Otros mundos posibles desde la potencia de lo existente
La potencia creadora y transformadora de nuestras tramas encuentra los huecos y desborda los muros del encierro y el aislamiento, del seguro de paro, de la desaparición de las «changas» y del hambre. Canaliza las ansiedades, miedos y angustias transformándolos en acciones y senti-pensares colectivos que ponen la vida común en el centro: mucho más allá del capital, del Estado y de los riesgos biológicos.
Seguramente este título parezca “desactualizado” si retomamos la pandemia como uno de los escenarios que se presentan con mayor crudeza en la escena contemporánea dejando al desnudo la amenaza y ofensiva general que el actual sistema social -basado en la lógica del capital- arremete contra la vida, ¿Es pensable en este contexto retomar la emergencia social como potencia?
Estamos avanzando en el tercer mes de cuarentena en nuestro país. Los cuerpos, las ideas, los sentires se van «acostumbrando», «soportando» -también “resistiendo”- a “la nueva norma/normalidad” de “quedarse en casa». Escribimos [1], intentando sintetizar algunas ideas provenientes de nuestras tramas conversacionales cotidianas. Mientras continúan los debates sobre los niveles en que la cuarentena es pertinente (total, parcial o nula), retomamos la decisión gubernamental del distanciamiento social y la cuarentena como un hecho impuesto que atraviesa nuestra realidad cotidiana cambiándola por completo.
Nos preguntamos, ¿Qué tanto podemos disminuir la interacción física sin afectar la naturaleza afectiva e interdependiente de nuestra sociedad? Se instala el dilema por un lado, entre los cuidados sanitarios adoptados ante el peligro de contagio y la posible muerte biológica, y, por otro lado, entre los efectos sociales, económicos, afectivos y culturales provenientes del mayor aislamiento social.
En este estado descarnado de precariedad, vulnerabilidad y urgencia, comienza a discutirse en Uruguay la “Ley de Urgente Consideración” (LUC) banalizando la propia urgencia. La LUC, con 501 artículos que abarcan temáticas que van desde el medio ambiente, la educación, trabajo, seguridad, etc, es el marco legal bajo el cual comienza el ajuste y la represión. Un abanico de temas que amortigua una respuesta de rechazo por parte de la sociedad civil de manera unificada e impide al Poder Legislativo realizar un estudio serio, propiciando así ajustes legislativos que tienden a profundizar la sociedad de control, la privatización y el status quo. El gobierno presenta el proyecto el 23 de abril, con plazos acotados para ser discutida –45 días la primera cámara y 30 días la segunda–. Aún más en este contexto, ¿cómo es posible insistir en repensar la crisis desde un sentido transformador?
Observamos cómo desde los territorios emergen nuevas formas de hacer frente a la realidad, como sociedad, colectivos, comunidades, tramas vinculares, barrios; para sostener y reproducir la vida, material, afectiva y simbólicamente. «Emergencias» que pueden ser pistas para pensar-imaginar el presente, futuro próximo y lejano. Desde hace algunas semanas hemos visto, proliferar iniciativas y acciones colectivas autogestionadas bien diversas. Unas remueven estrategias latentes en la memoria colectiva de crisis: ollas populares, redes de solidaridad asistencial directa, huertas comunitarias, etc.
Otras continúan las estrategias de colectivos y organizaciones activas antes de la cuarentena: cacerolazo por aumento de feminicidios, denuncia y difusión de colectivo de personas en situación de calle «Ni todo está perdido» a través de reuniones y audiovisual, difusión de información crítica sobre estado del agua en Uruguay en el Día Mundial del Agua por la Comisión en Defensa del Agua y la Vida, merenderos autogestionados por vecinos que llevan años activos en los asentamientos, medios de comunicación alternativos, colectivos locales en contra del trazado del Tren de UPM y la instalación de la mega-planta de celulosa, etc.
