El día que Gramsci fue a Durazno
Desde hace varias semanas ha cobrado relevancia pública una serie de demandas “del campo”, que el pasado 23 de enero tuvieron su punto máximo de movilización y prensa. Entre los oradores había comunicadores y hasta una mención a Antonio Gramsci. Como guiño seguramente no pensado por quien lo citó, tal discurso y la escena toda parecen una clase sobre el concepto gramsciano de hegemonía.
En un predio amplio los cuerpos están dispersos, las banderas uruguayas abundan, los gritos patrióticos aparecen en cada hueco previsible de la oratoria. Hay pedidos que analizar en términos económicos y políticos, hay varias puntas de la madeja. Pero interesa señalar, a propósito de la referencia a Gramsci, el lugar de los medios de comunicación y de los oradores, dado el apoyo de ANDEBU y la amplia cobertura -transmisión en vivo incluída- de la prensa. Estas breves notas se centrarán especialmente en el discurso de Walter “Serrano” Abella, quien explicitó su no objetividad y su toma de partido por los que “trabajan la tierra” [1]. Gesto que parece muy natural pero que en cualquier otra movilización “autoconvocada”, gremial o sindical, hubiera sido rápidamente cuestionada.
Curiosamente el pasado 22 de enero fue un nuevo aniversario del pensador sardo, que en 1917 escribió el texto “Odio a los indiferentes”, usado por el comunicador. Imposible imaginarme a Gramsci cantando algún himno nacionalista. Pero retomaré la extraña conexión que hizo Abella como provocación, porque sugiere más de lo que afirma.
Gramsci nunca fue un nacionalista simplista. Su Italia tenía un sur y un norte marcados, pese a la reciente unificación. Un norte industrializado y un sur campesino, con la separación capitalista de campo y ciudad marcada como por la misma bota que los reúne. Gramsci, migrante del sur en el norte, acompañó el desarrollo de los consejos obreros en las industrias de la ciudad de Torino. No desvalorizaba el campo, pero le tocó jugarsela dónde estaba, en la ciudades obreras, en uno de sus momentos de lucha y apertura política. Escribió mucho y teorizó mientras acompañó la organización de los trabajadores desde la militancia cotidiana. Claramente creía en la organización, pero desde abajo y para cambiarlo todo, no para mantener privilegios.
Volviendo a Abella y al contexto de la movilización, aparecen tantas palabras comunes que entreveran tanto como es posible en un par de segundos. Se ponen en dicotomía clásicos como Estados Unidos versus Rusia, pero también aparecen Venezuela, Cuba y cualquier otro fantasma posible. Surgen también frases en referencia a que “todos meten la mano en la tierra” y las infaltables citas a Artigas. Hay menciones al reparto de tierras, pero evidentemente ni en la proclama oficial, ni en todo el debate en formato pliego de peticiones, hay ni una mínima alusión a la reforma agraria que anhelaba el prócer. Es que se apela al sentido común del patriotismo, el nacionalismo, de los valores del campo y de su importancia para nuestra vida. Pero esta no es, en palabras gramscianas, una forma de constituir “núcleo de buen sentido”, sino que confunde. La separación campo-ciudad no es de este gobierno ni los anteriores, es fundante del capitalismo y se renueva cada día. La desvalorización del campo es parte de ese mismo movimiento en el que con mucho más dolor y sangre se desvalorizó el trabajo de reproducción en general.
La arenga tiene una cita tras otra y pendula entre el tono gauchesco y el de niño recitador de escuela. Pero no es solo una cuestión de palabras, sino de escena. Apenas una se dispone a ver el discurso aparece un perlita feminista ineludible: Abella lee mientras una mujer le sostiene el paraguas. Llueve y el orador tiene quien lo cuide. El que juega con la palabra subalterno -esa misma que aprendimos a usar con fineza desde Gramsci- lo hace ostentando un lugar de dominación. En esa misma escena él insiste en el hombre que trabaja y hace el país y la patria. Ese movimiento en que abstrae el trabajo, el campo y la tierra le permite invisibilizar a las mujeres, a la heterogeneidad del campo y a esa tierra que no se sabe ya de quién es ni quién decide lo que se planta en ella. ¿El hombre que trabaja es el que es azotado por el patrón? ¿Es la naranjera que no puede ir al baño mientras está en la zafra? Abella marca la necesidad de poner sobre la mesa unas desigualdades, de no esquivar la mirada a la injusticia y la miseria, pero parece que solo es injusto pagar un salario y los derechos sociales de un/a trabajador/a. De rentabilidad mejor no hablemos mucho.
El debate de Gramsci sobre el estado y la llamada sociedad civil es muy vasto como para estas notas rápidas. Pero para el capitulo estatal al menos cabe mencionar que los reclamos sobre el gasto social que se hicieron en la movilización van mucho más allá de reducir los viáticos o la partida de prensa que Abella señala. Es claro que en estas movilizaciones hay un pedido de reconfigurar con mayor claridad un esquema de estado en clave neoliberal. Pero, ¿cuánto recauda y cuánto gasta el estado en el campo? Si se trata de hablar de los impuestos también hay que hablar de erogaciones tributarias, zonas francas, legislación y todo lo que se ha hecho para dar sustentabilidad al agrobussines extractivo.
