¿Podemos entender el populismo sin llamarlo fascista?
En esta conversación [marzo, 2018], Nancy Fraser explica cómo la agenda de justicia social de la izquierda fue secuestrada por lo que ella llama el “neoliberalismo progresista”, al tiempo que estudia cómo una economía política marxista matizada puede guiar a la izquierda para reconquistar a las masas con una agenda adaptada a nuestro tiempo. La entrevistó Shray Mehta, del Departamento de Sociología de la South Asian University, en Nueva Deli.
Sobre el auge del populismo
Shray Mehta: Muchas gracias por darme la oportunidad de tener esta conversación. Hay varias cuestiones que deseo discutir con usted y quisiera comenzar con algo que quizá podría darles cabida. Creo que empezar con el tema del auge del populismo podría ser un buen punto de partida.
El mundo está viendo un alarmante aumento en lo que se refiere al ascenso de líderes populistas; y el patrón parece repetirse con la suficiente frecuencia en todo el espectro sin restringirse al norte o al sur global. ¿Cómo puede contextualizarse este aumento del populismo como un momento histórico mundial? ¿Tiene una dinámica sistémica allende las naciones, que se encuentra en la economía internacional y en una crisis del capitalismo?
Nancy Fraser: El populismo se enmarca en una dinámica mundial histórica. Es un síntoma de una crisis hegemónica del capitalismo —o, mejor dicho, de una crisis hegemónica de la forma específica de capitalismo en la que vivimos: globalizante, neoliberal y financiarizada—. Este régimen capitalista financiarizado sustituyó al modelo anterior de capitalismo gestionado desde el estado y mermó toda conquista previa de las clases trabajadoras. El populismo es, en gran medida, una revuelta de estas clases en contra del capitalismo financiarizado y de las fuerzas políticas que lo han impuesto. Para entender dicha revuelta hay que comprender el bloque hegemónico previo que se está rechazando. He llamado a este bloque “neoliberalismo progresista”. En tanto que poder dominante, el neoliberalismo progresista se centró en los estados más poderosos del norte global, aunque hizo avanzadillas en todas partes, incluyendo el Asia Meridional. Son ejemplos el Nuevo laborismo de Tony Blair, el Nuevo Partido Demócrata de Clinton, el Partido Socialista en Francia y los gobiernos recientes del Congreso de la India.
La particularidad del “neoliberalismo progresista” es que combina políticas económicas regresivas y liberalizantes con políticas de reconocimiento aparentemente progresistas. Su política económica se centra en el “libre comercio” (lo que significa, en realidad, el libre movimiento del capital) y en la desregulación de las finanzas (que empodera a inversores, bancos centrales e instituciones financieras globales para dictar políticas de austeridad al estado por decreto y mediante el arma de la deuda). Mientras tanto, su vertiente de reconocimiento se centra en la comprensión liberal del multiculturalismo, el ecologismo y los derechos de mujeres y LGBTQ [lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, queer]. Plenamente compatibles con la financiarización neoliberal, estas comprensiones son meritocráticas, esto es, no igualitarias. Orientando la discriminación, tratan de asegurar que unos cuantos individuos “con talento” de “grupos infrarrepresentados” puedan llegar a la cima de la jerarquía corporativa ¡y lograr puestos por los que les paguen como a los hombres blancos heterosexuales de su misma clase! Lo que no se dice, en cambio, es que mientras esta minoría “rompe el techo de cristal”, todos los demás siguen atrapados en el sótano. Así, el neoliberalismo progresista articula una política económicamente regresiva con una política de reconocimiento aparentemente progresista. La vertiente del reconocimiento ha funcionado como coartada del lado económicamente regresivo. Ha facilitado que el neoliberalismo se presente como cosmopolita, emancipatorio, progresista y moralmente avanzado —en oposición a unas aparentemente provincianas, retrógradas e ignorantes clases obreras—.
El neoliberalismo progresista fue hegemónico durante un par de décadas. Presidiendo grandes incrementos de la desigualdad, entregó gran prosperidad principalmente al 1%, pero también al estrato de los estrato profesional directivo. Quienes fueron atropelladas fueron las clases trabajadoras del norte, que se habían beneficiado de la socialdemocracia; los campesinos del sur, que sufrieron un renovado desposeimiento por medio de deudas a escala masiva; y una creciente precariedad urbana en todo el mundo. Lo que se ha llamado populismo es una revuelta de estos estratos contra el neoliberalismo progresista. Votando a Trump, el Brexit, a Modi[1] o al Movimiento Cinco Estrellas en Italia han manifestado su negativa a continuar con su papel asignado de corderos sacrificados en un régimen que no tiene nada que ofrecerles.
