Vida y obra del padre Perico
En la revista argentina La Pulseada, Carlos Gassman, publica esta detallada reseña de la vida de Luis María Pérez Aguirre, «Perico». En enero se cumplieron veinte años de su fallecimiento. «Fundó un hogar para chicos desamparados, se comprometió política y socialmente, cuestionó a su Iglesia y actuó convencido de que para ganarse el cielo había que luchar por construirlo aquí en la tierra».
El 22 de abril de 1941, en Montevideo, nació un nuevo hijo de Raquel Aguirre Maza y Luis Pérez Villegas. El segundo de los ocho hermanos de esa acomodada familia uruguaya fue bautizado como Luis María Pérez Aguirre, “Perico”, como lo apodaron sus compañeros del seminario. Luego de terminar los estudios primarios en la escuela Richard Anderson llegó el momento de cursar el secundario. “Mi padre —narraría después—, como muestra de la extracción social a la que pertenecíamos, quería que lo hiciera en un colegio inglés muy exclusivo. Como no había cupos, mi madre sugirió que entrara al colegio Sagrado Corazón. Casi por casualidad se dio entonces ese primer contacto con los jesuitas que marcaría mi vida para siempre”.
Perico siempre se sintió orgulloso de integrar esa congregación: “La Compañía de Jesús tiene en América una historia muy honrosa. Intentaron para la región la realización de una verdadera utopía, tan revolucionaria que se volvió insoportable para la corona española. Lograron una simbiosis entre la cultura guaraní y los valores cristianos, y llegaron a crear la propiedad comunitaria. Fue un intento glorioso que nos legó el desafío de seguir bregando por una transformación social. Esa utopía de los jesuitas está muy vinculada con algo tan fundamental para todos los uruguayos como es el pensamiento de Artigas”.
“Pa’ qué es la vida si no pa’ darla”
“El hecho de provenir de una familia con recursos económicos holgados” le posibilitó realizar durante su adolescencia “una serie de ensayos en busca de la felicidad personal. Hice deportes, como navegación a vela y montañismo. A los 14 años ya había cruzado la cordillera de los Andes y a los 16 hice mi primer vuelo como aviador civil. Pero todo eso sólo me daba una felicidad efímera. Me acuerdo que en la casa de mi abuelo trabajaba un jardinero italiano que había escapado de la guerra. Lo ayudé en pequeñas cosas y noté que ese hecho, tan simple, me generaba una gran felicidad. Y fui descubriendo que, como dice el Evangelio, hay más felicidad en dar que en centrarse en uno mismo”. Todo eso quedaría confirmado décadas después cuando, como lema del hogar de chicos abandonados que fundó, Perico propuso la frase: “Pa’ qué es la vida si no pa’ darla”.
Las cosas no fueron, sin embargo, tan fáciles al comienzo: “Atravesé etapas de gran tensión. En los días en que pensaba entrar como sacerdote, lo cual implicaba romper con todo mi pasado, con la vida que hasta entonces había tenido, arriesgándome a vivir de otra manera, pasé por horas de mucha angustia. Surgieron incluso en mí tentaciones de suicidio, pero luego fueron primando otras experiencias más de fondo”.
El Padre Luis Montes fue fundamental para que Pérez Aguirre terminara por decidir que su vocación de compromiso social debía canalizarse a través del sacerdocio: “Entré en la Compañía de Jesús, donde simultáneamente con el aprendizaje teórico hacíamos prácticas en hospitales y barrios marginales”.
Ese interés por el contacto directo con los necesitados nunca fue en desmedro de la capacitación intelectual. Perico se graduó en Humanidades Clásicas y en Psicología en Chile, obtuvo un Master en Ciencias Religiosas en Canadá, logró su Licenciatura en Teología en Argentina y consiguió un posgrado en Sociología en España. Pero siempre con la idea de no disociar la mente del cuerpo: “Mientras estudiaba teología en Toronto también recogía gusanos en el barro para una empresa pesquera o trabajaba como obrero industrial en una laminadora de acero. Lo hacía como opción personal porque pienso que no es buena una formación intelectual alejada del mundo del trabajo. Al contrario, creo que unir la mano con la cabeza nos da otra sensibilidad y una estructura mental distinta”.