También un conjunto de acciones creativas novedosas: redes de contención emocional virtual de profesionales de la salud mental, redes colaborativas de elaboración de tapabocas, redes de elaboración-donación de materiales lúdicos y expresivos, foros y espacios de debate virtual de acceso libre sobre diferentes temáticas, espectáculos musicales y escénicos en vivo o grabaciones a pantalla partida desde las casas, redes interdisciplinarias de profesionales para responder a las demandas del sistema de salud, plataformas que interconectan las demandas sociales con las ofertas solidarias, etc. Quizás el mejor ejemplo de acciones innovadoras sean las miles de conmemoraciones y manifestaciones realizadas el 20 de mayo ante la imposibilidad de realizar la histórica marcha por los detenidos-desaparecidos.
La potencia creadora y transformadora de nuestras tramas encuentra los huecos y desborda los muros del encierro y el aislamiento, del seguro de paro, de la desaparición de las «changas» y del hambre. Canaliza las ansiedades, miedos y angustias transformándolos en acciones y senti-pensares colectivos que ponen la vida común en el centro: mucho más allá del capital, del Estado y de los riesgos biológicos.
Creemos necesario afinar nuestra mirada y acción cotidiana individual y colectiva, para ir desentramando futuros posibles de transformación de nuestra injusta realidad, sin caer en el romanticismo de la cuarentena como revolución silenciosa, creyendo que este “desacelerar abrupto” de por sí nos hará cambiar nuestros modos de vida, ni por el contrario dejar lugar a las perspectivas apocalípticas que nos inmovilizan.
Nos proponemos compartir nuestras corazonadas en el contexto de distanciamiento físico-social con la profundización de la cuarentena para pensar luego la post cuarentena.
El distanciamiento social es el (des)orden en el que estamos inmersos ahora: en el reacomodo de nuestros tiempos y la cotidianidad general. Desde el diagnóstico de los primeros casos positivos de COVID-19 el 13 de marzo, existen actualmente 129 personas cursando la enfermedad, 769 contagios de los cuales 618 personas se han recuperado y 22 han sufrido muertes derivadas (fuente: SINAE, 25/05). Las primeras tensiones por una crisis y padecimiento de los de abajo comienza a hacerse sentir: según la Encuesta Continua de Hogares (INE) los empleos más inestables y sin garantía de protección son en mayor medida los que afectan a la pobreza extrema, en menos de un mes más de cien mil personas estaban en el seguro de paro (según datos del BPS), también aumentó la violencia de género y su expresión extrema en los feminicidios, las dificultades para el acceso a bienes y servicios educativos y culturales para los expulsados-impedidos digitales, el colapso del trabajo informal, la invisibilización de las personas en situación de calle, etc.
Lo que está “emergiendo” fue señalado anteriormente, articula memoria con continuidad y novedad, en sistemas de redes y organizaciones presenciales-virtuales. La producción continúa en su cauce central -capitalista y extractivista- pero se ve mermada en todos aquellos pequeños emprendimientos, cooperativas y trabajadores informales que alimentan los “bordes” de la maquinaria económica, toda esa economía que sostiene gran parte de la vida y que es muchas veces invisibilizada detrás de los números económicos macro.
Más allá de esto, hay una primera siembra de trama, de lazo que no se replegó por el distanciamiento, que tiene una impronta fuertemente juvenil y puede ser central para el futuro cercano. La asistencia directa y la respuesta a la emergencia alimentaria puede ser una herramienta muy potente si permite el reconocimiento mutuo, el intercambio, la conexión de nuevos nudos de la red, si genera músculo y confianza en la posibilidad de crear juntos respuestas a las necesidades, preocupaciones e intereses. De repente existen 500 ollas populares en nuestro país. Hoy son el extremo básico de la alimentación, mañana podrán visualizarse unas cuantas otras dimensiones de igual peso. El hambre nos encuentra, pero el encuentro puede hacernos mirar mucho más allá.
