Hope/Soledad. Una película sobre la fuerza comunal de las migrantes indígenas
Hope/Soledad, una de las películas de la Selección Largometraje Mexicano en el Festival Internacional del Cine de Morelia 2021, escrita y dirigida por la cineasta chatina Yolanda Cruz.Filmada de manera trilingüe: Chatino, Inglés y Español, nos presenta las formas de los sueños, los dolores y las rabias de dos mujeres indígenas que enfrentan su destino y emprenden un viaje de introspección para buscar equilibrio en su vida desde la fuerza comunal.
Esta película es universal y comunitaria. Es universal porque nos pone en primera fila los problemas sobre la migración, el retorno de jóvenes a sus lugares de origen. Es comunal porque la historia cobra cuerpo y forma en el paisaje contemporáneo de las comunidades indígenas, sus cultivos, sus ríos, los lazos de solidaridad que comunalmente se construyen para recibir e incorporar a quienes regresan.
La migración en comunidades indígenas hacia Estados Unidos ha ido aumentando como efecto de las crisis políticas, la violencia, el despojo de tierras o la búsqueda de nuevos horizontes. Familias enteras han emigrado, varios mueren en la travesía. Éstos procesos no sólo están presente en México, sino que también en Centro América. Los números han ido aumentando. En las caravanas migrantes de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos también se movían familias con niños y niñas indígenas. La denominada “crisis de la frontera norte”, donde miles de niños y niñas indígenas se encuentran en centros de detención, separados de sus familias y esperando engorrosos trámites para solicitar refugio es un escándalo humanitario. Según los reportes, en 2021 más de 1.7 millones de personas han sido detenidas en la frontera de Estados Unidos con México. Según los datos de CBP que han sido publicados por The Washington Post, los números de los detenidos son los siguientes: 608,00 mexicanos, 309,000 son hondureños, 279,000 Guatemaltecos, 96,000 Salvadoreños, siguen a estas cifras personas de Haití, Venezuela y otros países[1].
En septiembre de este año visité la ciudad de Los Ángeles California, por una invitación que me hizo la Organización Comunidades Indígenas en Liderazgo (CIELO). Mi trabajo consistió en presentar a los participantes algunas líneas sobre historia reciente de la Guatemala posguerra y las vitalidad de las luchas comunales. Gracias al trabajo que las mujeres y hombres de esta organización realizan, pude conocer de cerca la realidad sobre las dificultades y problemas para trabajar la atención a niños y niñas indígenas que se encuentran en centros de detención y separados de sus familias, y a quienes no se les garantiza sus derechos lingüísticos y derechos humanos. ¿Qué futuro nos espera como comunidades indígenas mientras que hay miles de niños q’eqchi’s, k’iche’s, chuj, zapotecos, triquis y de varios otros pueblos detenidos en la frontera norte?, ¿Cuál es el destino de los niños y jóvenes que están siendo deportados o los que serán deportados? ¿Cómo lograrán estos jóvenes y niños sintonizarse con las comunidades de donde salieron y que con el paso del tiempo las ven con extrañeza?
Esa es la temática que aborda Hope/Soledad. La trama se desarrolla fluidamente de manera trilingüe, pues son los idiomas que hoy día se usan en las comunidades indígenas y en las familias indígenas en Estados Unidos. Según el censo de población indígena desarrollado por CIELO y que mapea distritos y pueblos de las familias lingüísticas habladas en Los Ángeles, siendo el zapoteco el principal, seguido por el k’iche’, y más de 20 idiomas indígenas[2], y esa realidad se reproduce en varias ciudades, donde los migrantes indígenas se hacen cargo del trabajo agrícola, de la limpieza, como cocineros y ayudantes de cocina en restaurantes o como limpiadores y empacadores de carne, tal y como el periodista Ñu Savi, Kau Sirenio(2021) analiza en su libro Jornaleros Migrantes.Explotación Transnacional. Sobre este mismo asunto, Odilia Romero, puntualiza que los migrantes indígenas aportan y sostienen a sus comunidades, al mismo tiempo que producen una comunidad que los acuerpa fuera de su territorio y que esa es una clave fundamental para sobrevivir.
