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Estamos rotxs

5 septiembre, 2023

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Trewaa

Estamos rotxs

¿Cómo aprender a solidarizarnos en la diferencia? ¿Cómo aprender a respetar los procesos de cada individualidad/colectivo? ¿Cómo aprender a cuidarnos? Detrás de la armadura —que justamente por ser arma, ataca y lastima, y por ser dura, se defiende y no siente— se encuentra la fragilidad, la sensibilidad, la escucha, el cuerpo.


¿Por qué pretendemos no equivocarnos en un mundo roto al cual llegamos rotxs?

Qué difícil hacer lo posible en una sociedad que constantemente nos lleva del éxito al fracaso, de lo mejor a lo peor, sin escalas, sin matices, sin mediaciones. Qué difícil resulta conservar la humildad en un mundo que nos convierte en juzgadores seriales. Cataratas de noticias, novedades y publicidades nos seducen desde las pantallas. Los dedos pulgares bailan sobre el teclado. Opinamos de todo, aun sin saber de lo que se opina, aun sin que tengamos nada para decir. Lo importante es opinar, de eso se trata la libertad de expresión, de eso se trata la democracia.

Qué difícil no tomarse las cosas personalmente en un mundo construido sobre los cimientos del Yo. Nadie está por fuera del Leviatán. En su estómago nacimos y, si bien queremos combatirlo, una vida no puede cambiar, por sí sola, cinco milenios de dominación. Siglos de repetición patriarcal de nuestrxs ancestrxs se nos adhieren a las carnes y, aun sin quererlo, seguimos repitiendo patrones autodestructivos.

Las vidas intentan agrietar suelos normalizados a la vez que exploran otras maneras de vinculación: lejos de la ficción del Yo que no se equivoca ni confunde, lejos de la ficción del Yo arrogante que sabe cómo tienen que ser las cosas, lejos de la ficción del Yo controlador que no confía ni suelta, lejos de la ficción del Yo iluminado, impoluto y ajeno a lo mundano. Vidas que intentan bajar la guardia, sacarse las armaduras, fragilizarse e identificarse mutuamente en la tragicómica condición humana. Vidas que se saben estrellas fugaces dentro del inabarcable y misterioso universo.

La tarea resulta titánica: destruir lo existente para enhebrar lo posible. Pequeñas posibilidades que quizás otorguen aires más respirables, sin asfixias extractivistas, sin asfixias ideológicas, sin asfixias represivas que inhabilitan el diálogo, incluso con quien, a pesar de las diferencias, está parado en la misma vereda. ¿Cuál será el suelo común básico que nos permita dialogar más allá y más acá de las diferencias?

¿Quién o qué es enemigo? ¿Quién es compañerx? ¿Qué convierte a un compañerx en enemigo que ya no forma parte de nuestro mundo? ¿Por qué, a veces, los aciertos de unx compañerx molestan? ¿Por qué los desaciertos de unx compañerx incomodan como si fueran a contaminarnos? ¿Por qué nos cuesta tanto confiar en nosotrxs? ¿Por qué seguimos reproduciendo el violento mecanismo de castigos y recompensas?

Quién esté libre de armadura que tire la primera piedra. Todxs estamos en la misma, nadie tiene la verdad. He allí un paso fundamental: vencernos a nosotrxs mismxs. ¿Cómo hacer para no comernos el verso? ¿Cómo asumir nuestra ignorancia, nuestra fragilidad? ¿Cómo aceptar que estamos rotxs para, así, intentar imaginar algunas transformaciones posibles?

Siete milenios de educación patriarcal nos han imposibilitado conectar con nosotrxs y nuestras necesidades. Hemos olvidado nuestras raíces y hemos aceptado la historia del Leviatán, del Estado, del Patriarca. Durante siete milenios nos hemos estado educando para responder a la autoridad. Siglos y siglos de generaciones y vidas adoctrinadas para existir dentro de estructuras de dominación. La mentira institucionalizada se alimenta de todos nuestros deseos, de la energía vital que habita en nuestros cuerpos, en nuestros territorios.

