Se cocina con amor, con todos los nutrientes posibles
Las ollas populares siguen siendo un lugar imprescindible para afrontar la situación alimentaria, así como de contención para quienes allí concurren.
Laura y Puti participan de la olla que funciona los miércoles en Radio Pedal. Martín integra la Red de ollas del barrio Lavalleja. Y Ernesto forma parte del espacio libre El Hormiguero y la Red de ollas de Piriápolis.
Puti cuenta que hace unos meses se vio viviendo una situación que consideró “privilegiada”: más allá de encontrarse buscando una solución salarial como artista independiente y tener sus propias vulnerabilidades, por primera vez no tenía que pagar alquiler, ya que se encontraba viviendo en la casa de la mamá de une amigue. Decidió buscar una olla popular donde ayudar, y así llegó a la olla en Radio Pedal.
Laura se encuentra viviendo en un refugio, se enteró de la olla por una compañera y se sumó a este espacio donde además de alimentarse, colabora en el funcionamiento.
Ambos coinciden en definir el trabajo realizado en la olla como colaborativo. Dicen, también, que los vecinos son muy importantes dando una mano, así como la radio, en este caso, proporcionando el espacio. Laura enfatiza que ahí hay mesas y sillas donde pueden sentarse a comer tranquilos.
“Es una cadena humana frente a la situación que estamos viviendo, que es difícil”, afirma Laura. “La situación es paupérrima. Hay gente que verdaderamente se está muriendo de hambre. Y nos encontramos con este efecto de las ollas populares, que silenciosamente o no, hace visible el problema que hay de la alimentación y cómo la gente puede llegar a eso. Hay vecinos que están en su casa y no tienen para comer, y no se animan a llegar a la olla”, cuenta Laura y señala: “hasta en Parque Batlle hay olla”. “La olla visibiliza la problemática del acceso a la comida”. Puti señala, en ese sentido: “además de pasar hambre, la gente tiene que romper un paradigma y pedir ayuda, que es algo en lo que no nos educan”.
Acerca del trabajo en la olla, Laura destaca que “se cocina con mucho amor y eso las compañeras del refugio siempre lo dicen: que no hay como la comida de la olla, comparándola de repente con la comida del INDA o la comida que nos da el refugio, que a veces es puré con salsa… que no es comida”, y enfatiza “ lo primero, se cocina con amor; después se busca que estén todas las verduras, legumbres, todos los nutrientes posibles.” “Es un plato bien servido y con respeto. Y así es en todas las ollas”, afirma.
Martín, por su parte, consultado sobre la situación de las ollas en el barrio Lavalleja, señala que cuentan con una olla comunitaria de lunes a jueves en el tablado del barrio y también con ollas y merenderos que funcionan en casas de familia. “Es bastante desgastante para una familia llegar a las siete de la tarde y tener doscientas o doscientas cincuenta porciones para la gente que viene”, expresa. “Y en ese proceso estamos, de organizarnos como barrio, a través de las ollas. Pero es complicado”, indica. “Es muy desgastante el trabajo que hace el vecino de la olla”, cuenta, “a veces no están los insumos, no tiene la leña, no tiene el gas; también es desgastante toda la carga psicológica de la problemática de quien se arrima a una olla” “que está casi al borde de la marginación”. “El sistema te va tirando tanto para abajo que tenés que ir con un taper a buscar el alimento para vos y tu familia”, expresa.
Consultado sobre qué hace que la olla se siga sosteniendo, Martín dice que en su opinión hay una “cultura instalada de la olla popular a lo largo de los tiempos. Cuando se ha visto difícil la situación, ha salido la olla popular”. Señala que esa cultura sigue creciendo y de ello es una muestra que hace poco han cumplido un año como organización popular y solidaria.
