La tortura jamás prohibida
Luisa Cuesta, tras décadas de cansancio, murió el pasado 21 de noviembre. Hace unos años contó que por las noches sentía que golpeaban su puerta y pensaba, medio dormida, que se trataba de su hijo. Otras veces, no tan sonámbula, lo confundía con un transeúnte por la calle y lo perseguía. Pero su hijo nunca volvió a casa. Y su tortura, inconstitucional, ilegal y clandestina, no proscribió.
Nació en Mercedes el 26 de mayo de 1920. A sus 23 años, un 4 de diciembre, nació su único hijo: Nebio Melo. Cuando él iba por el segundo año de escuela, murió René Melo y se convirtió en madre soltera.
Mientras su hijo crecía, los diplomas decoraban las paredes de la casa. Nebio inició su militancia en el 63’, cuando al mudarse a Montevideo para cursar los últimos años del liceo en el IAVA, se unió al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) el que luego se convirtió en el Partido Comunista Revolucionario (PCR).
Luisa también comenzó su militancia y la casa pasó a convertirse en un lugar de encuentro para que todo militante o “peludo”, como se le decía a los trabajadores de la remolacha, cansado tuviera su lugar.
“Mi vida cambió con la Dictadura”
Nebio se casó con Alicia Román y tuvieron a Soledad. Luisa aún vivía en Mercedes y allí iba él a verla todos los meses. El primer día de mayo de 1973, Nebio le pidió que cuidara a su nieta mientras él se trasladaba a Buenos Aires. La justificación, fue entendida por Luisa de inmediato: “la cosa está fea”. Sin embargo, a los días la decisión cambió: “no te voy a dejar a Soledad, mamá, a vos te van a venir a buscar”.
Un mes después, el nombre de su hijo apareció en la lista negra del Servicio de Información de Defensa. Los militares lo reconocieron como militante y dirigente del PCR. En julio, su foto apareció en las pantallas de los televisores: era requerido públicamente por las Fuerzas Conjuntas. Fue así cómo se abstuvo de escribir para Marcha y para el periódico Prensa Libre del PCR. Vivió la clandestinidad.
Pasado el tiempo, cinco días después del golpe de Estado, los militares golpearon la puerta de la casa de Luisa. Ella creyó que eran peludos, pero la insistencia militar procedió. Abrió la puerta. Allanaron su casa en busca de algún documento que pudiera servirles, y la trasladaron al Batallón de Infantería nº 5 de Mercedes.
Ya le habían dicho que cabía la posibilidad, en cuanto estuviera presa, de que le pusieran una capucha en la cabeza y la dejarán parada por horas. Aunque estaba acostumbrada a esos relatos, cuando le sacaron los lentes y la vendaron sintió miedo. Los interrogatorios y las torturas duraron meses, las preguntas apuntaban a Nebio y a otros militantes del PCR.
En agosto, la trasladaron a Montevideo. Antes de ser liberada, su hijo se mudó a Buenos Aires y pasó a ser un refugiado de las Naciones Unidas junto a su familia.
Pese a que Nebio insistía en que fuera a verlo a Buenos Aires, “Emilio dice que vayas a verlo”, se resistía. No quería volver a caer presa. “Dice que si no vas te olvides de que tenés un hijo”, le dijeron y cedió.
El último encuentro fue el siguiente:
-Cuidate, mamá.
-Cuidate vos que no quiero traerte manzanas.
-A mí no me vas a traer manzanas, a mí si me agarran me matan.
Manzana perdida
Nebio estaba tomando una cerveza con su amigo de la infancia Winston Mazzuchi, en el Bar “Tala”. Nada se sabe de la conversación que mantuvieron; tal vez hablaban de fútbol o de cómo sobrellevaban la clandestinidad y el miedo, porque dos Ford Falcon estacionaron en la puerta y bajaron más de diez policías. Les pidieron los documentos pero nada les sirvió. Se los llevaron.
Alicia Román requirió de inmediato el Habeas Corpus para su esposo. Fallaron negativamente. Entonces, decidió comunicarle la noticia a Luisa, sin mentirle: “Nebio no está enfermo, está detenido”.
Después de ser rechazado el Habeas Corpus en 1977, Luisa lo volvió a presentar. Le pidió ayuda a Michelini pero su contacto se “echó para atrás”. Una bomba en el pilar destrozó 60 cuerpos. Dejó cadáveres esparcidos por el suelo de la cárcel. Luisa no buscó a su hijo allí, prefirió pensar que seguía vivo. “Fui cobarde”, enunció décadas más tarde.
Los meses siguientes pasaron lentamente. Su hijo estaba desaparecido. Su presencia apenas se manifestaba en algunos militantes desconocidos del PCR que la abrazaban y le decían: “Qué hijo que tenés”. A pesar de que poseía información de todo tipo, no revelaba la ubicación de ninguno de sus compañeros. “Qué hijo que tengo”, se dijo Luisa después de atar cabos.
En la mañana del 26 de marzo, unos chilenos golpearon la puerta de su habitación en Buenos Aires. Atendió su nuera: Videla había dado un golpe de Estado. Argentina quedó absolutamente desprotegida. Con 56 años, Luisa pidió asilo en Canadá. Se lo negaron. Reiteró el pedido a Suiza pero era demasiado vieja para trabajar. Holanda terminó por ser el destino. Allí fue con su nuera y su nieta.
