Semillas de vida en un paisaje de veneno: voces de mujeres rurales II
Hoy se celebra el Día Internacional del Arroz, tiempo propicio para escuchar otras voces desde el territorio. Mientras se repite que Uruguay alimenta a 30 millones de personas, en muchos hogares persiste el hambre. Las mujeres rurales recuerdan que la expansión arrocera también sembró huellas de despojo y resistencia. En el marco del Día de las Mujeres Rurales celebrado en octubre, compartimos este nuevo texto, escrito a dos voces.
Están floreciendo las azucenas rojas que traje del jardín de Rosa. Todas las mañanas, desde hace unos días, voy a ver si abrieron. Aprendí con Rosa a cultivar la paciencia y la curiosidad, siguiendo cada movimiento de sus manos ágiles y de su cuerpo, que no para quieto. Sus pies están siempre en la tierra, y no lo digo como metáfora. Con sus pies descalzos, Rosa llama a los pavos, las gallinas, los pollitos, imitando sus sonidos. Es hermoso verla mezclada entre el bicherío que responde a su canto, los frutales, los yuyos, y la quinta: toda una agrofloresta que fue cultivando a lo largo de los años. Rosa, atenta a cada detalle, conoce su territorio y lo cuida. Su voz apenas se escucha, pero cuando habla, cada palabra se hace sentir.
Siempre en los alambres, la cocina, la quinta, los bichos
Yo nací en Lascano en 1957, pero no sé qué tenía cuando mis padres se vinieron, que vinieron pa’ campaña a la casa de mi abuelo paterno, por parte de padre. Y ahí no sé cuánto tenía yo, unos días, muy chica era. Y me dio eso que quedan amarillos, tirisia le llamaban antes. No sé qué era. Bueno sé que me llevaron al médico en Cebollatí. He oído todas las historias. Oía las historias a mis padres y a Tercilia, una vieja que hay por ahí, que mis padres paraban cuando iban al pueblo. Dicen que ella fue la que me salvó, porque el médico no daba bola. Dice que yo estaba con la lengua afuera, por morirme, con la lengua dura, hasta que se fue. Dice que había movido la lengua y que había recogido la lengua. No sé lo que era. Bueno, yo sé que me salvó la vieja.
Después mis padres se vinieron a aquella casona hacia el fondo, lejos de donde estamos ahora. Yo era chica. No sé tampoco ahí cuánto tenía. Y me crié ahí hasta los diez años más o menos. Ahí nacimos todas, las cuatro. Entré a la escuela de 7 años. Íbamos a la escuela en una petisa, a la Escuela 91. No me mandaban antes porque, pa no mandarme sola. Terminé la escuela como de catorce años. Mis hermanas iban las tres a la escuela y yo quedaba con mis viejos aquí, mi madre y mi padre. No se me pasó por la cabeza estudiar, ni por correspondencia, porque había algunas gurisas aquí, algunas vecinas, que estudiaban por correspondencia. Mis hermanas tampoco. Ninguna estudió nada. Capaz que no hubo nadie que dijera, porque de mis padres, no me acuerdo que me hayan preguntado si quería estudiar algo.
Un día a mi abuela se le murió una vaca y quedó la ternerita. Y la ternerita no sé por qué estaba en el potrero con una lechera. Andaba la ternerita ahí, y un día la abuela estaba, que la tengo patente a la abuela sentada siempre en la puerta, en un sillón. Y yo parece que le adiviné lo que iba a decir, porque dice, “a ver, a ver ¿quién va a cuidar la ternerita?” Y yo le dije: “yo, yo”. Esa lechera que había era de mi madre y tenía pa’ sacar leche pa’ nosotras, que éramos cuatro. Y apoyaba al ternero, y después que apoyaba al ternero, así como voy yo, ataba al ternero, sacaba la leche y la ponía a mamar en la vaca. Y así se fue criando, y se crió.
Esas gallinas las crié guachas. Crianzas he criado desde… me falta criar un potranquito. Porque he criado terneros guachos, corderos guachos, bichos guachos de gallinas, gansos guachos, he criado mulitas guachas, he criado liebres guachas. La liebre terminó muriendo, no sé si, yo qué sé, si le tendría algún parásito o algo, no sé. Pero no sé los años que tuve aquel bicho. La mulita la crié, la crié, la crié y después terminé comiéndola.
A mi me divertía todo, me gustaba todo, me divertía igual tener que ir a la chacra a deschalar maíz, a cosechar porotos, lo que fuera. Salir, salíamos muy poco. Mi padre siempre hacía changas de alambre y cosas. Yo era la cola, siempre andaba atrás de él, siempre en los alambres, siempre en aquello. También en la quinta, en la cocina, en los bichos, en todo.
Estuve hasta noviembre en casa, hasta que la maestra tenía una niña y precisaba una niñera. Me mandó decir por mis hermanas si no quería ir a cuidarle la niña. Y fui un mes. Y después seguí en eso, con mi padre ahí en la chacra, a esquilar las ovejas, íbamos al alambre, medio como la Cristina. Y al otro año, cuando abrieron las clases, no había empleada en la escuela, y la maestra, el primer día no más creo que fue, mandó a uno de los gurises de la escuela a ver si yo no iba a cocinar. ¡A cocinar pa’ un barrio ya! Bueno, y empecé en la cocinada esa. Iba todos los días, como ocho o nueve años fueron de eso, de la cocinada, hasta los veintipico que nos casamos.
