Nicaragua: los muertos no dialogan
Hace ya cuatro días que no suena un disparo en Nicaragua, pero la cifra de muertos sigue aumentando en todos los listados. El jueves, la Comisión Nicaragüense de Derechos Humanos confirmó 38 muertes y 46 desaparecidos. La Comisión Permanente de Derechos Humanos, en cambio, elevó el registro a 63 muertos y 15 desaparecidos. La mayoría de ellos estudiantes. Todos caídos durante la represión gubernamental contra las protestas celebradas entre el 18 y el 22 de abril. Casi todas las muertes son atribuidas a las fuerzas de seguridad pública y a los grupos de choque del régimen, conocidos como las Juventudes Sandinistas. Los agresores han sido replegados, pero las protestas siguen.
Mientras se organiza una mesa de diálogo nacional convocada por la Conferencia Episcopal, Managua ha convertido las protestas diarias en vigilias y homenaje a los caídos y las vigilias en protestas contra el presidente Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo.
El primer muerto fue un joven llamado Darwin Urbina. Cayó víctima de un escopetazo en los alrededores de la Universidad Politécnica durante las protestas del 19 de abril. Según su familia, regresaba a casa tras la jornada laboral en un supermercado.
La vicepresidenta Murillo dijo que la escopeta que lo mató había sido disparada desde el recinto universitario, donde se atrincheraron varios estudiantes. Pero todo parece indicar que fue asesinado por la policía. Ese mismo día la esposa del comandante aseguró que su gobierno no tenía detenidos y que los responsables de la violencia eran grupos llenos de odio. “Que estos minúsculos grupos, con minúsculas agendas y minúsculo pensamiento, y todavía más diminuta conciencia, sepan que no van a alterar el rumbo que lleva Nicaragua hacia adelante, y siempre más allá. ¡Ese es nuestro compromiso y nuestro homenaje a las víctimas del odio de estos grupos, digo minúsculos, mediocres!”.
Con el paso de los días, la realidad desmintió a la vicepresidenta. La familia de Urbina rechazó que el disparo que lo mató proviniera de la universidad y acusó a la policía de haber disparado balas reales y no de goma como alegaban. Ante el aumento de la presión popular e internacional, el gobierno se vio obligado a liberar el martes 24 a decenas de detenidos que denunciaron haber sido golpeados y torturados en las celdas policiales. Los “grupos minúsculos” se convirtieron en el centro de la protesta generalizada y han alterado todo el rumbo que llevaba Nicaragua. Y los muertos, que cada día son más, son en su mayoría víctimas de las fuerzas del régimen.
A Marcos Samorio le dispararon en un puente. Venía regresando también de su trabajo, el viernes 20 de abril, cuando se encontró con los grupos de choque. Fue llevado herido a un hospital, donde murió poco después. Tenía 30 años y era empleado de una empresa agrícola. Vivía con su abuela, Esperanza Torres, tres tías y varios sobrinos. Deja un hijo de 7 años. “Le cayó una bala en el costado que le perforó el pulmón y otra en el corazón”, dice la anciana. “Nos avisaron hasta el lunes. Aquí lo velamos”. A la entrada de la casa de los Samorio cuelga una foto enmarcada del hijo muerto. Al lado se marchita la única corona de flores que adornó la vela, enviada por la empresa Agrosacos donde laboraba.
La vicepresidenta Murillo, ahora, llama a la reconciliación y celebra las vigilias. Pero esas, que se llevan a cabo todos los días en todo el país, exigen también su salida y la de su esposo, el presidente Ortega.
La rotonda Jean Paul Genie, aloja vigilias casi todas las noches. Aquí mismo, tres días antes, manifestantes derribaron dos de los cientos de “árboles de la vida” que imponen el paisaje urbano de la capital: enormes estructuras de hierro que imitan árboles y que son el símbolo de Rosario Murillo, vicepresidenta y Primera Dama de Nicaragua. Los nicaragüenses los conocen como los chayopalos (A Murillo todos la llaman “La Chayo”). Su caída se convirtió en la imagen icónica de la revuelta de una nueva generación; en una parábola. La caída de los chayopalos es la correspondencia viral del derribamiento de la estatua de Somoza, en la era del hashtag. Cientos de estas estructuras adornan la capital nicaragüense y hoy la mayoría luce en su base las cicatrices de las protestas: fierros chamuscados, grafitti, focos quebrados. Cinco de ellos fueron derribados en las protestas; incluyendo los dos de la rotonda Jean Paul Genie.
Donde antes hubo chayopalos los manifestantes sembraron arbolitos de verdad y aquí, el 27 de abril, un pequeño altar improvisado, con veladoras y una virgen y hojas de papel con los nombres de decenas de jóvenes muertos. La vigilia se convirtió en una expresión al unísono de capitalinos de todos los estratos económicos y sociales. Hombres ya encaminados hacia la tercera edad -vestidos con nuevas camisas Columbia fabricadas para cumplir la promesa de otro tipo de actividades outdoor: safaris o pescadoras- cantando el himno junto a estudiantes encapuchados, madres de estudiantes muertos, mujeres con peinados de salón luciendo collares (muchos collares) de oro; obreros que aún portaban el uniforme de su empresa; vendedores; artistas; adolescentes que asistían a su primera experiencia política. Todos juntos cantando y gritando consignas:
Que se rinda ( dice el guía)… ¡tu madre! (responde la multitud) Es su lema de batalla. Su hashtag insurrecto. Su mantra. ¡Que se rinda tu madre! Una frase convertida en canto revolucionario, atribuida al poeta y combatiente sandinista Leonel Rugama, quien la habría pronunciado antes de morir al general somocista que exigía su rendición. ¡Que se rinda tu madre!