Yolanda Cruz, es conocedora de esta realidad, pues ella misma ha sido migrante y desde su trabajo la cineasta chatina nos muestra una geografía comunitaria tocada por las migraciones. En la película no estaremos en la narrativa de cómo las comunidades se han transformado por las migraciones. El relato es inverso. Se trata de cómo las comunidades ofrecen maneras de recibir a quienes se fueron y a quienes deportaron y llegan con penas, con tristeza, con rabia.
Hope, ha sido deportada de Estados Unidos y carga con una subjetividad de desarraigo, la acompañan voces, la de su abuela, que le habla en chatino y le anima a que encuentre su camino, y también la atormenta la voz del oficial de migración que la deportó. Soledad, por su lado, vive en su comunidad, su amante ha muerto y se siente perseguida con sonidos, golpes y pensamientos, también la acompañan las llamadas diarias de su marido que emigró a trabajar a Los Ángeles. Hope y Soledad, se encuentran en un cruce de caminos en la ruta de peregrinación hacía la virgen de Juquila. Sus energías se atraen y comienzan a caminar juntas.
De ahí en adelante las palabras y el cuidado de las personas que encuentran a su camino se convertirán en la forma misma que tienen las comunidades de recibir a sus hijas e hijos que migraron. Y es que las comunidades indígenas, por siglos han desarrollado sus propias estrategias para abrazar y recibir a sus viajeros y emigrantes, para curar los dolores, para sanar el pasado. Esto es, desde una mujer que les ofrece un trago de mezcal de su cosecha para descansar, hasta el sonido del viento y el agua de un río que tranquiliza. Pero estas diversas maneras comunitarias de recibir, tienen que ser activadas por quienes retornan, por quienes caminan. Así Hope y Soledad peregrinan a buscar a la Virgen de Juquila, mientras las comparsas de música de viento de la sierra oaxaqueña suenan; se alimentan de la comida que las mujeres preparan para quienes peregrinan; duermen y acampan en las plazas públicas. Hope y Soledad, limitan de manera tajante lo que la otra pueda ver de la pena que la embarga, al mismo tiempo son solidarias y se cuidan entre ellas, y con ello la directora logra reflejar con magistralidad las mil y una formas que toman las relaciones de acuerpamiento entre las mujeres indígenas.
Las caravanas de peregrinación para ver a la Reina de Oaxaca, se mueven como serpiente humana desparramada sobre territorio chatino hasta llegar a Juquila. A su paso, levantan estandartes, cargan réplicas de la Virgen, cantan canciones, se dan ánimo para no desfallecer en el caminar. Cada peregrinante carga con sus historias y las van elaborando en la caminata. En medio de esa serpiente humana Hope y Soledad, caminan, se integran, se rezagan y ríen.
Pero la travesía no acaba con la visita de la Virgen. Ambas mujeres se maravillan con los castillos de luz y juegos pirotécnicos y buscan a una tía de Hope, quien es curandera y la visitan para que les haga una limpia. En ese momento, la cámara y el audio de la película hace llegar a los observadores el poder de los conjuros para que la tristeza y el enojo salgan de los cuerpos por la vía de las lágrimas y a través de un amuleto rojo, con el cual se bañaran en el mar de Puerto Escondido para dejar ir de una vez por todas las penas.
La propuesta de Cruz cierra con la fuerza que las mujeres tienen para enfrentar la vida y buscar que se equilibre, eso requerirá de un trabajo con conjuros, palabras, lágrimas, el sonido del viento, la textura de la tierra, el cuerpo sumergido en el mar y la caminata colectiva del pueblo que nos recibe. Cruz y su equipo, logran tomas “desde adentro de la comunidad” es una mirada afectada y que con gran maestría nos transparenta una pequeña parte del universo chatino, del universo indígena, ese que también es cosmopolita. Acompaña a la película la banda sonora producida por el músico zapoteco Pepe Carlos, guitarrista del reconocido grupo Santa Cecilia, quien también, tiene una historia de migrante en Los Ángeles.
Con esta película, Yolanda Cruz se inserta en las variadas maneras para dar la bienvenida a quienes regresan a sus comunidades.
[1] Ver nota El País
[2] Ver Censo