Éramos de aquí, de cerquita. Nos conocimos de trabajar yo en la escuela y encontrarnos por allí, conversar. Antes se pedía de ir a visitar, pa’ casarse, ¡un protocolo que dios nos libre! Un protocolo bárbaro era. Allí poblamos. En donde los padres de Matías, allí hicimos todo nosotros. Lo único que habían hecho los padres de Matías era una cachimba. Era lo único que había. Y ahí ya después nació Mario y vivimos 22 años allí.
Yo no conocía el arroz
En esas épocas no se le echaba fertilizante ni nada. Nada, nada, nada. Había sido chacra de maíz. Cada tacuruses, inmensos. Nosotros jugábamos corriendo a la que subiera corriendo a la punta del tacurú. Yo no conocía el arroz. De ir a Cebollatí y ver allá cerca de Cebollatí algo. Pero no me acuerdo qué edad tendría cuando empezaron a llegar las arroceras. Nos fumigaron acá como dos o tres veces, pero no tanto como esa vez que, debe ser como cerca de 15 años ya, cuando quemaron ahí todo eso. Cuando quemaron con lo que echaron ahí en ese campo. Ahora están un poco más controlados cuando echan con los mosquitos esos, que yo pa’ mi que es el más seguro, el que menos contamina. Van ahí, cargan y tiran, y quedan los lamparones quemados. Si uno se fija, no pasa el alambre, queda ahí en la orillita del alambre. Pero unos años atrás era un relajo. Dejando los tarros tirados donde quieran. La denuncia se hizo al ministerio, y vinieron. Y le encajaron una multa al de los aviones. Y ta, y queda en eso.
Antes era todo el mundo que hacía la chacra, hacía la quinta. Casi todo el mundo tenía chancho. Aunque fuera un chancho, tenían. Y que la vaca, y que la oveja. Casi lo mínimo era lo que se compraba. Y ahora no existe eso. La quinta y la chacra, ves una de casualidad. Hoy todo se compra, hasta la ración por los bichos, que antes se hacía la chacra, así que no tenías que comprar. Comprar afrechillo para los chanchos, no más. No había ese gasto de la ración.
Antes había gente en cantidad en todos lados. Ahora no hay nada. Se cayeron los ranchos. Yo alcancé a cocinar con 32 gurises en la escuela, y ahora hay tres. Había cantidad de casas. En todas las casas había naranjero, tangerino, limonero. En casa de la abuela no más, limones amarillos de esos, había como cuatro o cinco árboles. Y cuando era la etapa del limón, no sabían lo que iban a hacer. Naranjeros yo no sé lo que había. Tangerino, había quince tangerinos, y eso hoy en día no sé si existen árboles de esos. En todas las casas de la costa del Estero había no un árbol, ¡cantidad había!
Hace años, que cuando éramos gurisas jugábamos cuando había agua en los charcos cuando llovía, era con el sapito chiquito negro ese barriga colorada. Y ahora no existe, no ves uno. El cangrejo es otro bicho que hay, pero muy poco, a comparación de lo que había antes. Los otros días ví una viudita blanca. Hay viudita blanca y viudita negra. Un pajarito que es blanco con la puntita de las alas negras y no me acuerdo qué otra cosa tiene negro. Y eso se ha terminado también, casi que no se ven. El sabiá que había un sabiá de pecho medio colorado, ese está muy escaso también. El sapo escuerzo que le llamábamos, un sapo redondo grande, ese yo no he visto más. Había otros sapitos más chicos, los tocabas y quedaban blanditos. No ves bichos de esos. En estos lugares abundaba la mulita, abundaba la comadreja, el lagarto, todos esos bichos, el zorrillo. Ahora hay pero no como antes.
Cada vez menos gente hay en la campaña. Todo está más fácil porque todos tienen un vehículo, todos van al pueblo. Todos traen la fruta, la verdura, todo del mercado allí, sea cara o sea barata o sea fea. La gente como que no le incentiva plantar y tener la plantita y cosechar. Un poco pudiera ser por ese tema de los herbicidas que cuando quieres acordar, te matan. Matar del todo, del todo, no te matan, pero te dejan todo enfermo los árboles. Mira que aquí pasan por arriba de las casas. Hace como un mes o más, cuando empezaron con los movimientos de tierra a quemar pal’ arroz, quedaron los árboles, las plantas, todas overas (amarronadas, manchadas). Mucho se muere pero brota, pero no brotan lo mismo que si no les pasara nada. Se ve en los eucaliptos, se ve en las plantas chicas más sensibles, se ve en las hojas de los árboles, algunas que quedan overas. Esa vez fue un dron. Vienen y se instalan en la chacra y echan en la chacra ahí. Y si hay viento, como ese día que echaron con viento de ese lado, supuestamente viene con el viento. Porque yo digo, un dron podría andar más abajo de lo que andaba.
Rosa de los pies descalzos
Desde su hacer y cuidar cotidiano, Rosa teje la trama de la vida en medio del verde uniforme de las arroceras y el agua envenenada. Como el de tantas mujeres rurales, su cuidado insiste: una semilla que no deja de brotar. Rosa cuida de su quinta y de su jardín, de Matías -su compañero de vida-, y también de las pocas vecinas y vecinos que van quedando en Estero de Pelotas. Con su chispa silenciosa, contagia a otras mujeres para recuperar sus quintas. Anda por el mundo reconociendo qué le pasa a cada planta, a cada animal, a cada persona. Está siempre ahí, atenta, dispuesta. Hace un tiempo nos mensajeábamos por WhatsApp con Cristina, y me mandó una foto seguida de un texto: “Se enganchó en un alambre y se rajó todo. Lo costuramo”. La foto es de un pollo, y ellas dos, a su cuidado.
 

 
          


























