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De Palestina a Nueva York: globalizando la Intifada

6 mayo, 2024

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Ricardo Martín Coloma

De Palestina a Nueva York: globalizando la Intifada

Durante seis días, estudiantes de la City University of New York (CUNY) organizaron un campamento en solidaridad con Gaza. A pesar de la represión policial para desmantelarlo, el movimiento de solidaridad con Palestina está ganando fuerza, forjando compañerismo entre diversas identidades y sectores de la clase trabajadora. Este es nuestro relato de aquellos días.


En la tarde del martes 30 de abril, una líder estudiantil empuña un megáfono sobre la plataforma central de la plaza del campus de City College de la universidad pública de Nueva York, en el barrio de Harlem, al norte de Manhattan. “Recibimos un ultimátum: la universidad exige que desmantelemos el campamento mañana por la mañana”, anuncia ante un grupo de estudiantes que se acerca. A continuación, expone el contenido del correo electrónico que el liderazgo del Campamento de Solidaridad por Gaza acaba de recibir de la dirección de la universidad. “¡Debemos decidir colectivamente si queremos ceder a las amenazas de la administración o si defenderemos valientemente nuestro bando!”, continúa la joven. A su alrededor, la tensión se apodera de una incipiente asamblea que especula con el momento de la intervención policial y el desmantelamiento del campamento que acaba de cumplir su sexto día. “¿Cuál es el plan para defender el campamento de la policía?” pregunta Nour en tono preocupado. Estudiante de doctorado en Historia sobre cultura pop en Oriente Medio, Nour es uno de los muchos estudiantes y miembros de la comunidad que acampan allí desde el jueves. Ni los jóvenes líderes ni ninguno de los presentes parecen tener un plan concreto para hacer frente a la inminente invasión de las fuerzas del estado.

En el mástil de la plataforma central ondea una bandera de Palestina que disputa la legitimidad de la bandera norteamericana oficial, instalada unos metros por encima. Alrededor, varias decenas de tiendas de campaña se posan sobre las explanadas de césped, salteadas por equipamientos improvisados destinados a la distribución de comida, productos de higiene, mesas de propaganda y hasta una biblioteca con volúmenes de autores de diversas nacionalidades, entre los que se encuentra a Rosa Luxemburgo o Jorge Luís Borges. La sofisticación organizacional se ha desarrollado significativamente desde el jueves anterior, cuando un grupo de estudiantes, profesores, exalumnos y miembros de la comunidad en torno a la universidad decidieron instalar las primeras tiendas de campaña en un acto de solidaridad con Palestina. El campus de City College es solo uno de los que conforman la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), la institución universitaria más grande de la ciudad y responsable de la educación de unos 275.000 estudiantes de clase trabajadora, con distintos orígenes religiosos, étnico-raciales y de pertenencia nacional, lo que le valió el sobrenombre de “Harvard del proletariado”.

El campamento forma parte de una ola de protestas en las universidades de Estados Unidos, que comenzó en la universidad privada de Columbia, también en Nueva York, el 17 de abril en el mismo barrio de Harlem. El movimiento simboliza una escalada de las numerosas marchas que han tenido lugar en las calles de la ciudad a favor de Palestina desde octubre de 2023. Los campamentos de protesta pacífica hoy se extienden a casi un centenar de campus universitarios. La represión policial a estas manifestaciones acumula más de 2000 arrestos, en lo que ya se ha convertido en el movimiento estudiantil más grande de los Estados Unidos en el siglo XXI. El objetivo de estos campamentos universitarios es pedir el fin del genocidio en Gaza y de las sanciones contra los apoyos públicos y opiniones en solidaridad con Palestina de profesores y estudiantes. Otra de las demandas es el divestment (en español, desinversión), que exige el cese del apoyo económico al Estado de Israel por parte de los fondos de inversión —los llamados endowments— en manos de estas universidades.