Los patrones de consumo cambian y son parte de la ansiedad que pesa en el encierro de los que nos quedamos-en-casa. La voracidad en la que estábamos inmersos, de consumo material y simbólico, veloz y superpuesto, a costa de la depredación de nuestras energías corporales y entorno humano y no humano se vio abruptamente modificado. Mientras algunos experimentan nuevas pautas de consumo, otros continúan con los hábitos anteriores incorporando ahora la nueva figura del “delivery”, un nuevo engranaje económico que mantiene el aislamiento a cuestas de una alta precarización del trabajo humano.
El distanciamiento físico-social parece comenzar a evidenciar la siguiente paradoja: todos esos objetos y situaciones que median como excusa del encuentro (tomar una cerveza, ir al cine, irse de vacaciones, salir a bailar-bolichear, jugar un juego de mesa nuevo importado, almorzar en un restorán, etc.) se han vuelto un fin en sí mismo, volviéndose obligación para que el encuentro suceda. En alguna medida, hemos pasado del disfrute del compartir, a la obligación del consumo para el relacionamiento humano, y el distanciamiento lo vuelve obvio: no se puede consumir juntos a través de una pantalla. Hoy extrañamos la cercanía física, pero en muchas ocasiones la cercanía estaba filtrada-obstruida-mediada por el consumo. ¿Entenderemos que negar la importancia de las relaciones sociales es negarnos doblemente a nosotros mismos?
En medio de este cambio abrupto, la autogestión colectiva de consumo ha resistido, y da respuesta a la hostilidad económica: el Mercado Popular de Subsistencia, ASOciación BArrial de COnsumo y una serie de cooperativas de consumo y colectivos barriales informales mantienen su accionar evitando la intermediación de las grandes superficies comerciales, humanizando los intercambios, priorizando la producción nacional, cooperativa, asociativa, familiar y/o agroecológica. El consumo de alimentos encuentra en las ollas populares toda una “nueva” forma de dar respuesta a las necesidades personales y familiares. También algunos pequeños comercios locales se ven favorecidos por las medidas de distanciamiento: evitar la circulación y la exposición a lugares masivos y céntricos mostró que no es imposible comprar en varios pequeños comercios locales y evitar las grandes cadenas de capital multinacional.
El manejo, transformación y responsabilización como sociedad de nuestros residuos también se ve alterado: las plantas de clasificación de residuos reciclables, las empresas de reciclaje y los trabajadores informales clasificadores callejeros ven todos clausurados o al menos fuertemente disminuido su accionar. También los controles a los residuos industriales se ven preocupantemente disminuidos, siendo que la producción extractivista contaminante (plantas de celulosa, industrias químicas, mineras, curtiembre, etc) siguen en pleno funcionamiento. Si estos dispositivos de manejo y control ya eran frágiles, insuficientes e infravalorados, hoy son el último punto a pensar. A contrapelo de la voracidad consumista, la cuarentena-crisis podría – habría que investigarlo a fondo- estar empujando a comprar menos productos ultra procesados y repletos de empaquetado, especialmente por la elaboración doméstica de las comidas, compras locales en ferias y a granel.
La democracia en su sentido más radical comienza a ser perforada y las relaciones de poder rigidizadas por una verticalidad y centralismo legitimado bajo el discurso de emergencia: suspensión de elecciones, intensificación de las relaciones de dominación domésticas (sobre niños, mujeres y adultos mayores), aumento del control policial, imposibilidad de debatir otras temáticas más allá de las sanitarias, imposibilidad de manifestarse masivamente en la calle o espacios públicos -con algunas pocas excepciones como la manifestación contra la LUC-, dispositivos gubernamentales que se legitiman bajo asesorías científicas y una retórica de guerra al virus (ya no al terrorismo).
