América Latina

Hay que habitar la diferencia sin convertirla en oposición

3 julio, 2019

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Ximena Natera

Hay que habitar la diferencia sin convertirla en oposición


Compartimos entrevista a Raquel Gutierrez Aguilar, en la que convoca una vez más a poner en el centro del análisis la capacidad creativa y asociativa del ser humano, e invertir el debate para habilitar los pensamientos de esperanza, desde los desplazamientos que los feminismos, especialmente los de América del Sur que dicen “no somos un sector y no estamos peleando por derechos, estamos tratando de cambiar la vida, estamos cambiándola de hecho”.


“El capital depende de nosotros”, dice Raquel Gutiérrez y desde esa certeza convoca a abandonar los discursos de “qué malo es el malo” para pensar “cómo el malo come de nosotros” y así hacer posible entenderlo a través de sus formas de expropiación.

La matemática, filósofa y socióloga que formó parte de los movimientos insurgentes de Bolivia, en la década de los 80, convoca a poner en el centro del análisis la capacidad creativa y asociativa del ser humano, e invertir el debate para habilitar los pensamientos de esperanza.

Éste es el punto de partida de Raquel Gutiérrez, durante su participación el congreso “Geografías de la violencia” que se llevó a cabo a inicios de junio en Frankfurt, Alemania –el congreso fue organizado por Jana Flörchinger, Timo Dorsch y Börries Nehe, y patrocinado por la Fundación Rosa Luxemburgo y la Universidad Goethe–, en donde académicos, activistas y periodistas fueron convocados a pensar en nuevas formas de mirar y entender la violencia que ataca a las comunidades de América Latina.

Posteriormente, en una entrevista con Pie de Página, Raquel abunda que su propuesta no considera que mirar el mal sea obsoleto, sin embargo, su búsqueda intenta encontrar un lugar desde el cual se puedan armar explicaciones.“Tenemos la impresión de que insistir en las barbaridades a veces esteriliza, porque hay un natural rechazo a lo que sea altamente destructivo, y no porque quiera dividir el mundo en buenos y malos, sino porque vale la pena pensar en cómo equilibrar las distintas fuerzas humanas que hoy están altamente desequilibradas, desbocadas. Necesitamos una especie de equilibrio”, dice en entrevista.

Raquel pone como ejemplo a las familias que buscan restos de sus desaparecidos, integrantes de Grupo Vida, en Torreón. Actualmente ella asesora una tesis de doctorado sobre las búsquedas familiares.

“Pensamos mucho en cómo contar. Las mujeres, cuando van en la camioneta hacia la búsqueda, van haciendo bromas, platicando del recibo de la luz y cantando y hablando del cumpleaños del nieto. Después regresan y una que otra vez deciden juntarse a tomar una cerveza y una carne. Van a buscar huesos de sus desaparecidos, pero van haciendo eso, van sosteniéndose; no lo borremos. Eso permite ver lo que a mí me parece potente, que es cómo han seguido vivos y cómo han seguido sosteniéndose, cargando ese dolor inmenso (…) Pensar una historia de violencia y cómo a pesar de todo hay un modo de sostener la vida y esfuerzos protagonizados casi siempre por mujeres en hacer eso”.

En la narración o en la construcción social de la memoria, agrega, hay muchas cosas que se borran. “No borremos estos relatos”, dice Raquel. Y cita al académico experto en temas de memoria, Mario Rufer, quien en su participación durante el Congreso planteó la importancia de conectar a partir de relatos y cuestionó “la tentativa de suprimir relatos por parte de la institucionalidad del poder”. “Esto es una pelea, una pelea contra los discursos”, agrega Raquel. “Contradecir en planos fragmentados  –como los huesos encontrados, porque no tenemos cadáver–, qué se nos rompió…”.

En el Congreso, Raquel también propuso mirar la dinámica de las luchas sociales en México y su aplastamiento. Propuso mirar el periodo 1994-2006 –desde el surgimiento del EZLN, al surgimiento y aplastamiento de la APPO en Oaxaca– para ubicar en el pensamiento el avance de “una potente acción de movilización, fuerza que se labra en el tiempo, en el vínculo, en la enunciación de los propósitos” y “la destrucción de esa capacidad nuestra de imaginar”.

“Nos rompieron la capacidad de lucha, era potente y se nos vino encima esta guerra de destrucción radical de las cosas que tiene como hilo central mantener a segmentos separados de la sociedad bajo tortura sistemática, que es esta imposibilidad de significación. Necesitamos una especie de palabra general de decir aquí venimos a contradecir estas historias que lo único que hacen es prolongar la imposibilidad de entender”.

¿Qué vemos al mirar esa temporalidad política?

