Quedan tantos silencios por romper
La lengua es una construcción cultural y humana mediante la cual reproducimos el sexismo como ideología. La lingüística feminista evidencia los fenómenos lingüísticos que se relacionan con el género en toda su complejidad. Se pregunta, por ejemplo, quiénes hablan y quiénes callan, quiénes interrumpen, qué palabra tiene más valor. Para reflexionar sobre esto tomamos el incidente que protagonizaron Verónica Mato y Martín Lema el 2 de junio en el parlamento uruguayo.
La lengua es una construcción humana, un fenómeno histórico-social que no es ajeno a la lucha de poderes. En tanto tal, tiene una dimensión política que suele quedar invisibilizada cuando desde la lingüística tradicional/formalista se la concibe como un sistema autónomo independiente del contexto de uso, de las coyunturas sociales y culturales, e incapaz de generar cambios en el mundo que representa. Sin embargo, un análisis más atento de ciertas prácticas lingüísticas y discursivas, que como sociedad hemos naturalizado a partir de su repetición histórica, revela esa dimensión política: mediante el lenguaje hacemos o reproducimos el sexismo como ideología.
Un ejemplo actual, muy discutido públicamente, es el llamado lenguaje inclusivo, que siempre es objeto de polémica porque expresa una disputa política, aunque se lo intente ubicar como un problema meramente técnico-lingüístico. Las pasiones desproporcionadas que despierta este asunto solo se explican, a nuestro entender, porque se ponen en cuestión no solo las relaciones de género sino también las maneras en que concebimos el lenguaje. La acción feminista sobre la lengua desnaturaliza su supuesta neutralidad, revela el carácter eminentemente ideológico y político de las normas lingüísticas que siempre se nos presentan como una convención social aséptica y hace visibles las relaciones de poder que, como sucede con cualquier norma social, las constituyen.
Sin negar el valor de las iniciativas de lenguaje inclusivo, quienes desde la lingüística asumimos una perspectiva feminista y nos interesamos por las dimensiones políticas del lenguaje, vemos que muchas veces estas propuestas se circunscriben a aspectos léxicos y gramaticales (por ejemplo, el uso de la e o la x en lugar del masculino genérico). Intentamos contribuir a la discusión evidenciando que, cuando se analizan las relaciones entre lenguaje y género, es muy importante atender además los aspectos discursivos e interactivos que son parte de la lengua y la comunicación. Por ejemplo, vale la pena preguntarse quiénes hablan y quiénes no, quiénes son los que interrumpen y quiénes son las interrumpidas, qué palabra tiene más valor o quiénes acceden al discurso público.
El reciente incidente entre la diputada Mato y el diputado Lema nos permite indagar sobre el vínculo estrecho entre el lenguaje y la subordinación de género (mujeres y otras identidades no hegemónicas), porque muestra los múltiples modos en que esa dominación se manifiesta cotidianamente. El lenguaje es un maravilloso trenzador social, pero también un arma para dividir y estrujar, como plantea Yadira Calvo. En nuestra sociedad el habla se estimula para unos y se limita para otras, porque, como propone Ernesto Cuba, los recursos lingüísticos no se distribuyen de forma equitativa entre los múltiples géneros. De este modo, la negación del acceso a recursos como el discurso y la comunicación es un método de dominación muy efectivo, no solo usado a favor del sexismo. El uso de la palabra se relaciona con el estatus y el poder, y puesto que las mujeres en general han tenido y siguen teniendo menos poder y estatus, su acceso al discurso público ha sido históricamente restringido.
Desde mediados de los setenta, los estudios de lenguaje y género muestran que las mujeres son ignoradas, trivializadas y despreciadas por las palabras que se usan para describirlas; que se les enseña a hablar de manera diferente y se promueven textos para leer diferenciados según el género; que el discurso de la publicidad siempre las ubica en posición de consumidoras cuyo éxito se mide por la posibilidad de atraer un compañero heterosexual; que al reportar hechos de violencia contra las mujeres, la prensa a menudo transfiere la culpa a la víctima con alusiones a su aspecto físico, actitud o atuendo; que en la interacción las mujeres tienden a ser más corteses y expresar enojo parece ser patrimonio exclusivo de los hombres; entre muchos otros ejemplos. Específicamente sobre la interacción lingüística entre hombres y mujeres, los estudios señalan que ocurren más interrupciones cuando el grupo de interlocutores es mixto, que son los hombres quienes interrumpen en mayor proporción y que lo hacen más pronto que las mujeres. En definitiva, los hombres niegan la calidad de interlocutoras a las mujeres más a menudo, lo que pone en evidencia que la exclusión de las mujeres se expresa también en el plano del lenguaje.
