América Latina

“Nosotras no tenemos muertos en el ropero”

7 julio, 2019

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Colectivo Manifiesto

“Nosotras no tenemos muertos en el ropero”


«Wayar se define a sí misma como “activista travesti, escribidora -así, con faltas de ortografía- y una amante de la producción colectiva”. En su visita a Córdoba para presentar su libro «Travesti, una teoría lo suficientemente buena», entre las paredes de la ex D2, nos habló sobre el campo de batalla que habitan las travestis, los roperos en los que se resguardan ante las amenazas constantes y sobre la mirada incómoda y politizada que esa experiencia nos devuelve de nuestra sociedad.»


Desde que entra al Archivo Provincial de la Memoria e irrumpe entre las paredes desquebrajadas del ex centro clandestino de detención D2 pidiendo un lápiz labial, Marlene rompe con los «lugares obvios». Así llama ella a esas comodidades propias de la cultura heterosexual y patriarcal, occidental y cristiana, que las travestis desfían en sus cuerpos, sus discursos, sus vidas. Mientras devuelve el labial después de ir al baño, habla, entusiasmada, de les jóvenes hoy y de cómo están revolucionándolo todo.

Activista trans y psicóloga social, Marlene Wayar es directora de El Teje, primer periódico travesti de Latinoamérica, y una de las fundadoras de la Cooperativa Textil Nadia Echazú, que homenajea a su compañera en la defensa de los derechos trans. Hoy esta acá, en Córdoba, para presentar, ante un público que llenará la biblioteca de libros prohibidos del pasaje Santa Catalina, su libro Travesti/Una teoría lo suficientemente buena, en el marco del Día del Orgullo.

“¿De qué te sirve saber si soy travesti, transexual, transgénero y cómo defino cada uno de esos términos? ¡Vamos viendo! Sí es importante que yo honestamente, mirándote a los ojos, te diga: ´podes confiar en mí que no soy violadora´”. Y así, en esta entrevista con La tinta, irá soltando frases para ponernos frente a frente con las niñas travestis abandonadas que hoy se politizan y vienen a decirnos su verdad sobre nuestra sociedad. Cada tanto, entre sus palabras, se cuelan las campanas de la catedral en el patio donde alguna vez hubo torturas, como para reafirmar toda la violencia que Marlene y sus redes colectivas están poniendo en cuestión hoy.

— Planteás que existe una complicidad de nuestra parte con un Estado que discrimina y reprime. ¿Cómo se da esa complicidad? ¿Cómo influyen nuestras subjetividades en este contexto de violencia institucional?

— Me parece que es un mecanismo que tiene muy aceitado el sistema para hacerte cómplice de pequeños actos, que, en algún momento, son demasiado. Donde puedo observarlo de manera cotidiana es en mi contexto cercano en Capital Federal. Yo vivo en una casa colectiva que alquila por habitaciones y, ahora, el dueño nos dice que nos va a subir el precio del alquiler, en un 15 por ciento, y empieza toda su perorata de izquierda, contra Macri. Y él es un hombre blanco, propietario, heredero, tiene todas las de la hegemonía. Nosotras, nosotros, finalmente, terminamos pagando siempre los errores de los demás, que su madre y su padre hayan votado a quien votaron y que su respuesta sea subirnos el alquiler, actuando por donde el hilo se corta siempre, por quienes no tenemos acceso a ninguna vivienda. A él lo que le corresponde es ir a la casa blanca con los suyos a pedir explicaciones, tener una responsabilidad ciudadana y no que siempre se corte por los más pobres, las más pobres.

Nos van haciendo cómplices desde la escuela, cuando, por ser popular, no hay que estar en contra de la masa y empieza a correrse la voz de que fulanita viene para putita y de ese comentario al silencio de todos y todas y a que la agarren en un pasillo en una fiesta y le bajen la pollera y quede signada como puta no pasa nada. Son microviolencias que vamos aceptando y asumiendo, y que nos hacen callar, y esto va creciendo y se hace una bola de nieve.