—Ponemos en el centro cómo se aplastó un periodo de acumulación política que nos estaba permitiendo vislumbrar otras posibilidades (zapatismo-APPO), eso se nos terminó con una guerra que ya no tiene el formato de guerra. La forma de la guerra ha variado y no hemos sido capaces de entenderla. Una guerra que bloquea la capacidad de comprender lo que pasa. Sentí un periodo enormemente vital de acumulación, de capacidad colectiva de intervenir en asuntos públicos. Capacidad colectiva de intervenir en asuntos públicos que a todos incumben porque a todos afectan. Y ahí hay que pensar, por ejemplo, la larga historia del pueblo de Atenco contra el aeropuerto, que empieza en 2001. Yo siento que establecieron un límite e impidieron que Fox hiciera alianza con Atlacomulco a partir del aeropuerto. Eso fue una fisura de acuerdo de la élite radical. Y después, ¿qué vino? “El campo no aguanta más” del norte, a construir capacidad colectiva de negociar qué cosa tenía que pasar en el país. Cuando decimos “nos lanzaron una guerra contra los pueblos mexicanos”, ¿cuál era el objetivo? Destruir totalmente la capacidad de intervenir en asuntos públicos.

Y ¿cómo entender lo que pasa ahora? Me da la impresión que con la llegada de un gobierno que se presentaba como progresista muchas luchas se desarticularon (varios integrantes de esas luchas forman parte ahora del gobierno).

—Es muy ambivalente, como todos los gobiernos progresistas. Juegan a ser ambivalentes. Por esa ambivalencia es que no hemos tenido, desde el lado popular, capacidad de pensar cómo ampliar nuestra capacidad política, y hemos visto al Estado como el único lugar donde se pueden dirimir los asuntos públicos porque no tenemos otro. Pero al mismo tiempo consideramos que podemos ampliar nuestra capacidad de intervenir en los asuntos públicos a través de eso y eso es una mentira. Nosotros ya sabíamos que fuimos convidados a votar y nada más. Y nada más. Y que ellos van a monopolizar y a establecer este monopolio de la decisión pública con la Guardia Nacional, con los megaproyectos, absolutamente. Y que ahí, pues otra vez, cualquier intervención va a tener que ser totalmente contenciosa, peleada, que no hay manera, que no nos van a escuchar, que no les interesa hablar con nosotros.

Hablas de la destrucción de esas fuerzas que se gestaron y comunicaron entre 1994 y 2006, pero actualmente vemos resistencias comunitarias por todo el país.

—Hay muchísimos lugares de resistencia que están tratando de impedir que se ejerza este monopolio de las decisiones y que están, localmente, entrando a disputarlas. Pero lo que hay hasta ahora es una dificultad enorme de vincular unas luchas con otras y ¿quién está vinculando? Los mediadores. Muy bien intencionados, pero que no logran habilitar un encuentro directo, por ejemplo, las ONG, las instancias de apoyo eclesiástico, pero ellas también traen un interés, son relaciones mediadas. No se ha logrado algún tipo de trama vincular de unir las relaciones y politizarlas sin mediaciones tan claras como sí estaba pasando con la Otra Campaña (del EZLN), por ejemplo.

¿Qué crees que nos hace falta para lograr esa articulación?

—Siento que necesitamos recuperar la voz y esta capacidad de habitar una diferencia sin volverla una jerarquía y sin volverla una oposición. Eso es lo que están trayendo las mujeres. A mi manera de ver y por las cosas que estudio y sigo, nosotras tenemos mucha mayor capacidad de manejar niveles de ambigüedad porque cuando estás planteada en la cuestión de la garantía de sustento, sabes que tienes que negociar con la vecina para que recoja a tus hijos de la escuela y sabes que la señora es de tal partido y a ti te choca ese partido y también sabes que la señora es muy amable, sabes las dos cosas y tú le vas a ayudar también si te lo pide y sabes que vas a discrepar si se ponen a hablar y sabes las dos cosas.

¿Por qué? Porque te ancla la vida concreta, te anclan otras cosas a lo real, no fundas lo político en acuerdos ideológicos, abstractos, lo fundas en la vida concreta, en el soporte concreto de la vida cotidiana, en reconocer que ella sea de un partido y tú de otro, la dos están pagando un recibo de luz horrible y a las dos le subieron a luz y te indignas del mismo modo. Desde ahí se va a desprendiendo otra forma de politización que politiza desde otro conjunto de asuntos que en la política formal no entran a ser politizados.

Las mujeres en América del Sur dicen “no somos un sector y no estamos peleando por derechos, estamos tratando de cambiar la vida, estamos cambiándola de hecho”. Este desplazamiento en el feminismo es algo que está ocurriendo y que tenemos que ser capaces de ir pensando. ¿Cómo le vamos a entrar? ¿Qué marco teórico conjunto, ordenado de ideas me pueden permitir que esto sea inteligible? Tengo que poner en duda mis creencias anteriores, entender que tengo pensamientos que me están impidiendo pensar y no para quedarme vacía, sino para ver que me permitan pensar lo siguiente. Esto es el feminismo: una diferencia no puede ser una jerarquía. Éste es el punto fino, no podemos entrar en relación de oposición.

*Publicada en piedepagina.mx