Política de la incomodidad[1]
El día anterior a la movilización denominada Ni una menos, una parlamentaria usó la media hora de la que disponen los diputados antes del inicio de la sesión para saludar al movimiento feminista. Asimismo, dirigiéndose a los “queridos compañeros varones”, planteó las dificultades que aun tienen las mujeres para ser escuchadas en ese recinto. Durante su alocución, el presidente de la cámara de diputados la interrumpió porque consideró una “expresión hiriente” el planteo de la diputada. Lo curioso es que esta interrupción innecesaria sucedió precisamente en el momento en que se señalaba esta forma de dominación discursiva.
Si bien el foco de tensión fue puesto en la interrupción a la diputada, y en las razones expuestas por el presidente de la cámara para hacerlo, parece fundamental retomar parte del discurso que Mato había elaborado para esa media hora previa: el reclamo hacia sus compañeros varones por no escuchar la voz de las representantes. Este reclamo se ubica directamente en la esfera política pero no en la partidaria, no solo porque la diputada se dirigía a todos los varones, sino porque no era la primera vez que una parlamentaria sentía que su voz no era escuchada. Tampoco son las cámaras de representantes los únicos ámbitos de discusión en los que se silencia a la mujer, ni Mato la única política que pone este asunto sobre la mesa. Esto sucede también en otros ámbitos de la vida social, especialmente en los espacios de militancia y participación política, tanto en el interior de los partidos como en organizaciones no partidarias.
En su alocución sobre la falta de atención de los diputados a las diputadas cuando hacen uso de la palabra, Verónica Mato se dirigió a sus “compañeros varones” en lugar de remitirse exclusivamente al presidente de la cámara, tal como establece el reglamento. Sin embargo no es esto lo que a Lema le preocupó. La interrumpió por el presunto uso de una “expresión hiriente” que nunca logró especificar. De este modo, usó su poder en tanto presidente de la cámara, no para indicar un error de procedimiento, que sería lo único que le corresponde por su rol, sino para acallar el planteo de Mato por disentir con su contenido. La incomodidad de Lema expresa la irritación machista que no acepta que las mujeres tengan voz propia y la usen, precisamente, para mostrarles a los eternos e intocables dueños de la palabra que su voz vale tanto como otras.
Las estrategias de silenciamiento de hombres hacia mujeres en espacios de distinto tipo son diversas y están ampliamente documentadas por la lingüística. Una de ellas es que, cuando los hombres no coinciden con la opinión de una mujer, no ponen en debate el contenido sino que descalifican a la interlocutora como tal mediante diversos mecanismos. Por ejemplo, el uso de la confrontación y la intimidación para señalar a las mujeres que su comportamiento es inapropiado y que viola los estándares socialmente tolerables. El episodio no mostró al presidente de la cámara de diputados señalando, eventualmente, un error de procedimiento, sino a un hombre agraviado por las palabras de Mato. El contenido y la forma del discurso de Mato no eran hirientes sino firmes; su planteo no es conciliador, como se espera de una mujer, sino que interpela a los hombres y los insta a hacerse cargo de la parte que les toca en la reproducción del sexismo.
Si me permiten hablar
Sobra evidencia para sostener que el habla de las mujeres ha sido históricamente restringida y valorada negativamente, solo hace falta explorar la mitología, las leyendas clásicas, y hasta los ensayos de pensadores y teólogos: el silencio de la mujer es una virtud y el habla es un comportamiento poco atractivo y hasta peligroso que debe ser corregido o aleccionado. Pero en la actualidad la lucha feminista florece y se multiplica. En nuestro país y en muchos otros sitios el movimiento feminista funciona como habilitador de la palabra y garante de credibilidad para las mujeres. Cabe preguntarse entonces si es posible romper con una tradición discursiva tan enraizada en la sociedad y qué se puede hacer para combatir las estrategias de silenciamiento.
Contrario a lo que suele suceder con un discurso de sus características, enunciado por una parlamentaria joven en la media hora previa al inicio de la sesión, el de Mato tuvo múltiples instancias de amplificación. No fue la interrupción la que le dio visibilidad, la interrupción es la norma; el uso de estrategias de resistencia y empoderamiento por parte de ella misma y de otras mujeres dio a sus palabras un alcance inesperado.