La democracia pasa a un plano casi imposible cuando se profundiza la cuarentena y se entra en el estado de excepción que justifica la pandemia: hay que suspender las libertades, los derechos humanos, las decisiones colectivas, el debate sobre la realidad nacional para esperar por las determinaciones del gobierno y su grupo de expertos. Las tramas subterráneas, desde y por abajo de la vigilancia estatal, camufladas en redes de solidaridad, de cuidado barrial de niños-mujeres-adultos mayores violentadxs, o a través de medios virtuales, tejen frágiles resistencias locales o nacionales. En este punto las emergencias aún se encuentran explorando a tientas. Cocinan a fuego lento sus nuevas estrategias, entre los huecos de un poder fundado en el miedo científico desparramado en cada rincón.
Fuertes transformaciones sufren las redes de cuidado, acotadas al núcleo familiar directo y el espacio físico doméstico (cuando se pueden quedar-en-casa) o arrastradas a la búsqueda desesperada de trabajo en la informalidad, lo que recarga a las mujeres -hermanas mayores, madres, abuelas y tías- e intensifica la superposición de tareas pagas y no pagas que cumplen a diario.
Además, queda en la sombra la pregunta por quién o qué cuida a los que cuidan, aquellos vecinos y técnicos psico-sociales o educativos que se dedican a sostener y acompañar a los de abajo, a quienes el padecer ajeno los atraviesa a diario. La cuarentena-crisis también altera y fragmenta los tejidos de contención de los que cuidan y acompañan; en esto aún no se vislumbran más que propuestas individuales de terapeutas. La crudeza y complejidad del dolor aumenta cada día, se vuelven urgentes modos grupales de digerir la realidad -jugar, pensar, imaginar, llorar, expresarse artísticamente, etc. – en colectivo, para poder estar lo suficientemente enteros y seguir en los cuidados. El emblema histórico feminista que coloca la naturaleza interdependiente de los cuidados hoy parece cooptada por una concepción jerárquica, con la pandemia se instala una idea de que “el que te cuida es el policía, el que te cuida es el estado”.Más que nunca es necesario cuidar y cuidarse con los otros, cuidar-nos.
Cuánto tiempo es “soportable” la cuarentena en nuestro país es una pregunta aún sin respuesta. La herida psico-social que la cuarentena-crisis va generando se vuelve más profunda con el tiempo. Las problemáticas señaladas en la producción, distribución, consumo y manejo de residuos se intensifican, sumándole una dificultad mucho mayor para la organización presencial de respuestas colectivas: el padecimiento del desempleo prolongado -a nivel emocional, vincular y corporal-, el agotamiento de los pequeños fondos de reserva de organizaciones y colectivos, y la reducción sistemática de los sistemas de donaciones una vez que deja de ser el centro de atención la “emergencia social”.
La continua amenaza de hambre y su angustia requieren de colectivos que sostengan la distribución solidaria, incluso a riesgo de contagiarse o ser estigmatizados. La presión social debe hacerse sentir para que las medidas de excepción habiliten “excepciones a la excepción” para responder a y entre los de abajo. La autonomía que se vaya tejiendo desde hoy ayudará a sobrellevar este pozo y subsistir a mediano plazo. Será necesario volver más subterráneas –y no por eso menos potentes- las redes de sostén, creación, y respuesta ante las necesidades. La crisis sostenida requiere búsquedas continuas de sentido para el vacío de la desocupación; sentidos múltiples a través y más allá de las pantallas: relacionamiento con entornos naturales, despliegues artísticos múltiples que le den otro sabor a la cotidiana, etc.
Por último, la poscuarentena, ese después incierto y aterrador: tanto si volvemos a la “normalidad”, como el vacío de no querer volver a la misma pero no saber qué y cómo (re)comenzar. Uno de los principales desafíos para todas las redes y colectivos que emerjan en este proceso será sostener su autodeterminación y autogestión una vez culminada la cuarentena. La cooptación del Estado, empresas, iglesias -especialmente las evangélicas- y partidos políticos es la principal amenaza de aplanamiento y desestructuración de cualquier construcción alternativa a la normalidad capitalista injusta. La institucionalización de las “emergencias” a través de cualquiera de estos cuatro canales neutraliza la construcción crítica y alternativa, y encausa las energías y creaciones colectivas hacia los mismos canales de desigualdad y represión que ya conocemos.