Instalada en Amsterdam, fundó la Asociación de Familiares de Uruguayos Desaparecidos (AFUDE) junto a familiares de detenidos desaparecidos uruguayos. Los integrantes eran en su mayoría del Partido Comunista y del Partido de Victoria por el Pueblo.
Presencia forzada
En 1984 conoció a Amelia González en una convención de Buenos Aires. “Ella es la madre del Chiqui”, le dijeron. Pero escuchó la otra parte: “ella es la madre de Nebio Melo”. Por primera vez, lloró por la total ausencia de su hijo.
Un año después volvió definitivamente a Montevideo. Su nieta Soledad se quedó en Holanda. Fundó Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos. Las primeras reuniones fueron en una Iglesia de la Aguada. De a poco, Uruguay volvió a la democracia.
A pesar de ello, bajo la presidencia de Sanguinetti, se votó “la Ley de Caducidad”. Donde se perdonaron los delitos cometidos en Dictadura: militares y militantes. Se trató de plebiscitar su derogación años después; sin embargo, la ciudadanía eligió dos veces, en 1989 con el voto verde y en 2009 con el voto rosado, el silencio.
En 1996 se realizó la primera Marcha del Silencio. La necesidad de eliminarlo inundó al colectivo de Familiares y a Luisa. La “Ley de caducidad” fue llamada “Ley de Impunidad”.
El expresidente Jorge Batlle, ocho años después, la recibió para mantener “la primera entrevista oficial” con Familiares. Allí el cruce entre el presidente y Luisa se desató:
–¿Sabe una cosa, señora? La voy a invitar a tomar un cafecito con mi mamá.
-Que sea con coñac, señor Presidente.
La Comisión por la Paz, fundada por Batlle, sostuvo ante Familiares que los restos de detenidos desaparecidos fueron quemados o arrojados al Río de la Plata.
Alejamiento con el Frente Amplio
Las esperanzas aumentaron con la primer presidencia de Tabaré Vázquez. Por ser la primer vez que un partido, no tradicional y de izquierda, ganó las elecciones en primera vuelta y con mayoría parlamentaria. Luisa, junto a Familiares, esperaron a que los parlamentarios frenteamplistas anularan la “Ley de Caducidad”. Pero no sucedió.
En 2005 se hallaron los restos de Fernando Miranda, en el Batallón número 13. El indicio principal para la búsqueda fue un mapa dejado por un anónimo en el despacho del secretario de presidencia Gonzalo Fernández.
Años después, Luisa dijo “ellos (los militares y los políticos) no muestran ningún arrepentimiento, ninguna autocrítica con lo que le pasó al país (…) Mujica dijo que cuando todos los viejos estemos muertos se termina la cosa”.
De cara al segundo plebiscito para anular la “Ley de caducidad” en 2009, en el libro “Viejos son los trapos” de los periodistas Raúl Ronzoni y Mauricio Rodríguez, acusó a Rafael Michelini de decir “hoy una cosa y mañana hacer otra”. Por otra parte, agregó que “el comunista nunca hizo nada por ninguno de ellos, los desaparecidos, el Nuevo Espacio de Rafael Michelini y el Partido por la Victoria del Pueblo (…) toda la vida han querido que nos borremos”. Decidió recolectar firmas porque no quería que la “utilicen políticamente”. Y aseguró que el Partido Comunista no había “protegido a ninguno de sus militantes”.
Posteriormente, en 2012, Luisa presentó la denuncia penal por la desaparición de su hijo, junto con información nueva sobre su caso. La ausencia de testigos del secuestro de Nebio en el Bar Tala, impedía realizar una denuncia en Uruguay. Sin embargo, algunos testigos militares y otras pruebas documentales evidencian su traslado desde Buenos Aires hasta la casona de Punta Gorda en Uruguay, denominado por los presos “el infierno chico” y por los militares como “300 Carlos R”.
Fue así cómo en 2013, Luisa ingresó al predio del Servicio Material y Armamento (SMA) donde funcionaba el “300 Carlos” o “el infierno grande”, a donde fue trasladado su hijo, ubicado en la órbita del Batallón de Infantería n°13. Eso le dio esperanzas ante las posibles excavaciones en el lugar. Pero, el juzgado derivó el expediente a la jueza Gabriela Merialdo y los documentos fueron censurados por el Ministerio del Interior, en base a la ley de protección de datos personales.
En agosto de ese mismo año, la Universidad de la República le otorgó el título de Honoris Causa. Acto al que Rodrigo Arocena, en ese entonces Rector de la Universidad de la República, calificó como “emotivo y excepcional”. Luisa agradeció al público presente y aseguró que en Uruguay “hacen falta grandes cuotas de verdad y justicia”.
Su salud empeoró con los años, en 2015 no asistió a la Marcha del Silencio.
Las paredes o una canción a todo volumen se tragan los gritos de dolor en los cuarteles. El olvido político y su intimidad amenazante a los 195 desaparecidos. La indiferencia social a la memoria. Y el paso del tiempo a los cuerpos que resisten.