Cuando la heterosexualidad dice “todas tenemos un muerto en el ropero”, yo digo: “Nosotras no tenemos muertos en el ropero, nosotras tenemos ropero para meternos adentro y resguardarnos de esa heterosexualidad que está amenazándonos a cada momento”.

Hoy, podemos ver que, sobre todo, el feminismo joven que está invadiendo las calles de Latinoamérica está diciendo basta. Las travestis estamos todo el tiempo en un campo de batalla y, poco a poco, estamos pudiendo romper un silencio sobre pactos con los que el sistema nos hace cómplices.

— ¿Qué aporta el arte, la teoría, el pensamiento que nace de la experiencia trans y travesti, que está cobrando cada vez más importancia, en esta cultura heteropatriarcal?

— Tiene para aportar la posibilidad de fuga, de escape de esto, de cómo, entre todos y todas, podemos empezar a quebrar el silencio y a quebrarlo desde los lugares no obvios. Porque no es que no hay espacios donde hablemos y digamos el discurso armado por las izquierdas, por las derechas, por los feminismos. Hay discursos que son cajas de palabras que vamos intercalando y que suenan vacías, porque nos hacen creer que ahí hay una acción, en las redes sociales, por ejemplo. Matan a una travesti, a una mujer en un femicidio, a una qom los sojeros en Chaco y no caminamos hacia ese lugar a pedir explicaciones, a decir “¿qué pasa?, ¿quién es el o la responsable?”. No nos conmueven muchas muertes: nos conmueven cuando son más cercanas, cuando son más clase blanca, media, donde todo parece ser impoluto. 

Pero a algunas de nosotras nos puede pasar lo que sea y esta sociedad no nos tiene en su agenda emocional. Entonces, creo que podemos aportar el salirse de este lugar obvio y de comodidad.

Nosotras, por estadísticas, somos niñas entre los 8 y los 13 años echadas de un hogar heterosexual, niñas que quedamos en la absoluta vulnerabilidad, precariedad, expuestas a un mundo adulto que, en ese momento de mayor fragilidad, nos abusa en los sistemas prostitutivos de todo el país. Y a eso no lo ven, cuando es imposible no ver esto: en Plaza de Once, en la ruta de Tartagal. Después sí nos ven, cuando cumplimos 18 años porque, entonces, son libres de declararnos punibles. Pero somos procesos históricos, somos biografías históricas, entonces, todas las niñas travestis que fuimos estamos politizando desde ahí. Para decir que podés tener tu ideología peronista, comunista, de izquierda, de derecha, pero no te olvides de cómo sufrió esa niña, porque ahí podemos encontrar empatía y solidaridad, ahí podemos ver todos y todas cómo hemos sido violentadas, cómo nos han llevado a sostener este sistema de relaciones sociales cruentas. Y poder decir: “Empecemos a desentendernos de esto, empecemos otras estrategias, cualquiera, pero que no sean las mismas que venimos repitiendo y que, claramente, están fracasadas cuando vemos que donde más dinero se mueve en esta sociedad es en el campo de la guerra, de la prostitución y del tráfico de droga”.

— ¿Qué aprendizaje te ha dejado el recorrido de Nadia Echazú, de Diana Sacayán y de otras compañeras tuyas que quizás no resuenan públicamente, pero son parte de este camino del colectivo travesti?

— La fuerza, la insistencia, la convicción de que hay que irse de esos lugares donde te maltratan. Hay que irse a buscar otros círculos, otros núcleos de relación, otras familiaridades. Irse del concepto heterosexualidad y que no implica que sos nena y te gusta estar con varones y tenés que modificar tu objeto de deseo, tenés que modificar cómo te acercas al otro y a la otra, que es mucho más profundo que las relaciones sexuales o genitales, que es alejada del romanticismo barato que nos han pintado y por el que sufrimos tanto.

Otredades y nostredades

— En contraposición a lo que cuestionás, ¿dé qué se trata la teoría del amor responsable? ¿Cómo se traslada eso a lo cotidiano, a nuestro día a día?