El campamento de Columbia significa su espacio con rótulos como “zona liberada” en homenaje a las protestas contra la Guerra de Vietnam de 1968, cuando sus estudiantes ocuparon varios edificios antes de ser arrestados por la policía. De igual manera, en la plataforma central de City College ondea un pendón improvisado con las “5 Demandas”, el mismo número de demandas de las protestas por los derechos civiles ocurridas la universidad en 1969, en contra de la discriminación de los estudiantes afroamericanos y puertorriqueños en el acceso a la educación universitaria. Las 5 Demandas que articulan la plataforma política del campamento son la desinversión, el boicot a Israel, la solidaridad, la desmilitarización y una CUNY para la gente. Las voces de otras luchas reaparecen en forma de apoyo en el presente: “Do not bow” (en español, “no se quiebren”) dice el ex Black Panther Mumia Abu-Jamal en apoyo al campamento a través de una llamada telefónica desde la cárcel en la que cumple condena desde 1981. “Hoy, como en los años 60 y 70, el movimiento estudiantil tiene un papel catalizador del descontento”, asegura Daniil por el megáfono sobre la plataforma. Estudiante de Hunter College (CUNY) y miembro del Partido Socialista Democrático de América, Daniil dinamiza un taller de lectura de un discurso de Peter Camejo de 1970 hacia el movimiento estudiantil contra la guerra de Vietnam. “Los estudiantes, con sus conexiones familiares y comunitarias, obligan a la gente a salirse de la barrera y a tomar partido”, recuerda Daniil.

A pesar de las similitudes con las protestas estudiantiles contra la guerra de Vietnam y a favor de los derechos civiles, muchos de los manifestantes actuales no están directamente implicados en el conflicto. En las décadas de 1960 y 1970, la amenaza del servicio militar obligatorio y el legado de las leyes racistas Jim Crow agregaron razones individuales para implicarse en la lucha. Hoy en día, para muchos de estos estudiantes las conexiones personales con Palestina son tenues. El movimiento estudiantil que recorre las universidades norteamericanas constituye un amplio movimiento de solidaridad internacional en un país poco dado al internacionalismo.

Esta alianza incluye una clara presencia de la izquierda y del sindicalismo. El domingo 28, casi 200 docentes y activistas de base del Professional Staff Congress (PSC), el sindicato que representa a los trabajadores de CUNY, se reunieron en una asamblea en el campamento. Allí se exigió a la dirección sindical respaldar las demandas de los estudiantes y se convocó a una huelga informal para el 1 de mayo. “Tenemos que movilizar a mucha gente. La Ley Taylor nos prohíbe hacer huelga. Pero nuestra experiencia nos dice que cuando la movilización es grande, no hay ninguna ley que nos detenga”, expresó con vehemencia un profesor de mediana edad del Brooklyn College de CUNY.

La convergencia de grupos va mucho más allá de estudiantes, profesores y miembros del PSC. El programa del campamento y sus asambleas incluye a sindicalistas de diversos sectores, desde Starbucks, el sindicato Teamsters del Servicio Postal o el de transporte de la ciudad de Nueva York, entre otros. La pluralidad es también religiosa y étnica. El viernes por la noche, hay pan matzá, zumo de uva —el campamento se rige por una política de prohibición de consumo de alcohol— y algunos platos kosher para el shabat, celebrado en hebreo e inglés. Por las tardes, en el césped de la plaza, hombres y mujeres musulmanes en grupos separados rezan de rodillas. Alrededor de las mujeres, unas seis personas cubren el ritual con telas entre las que se encuentra una bandera puertorriqueña. Otros sostienen keffiehs y bufandas para que las mujeres puedan rezar lejos de los ojos de los demás y de las cámaras de los doxxers, como se conoce a los sionistas reaccionarios contra la protesta. Precisamente el día anterior, una furgoneta de doxxers había rodeado el campamento, mostrando en enormes paneles LED los rostros de los estudiantes que participan en el movimiento de solidaridad para intimidarlos.

La aparición de grupos desestabilizadores es habitual en los campamentos de estudiantes. En la madrugada del miércoles 1 de mayo, fanáticos proisraelíes atacaron violentamente el campamento de solidaridad de la Universidad de California en Los Ángeles. Ni la policía ni las fuerzas de seguridad de la universidad intervinieron mientras los agresores lanzaban fuegos artificiales contra el campamento y atacaban a los estudiantes con gases lacrimógenos, porras y piedras, según informa Al Jazeera. En City College también ocurren escaramuzas con provocadores proisraelíes que exponen las tensiones en la relación entre el campamento y las fuerzas policiales. La noche del lunes es de conmoción. Hacia la una de la madrugada, un grupo de provocadores entra a la universidad. Al sentirse inseguros, algunos estudiantes acampantes notifican a la seguridad del campus a pesar de que, según el protocolo del campamento, nadie debe comunicarse con las fuerzas de seguridad más que los estudiantes designados específicamente para ese fin. Los informes sobre lo que sucedió son inconsistentes, pero lo cierto es que la denuncia provocó un aumento de la presencia policial que asediaba el campus y que el único detenido por las autoridades fue un repartidor de pizzas afroamericano que pasaba por el lugar. Una historia amarga, pero muy familiar para la comunidad estudiantil de CUNY, que sabe lo que es no poder contar con la policía bajo este racismo institucional.