“Ya en 2019 era una postal ver gente en situación de calle. No es algo novedoso. Nosotros, en nuestro barrio, los más pobres hemos perdido casi una generación por la pasta base, tenemos un gran índice de suicidio, porque imaginate un padre de familia que se queda sin trabajo con una familia a cuesta que no tiene para el alquiler, la luz y el agua, es complicado. Nosotros vivimos en un barrio que tiene una gran parte de asentamiento. El asentamiento está acostumbrado a la pobreza, porque hay que decirlo, la pobreza es una clase social que debe tener una voz y voto, y en ese camino estamos. Y reconocernos como gente pobre, humilde, y que podemos salir adelante y tener algo de qué hablar y manifestarnos como se demostró ayer en ese gran encuentro de ollas populares que hubo”, señala Martín refiriéndose a la movilización de ollas populares realizada el 17 de agosto pasado en Plaza Independencia.
“En nuestro barrio nosotros no inventamos nada, los vecinos nos convocaron a un plenario el 18 de marzo de 2020 y nos formamos con un merendero que había acá a la orilla del arroyo Miguelete y dos ollas que había en un realojo, cerca de Aparicio Saravia. Esas personas se juntaron con los vecinos. Eran cuatro vecinos que uno traía un kilo de arroz, el otro un kilo de fideos, el otro juntaba la leña. Y ahí fue que nos formamos como Red solidaria del Barrio Lavalleja”. Dice Martín “Ojalá nadie más dependa de la olla, pero tenemos una situación bastante complicada”.
Desde Piriápolis, Ernesto cuenta que la Red de ollas de esa ciudad se integra por el espacio libre El Hormiguero, el espacio cultural El Nido, el merendero y olla popular Arcoiris de la Iglesia del Bosque y merendero Pan y Canela en Pueblo Obrero. Expresa lo importante que fue crear una red, tener un contacto estrecho entre las ollas en Piriápolis, porque la realidad varía en cada territorio. Semanalmente, entre las cuatro ollas entregan 1.400 porciones y 250 meriendas.
Señala que más allá de ser un lugar turístico, en Piriápolis “hay una realidad muy cruda”. “Hace un año y medio que estamos haciendo frente a esta situación, que es sumamente complicada. Cada vez es más complicado porque suben tarifas, hay 60.000 nuevos desocupados, los salarios que se ajustan a la baja, eso hace que se incrementen los números de la gente que tiene que asistir a una olla. Esta realidad del coronavirus, que parece estancarse, nos está metiendo en otra realidad, que es la verdadera crisis del hambre. O sea, cada vez más uruguayas y uruguayos están en situación de pobreza. Hay 100.000 uruguayos en situación de pobreza, 35.000 niños en esa situación”, expresa. “Nosotros estamos haciendo frente a esa realidad pero tampoco podemos naturalizar el tema de las ollas”, dice. “Los medios de comunicación en línea general ven a las ollas como algo hermoso, y en realidad es algo feo de asimilar. Las ollas populares no tienen que existir, el Estado se tiene que hacer responsable”, señala. “Nosotros nos movilizamos porque no vamos a dejar que la gente se muera de hambre, porque somos gente. Pero el Estado no nos puede utilizar a nosotros, como olla, para ese frente. No nos puede usar como campaña”, afirma.
Laura y Puti cuentan que mientras preparan la comida se dan “charlas hermosas” y discusiones donde “se habla de todo”: pasando por la diversidad sexual y el género. “Y se va abriendo la mente”, dice Laura. En la olla se comparten también los dolores, y cuando no se sabe que hacer, se llora juntes, dice Puti. En las ollas, además de contribuir con alimentación también se ayuda a las personas a hacer sus currículums y en algunos casos de allí han surgido cooperativas. Laura y Puti, por ejemplo, se encuentran actualmente en una que confeccionan delantales. Es que las ollas son “una organización hermosa e inmensa” según Laura, y Puti agrega que son también “empáticas y amorosas”.
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Desgrabación y edición: Maria Noel Sosa y Mercedes Etcheverry