Una discomóvil amenizó la concentración con soundtrack ochentero: Los Guaraguau, Mercedes Sosa (Sooolo le piiido a Dioooos…), los Mejía Godoy omnipresentes y omnivigentes con Ay Nicaragua Nicaragüita la flor más linda de mi querer y ¡El Pueblo Unido Jamás Será Vencido! En su versión clásica y en la de Molotov. Después el grito histórico:
“¡Que viva Nicaragua libre!”
Ese, en un tiempo que ya casi nadie recuerda en Managua, también fue el grito de Daniel Ortega. Hoy es la conjura de la plaza para librarse de él. La memoria de la revolución sandinista, que alguna vez le erigió al comandante un altar reservado para los héroes de la patria, hoy juega en su contra. Varias pancartas dejaron registro de las nuevas interpretaciones: DANIEL Y SOMOZA SON LA MISMA COSA.
Ortega ha perdido la calle. La calle ha perdido el miedo.
En esta tierra de poetas dos poetas jóvenes tomaron también el micrófono y declamaron sus nuevas creaciones inspiradas por la situación. Loas a los estudiantes, condenas al “dictador” que tocó a su generación: Daniel Ortega. De vuelta al Nicaragua Nicaragüita.
La música la detuvo una mujer, estudiante de maestrías, que tomó el micrófono y dijo con firmeza: “Esto no es una celebración. Es una vigilia. Estamos de luto recordando a nuestros compañeros asesinados”. Y allí comenzó la catarsis.
La mujer habló a nombre del grupo de inconformes autodenominado El Pueblo Autoconvocado, autoconvocado por las redes sociales. “Se ha hablado de un posible diálogo entre el Gobierno y el Cosep. No estamos representados”, dijo.
El Consejo Superior de la Empresa Privada es el equivalente de la ANEP salvadoreña. Representa a los mayores capitales del país, que han sostenido al régimen de Ortega a pesar de que el mandatario y su esposa han secuestrado todas las instituciones públicas; pasado reformas constitucionales que le permitieron al comandante reelegirse indefinidamente y la clausura de partidos de oposición. Los grandes empresarios nicaragüenses han sostenido al régimen a cambio de beneficios impositivos y contratos con el Estado. Un contubernio al que ahora la calle también exige rendición de cuentas. “Esta situación nos ha abierto los ojos a muchas cosas”, dijo hace unos días uno de los dirigentes empresariales. Pero la calle no parece ya tenerles fe. “Son como garrapatas”, me dijo un periodista nicaragüense. “Están esperando a ver de qué lado sopla el viento para agarrarse a los que se queden después de esta crisis
El Cosep convocó a una marcha el lunes pasado, a favor de la paz. Se convirtió en una de las protestas más multitudinarias desde los días de la revolución. Pero después de tantos años de lo que hoy algunos líderes estudiantiles consideran complicidad del sector empresarial con Ortega, las sospechas no se han disipado. Algunos de los carteles en la rotonda Jean Paul Genie también iban dirigidos hacia ellos. Les exigían desmarcarse de Ortega.
La vigilia se tornó en llanto cuando una joven tomó el micrófono y anunció que ese día habían confirmado diez muertes más. A ello siguió la madre de uno de los estudiantes asesinados, llamado Michael Humberto, que expresó eufórica su rechazo al gobierno. Cuando se bajó del techo de la camioneta, decenas de personas hacían fila para darle flores y un abrazo. Otros encendieron sus celulares y procedieron a hacerle preguntas y a transmitir por Facebook Live. “Desde que tenemos estos aparatitos todos somos periodistas”, dijo un señor al terminar su transmisión personal.
Sobre la camioneta que servía de estrado, una adolescente tomó el micrófono y denunció “a la dictadura” por haber matado a un amigo suyo. Lanzó una advertencia al matrimonio Ortega, que fue aplaudida por la multitud: “De este año no pasan”. Después, llorando desconsoladamente, se desplomó sobre el techo de la camioneta. Las lágrimas corrieron también por las mejillas de cientos de manifestantes. Alguien levantó otra pancarta: LOS MUERTOS NO DIALOGAN.
Esas muertes, decenas de muertes innecesarias, se han convertido en el principal factor de unidad de los manifestantes. En el detonante del hartazgo. En el error garrafal del binomio Ortega-Murillo. Y parece que las cifras seguirán engrosándose. El miércoles aparecieron once cuerpos en la morgue del Instituto de Medicina Legal de Nicaragua. Todos con lesiones de bala. Una semana después del inicio de las protestas, los centros independientes de derechos humanos siguen recibiendo decenas de denuncias diarias de desaparecidos. Sus familiares los han buscado en los centros de detención; en los hospitales; en las morgues. Aún no aparecen.