La ordenación sacerdotal se produjo en Montevideo en 1970. Pérez Aguirre fue en primera instancia destinado a trabajar con estudiantes universitarios en la Casa de la Juventud Ramón Cabré de la capital uruguaya. Poco después se interesó por la situación de las prostitutas de la zona portuaria, a quienes ayudó hasta que lograron organizarse gremialmente.
“Hay que parar la máquina de fabricar pobres”
Un año clave en la vida de Perico fue 1975. Pese a que ya había empezado a tener problemas con el régimen militar, se convirtió en uno de los principales fundadores de la granja-hogar La Huella, situada en las afueras de la localidad de Las Piedras, departamento de Canelones. La iniciativa se gestó en el movimiento juvenil Los Castores de Emaús, que reunía a muchos laicos vinculados al colegio jesuita de Montevideo. Como lo explicaba Pérez Aguirre, “La Huella recoge a chicos que están en una situación de abandono, sin familia, previa decisión de un juez de menores. En este hogar se los educa, van a la escuela, se estudia caso por caso y se sigue su evolución haciendo un trabajo muy personalizado. Se busca que para ellos el Hogar sea como una familia. Cuando tienen un oficio y están en condiciones de llevar una vida independiente, salen para casarse o establecerse por cuenta propia. Algo que se hace de mutuo acuerdo. Es muy lindo verlos volver a casa ya realizados. Este emprendimiento nació en plena dictadura y pretendía mostrar que era posible organizar la vida social con otros criterios y valores. Allí se trabaja en propiedad comunitaria el campo, produciendo leche y criando cerdos. Además está cuestionada la división de roles en función del género masculino y femenino, a diferencia de lo que ocurre habitualmente en la sociedad. Las tareas se distribuyen de acuerdo a los talentos y no pensando, por ejemplo, que los hombres son más fuertes y las mujeres más débiles”.
Perico ampliaba así las motivaciones de los impulsores de La Huella: “Tratamos de actuar sobre los efectos de situaciones de injusticia estructural que llevan al abandono de los niños y son resultado de un modelo económico que impone falsas prioridades. Tenemos que luchar para cambiar esta estructura que genera pobres. Pero teniendo en claro que no basta con asistirlos sino que hay que parar la máquina de fabricar pobres. No les podíamos decir a los niños de la calle que teníamos que esperar a que cambiaran las estructuras. Era una eterna discusión de la izquierda: cambiar primero las estructuras para que cambie el hombre, o cambiar primero el corazón del hombre para que cambien las estructuras. Nosotros decíamos: ni una cosa ni la otra; las dos a la vez”.
Los guiaba una cita del abate Pierre, que había llegado incluso a vivir un tiempo en la casa del movimiento de los Castores: “Frente a cualquier sufrimiento humano preocúpate no sólo de solucionarlo en el acto sino también de destruir sus causas. No solamente de destruir sus causas sino también de solucionarlo en el acto. Nadie es ni serio, ni bueno, ni justo, ni verdadero mientras no ha resuelto consagrarse de corazón, con todo su ser, tanto a una como a otra de esas dos tareas, las cuales no pueden separarse sin renegarse”.
Contaba el ingeniero agrónomo Mario Costa, integrante del grupo fundador junto a Pérez Aguirre: “La Huella se levantó donde antes había funcionado una clásica estancia, con la casa de los patrones y la casa de los peones. En la casa de los patrones pasaron a vivir los niños y en las de los peones, los educadores. Pero Perico prefirió instalarse… ¡donde había sido el gallinero!”.
El Hogar continúa funcionando hoy en su emplazamiento original y sigue ocupándose de la promoción de “los más indefensos entre los indefensos”.
“Una solución que es legal pero no es justa”
Esta acción comprometida de Perico, que unía lo pastoral con lo político, le costó una constante persecución por parte de la dictadura uruguaya. Sufrió detenciones y torturas. En 1982 fue procesado por publicar en la revista La Plaza un artículo en el que afirmaba que alguien entrenado militarmente para matar era el menos indicado para dirigir una sociedad civil por su incapacidad para hallar formas de pacificación y conciliación social. Al año siguiente protagonizó, junto a otros dos religiosos, el sacerdote católico Jorge Osorio y el pastor metodista Ademar Olivera, un recordado ayuno antidictatorial que se prolongó durante 15 días y que caló muy hondo en la conciencia de la sociedad uruguaya.
