Trump y Harris: dos versiones de una misma forma de vida
Ninguna cultura humana ha llevado tan lejos históricamente un proyecto de control de lo incontrolable (y de separación del humano frente al mundo) como la “modernidad” occidental colonial, capitalista y patriarcal
Hemos heredado una forma nefasta de entender la realidad: el individuo humano es el centro del mundo y el mundo es una serie de objetos que el individuo humano, a veces en alianza y a veces en competición con otros individuos, debe controlar, dominar y explotar para su beneficio y placer. Esta es la herencia que nos ha dejado la “modernidad” occidental colonial capitalista y patriarcal, que nace alrededor del siglo XV y es todavía hoy la forma de vida imperante.
Hay dos variaciones de esta herencia: la conservadora y la liberal. Según la conservadora, en este proyecto de dominación, explotación y disfrute del mundo, hay grupos de individuos que siempre se han destacado por ser los mejores, los que mejor llevan a cabo este proyecto. Estos grupos superiores no deben dudar en disciplinar y castigar a los inferiores, porque éstos inferiores, se pretende, obstaculizan el proyecto.
Según la versión liberal, en este proyecto de dominación, explotación y disfrute del mundo, hay grupos de individuos que siempre han destacado por ser los mejores, los que mejor llevan a cabo este proyecto. Estos grupos superiores deben intentar educar o transformar a los inferiores, incluirlos, se dice, para que puedan contribuir mejor al proyecto.
En la versión conservadora, el individuo que se considera de los mejores se siente además honesto, siente que no es hipócrita y que no se engaña a sí mismo. Para él, la inferioridad de algunas personas no es solo un hecho, sino una amenaza que debe ser aprovechada en beneficio del proyecto. Cuando esto no sea posible, se debe controlar o incluso suprimir ese peligro. En la variante extrema de esta versión conservadora, el individuo encuentra también satisfacción en la violencia ejercida contra los inferiores.
En la versión liberal, el individuo que se considera de los mejores se siente además bueno, superior moralmente, porque en lugar de aplastar a los inferiores, intenta incluirlos, elevarlos a su propio nivel.
En la práctica, las dos versiones de nuestra forma de vida generan un gran malestar en el individuo, pues por mucho que le puedan aportar tanto la sensación de superioridad, como los objetos que consigue para su placer y disfrute, esto nunca resulta suficiente. El individuo se siente solo, insatisfecho. Y además el mundo se rebela, no se deja controlar: por más que el individuo humano intente someterlo a sus deseos, sigue existiendo lo no-controlable, lo impredecible, dentro y fuera de él. Ejemplos clásicos de lo no-controlable, (aunque está en todas partes), son: los sentimientos, el deseo, las otras personas, la enfermedad, la muerte, la naturaleza, el lenguaje, el cuerpo, etc, etc.
Que sepamos, ninguna otra cultura humana ha llevado tan lejos históricamente un proyecto de control de lo incontrolable (y de separación del humano frente al mundo, y de los individuos humanos entre sí) como la “modernidad” occidental colonial capitalista y patriarcal. La colonización (el racismo, el genocidio), el capitalismo y el patriarcado han sido y son sus grandes herramientas. El resultado es la destrucción ecológica, que amenaza con borrar la vida humana de la faz de la Tierra, la epidemia de malestares (depresión, ansiedad, estrés, etc.) y la pobreza.
Ahora bien, si así son las cosas, parece claro que nos queda estar atentxs a otras formas de vida que no sean esta. Afortunadamente, el mundo está lleno de ellas. De hecho, nuestras vidas solo se sostienen porque participamos parcialmente de otras formas de vida no individualistas. La necesidad que tenemos de estas otras formas de vida (es o ellas o el fin) pide tener paciencia con sus titubeos, sus fracasos, su “pequeñez”, sus contradicciones. El lugar más evidente donde buscar estas otras formas de vida son los movimientos anticoloniales, anticapitalistas, antipatriarcales. Aunque sea verdad que en estos movimientos a menudo reaparecen elementos de la versión liberal (la superioridad moral, el individualismo, el antropocentrismo, etc), no dejan de ser un vivero al que no podemos renunciar. Por otra parte, las formas de vida “premodernas” (campesinas, “indígenas”, no occidentales), obviamente nunca desaparecieron del todo. Antes de apresurarnos a señalar que esas “otras culturas tienen también cosas malas”, se podría ver qué es lo que pueden aportarnos para salir de la situación en la que estamos.
Hoy día, vemos cómo la versión conservadora de la “modernidad” occidental en su declinación más extrema (fascista) anda conquistando el deseo y la desesperación de muchos, por todo el mundo.
Frente a eso, no parece que reconstruir la versión “un poquito más liberal” de la misma forma de vida tenga mucho sentido. ¿Queremos realmente seguir enfocadxs en los políticos de turno que encarnan las versiones conservadoras y liberales de lo mismo?
¿Qué supondría buscar dentro y fuera de nosotrxs otras formas de vida y luchar por ellas?
¿En quiénes nos convertiríamos? ¿Qué perderíamos? ¿Qué miedos tendríamos que confrontar? Y, ¿cuánto caos no controlable estaríamos dispuestos a soportar? ¿Qué puede ser la vida si dejamos de vernos como el centro del mundo y empezamos a cuidar los vínculos que hacen posible nuestra existencia? ¿Con quiénes, en qué espacios podemos intentar este cambio? ¿Cómo conseguir que esa transformación no devenga, sin darnos cuenta, una nueva búsqueda de superioridad moral?
¿Cómo empezar a vivir de otra manera?
Katryn Evinson es profesora asistente de Estudios Romances en la Universidad de Duke. Luis Moreno-Caballud es profesor asociado en el departamento de Español y Portugués de la Universidad de Pennsylvania.
Publicada originalmente en ctxt.es