El mundo que no puede parar
Vivimos en un mundo que es capaz de generar grandes cantidades de excedente por periodos largos de tiempo ‒gran parte del cual se mide con el crecimiento del PIB‒. Años y años de crecimiento, de monumental excedente y cuando el mundo se detiene en unos días millones y millones de personas no tienen que comer. La Organización Internacional del trabajo estima que 1,6 mil millones de trabajadorxs informales en el mundo están en una situación “sensible”, lo que significa que unos días sin trabajo lxs deja sin condiciones de subsistencia. ¿Qué es lo que nos muestra la pandemia sobre la centralización de excedentes en el mundo?
La pandemia y lo que se ve más claro
Algo está mal, muy mal. Sí, nos queda claro que el capitalismo quiere convertir en materia de valorización ‒y seguramente lo hará‒ todo lo que pueda en este momento de pandemia. Por ejemplo, acaba de publicarse que la empresa norteamericana de tecnología genética Moderna, ha realizado las primeras pruebas exitosas de una posible vacuna contra la Covid-19, inmediatamente las acciones de esta empresa se incrementaron en un 25% en Wall Street, generando especulación en los mercados financieros relacionados con la salud.
Para el capital todo es mercancía, hasta la muerte. Pero esa no es la novedad que revela la pandemia, es el modus operandi de este sistema que se sostiene en relaciones de explotación, expoliación y despojo. Aunque es esperable que esta dinámica se exacerbe por la coyuntura.
Pienso que la novedad de la pandemia es más bien de otra índole. Están pasando hechos inimaginable meses atrás, hechos que nos colocan en un ángulo distinto de lo que sucede en el mundo y hacen que varias cuestiones adquieran transparencia inusitada. En alusión a la idea de formación aparente de Marx, Zavaleta Mercado decía “todo está travestido y disfrazado”. Este es un momento en el que las simulaciones son más difíciles de sostener.
Vivimos un momento particular porque el mundo en su conjunto está subsistiendo principalmente de excedentes acumulados y no tanto del excedente producido en la cotidianidad de lo que se entiende por normalidad. Esto lleva a visualizar problemas del excedente de otra manera.
A la luz de la pandemia, hay dos cuestiones que me han llamado particularmente la atención. La primera es la consecuencia catastrófica que implica aplicar el freno de mano a buena parte de la economía capitalista (algo que no había sucedido antes). La segunda ‒derivada de lo anterior‒, un mundo que para subsistir en el “gran confinamiento” se endeuda, se endeuda y se endeuda. Y lo hace a todos los niveles (públicos y privados) y en una proporción nunca antes vista.
Solo como dato, la revista The Economist estima que los “países ricos” se endeudaran solo en este año en alrededor de 6 millones de millones de dólares. Mientras que las “economías emergentes” necesitarán alrededor de 2,5 millones de millones de dólares para enfrentar la crisis sanitaria. Solo el FMI ya anunció que dispondrá de un fondo de 1 millón de millones para este fin. Hay que añadir los otros créditos multilaterales, los créditos privados y los créditos bilaterales.
El excedente que no está
Sobre el primer tema. Si bien hay experiencias de desaceleraciones pronunciadas de la producción en el mundo, por ejemplo en las guerras o en algunas crisis. Esta es la primera vez en que se da un proceso tan profundo de paralización coordinada de la economía capitalista mundial. Según la Organización Internacional del Trabajo las medidas de confinamiento afectaron a más de 2.700 millones de trabajadorxs (vale aclarar que la OIT se refiere a trabajos que producen remuneración).
Lxs más afectadxs, por obvias razones, son las grande mayorías de trabajadorxs que viven del día a día ‒eso que se denomina como economía informal‒. La ecuación es muy sencilla: miles de millones de personas se ven imposibilitadas de quedarse en casa y cuidar su vida, no solo porque viven de su trabajo diario (esa es la dimensión aparente expuesta por el discurso oficial), sino principalmente porque no pueden disponer del excedente que han producido durante toda su vida ‒excedente que existe pero que está en otro lugar‒ y que les permitiría quedarse en casa.
También llama la atención la manera en que han quedado diezmadas o destruidas una gran cantidad de pequeñas empresas. Es decir, capitales precarizados con pequeños excedentes acumulados ‒si es que no todo era deuda‒ que solo eran capaces de cubrir uno o dos meses del precio de la fuerza de trabajo que emplean y de otros costos operativos. Además, lxs trabajadorxs que vayan a perder su trabajo pronto se verán gastando el poco excedente acumulado (los ahorros) para subsistir en medio de la pandemia y, en muchos casos, pasarán a nutrir las filas de la economía informal.
Es probable que lxs trabajadorxs que puedan sortear con un poco más de holgura esta situación, además de quienes tienen trabajos fijos y no los pierdan durante la pandemia, serán aquellos que cuenten con cierta capacidad de retención de excedente en procesos productivos que no son específicamente capitalistas (como las economías campesinas) o quienes hacen parte de tramas comunitarias (aunque sean parciales) que se establezcan como mecanismos de respaldo.