Gramsci, como nosotros y nosotras, estaba intentando comprender un escenario difícil. Por un lado, la construcción del socialismo en la Unión Soviética y, por otro, el triunfo del fascismo en su país con la victoria electoral de Mussolini después de años de fuertes luchas obreras. El concepto que acuñó para ello, y que ha sido fuente inspiradora de la teoría crítica, permite entender algunos elementos de la actualidad. La lucha no era, y en este caso tampoco está siendo, sólo económica sino política y cultural. Las clases dominantes no sólo están donde están por la fuerza, sino principalmente por una suerte de consenso en el que los medios son fundamentales, aunque no los únicos en juego. No es un consenso espontáneo, sino uno que va construyendo legitimidad lentamente, palabra a palabra, cita tras cita, orador tras orador.
El concepto de hegemonía se vuelve central en el pensamiento gramsciano y nos sigue ayudando a pensar las relaciones de dominación a la interna de una sociedad, es decir la relación entre las clases dominantes y las clases dominadas. Abella usó también la noción de grieta, importada de los debates argentinos de fin del ciclo progresista. ¿De qué grieta estamos hablando? ¿Por qué para resaltar esta movilización se trae a la memoria el conflicto del agro de los 90? Recordemos que lo que hubo en nuestro país en la década de los 90 y 2000 fue una serie de luchas contra el neoliberalismo, luchas del movimiento popular, no de terratenientes. Este ciclo antecedió y dio paso a lo que se conoce como ciclo progresista, marcado por la llegada del Frente Amplio al gobierno nacional y lo que hemos denominado como “hegemonía progresista” (Castro, Elizalde, Menéndez, Sosa, 2014 y 2015).
En clave de hegemonía, lo que está de fondo es lo que ha expresado Zerbino, presidente de la ARU: cuando hubo bonanza era más fácil repartir. En su opinión ahora se trata de recapitular y ajustar, y es obvio que ellos ya empezarona a pujar por sus intereses. Esto es cada vez más evidente y supone que algunos conflictos que el Frente Amplio lograba disimular se vuelvan más complejos. Es que efectivamente los últimos años han sido de desaceleración económica, haciendo cada vez más difícil sostener el consenso distributivo que ha sido parte fundamental de su construcción hegemónica (Castro, Elizalde, Menéndez, Sosa, 2015). Y aunque el oficialismo no haga eco del pedido de reducción de gasto social, lo cierto es que en los últimos años las acciones colectivas han buscado impugnar las medidas regresivas de ajuste que se implementaron a partir de 2015, fundamentalmente las pautas salariales y los recortes de presupuesto público para educación y empresas del estado (Castro, Menéndez, Sosa, 2016).
Es claro que la prensa hegemónica que ahora da relevancia al tema no ha hecho lo mismo con otras movilizaciones en defensa de la tierra ligada a su (valor de) uso, no a su rentabilidad. Otro tipo de movilizaciones “autoconvocadas” sin partidos o gremios no tienen la misma difusión. Este entramado complejo y confuso no debe hacernos olvidar que también hay asambleas, reuniones y espacios que buscan gestarse desde abajo, y que no todos tienen los mismos recursos a la hora de organizarse. En el debate de estos días, otro de los oradores, Miguel Arregui publicó una nota en El Observador bajo otro guiño, el de Rulfo y su llano en llamas, para hablar de “rebelión en el campo” [2]. ¡Qué ironía compararse con la rebeldía de los campesinos de las luchas de las que Emiliano Zapata y Pancho Villa fueron referencia en la revolución mexicana por tierra y libertad! La provocación es grande, pero por ahora solo me quedo pensando en que Gramsci siempre estuvo preocupado por los terratenientes, por su gran poder y su alianza con la iglesia predominante y conservadora. Si Gramsci hubiera ido a Durazno refirmaría que le “fastidia el lloriqueo de eternos inocentes”.
Notas
[1]https://www.teledoce.com/telemundo/nacionales/walter-serrano-abella-aca-…
[2] https://www.elobservador.com.uy/el-llano-llamas-n1161711
Referencias
Castro, D.; Menéndez, M.; Sosa, M. (2017) Uruguay : luttes sociales, fragmentations et crise progressiste. En: État des résistances dans le Sud : Amérique latine. Vol. XXIV – 2017, n°4. CentreTricontinental/ Syllepse. Bélgica.
Castro, D.; Elizalde, L.; Menéndez, M.; Sosa, M. (2015). La renovada capacidad de impugnar. Luchas sociales y hegemonía progresista. Revista Contrapunto. Debates en movimiento (7) pp. 39-55.
Castro, D.; Elizalde, L.; Menéndez, M.; Sosa, M. (2014). Grietas en la hegemonía progresista uruguaya, entre consensos y resistencias. Revista Observatorio social de América Latina, CLACSO (35), pp. 157 – 180.