el deseo. Esas que también nos hacen ser quiénes somos. O mejor dicho, quienes estamos siendo. El ser humano es un ser especial, tiene finitud y sabe de ella. Imita, va detrás de sus afectaciones cómo una bola de billar al encuentro infinito de otras bolas en una mesa que no elegimos y que sabemos manipulada. El deseo es un duende escurridizo, siempre parcialmente ausente, que nos conduce más allá de lo racional y nos hace decir el nombre equivocado, un chiste poco gracioso o que le neguemos evitando aventurarnos en sus profundidades siempre ambivalentes, para evitar el riesgo por miedo, aunque eso mismo nos haga sufrir. Creo que para seguir los rastros del deseo se hace urgente salir de las vitrinas -peceras en las que estamos transcurriendo.
5. La adultez no es una edad, es una posición. La adultez es la posibilidad de andar sin brújula, huérfanos de certezas pero cuidando lo actual y lo venidero: crías, plantas, animales y libros. Pasado y afectos que nos heredamos o no, en cada encuentro.
6. La pregunta por el deseo insiste. Podemos defendernos victimizándonos. Consumiendo pasivamente aplicaciones y algoritmos predictivos. Pero digerir es diferente a opinar. Moralizar es distinto a pensar. En el pensar hay una mínima demora, un colgarse en disfrutar la hermosa inutilidad de las cosas que valen la pena.
7. Conversamos con otra amiga en qué mal están envejeciendo algunos de nuestros amigos varones. Parecen parados orgullosamente en una posición infantil. Siguen llevando la camiseta de La Polla Record pero no pueden asumirse como adultos. Quizá sea hora, cómo me dijo una compañera, de dejar de criticar y pensar seria y responsablemente (que es sinónimo por responder por los efectos de lo que hacemos) en el legado que estamos construyendo. Con muchas amigas comparto la pregunta por cómo le damos a las hijas e hijos, la madre que quisimos tener: aquella que habilita la curiosidad alegre pero lúcida ante los encuentros y la organización colectiva. Sostener el deseo no es quedar fijadas en un objeto ni en una certeza, es una posición, un estar en pregunta, abiertas.
8. ¿Porqué le tenemos tanto miedo a la libertad? Dijo Baruch Spinoza; ¿por qué los hombres luchan por su esclavitud como si se tratase de su libertad? Quizá esa siga siendo la gran pregunta que Occidente se hace desde el siglo XVII. La victimización parece hoy ser norma. Y sabemos que una deriva posible de la víctima es el resentimiento. Otra la politización del malestar en inéditos. La alquimia que transforma el dolor resentido en acción colectiva es posible, lo sabemos. “Vamos a transformar todo este dolor en lucha”, dijo la mamá de la niña asesinada en Marconi que integra La vida vale.
9. Pienso en las comunidades que intentan construir condiciones materiales y afectivas de existencia estirando los límites de lo posible y lo pasible de ser pensado. Muchas en todas partes y en muchos temas distintos. Sabemos en nuestra experiencia vital que es el apoyo mutuo a escala humana lo que nos hizo subsistir como especie desde hace millones de años. !Quizá si pudiéramos ver más allá del tiempo cronológico! A veces no es necesario mudarse, sino simplemente desplazarnos un milímetro y pensar sin más. Aflojar el cuerpo y la mente (que son, ya sabemos, indisociables) porque finalmente la causa común que nos convoca cómo especie es vivir vidas que merezcan ser vividas transformando la precarización y el malestar en potencia de transformación social.
10. Tenemos la capacidad de crear espacios respirables dónde preservar una llama, un fueguito apenas perceptible, cuidar las brazas. Pero no será sin nosotras, sin cuerpo, sin presencia, sin la ternura de los pequeños gestos de las que somos capaces. Quizá estemos a tiempo de despertar y si no estamos a la altura de los tiempos, no jodamos la oportunidad de criar, cuidar, amar una generación que pueda distinto. Porque nadie sabe lo que puede un cuerpo y mucho menos cuando somos millones.
Vamos a transformar todo este dolor en lucha, hasta que la dignidad y el buen vivir se hagan costumbre.
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