Previamente, en 1981, había fundado la sección uruguaya del Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), que apoyó a los familiares de los desaparecidos, luchó por la liberación de los presos políticos y reclamó el retorno de la democracia. Perico aprovechó todos sus contactos en el exterior para denunciar ante el mundo los atropellos a los derechos humanos de la dictadura: “Era muy importante crear esos espacios en defensa de los derechos elementales de las personas. Eran momentos muy difíciles en los que hasta el trabajo humanitario se catalogó como un delito. Me tocó asistir a las madres con hijos desaparecidos, a hijos que tienen a sus padres desaparecidos, a abuelas que reclaman por sus hijos y sus nietos”. Sin embargo, cuando unos años después, en 1984, el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel le propuso a Pérez Aguirre hacerse cargo de la coordinación latinoamericana del SERPAJ, Perico rechazó el ofrecimiento porque no estaba dispuesto a abandonar a sus chicos del hogar La Huella.
Perico, que colaboró para que el poeta Juan Gelman se reencontrase con su nieta desaparecida, tenía muy en claro que era imprescindible llegar “a la verdad de lo sucedido para sanear al cuerpo social. Porque hasta ahora se llegó a un tipo de solución que es legal pero no es justa. Pongo mi caso personal como ejemplo: me he encontrado en las calles de Montevideo con mi propio torturador caminando como un gran señor. Está también el caso de los médicos que colaboraron en las torturas y hoy trabajan como si fuesen honestos profesionales, sin que la sociedad tenga posibilidad de saberlo. ¿Alguien se pondría voluntariamente en manos de doctores que hicieron esas barbaridades? Lógicamente la mayoría diría que no, pero, como hasta hoy no lo saben, son muchos los que se siguen atendiendo con ellos”.
“Una Iglesia incoherente entre su decir y su hacer”
Como tantos otros, Perico tenía que batallar simultáneamente no sólo contra el poder político sino también contra la jerarquía religiosa. En 1993, la publicación de su libro La Iglesia increíble provocó un verdadero escándalo y Pérez Aguirre fue sometido por las autoridades católicas al régimen de censura eclesiástica. En ese texto dice: “La Iglesia ha perdido credibilidad porque persigue y acorrala a teólogos; porque en su práctica cotidiana no parece tener la misma sensibilidad y dedicación para con los pobres que para sus propias pretensiones y derechos; por su incoherencia entre su decir y su hacer, al proclamar de palabra los principios evangélicos para alinearse en los hechos con el poder, la insolidaridad, el autoritarismo, el secretismo y el centralismo”.
Mucho después Pérez Aguirre subrayaba que lo que había escrito no había perdido vigencia: “Mis preocupaciones reconocen tres vertientes. La primera tiene que ver con la opción por el pobre, donde hay una enorme distancia entre el decir y el hacer. La segunda es el manejo del poder dentro de la Iglesia. Es un tema muy sensible y ya se saben los escozores que mis opiniones han creado en algunos sectores. La tercera tiene que ver con el lugar de la mujer dentro de la Iglesia, el tema de la sexualidad, el tema de la moral. Yo he dicho que para mí es un problema de derechos humanos, ya que la mujer no tiene casi derechos dentro de la comunidad. El derecho canónico está hecho por varones. Siempre me pregunté cómo sería una teología hecha por mujeres, desde la mujer y por la mujer. Algo empieza a cambiar ya en este campo y nos muestra realidades que nosotros, los varones, en dos mil años de historia casi no habíamos visto”.
Además de La Iglesia increíble, escribió otros catorce libros, incluidos ensayos sobre teología, derechos humanos y pedagogía, que se tradujeron a numerosas lenguas. Algunos de los títulos de esos textos son elocuentes: Anti-confesiones de un cristiano, Derechos humanos: pautas para una educación liberadora, Desnudo de seguridades, La condición femenina, La opción entrañable, Mujer de la vida, Testigos de Cristo hasta la muerte y Una buena noticia sobre el sexo. Asimismo, Pericoejerció el periodismo en distintos diarios y revistas nacionales e internacionales. Y su lucha a favor de los derechos humanos fue reconocida en el mundo con diversas distinciones.