Tras el anuncio del ultimátum para desalojar el campus por parte de las autoridades de la universidad al día siguiente, en la asamblea del martes estudiantes, profesores y sindicalistas discuten qué hacer. Todos ellos piden una movilización ante el peligro inminente. “Lograremos defender el campamento, pero solo podemos hacerlo con una masa de gente”, dice Tatiana, profesora de Brooklyn College. “Necesitamos hacer listas de compañeros y contactarlos uno por uno” pide Oren, maestro de escuela secundaria. La continuidad en el campamento a pesar del ultimátum es aprobada por unanimidad, pero los aplausos no logran dispersar la preocupación en los rostros de los presentes. El plan de defensa no es claro y se hacen preparativos para el peor de los casos. Esta vez sube a la plataforma una estudiante de derecho de CUNY y los asistentes escuchan con atención un cursillo sobre cómo actuar ante un posible arresto, seguido de una charla sobre primeros auxilios, ambos conocimientos que muchos de los oyentes deberán aplicar antes de lo esperado.

Unos minutos más tarde, Nour organiza bultos en una esquina del campamento en riguroso orden y define planes de evacuación para los estudiantes migrantes que no pueden arriesgarse a ser arrestados. “Si tienes una visa de estudiante, que te arresten es lo último que quieres que te pase”, comenta. La agitación crece. A una de las puertas del campus llega la marcha del grupo Within Our Lifetime que, al enterarse del ultimátum, subió al norte de Manhattan para apoyar el campamento de City College. Los cuerpos de policía se acumulan en las entradas principales, dando indicios de que la amenaza de desalojo de la administración de CUNY se cumplirá antes de lo anunciado. La policía sitia el campus con vallas metálicas y las furgonetas para traslado de detenidos se aglomeran en el aparcamiento. Según las últimas noticias en los celulares, los convoyes policiales se acercan al lugar. Para entonces ya ha calado la certeza de que la invasión policial es inminente. Presuntamente en el marco de un último recurso para mantenerse dentro del campus, un grupo de estudiantes intenta como última acción de tomar el edificio administrativo de City College, al sur del campus.

Para el alcalde de Nueva York y expolicía, Eric Adams, estas protestas no son solo estudiantiles. Según dijo en una rueda de prensa el miércoles, son producto de “agitadores externos que entrenaron y cooptaron el movimiento”. Según él, la policía de Nueva York entró en las universidades para expulsar a “quienes convirtieron una protesta pacífica en un espacio de antisemitismo y actitudes antiisraelíes”. Al día siguiente, Joe Biden justificará las intervenciones policiales bajo el pretexto de que protestar violentamente no es un derecho constitucional.

En City College la presencia de “agitadores externos” es evidente. Los agitadores externos son las redes de solidaridad y atención que se extienden más allá del campamento. Algunos agitadores son vecinos. Por la tienda de alimentación donde trabaja Naas, enfrente del campus, ha pasado una avalancha de gente en los últimos días. Una de las estrategias de la administración para disuadir a las comunidades de continuar acampando fue prohibir el acceso a los baños del campus. Rápidamente, “agitadores externos” que trabajan en las tiendas de alimentación de la zona —Delis en el argot neoyorquino— han salido a suplir la falta de baños. “JABÓN AQUÍ”, reza un cartel de papel improvisado en uno de los Delis del otro lado de la avenida Amsterdam. Naas y sus colegas, de nacionalidad yemení, dan una calurosa bienvenida a los activistas. “Ven cuando quieras, gracias por estar aquí”, le dijo Whalid a uno de los estudiantes acampantes. Para Naas, esta es su forma de participar en el movimiento mientras trabaja. “Cumplimos con nuestro deber. Lo que está sucediendo en Palestina es inaceptable, sin importar religión o raza, (…) estamos en contra del genocidio y a favor de la humanidad, y es nuestro deber contribuir a estas protestas”. Otras colaboraciones vienen de familiares, como la madre de Chandni: “Es parte de la naturaleza comunitaria de CUNY. Mucha gente contribuyó con donaciones monetarias, apoyo legal, pero también alimentos. Mi madre preparó mucho arroz biryani para que la gente coma y dejó una nota en el plato diciéndoles a los estudiantes que ellos tienen el poder y que son la fuerza del cambio”, comparte Chandni el día después del desmantelamiento del campamento por las fuerzas policiales.

