Sacando piojos en París
Sacando piojos en París comprendió con el cuerpo, el título del libro que había visto hace poco en una librería: Maternidad monstruosa
Revisando minuciosa y sádicamente la irreversible muerte de cada piojo y sus múltiples crías, se preguntó, una vez más, por el deseo más allá de la maternidad. Por el deseo de realización singular. Fuera del ideal de buena madre, caracterizado por la abnegación y el sacrificio y por supuesto, su innegable doble cara, la queja y la insatisfacción. La asfixia que tantas veces produce ese resentimiento cotidiano. Y aunque sea justa la causa, no nos hace más felices enfocarnos en lo que no está en nuestras manos.
La maternidad patriarcal ha hecho que muchas madres a lo largo de nuestra vida sintiéramos, como escribió Adrienne Rich, en Nacida de mujer: “la culpa, la responsabilidad sin poder sobre las vidas humanas, los juicios y las condenas, el temor del propio poder, la culpa, la culpa, la culpa”.
Con 37 años llevaba siete muertos en el haber de la familia en que le tocó nacer. Poco después del suicidio de su sobrino y ahijado, decidió ser madre. Tiene una hija maravillosa.
La maternidad, me dice convencida, es una decisión de las mujeres.
Más o menos, le discuto sola para reírnos en que, sin duda, es una decisión por la vida y, también, que no hay maternidad que no sea monstruosa. Y ésto, muchas veces, es una decisión difícil de sostener.
Somos y seremos siempre malas madres bajo las condiciones actuales. No podremos dejar de serlo, a no ser que logremos sentirnos orgullosamente madres monstruas. La maternidad será monstruosamente tierna o no será.
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