Educadxs en un lenguaje que separa entre correcto o incorrecto, verdadero o falso, bien o mal, izquierda o derecha, espacio y tiempo, medios y fines, Estado y Capital, mente o cuerpo, víctima o victimario, cielo o infierno, consciente o inconsciente, Hombre o Mujer, adentro y afuera, valor de cambio o valor de uso, luz y oscuridad. Un lenguaje muy peligroso y trágico. Un lenguaje binarista y escindido que imposibilita, por su propia escisión, discernir el fluir de la vida. Como es arriba, es abajo. Principio de correspondencia. La separación no existe. El Yo tampoco.

Educadxs a vivir y responder en términos de castigos y recompensas. Educadxs para ser trabajadorxs, meros engranajes desechables de la maquinaria asesina. Educadxs para ser varón o mujer y mutilar nuestra sexualidad, nuestra sensibilidad. Educadxs por y para otrxs, contra nuestra autonomía, contra la comunidad a favor del Leviatán. Las instituciones apuñalan diariamente nuestros sueños.

Por eso no es de extrañar que muchas veces no sepamos resolver conflictos. En todas las etapas de la vida encontraremos autoridades encargadas de decidir en nuestro lugar: xadres, profesores, directores, rectores, jefes, jueces, policías, doctores, políticos, legisladores, gobernadores, presidentes. Se nos excluye del proceso mismo de toma de decisiones. El Estado capitalista y su estructura jerárquica-patriarcal nos ha confiscado la comunicación, imposibilitándonos de entablar relaciones de diálogo y reciprocidad. Las respuestas ya se encuentran preparadas de antemano. Las preguntas también.

En la democracia, son las imágenes las que mediatizan las relaciones. Las complejidades propias de las personas sensibles se esfuman tras la figura abstracta del ciudadano. Lxs implicadxs en el conflicto son separados. La resolución del mismo queda en manos de abogadxs, jueces y leyes abstractas que no definimos y que tardan años y años en avanzar. Salvando contadas excepciones, ¿alguna vez, en los colegios, en la universidad, en la familia, en los partidos se nos pregunta qué necesitamos? ¿Qué deseamos? ¿Qué queremos aprender y cómo? Que no nos conozcamos ni sepamos expresar nuestros deseos y necesidades es el objetivo fundamental de las extensiones leviatánicas.

Esto lo sabemos, y sin embargo, intentando escapar de la tiránica moral religiosa y estatal con sus leyes, moralismos, mandamientos y castigos, terminamos produciendo una nueva tiranía ideológica con sus propios moralismos, mandamientos y castigos. Pretendemos no equivocarnos, no tener miserias, no confundirnos, no asustarnos. Fantaseamos con que la “toma de conciencia” es suficiente para limpiar siglos y siglos de mutilación de los cuerpos, y pretendemos cambiar el mundo cuando ni siquiera nos hemos cambiado a nosotres mismes.

Sentido de pertenencia, protagonismos, desconfianzas, durezas, heroísmo. ¿Cómo aprender a solidarizarnos en la diferencia? ¿Cómo aprender a respetar los procesos de cada individualidad/colectivo? ¿Cómo aprender a cuidarnos?

Detrás de la armadura —que justamente por ser arma, ataca y lastima, y por ser dura, se defiende y no siente— se encuentra la fragilidad, la sensibilidad, la escucha, el cuerpo. Entre algunas sensibilidades tal vez surja una profunda amistad y compañerismo. Entre otras, afinidad y vínculos más esporádicos pero perdurables en el tiempo. Con quienes nada de eso sucede pero también apuntan a la destrucción de este orden y sus miserias, que los encuentros inevitables por estar en el movimiento sean sin las habladurías que el gran autómata nos empuja a decir. Perder la fragilidad, perder la compasión es finalmente, perder la partida de la vida.