Tras el intento de tomar el edificio, la seguridad universitaria repele la ocupación. Una vez que el campus está sitiado por la policía, es claro para los estudiantes que su intención es desalojar el campamento. Ante el temor de ser arrestados, muchos de los acampantes abandonan el campus y se reúnen en Amsterdam Avenue, cerca de la entrada. Unas decenas de estudiantes permanecen en el interior del campus, mientras afuera se siguen congregando cientos de personas para manifestarse contra la intervención policial y el desmantelamiento del campamento. Ya es de noche, la manifestación prospera y la policía comienza a atacar a los manifestantes. No tienen problemas en hacer uso de porras y gases lacrimógenos para amedrentar a la multitud. El ataque está dirigido por el Grupo de Respuesta Estratégica de la policía, bien conocido por su brutalidad contra los manifestantes. Esta noche estarán a la altura de su reputación. Aunque se desconoce el número de heridos, enseguida se habla en las redes sociales de piernas y dientes rotos. Para el final de la noche, el campamento es desmantelado y el número de manifestantes arrestados llega a 170 personas.

Entre el discurso de los “agitadores externos” del alcalde de Nueva York, Eric Adams, y la madre de Chandani hay un Estados Unidos muy distinto. Está el país de los señores de la guerra, el de Eric Adams, Joe Biden, Benjamín Netanyahu —con nacionalidad israelí-estadounidense—, los administradores universitarios o el Grupo de Respuesta Estratégica, para quienes la brutalidad policial es la regla y la protesta pacífica es “terrorismo” de “agitadores externos”. En el otro país, están Chadni y su madre, Naas, Nour y todos los que han participado en este movimiento. Hay judíos, musulmanes, árabes laicos, ateos, personas de todas las etnias y de diversas sensibilidades políticas, para quienes la solidaridad es su bandera y la camaradería su lengua.

Eso mismo nos cuenta Nour, nacido en el sur del Líbano. Estamos en la vereda del Deli de Naas, la tarde después del ataque policial. “Quizás la mayor bendición de este movimiento sea su pluralidad y lo que se puede aprender de él. Hubo tensiones entre sensibilidades, una tensión productiva que es diferente a lo que ocurre en Levante y Oriente Medio. Hay una generación de musulmanes, paquistaníes, palestinos, yemeníes, etc., que crecieron en Estados Unidos después del 11 de septiembre, que vieron a familiares torturados en Guantánamo, que crecieron bajo vigilancia y brutalidad policial. La opresión estatal y el racismo los unieron de una manera que no ocurre en Medio Oriente, donde la solidaridad es imaginada pero no siempre practicada. Aquí, el islam crea una cierta unidad comunitaria entre personas de diferentes nacionalidades. De esta opresión, estas comunidades derivaron una actuación religiosa y cultural que también es política, que tiene fricciones en su pluralidad interna y que también entra en conflicto con las prácticas políticas y sociales de los árabes seculares como yo”.

Nour nos recuerda también que este movimiento nos enseña a crear vínculos políticos. “En los primeros días, las tensiones fueron mayores: para algunos, tocar música, fumar, beber alcohol generaba malestar, era haram, estaba mal en este momento de duelo. Para otros, si no hubiera alegría y placer en la lucha, no avanzaríamos. Pero estas tensiones no son la guerra de civilizaciones que ha inventado la derecha conservadora. Existen tanto dentro de grupos religiosos como en grupos no religiosos, entre aquellos que crecieron dentro y fuera de los Estados Unidos. La experiencia absolutamente transformadora ocurrió al trabajar en estas diferencias, construir un espacio donde todos cuenten y nadie sea excluido. El viernes, de un lado estaba la comunidad judía celebrando el shabat; del otro, los musulmanes rezaban; y yo, en el medio, preparaba el DJ set que iba a tocar más tarde”. Y así ocurrió. Más tarde, todos se reunieron igualmente para ver un documental sobre Nakba y discutir las estrategias del movimiento estudiantil para el futuro. Porque para estos activistas existe un horizonte estratégico y de transformación y estos campamentos nos acercan a él. Según Nour, “hay varios proyectos políticos para Palestina y el mundo por los que vale la pena luchar, y yo tengo el mío. Pero es obvio que la camaradería que se forja en la pluralidad de estos campamentos es el camino a seguir. Y lo seguiremos”.


Gonçalo Pessa (X: @GoncaloPessa) y Ricardo Martín Coloma (IG: @lolavailasola) son parte de la comunidad de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Son estudiantes de doctorado en el Graduate Center y profesores en Brooklyn College, ambos instituciones de CUNY. Han formado parte del campamento en City College desde el primer día.

Una versión en portugués de este artículo fue publicada en esquerda.net.