— El amor responsable es poder corrernos de esos lugares obvios, de no decir lo que te daña, es pararse y decir “precisamente, porque te quiero, estás pifiándole en esto, en aquello”. En lo concreto, donde yo lo puedo ver es en que yo estaba castigándome mucho con el consumo obsesivo compulsivo de drogas y, al lado mío, había gente que me quería y a la que yo manipulaba: “Yo soy adulta, es mi dinero, no me pasa nada, yo lo manejo”. Mis amigas, con todo un esfuerzo desde ese amor responsable, me decían “te estás haciendo mierda, parecés un cadáver, fallás en el trabajo, no estás”. Lohana (Berkins) fue la primera que, en su lecho de muerte, se tomó el tiempo para decirme “déjate de joder, te necesitamos, te queremos bien, tenés que cuidarte, hacé algo”. Y decidí internarme. Ahí está la ayuda: no entender que “bueno, es su problema, será su proceso”, sino decir “a mí me hace mal que te dejes maltratar por tu jefe o tu papá, te venís conmigo, vemos qué hacemos”. Este es el amor responsable: saber decir, saber poner un límite, que no es entrometerse en la vida de los demás, es decir “no voy a seguir siendo cómplice de esto que estoy viendo que te sucede”.

— Hay una palabra bonita que usás que es la “nostredad”, ¿de qué se trata ese concepto?

— ¡Es una ficción! ¡Un invento absolutamente travesti!

Es el posicionamiento del ser nosotras frente a la construcción casi totémica en la otredad y ese otro que, en principio, es siempre amenazante, siempre amenaza mi estado de seguridad o mi integridad, mi religión, amenaza ese mundo de la occidentalidad, del cristianismo.

Ante esa permanente construcción de otredad, nosotrxs queremos construir la nostredad, que la construimos día a día sabiendo que podés contar con el otro, que somos parte, que no nos vamos a dañar. Por eso, la identidad la trabajamos en positivo y negativo. De manera positiva, voy siendo travesti, pero es ir bastante inseguras, porque, además, tengo una edad, soy migrante, vivo en zona urbana, son muchas cosas, y voy cambiando. ¿Dónde están las seguridades? En que yo no soy genocida, no soy asesina, no soy violadora. Esto: no tengo ningún muerto en el ropero. Y esto, en una mesa política, importa mucho, de relaciones concretas. ¿De qué te sirve saber si soy travesti, transexual, transgénero y cómo defino cada uno de esos términos? ¡Vamos viendo! Sí es importante que yo honestamente, mirándote a los ojos, te diga: podés confiar en mí que no soy violadora, que no te va a suceder lo mismo.

— A partir de los debates que se dan hoy desde el feminismo, ¿es posible sacarnos la violencia heteropatriarcal sin terminar abonando cierto punitivismo? ¿Qué estrategias podemos darnos para buscar maneras más vinculadas con la deconstrucción que con la punición?

— Es cuestión de mantener las tensiones. Y no caer en los lugares cómodos, obvios, que se presuponen buenos. Si vamos a trabajar en una escuela y una piba se queja o manifiesta algo sobre un compañero, creo que hay muchos mecanismos para trabajar que tengan que ver con transformarlo, todavía es dúctil, está ahí. Hay maneras maravillosas, como algunos pueblos de la cultura oral, que, cuando vos naciste, todo el pueblo te escribió una canción y, cuando hacés un daño, vienen todes juntes a cantarte esa misma canción y a preguntarte por qué nos hiciste esto: no se lo hiciste a ella o a él, nos lo hiciste a nosotrxs que te hicimos una canción. Ojalá pudiera ser así de utópico en estas megaciudades que somos. Pero los Videla, los policías, los que se ponen la gorra hoy: hay mucha gente que tiene que ser punida, porque ellos sostienen ese estado de punibilidad, a eso nos han empujado, en eso han convertido estas sociedades.