Entonces, será necesario consolidar las experiencias singulares y, a la vez, generar articulaciones y tejidos entre redes, colectivos y organizaciones, de forma independiente de los intereses del Estado, empresas, iglesias y partidos; que permitan poner el foco en las diferentes dimensiones que hacen a la reproducción simbólica, material y afectiva de la vida. Estas articulaciones deberían irse construyendo desde hoy, para tener fortalecidos los lazos hacia la post cuarentena, y una mirada fina, integral y atenta a la cotidianidad, que focalice en la construcción de lo común y las tramas comunitarias.
Conexiones entre redes de producción, distribución y consumo de bienes materiales y simbólicos, así como de manejo de residuos, tendrán que afinar sus modos de auto-organización para profundizar la horizontalidad, diversidad y las búsquedas colectivas de respuestas a problemas territorializados. Se trata de crear hoy los mundos que deseamos y necesitamos, los modos de vida y formas de organizarnos más justos y cuidadosos con nosotros y lo no humano. Todo un programa de ruptura que pueda conformarse a través de la multiplicidad de formas solidarias entrelazadas: ollas populares, huertas comunitarias, clubes de reparación, Red de Agroecología, Coordinadora de Economía Social y Solidaria, Mercado Popular de Subsistencia, Red de Semillas Nativas y Criollas, redes feministas y ecologistas, organizaciones barriales, centros culturales, cooperativas (vivienda, producción, ahorro), sindicatos, merenderos, colectivos de artistas, medios de comunicación alternativos, colectivos de recreación y tiempo libre, organizaciones étnico-raciales, grupos de voluntariado, etc. Ensayar y conformar canales de aprendizaje mutuo, complementariedad y cooperación, que den sostén a alternativas cada vez más potentes.
Es vital acercarse e involucrarse en redes, organizaciones o experiencias colectivas barriales, territorializadas, o al menos temáticas; porque es allí donde el hacer y senti-pensar desbordan nuestro mundo posible -actual y personal-, y sugieren modos de ser, imaginar, sentir, pensar, percibir, crear, recordar, contemplar -es decir, existir- hasta el momento imposibles.
De todos modos, para aquellos que no logran o quieren acercarse a procesos colectivos, la cuarentena muestra al menos dos claves fundamentales de cuestionamiento a nuestras formas de vida: la velocidad y el lugar del cuidado -de los humanos y lo no humano-. Es crucial transformar en cada gesto cotidiano la velocidad con la que estamos acostumbrados a vivir, pues se trata nada más y nada menos que de un hábito, un aprendizaje, y como tal puede ser des-aprendido. La voracidad -fugacidad depredadora- no puede seguir siendo nuestro pilar de vida. La acumulación de capital, propiedades y/u horas de trabajo – especialmente en profesionales y técnicos- concentra las oportunidades en pocas manos y esclaviza la vida sin tiempo libre-liberador. Y con esto vamos al siguiente escalón: el cuidado, que requiere tiempo, requiere dejar de mediar todas las relaciones humanas y con lo no humano a través del consumo y el espectáculo, requiere la escucha, contemplación y respeto empático de toda la diversidad humana y no humana, requiere la vivencia constante de la interdependencia entre todos los seres del planeta.
Para (re)comenzar otros mundos posibles nos vemos empujados, desde hoy y cada día, a rumiar y ensayar cada uno y en colectivo otros modos de existencia, aprendiendo y valorando a quienes ya lo venían haciendo antes de la cuarentena-crisis, teniendo en cuenta las heridas y cicatrices de la desigualdad e injusticia, y aportando nuestro gesto singular creativo y amoroso.
[1] Escribimos sin olvidar el lugar de enunciación desde dónde lo hacemos: desde aquellxs que tienen casa, pueden quedarse teletrabajando y cuidando, padeciendo el pliegue de distintos planos y tareas que se condensan actualmente en el hogar, pero sin por ello exponerse a mayor violencia doméstica.