“Yo lo ví”. Una mirada colectiva contra la censura en el 300 Carlos
En el Servicio de Material y Armamento del Ejército donde funcionó el ‘300 Carlos’ -hoy sitio de memoria-, todavía rige la censura. “Yo lo ví” es un proyecto artístico colaborativo de la Udelar, que busca saltar la prohibición de tomar fotos y videos impuesta en el lugar, rescatando imágnes de las huellas del terrorismo de estado, que a veces vuelve a pisar la democracia.
El centro clandestino de detención y torturas 300 Carlos, también conocido como “infierno grande”, funcionó en el galpón n°4 del Servicio de Material y Armamento (SMA) del Ejército uruguayo, entre noviembre de 1975 y principios de 1977. La construcción, de aproximadamente 40 metros de largo, 15 de ancho y 7 de alto, está atiborrada de máquinas. Al espacio se ingresa a través de dos pesados portones, ubicados sobre uno de los laterales. Las únicas ventanas que hay están casi a la altura del techo abovedado y hacen que el lugar parezca enorme. El piso -el mismo de aquellos años- es de un frío y hosco hormigón. A la derecha del ingreso al galpón hay un entrepiso al que se accede por una angosta y larga escalera de baldosas amarillas. Esa escalera termina frente a la oficina donde funcionaba la principal sala de interrogatorios y torturas, por la que pasaron más de 600 presos políticos, ocho de los cuales permanecen desaparecidos.
Un grupo de artistas convocados por la cátedra del Taller López de la Torre de la Facultad de Artes de la Universidad de la República tomó la iniciativa de realizar un registro gráfico, aprovechando las visitas guiadas al 300 Carlos, para saltar la prohibición de tomar fotos o videos en el lugar impuesta por el Ministerio de Defensa. Estos trabajos artísticos, puestos al servicio de un interés social, fueron recopilados en una serie de diez libretas bajo el nombre “Yo lo ví”.
En ese marco, entrevistamos a la profesora titular de la cátedra, Ana Laura López de la Torre, y su ayudante, Pilar González, que explicaron que este trabajo comenzó “en abril del 2022, con la invitación de un artista chileno que estaba trabajando en el Museo de la Memoria, Cristian Espinosa”. Luego de una reunión con integrantes y sobrevivientes de la comisión, “me quedé pensando mucho en esta cuestión como de un doble régimen de falta de visibilidad; la de la situación actual, pero también la de las personas (los sobrevivientes), que no tenían una memoria visual del lugar porque estaban encapuchadas”.
A partir de ahí, armaron la propuesta de crear un espacio de formación integral, incluyendo docentes y artistas de artes gráficas, “gente muy militante y con una práctica extensionista de ponerle mucho el cuerpo”, explicó López. Del espacio también participa Francesca Cassariego, docente en la Facultad de Arquitectura, quien tuvo “su propia vivencia como víctima del terrorismo de Estado, ella y toda su familia”.
“Yo lo vi”
El espacio de formación propuesto por el equipo se llamó “Yo lo vi” y busca “contribuir al desarrollo de visualidades para el 300 Carlos. Usar la herramienta del dibujo para bypassear la prohibición de la imagen en ese lugar”. Cabe aclarar que las únicas imágenes de acceso público que existen son las de una pericia judicial.
López explicó que el proyecto se propuso también “interpelar algunos sentidos, como dice la colega argentina Ana Longoni, sobre las políticas visuales del movimiento de derechos humanos, en donde ha habido, históricamente, una insistencia en la silueta del desaparecido, en la foto en blanco y negro del desaparecido, o en la imagen del cuerpo torturado, desnudo, mutilado, encapuchado, atado, y cómo reflexionar sobre esas prácticas de representación desde el pensamiento también”.
“Por ejemplo, como traen muchas pensadoras feministas o negras, ¿qué ocurre cuando reinscribimos el trauma en los cuerpos? O sea, ¿es todo lo que esas personas pueden ser? ¿La única forma que podemos representar esa experiencia es reinscribir esas violencias y volverlas a representar? O podemos corrernos de ese lugar y representarlas como luchadoras resistentes, gente que se ríe, que baila, que tuvo una vida después y antes de eso, con cuerpos íntegros que no están violentados, o incluso girar la mirada y ponerla sobre el victimario. Con todas esas premisas armamos un grupo con estudiantes y empezamos a ir. La premisa era ir durante un año a las visitas del sitio a dibujar, y acompañamos durante todo el año las visitas y llevamos cada uno su cuadernito para dibujar. A partir de esa experiencia, surgieron unas producciones visuales, hicimos una muestra, se hicieron afiches, obras, y otras cosas”, relató.
“Pero en realidad -prosiguió-, a medida que avanzaba el proceso y cuando íbamos llegando al final de ese año, nos dimos cuenta de que no era tanto la imagen que se producía, sino la práctica de ir a dibujar lo que era en alguna manera poderoso”.