El 25 de enero de 2001 sucede un accidente casi absurdo. Pérez Aguirre es atropellado por un ómnibus mientras circula en bicicleta por las calles del balneario Costa Azul, en Canelones. Como no llevaba identificación, murió en el mismo anonimato en el que vivía la mayoría de las personas a las que había dedicado su existencia. Su cuerpo recién fue identificado horas después, por un amigo que había denunciado su ausencia y reconoció la bicicleta.
“Fue a lo largo de toda su vida un ejemplo de conducta”, dijo al conocer la noticia el entonces presidente oriental, Jorge Batlle. “Predicó con el ejemplo al llevar a la práctica su compromiso con los postergados”, señaló en su editorial el diario La República. Frente a ácidas ironías como la de George Bernard Shaw, que decía que “el cristianismo podría ser bueno si alguien intentara practicarlo”, hombres como Pérez Aguirre (o como nuestro Carlitos Cajade) mostraron que no era imposible —como escribió el mismo editorialista— “vivir y actuar en un todo de acuerdo con los principios e ideales del más auténtico cristianismo”. Por eso, en un país que se ufana de su laicismo, un cura como Perico supo ganarse para siempre la admiración, el cariño y la gratitud de la gran mayoría de los uruguayos.
Así pensaba, así escribía
“Hay que asumir con radical sinceridad la crisis de los valores y paradigmas teóricos. Para enderezar este planeta torcido y acallar el llanto de dolor de los excluidos es preciso revisarlos con profundidad. Los instrumentos de pensamiento y análisis que habitualmente usábamos ya no nos sirven. Debemos hacernos cargo de la realidad, conocerla real y vivencialmente, sufrirla visceralmente, para así poder descubrirla intelectualmente”.
“Engels señalaba que no se piensa lo mismo desde una choza que desde un palacio. Nosotros deberíamos completar esa afirmación diciendo que tampoco se siente, se ve o se experimenta la realidad de la misma manera. Aún suponiendo la mejor intención, la mejor voluntad y los mejores talentos intelectuales, no se ve, no se siente la realidad de igual modo. ‘Todo es según el dolor con que se mira’, decía con lúcida precisión Mario Benedetti”.
“Es de izquierda quien se rebela y no acepta el orden establecido, quien está convencido de que es posible cambiar las cosas y lucha por ello, quien está efectivamente al lado de los más desfavorecidos, quien lucha por los derechos humanos empezando por los excluidos”.
“Que toda lucha de liberación femenina comience centrándose en la liberación del cuerpo es la señal más clara de dónde está el primer cautiverio. El cuerpo es la prisión donde la mujer está actualmente encerrada, donde ha sido recluida por mitos, credos e ideologías que sólo buscan dominarla”.
“Si no se accede a la verdad y se hace justicia nuestro Uruguay estará transitando por un despeñadero hacia el suicidio social. Decirles a los ‘mengueles y barbies’ que andan sueltos por nuestras calles que nadie podrá hacer justicia con ellos es confirmarlos en su convicción de que el terrorismo de Estado es impune. Y esa impunidad será generadora de severísimos trastornos psicosociales de efectos imprevisibles. Se ha dicho que hurgar en el pasado es abrir nuevamente las heridas. Pero ¿quién y cuándo se cerraron? Están abiertas y la única manera de cerrarlas será logrando una reconciliación que se asiente sobre la verdad y la justicia”.
“Para los cristianos Dios no es alguien lejano, en él viven y lo encuentran en el hombre, especialmente en los pobres. Ahí se le sirve y se le rinde culto. El hombre es su templo y su imagen. Por eso el cristiano no puede olvidar nunca el templo vivo en el que Dios habita y que es constantemente profanado. Y aquí podemos evocar a los famélicos, los empobrecidos, los torturados, las prostitutas y todos aquellos que fueron atropellados en su dignidad”.
“Nuevas demandas reclaman la construcción de una nueva civilización afirmada en una nueva ética que tenga como basamento a los derechos humanos. Esas demandas vienen fundamentalmente de una sociedad civil con nuevos sujetos históricos —mujeres, indígenas, jóvenes— y de la conciencia creciente sobre la crisis ecológica. Además, la temática de género, contra el machismo y el patriarcado, abre enormes potencialidades de rectificación de rumbos, creatividad y movilización popular. Las demandas de la mujer, de las etnias y de los que claman por el respeto de la naturaleza son hoy las alternativas más esperanzadoras”.
Publicado originalmente en la pulseada.com.ar