Con todo, la primera consecuencia brutal de la ralentización de un mundo sostenido en la acumulación ampliada como esquema de organización de las relaciones sociales, es la subsistencia con un horizonte de corto plazo para una buena parte de la humanidad. Porque vive del día a día, sí; pero fundamentalmente porque no puede disponer del excedente producido con su trabajo a lo largo de su vida (y con esto no solo me refiero solo a sus ahorros personales y a sus fondos de pensiones, sino a todo el excedente, que en su mayor parte está en otro lado).
El excedente que está (pero como mediación)
Si bien la pandemia ha significado una caída sustancial de la oferta mundial de productos, ha sido la demanda la que ha disminuido en mayor medida (por eso es que se habla de que ahora viene una crisis deflacionaria). Esto significa que no hay una escasez generalizada de bienes y servicios básicos. Las economías han seguido produciendo alimentos y otros enseres fundamentales, ya que sin ello sería insostenible cualquier cuarentena.
Pensémoslo así. Es como que se hubiese sostenido en actividad el segmento de actividades productivas ‒controladas o mediadas por el capital‒ destinadas a la reproducción de la vida (o, en otras palabras, ha seguido operativa la parte del trabajo de reproducción social capturado por la lógica de valorización capitalista).
Lo que tenemos es un mundo capitalista que sigue produciendo lo “esencial” y, por el otro lado, una buena porción de la gente no puede acceder a estos productos porque, como vimos, no cuenta con ingresos diarios y menos con el excedente producido a lo largo de su vida.
Así es que para acceder a estos bienes “esenciales” se presenta una mediación: la deuda.De manera individual o colectiva, directa o indirecta ‒ejemplo: las deudas externas para pagar bonos‒ hay un proceso de endeudamiento masivo en estos días en el mundo entero.
En este sentido, la deuda representa dos cosas. Por un lado aquello que es más evidente en los momentos de “normalidad” capitalista: la deuda se convertirá en un mecanismo de exacción de excedente en el largo plazo, cuando las cuarentenas pasen y, por lo mismo, muchas personas quedarán atadas a los designios del capital.
Pero la dimensión empírica de la pandemia nos conduce a una cuestión más. Una pregunta que no es tan fácil evidenciarla en esta dimensión y en esta confluencia de factores en momentos de “normalidad”; i.e.: si todo el mundo se está endeudando, ¿quién es el acreedor de esa deuda? O de otra manera: ¿de dónde sale ese descomunal excedente acumulado que es capaz de mediar y sostener, a través de la figura de la deuda, buena parte de las transacciones de la humanidad, por meses y meses?
Un conjunto de personas poseedoras de capital ‒porque en última instancia el capital son personas dueñas de excedente privatizado y acumulado‒, a través de una mediación financiera, son capaces de mediar la financiarización de la reproducción social del mundo entero cuando buena parte de este se detiene.
Esta cuestión puede desdoblarse en dos facetas que hacen parte de un mismo problema. La primera es que la ingente masa de valor que, bajo la figura de deuda, se presenta como una mediación entre las personas que no tienen acceso a recursos y los bienes necesarios para reproducir la vida, proviene de un acumulado histórico de explotación y centralización de valor. Es la historia del excedente acumulado. Años y años de excedente que los trabajadores de este mundo han producido ‒en distintas formas ‒ y que ha sido acumulado de manera privada ‒en diferentes variantes‒ por un conjunto de capitalistas.
Es aquí donde está el excedente al que nos referíamos unos párrafos atrás, cuando un poco evasivamente se señalaba: “existe pero está en otro lugar”. Es lo tan obvio, explicado por la crítica a la economía política desde hace tantos años, pero lo tan difícil de ver con tanta transparencia en un momento de “normalidad” capitalista.
Nos están prestando nuestro excedente, el de nuestrxs antepasadxs, todo ese excedente acumulado en pocas manos. Es el excedente histórico social que, bajo otra lógica de configuración social, serviría para cuidar la vida de las personas de este mundo en una pandemia como la actual. Pero que en este caso se convierte en una gigantesca masa de valor para mediar nuestra subsistencia y garantizar la lógica del capital.
La segunda cuestión ‒para nada menos importante y que ampliaré en otro momento‒, tiene que ver con que la pandemia, la cuarentena y esta economía detenida ponen en evidencia que este orden de las cosas solo puede reproducirse en tanto el capital subordina, de manera directa o indirecta, ciertos procesos de trabajo relacionados directamente con la reproducción de la vida.
Puesto de otra manera, si el capital no lograra controlar o subordinar de alguna manera (incluidos los productos mercantilizados de las economías campesinas) la producción de alimentos y otros enseres básicos que deberían ser parte de actividades cotidianas de trabajo de reproducción, pero que quedan convertidos en trabajo productivo (trabajo que valoriza capital), este mundo no necesitaría del capital ni de su mediación en un momento como el actual.
Es en este punto donde anida la genética parasitaria del capital. Y ‒en un mundo “normal”‒ es desde aquí que se impulsa lo que Marx denominó como la fuerza de un prejuicio: el momento en que la necesidad del capital se convierte en el prejuicio que antepone las formaciones aparentes.