Cuando, por ejemplo, las mujeres, el feminismo mujeril dice esto del no punitivismo, está solapadamente resguardando a sus maridos, a sus hijos, a sus nietos en cosas muy jodidas. A nosotras eso nos lleva vida, nos mata. Entonces, la verdad que no sé si es claramente no ser punitivista y ya, hay muchas instancias, por lo pronto, hemos consensuado las cárceles, trabajemos para que las cárceles sean otro sistema de abrazo de aquella persona que cometió un error, hay mucho trabajo para hacer con esa persona. Pero también tenemos que proteger a las niñas. Entonces, no manejarnos en la ingenuidad, en la utopía: estamos en plena distopía, está el mundo espantoso como lo hemos hecho, veamos de empezar a trabajar para transformarlo.

El presente: la infancia y la juventud

— Hablás de la importancia de promover infancias libres, ¿cómo alcanzar esa forma de crianza desde un mundo adulto donde la violencia está tan presente?

— Es un terreno donde tenemos muchas herramientas, que están en los derechos de los niños, las niñas y adolescentes, y que se puede defender de manera activa. El niño, la niña es otra persona que viene al mundo con todos sus derechos. No es mi niño, mi niña, no es una propiedad mía; es una responsabilidad de los adultos a su resguardo que tenga acceso a todo y a elegir de ese todo de acuerdo a su deseo. Y cuando falla en algo, debemos estar atentas y una maestra tener la autoridad para decirles acá está pasando algo. Si el niño está golpeado, que se muevan las estructuras para ver qué pasa, si concientizamos a los adultos responsables a su alrededor, pero que no dejemos de tener la prioridad en ese niño. Y si ya no lo querés porque te salió tortita, porque es trava, porque es muy negro, tu responsabilidad hace que sigas laburando y sosteniéndole todas las posibilidades económicas mientras otras personas van a resguardar de su cuidado, pero vos vas a seguir aportando. Porque a nosotras nos tiran a la calle, se olvidan de nosotras, y esa impunidad ha ido haciendo que no se tenga una conciencia clara.

Hay que ver esa maraña de discursos de odio que están violentando a los niños y las niñas por todo. Nosotras somos las peores, el ultimo orejón del tarro por travas, maricas, pero no somos las únicas. Siempre se inventan algo y tenemos vergüenza todo el tiempo de ser tal y como somos, sentimos, deseamos.

Y eso se tiene que acabar y lo vamos a hacer interpelando al mundo adulto desde el derecho del niño, niña y adolescente. Y es así de poético: de todos los colores que hay, podés elegir de qué color vas a ir pintando tu vida y podés cambiar hasta el hartazgo.

— ¿Qué creés que está pasando hoy con lxs jóvenes, que parecen estar rompiendo estructuras que llevan siglos en relación a la libertad, al género?

— Creo que son los que tienen más información certera, que hay muchos discursos a los que ahora acceden. Podés acceder vía internet a una chaboncita que te dice que a ella le pasó esto y te das cuenta que nos pasó a todas y que ella lo dijo y pasó algo, y 600 la abrazaron aunque sea con un Me gusta. Nos vamos empoderando, pero, sobre todo, circula la información: “¡Ah! No soy yo la única trava del mundo”.

Esta juventud tiene esas posibilidades y el mundo adulto la subestima a grado tal que saben que los están embruteciendo, que los dejan con la TV, con el celular, y esas herramientas, en una inmensa medida, las han sabido usar para aislarse de eso e ir pensando otras cosas, y producir movimientos concretos.

A empezar a deshilvanar esta trama y a darse cuenta de que es mentira que el futuro es de ellos, que el hoy es de ellos, el pasado es de ellos y que no debieron dejarle este mundo tal como se lo dejaron. Creo que ahí está la potencia, porque hay un mayor estado de libertad, que después, cuando empezás a tener cosas que te enraícen, empezás a debilitarte, porque empezás a tener hijos, a tener trabajo. Creo que la juventud no tiene esas ataduras aún y puede tener un pensamiento libre que interpele. Y cada vez menos está dejándose encorsetar por esta sociedad. Cada vez piensa con mayor responsabilidad si quieren tener hijos o no, por eso están pidiendo el aborto, la autonomía, la absoluta libertad sobre las decisiones de nuestros cuerpos, por eso están poniendo en crisis cómo nos relacionamos. Es la fuerza instituyente. Aprenderemos de ellxs.

*Publicado en La Tinta