¿Cómo habitar las contradicciones propias de la vida y la lucha? ¿Cómo habitar los celos, envidia, miedo, inseguridad, confusión? ¿Por qué elegimos evitar las contradicciones y tirarlas debajo de la alfombra como si no existieran? En su lugar, entendamos que “la dinámica del verdadero crecimiento consiste en la práctica consciente e inconsciente de la contradicción. Quien no haya chocado alguna vez con sus propios ideales en la realidad no tiene ideales, sino solamente fanatismos”. Mirarnos en el espejo y pulirnos con paciencia.

Un viejo compañero decía: “Todos nosotros, sin excepción, nos vemos obligados a vivir más o menos en contradicción con nuestros ideales, pero somos socialistas y anarquistas porque sufrimos esta contradicción, y en la medida en que la sufrimos y tratamos de reducirla al mínimo posible”. No huir, mirar los miedos a la cara, invitar a los celos a una tranquila charla, escuchar para poder aprender y transformar. Habitar la incomodidad, no huir.

La anarquía, la vida autorregulada, la comunidad de las diferencias, no es la ausencia de conflictos, sino más bien, la serenidad para asumir el caos de la vida, la capacidad para entender y resolver, incluso en la diferencia, los conflictos. La armonía dentro del caos. Tendemos a juzgar, apartar, castigar, reprimir y negar; ¿cómo neutralizar esos automatismos para poder escuchar, hablar, alojar, comprender, sentir?

“En lo que concierne a las cosas humanas, no reír, no llorar, no indignarse, sino comprender” decía un filósofo. Lo único verdaderamente universal, el elemento en común que tienen todas las personas es que todas son diferentes. ¿Cómo hacer para pensar en tensión? Hay diferencias y hay puntos comunes, depende de cada situación. ¿Por qué hacer de ello un problema? El gigante anarquista nos recuerda: «La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida».

Pareciera ser que los dispositivos de este orden existente nos obligan a decidirnos por la ruptura y la división. Lo que podría ser un movimiento fructífero en dinámicas y diferencias se transforma en armaduras de pequeños grupos autorreferenciales que incluso, entre sí, tienden a mirarse por encima del hombro, viendo quién resulta más o menos subversivo, más o menos coherente e impoluto. Así, se pasa de la construcción de una ética compañera que articula incluso en el disenso, hacia una competencia ideológica por ver quién resulta más o menos anarquista, más o menos rebelde.

Nuevamente el viejo compañero toma la palabra: “Tratemos de entendernos; o si, según parece el entendimiento no es posible, hay que aprender a tolerarse, trabajar juntos cuando se está de acuerdo, y cuando no, dejar que cada uno haga lo que le parezca sin obstaculizar unos a otros. Porque, en verdad, si se toman en cuenta todos los factores, nadie siempre tiene razón”.

Sabemos que de las rupturas nacen nuevas explosiones, y no creemos que todes tengamos que ser amigues. Cuando existe movimiento se producen choques y nuevas composiciones. La rebeldía es la vida en movimiento. Lo que se estanca se pudre. Pero también podríamos tener presente cuándo la ruptura genera nuevos mundos o fortifica el existente. No es lo mismo dividirse que multiplicarse. El final es tan importante como el principio. La ida es tan importante como la vuelta.

En este mundo nadie está a salvo. Asumir nuestras miserias y comenzar a trabajarlas, empezar a buscar formas de resolver estas cuestiones de violencia entre nosotrxs, y no simplemente negarlas y hacerlas a un lado como si no fuesen parte fundamental de la nueva sensibilidad que queremos construir. Y así, poco a poco, diluir las armaduras existentes para abrazar las fragilidades posibles.

Por eso nos acompañamos y nos apoyamos, porque somos débiles, porque estamos lastimadxs. De eso se trata el compañerismo, de acompañarse en el proceso de transformación. El colectivo es un medio para la realización individual. La revolución es un baile individual de realización colectiva. Compañerx es aquél que nos potencia, un trampolín sobre el cual saltar hacia la libertad. Luchamos por construir espacios donde nadie tenga que aparentar nada que no siente, espacios en los cuales poder florecer juntxs.

 

Texto originalmente publicado en www.periodicogatonegro.wordpress.com