Vigilancia y resistencia
El ingreso al predio para las visitas guiadas se realiza con inscripción previa y todo el recorrido se hace vigilado muy de cerca por los militares. “Al principio, cuando entrábamos -dijo López- nos movíamos por todo el galpón y cuando (los militares) vieron que nos metíamos por todos los rincones con el cuadernito, como que empezaron, ‘no, no, no, no, ¡por acá no se puede!’. De hecho ahora hacen como una especie de barricada cuando se va a la visita. Después, también empezamos a darnos cuenta de que cambiaban el lugar, o sea, de que había cosas que pasaban en el espacio. Por ejemplo, cambiaron un portón y la gente de la comisión como va más enfocada en la visita y el relato capaz que no están tan atentos a mirar, y no se habían dado cuenta del cambio. De hecho, según la ley, en el sitio no pueden hacer ninguna modificación. Los dos portones de afuera, que son dos portones amarillos, uno lo sacaron y pusieron un portón de hierro negro. Como íbamos documentando todas esas cosas con dibujos, lo notamos”, señaló.
La entrevistada reflexionó acerca de “las personas que acompañan la visita guiada, sobre todo en Rodolfo Porley”, y comentó: “Este hombre estuvo acá secuestrado como tres o cuatro meses y ahora viene una vez por mes. Lo menos que se puede hacer es ‘meterle visita’ al relato de lo que pasa, como una historia que se va construyendo en convivencia con quienes van todos los meses”.
Colectivizar la experiencia
González contó que a medida que pasaba el tiempo y el proceso se iba expandiendo, la forma de abordarlo fue cambiando y lo que empezó como un curso de un semestre, se convirtió en un taller de formación: “Esto trasciende ese curso anual en el sentido de que se quiso seguir trabajando con la comisión de Sitios, se quiso seguir trabajando con las visitas en el 300 Carlos. Estos dibujos eran recolectados como bitácoras. Cada estudiante hizo un proceso particular, y en la muestra de fin de año, interpretó esa experiencia desde lugares y desde lenguajes distintos”.
“Pero la idea de esta libreta en sí, más allá de los dibujos personales o de la bitácora, también era colectivizar esta experiencia, y en esto de que se va agregando, va cambiando el sentido también de la libreta, porque se va multiplicando esta mirada”.
En el segundo año del taller invitaron “a otros artistas, algunos conocidos como Sebastián Santana, Martín Verges, Federico Stoll, Catéter, Federico Lagomarsino, que entendíamos se podrían sensibilizar con la propuesta. Armamos grupos entre estudiantes de la Facultad, de otras unidades, o de otros años, y artistas plásticos”.
“El objetivo de las libretas es que puedan ser completadas, que puedan estar todas con dibujos para cuando el sitio de memoria realmente sea un sitio de memoria, y no esté más en manos de las fuerzas armadas”, sostuvo.
¿Trofeo de guerra?
Durante la visita vimos que en una de las habitaciones donde funcionaba una de las salas de tortura, había unas medallas doradas colgando de un perchero. Según López, en el lugar hay una máquina para hacer medallas y trofeos. “Nos indigna fuertemente que el lugar esté en manos de los militares y que tengan un taller de trofeos. Claro, nosotros que venimos de todo el campo de lo simbólico nos explota la cabeza. La comisión no tenía ese dato particular. Y no es un dato significativo para ellos necesariamente, pero para nosotros es todo. La cuestión del acceso público es central”.
En las bitácoras, se repiten una y otra vez imágenes de la escalera, de las botas y de un busto de Artigas. “El primer año que fuimos -relató López-, estaban haciendo un busto de Artigas porque tienen una fundición ahí. Entonces se veía la cabeza de Artigas en distintos lugares, en distintas etapas. Y en una de las libretas, uno de los artistas anotó: ‘José Gervasio soñaba otra cosa’, haciendo referencia a la canción de Jorge Lazaroff. Nosotros le prestamos mucha atención a esas cosas” que son “del orden simbólico, de las poéticas”.
Taller López de la Torre
López de la Torre nos contó sobre su amplia formación, que realizó mayoritariamente en el exterior, tras una suerte de “exilio”, luego de que fracasara el referéndum que buscaba abolir la ley de caducidad. “Me fui con 19 años, en el coletazo del fracaso del voto verde, muy molesta, muy enojada. También mujer joven. Uruguay no era un lindo país para estar. Fue como una especie de autoexilio entre feminista y molesto con las persistencias de la impunidad en el país”. Vivió primero en España, después en Inglaterra. Con el pasar de los años, fue encontrando “una buena sintonía entre la militancia y la práctica artística, prácticas más colectivas, del trabajo a nivel barrial, como una cosa de arte conceptual comunitario”.
El taller lleva su nombre por una vieja tradición de la Facultad de Artes, inspirada en la pedagogía Bauhaus, que pretende que “un artista de reconocimiento imparta una serie de enseñanzas que tienen que ver con su imaginario pedagógico, estético, político, lo que sea”, nos contó López un poco sonrojada. “Dejemos -esperemos- que eso se extinga en algún momento”.
El taller “tiene un foco en prácticas artísticas de orientación social, prácticas colectivas, colaborativas, participativas, prácticas barriales, arte comunitario. Todo el rango de prácticas que tienen que ver con un posicionamiento político del arte, que se aleja de la figura del artista individual que hace obras de arte para circulación en contextos institucionales o en el mercado. En términos generales, lo que intentamos hacer es promover que hay otras formas de hacer arte, que no son el ideal moderno, digamos”.
Este equipo docente lo completan Paula Delgado Iglesias (profesora adjunta), Lucía Segalerba (asistente), Florencia Martínez (ayudante) y Federico Puig (ayudante). Para más información, se puede visitar la extensión “Taller López de la Torre”, en el sitio web de la Facultad de Artes.