Las estrategias individuales y colectivas que desarrollan las mujeres para resistir al silenciamiento son muchas y muy diversas, aunque puedan pasar inadvertidas. Una de ellas es la identificación y el señalamiento de los mecanismos de silenciamiento, que puede llevarse a cabo tanto por la persona que hace uso de la palabra como por alguien más que coopera para defender el turno de la persona interrumpida o silenciada. En este caso fue la propia Mato quien eligió hablar públicamente de esta situación para desnaturalizar el sometimiento discursivo. Evidenció el mecanismo de silenciamiento al señalarlo de forma abierta. Una segunda estrategia fue la persistencia: la diputada continuó leyendo a pesar de la interrupción y más tarde, fuera del ámbito parlamentario, subió a sus redes el discurso completo.
A partir de aquí entró en juego un entramado de mujeres que, cada cual desde sus posibilidades, contribuyó a amplificar el mensaje, ya sea compartiendo un video, discutiendo la situación con amigos y familias o, en el caso de las comunicadoras, dándole al tema el valioso espacio de aire en los medios. En los días siguientes al suceso en el parlamento, ambos implicados fueron invitados a programas radiales y televisivos en los cuales las comunicadoras mayormente mantuvieron el foco de la discusión, haciendo el esfuerzo consciente de retomar lo que quedó claro el 2 de junio en la cámara baja: a las mujeres se las escucha menos y se las interrumpe más.
Especial impacto tuvo la intervención de la actriz y comunicadora Cristina Morán, que colocó su capital social y cultural al servicio de la visibilización del discurso interrumpido. Morán puso su voz por la voz de la diputada. No se conformó con defender la postura de Mato, repitió exactamente sus palabras en un programa de televisión abierta (con una audiencia presumiblemente más amplia de la que se interesaría por un debate parlamentario) y lo hizo ante la presencia del diputado que había considerado hiriente lo que ahora estaba volviendo a escuchar. Esto nos lleva a la tercera estrategia de resistencia: la vincularidad. Esta es una estrategia colectiva que se basa en las relaciones de solidaridad entre las mujeres u otros grupos oprimidos. Muchas fueron las mujeres que se sintieron identificadas y apoyaron la importancia del tema que Mato había introducido en el parlamento, incluso a pesar de diferencias político partidarias, revelando que es una problemática de carácter social y cultural que excede lemas y partidos.
Lo lingüístico es político[2]
Lo sucedido en el parlamento hace algunos días no es más que una perla de un collar que de tan largo parece infinito. Como dijimos antes, más de cuarenta años de estudios de lenguaje y género alrededor del mundo muestran, con abundante bibliografía y diversidad de enfoques teóricos y metodológicos, que el acceso a la voz propia y al discurso público está lejos de ser algo dado para las mujeres y otras identidades no hegemónicas. Pero no es necesario ser especialistas de la lengua para darse cuenta de esto. Las mujeres que cotidianamente viven este tipo de situación en los ámbitos laborales, políticos, sindicales, gremiales de los que participan saben mejor que nadie de las dificultades para poder hablar y para hacerse oír.
Aunque políticos y académicos se empeñan en ignorarlo, la palabra tiene un vínculo dialéctico con las transformaciones de la existencia social, no se puede considerar el uso del lenguaje al margen de los imaginarios que expresa y constituye. Y esos imaginarios están en disputa. Sería ingenuo pensar que en un momento como este, en el que el feminismo relanzó el deseo de transformarlo todo, el uso de la lengua y la conciencia sobre ese uso no se verían también sacudidos. El episodio que protagonizaron Mato y Lema evidencia, revela, incomoda. Muestra las sutilezas del patriarcado y obliga a hacerse cargo, porque expone que no alcanza con no matar o con “tener amigas mujeres” para no ejercer violencia, sea esta física o simbólica. Asimismo, nos permite reconocer a la lengua como terreno de disputa política y nos invita a pensar la acción feminista sobre el lenguaje en términos amplios, observando los fenómenos lingüísticos que se relacionan con el género en toda su complejidad y considerando no solo los aspectos gramaticales sino también los niveles interactivos, discursivos e ideológicos siempre implicados.
[1] Tomamos esta expresión del artículo La política de la incomodidad, de José del Valle.
[2] Recuperamos esta expresión del texto Lo lingüístico es político, de Yásnaya Aguilar.