Shray Mehta: A menudo hay prisa por desestimar, por “fascistas”, a los movimientos populistas tan pronto como empiezan a articular sus demandas. Sin embargo, si los leemos como una articulación de las preocupaciones de la gente frente a una apatía sistémica continua, emerge una imagen más compleja. Por ejemplo, el ascenso de Trump se basa en cierta medida en el apoyo de una base de votantes que se descartan rápidamente por ser “hombres blancos racistas”, a pesar de que podrían haber votado a Obama en las dos últimas elecciones. En un contexto diferente, en la India, funciona una lógica similar, rechazando el ascenso de Hindutva por fascista, sin contextualizarlo históricamente en el marco de las políticas neoliberales del gobierno anterior del Congreso. En este sentido, ¿cómo interpreta esta completa despreocupación por las inquietudes de la gente en el discurso público, por un lado, y el etiquetado de la reacción popular como fascista [por el otro]?
Nancy Fraser: Estoy de acuerdo con su posición en esta cuestión. El liberalismo tiene una larga historia en lo que se refiere a intentar deslegitimar su oposición —estigmatizando a su oponente por, por ejemplo, “estalinista”, “fascista”, lo que sea—. Esto es sin duda lo que está ocurriendo en la actualidad con el término “populismo”. Esta palabra se usa ampliamente por los liberales para rechazar, por ilegítimas, las fuerzas populares que se rebelan contra su mandato. Pero está en lo cierto, esta es una táctica defensiva por parte de los defensores del neoliberalismo progresista. Esperan resucitar su proyecto estigmatizando a la oposición. En los Estados Unidos (EUA) andan a la búsqueda desesperada de un nuevo líder, más atractivo que Hillary Clinton, bajo el cual restaurar una nueva versión de neoliberalismo progresista. Esta es la agenda de buena parte de la “resistencia” anti-Trump. No tengo suficiente conocimiento sobre la política india como para asegurarlo, pero supongo que el partido del Congreso está empleando tácticas similares con la esperanza de recuperar el poder.
Por supuesto, no hace falta decir que no apoyo a Trump o a Modi. Sin embargo, no me desagrada que quienes han sido jodidos por el neoliberalismo progresista se estén alzando frente a él. En algunos casos, sin duda, la forma que toma su revuelta es problemática. Empleando como chivos expiatorios a inmigrantes, musulmanes, negros, judíos y demás, a menudo no identifican la verdadera causa de sus problemas. Pero es contraproducente rechazarlos simplemente por ser racistas irreversibles e islamófobos. Asumir eso desde el principio es entregar cualquier posibilidad de ganárselos para la izquierda, sea para el populismo de izquierdas o para el socialismo democrático.
Además, la idea de que todos estos votantes no son otra cosa que racistas de manual no cuadra con los datos. En los EUA, como dices, ocho millones y medio de personas que votaron a Obama en 2012 dieron un giro y votaron a Trump en 2016. Muchos de estos eran clase trabajadora del cinturón industrial que sufrieron masivamente la desindustrialización, la precarización y la mayor epidemia de adicción a los opiáceos, orquestada por las grandes farmacéuticas. Ellos dieron la presidencia a Trump. En ambas elecciones, en 2012 y 2016, votaron contra el economicsfirst neoliberal, por Obama, quien hizo campaña desde la izquierda adoptando la retórica del “Occupy Wall Street”; y luego, por Trump, quien hizo campaña no sólo por un reconocimiento exclusivista, sino también por una economía populista. Esto da cuenta de que las cuestiones identitarias no fueron prioritarias en la mente de estos votantes. En ese ámbito, fueron bastante inconstantes, yendo de aquí para allá de acuerdo con las opciones que se les ofrecían. Sin embargo, sí fueron coherentes en rechazar la deslocalización, el “libre comercio” y la financiarización; en apoyar la protección social, el pleno empleo y los salarios dignos. Lo mismo ocurre, por cierto, en el Reino Unido (RU). Muchas personas de la clase trabajadora del norte de Inglaterra que votaron por el Brexit ahora respaldan firmemente a Jeremy Corbyn. En Francia también hubo muchos cambios de un lado para otro entre el Frente Nacional y el candidato de izquierdas Jean-Luc Mélenchon.
Mi planteamiento es que todos estos votantes (¡y otros!) tienen reclamaciones legítimas contra el neoliberalismo progresista. Lejos de desestimarlas por racistas, la izquierda debe validarlas. En vez de asumir que son desesperanzadoras, debemos partir de la premisa de que muchos votantes del populismo de derechas son en principio “ganables” para la izquierda. Debemos seducirlos, dando credibilidad a sus quejas y ofreciéndoles un análisis alternativo de la verdadera causa de sus problemas y una propuesta alternativa para solucionarlos.
Shray Mehta: En esta línea de ofrecer una explicación alternativa y una visión alternativa, históricamente, no es la primera vez que tiene lugar este apoyo cambiante a la izquierda y a la derecha. Sabemos que hay un precedente histórico de esto. La derecha es capaz de establecer una lógica causal entre los problemas sistémicos y ciertos grupos sociales como judíos, musulmanes o inmigrantes, para sugerir que centrándose en ellos se solucionaría la cuestión del empleo, y esto atrae a las personas. Aunque la izquierda trata de intervenir, su visión se antoja utópica para la gente. En este sentido, ¿siente que todavía permanece cierta laguna crucial para la izquierda?
Nancy Fraser: Sí, estoy de acuerdo. Seguramente hay una laguna programática en la izquierda. Esto se debe en parte al final del comunismo soviético, que tuvo el desafortunado efecto de deslegitimar no sólo aquel régimen esclerótico, sino también las ideas del socialismo y del igualitarismo social en general. La atmósfera resultante benefició en gran medida a los neoliberales, a la par que intimidaba y desmoralizaba a la izquierda.
Pero la cosa no acaba aquí. En este contexto, una porción significativa de lo que podría haber sido la izquierda se ha pasado al liberalismo. Sólo hay que pensar en el feminismo liberal, el antirracismo liberal, el multiculturalismo liberal, el “capitalismo verde” y demás. Estas son hoy las corrientes dominantes de los nuevos movimientos sociales cuyos orígenes eran, si no directamente de izquierdas, al menos izquierdistas o proto-izquierdistas. Hoy, sin embargo, carecen de la más mínima idea de una transformación estructural o de una economía política alternativa. Lejos de tratar de abolir la jerarquía social, toda su postura tiene como objetivo conseguir que más mujeres, gais y personas de color entren en las élites. Por supuesto en los EUA pero también en otros lugares, la izquierda ha sido colonizada por el liberalismo.
Bajo mi punto de vista, la mejor manera de reconstruir la izquierda es resucitar la vieja idea socialista del “Programa de Transición”[2] y dotarla de un nuevo contenido, apropiado para el siglo XXI. Hoy en día no podemos empezar diciéndole a la gente que vamos a socializar los medios de producción y que así conseguirán trabajos seguros y bien remunerados. Esta retórica está agotada. Lo que necesitamos, por contra, es lo que André Gorz llama “reformas no reformistas”. Éstas mejoran la vida de las personas en el aquí y el ahora trabajando, simultáneamente, en una dirección contrasistémica, en parte declinando la balanza en el poder de clase en detrimento del capital. Además, tales reformas no pueden centrarse exclusivamente en la producción y en el trabajo remunerado. Necesitan abordar igualmente la organización social de la reproducción —la provisión de educación, vivienda, cuidado médico, cuidados infantiles, cuidado de personas mayores, un medioambiente saludable, agua, servicios públicos, transporte, emisiones de carbono— y el trabajo no asalariado que sostiene a las familias y generar vínculos sociales más amplios.
Lejos de ser perfecta, la campaña de Bernie Sanders en los Estados Unidos tenía algunas ideas que apuntaban en esta dirección. A parte de elevar el salario mínimo a 15 dólares la hora, Sanders hizo campaña por un “Medicare para todos”, matrículas universitarias gratuitas, una reforma de la justicia penal, libertad reproductiva y por la división de los grandes bancos —todas ellas, medidas conectadas con el empleo. Sin duda, sus ideas no estaban completamente desarrolladas. Y podría decirse que eran más socialdemócratas que socialistas democráticas. Pero representaban los primeros indicios de una alternativa populista de izquierdas para los EUA.
La izquierda también necesita pensar en las finanzas y la banca. Uno de los pensadores más interesantes sobre este tema es Robin Blackburn, quien sostiene que las finanzas deberían convertirse en un servicio público, como solía serlo la electricidad, lo que significa que deberían ser públicamente poseídas y distribuidas. Las decisiones sobre el crédito, dónde invertir y qué proyectos financiar, deberían tomarse sobre la base no de la tasa del rendimiento, sino del valor y de la utilidad social. Y deberían tomarse de forma democrática —a través de juntas elegidas encargadas de representar a las comunidades y demás partes interesadas. Esta es una idea muy interesante, porque sin duda necesitamos un sistema de crédito. Abolir bancos e instituciones financieras globales no es la solución. Lo que se necesita, más bien, es socializar las finanzas.
Además, este es el momento perfecto para desarrollar un programa de izquierdas para las finanzas. Muchas personas están ahora familiarizadas con este problema. Después de todo, de eso se trataba “Occupy Wall Street”. Todo el mundo sabe que las empresas de inversión han vuelto a sus viejas trampas y que no se ha hecho nada en la dirección de una reforma estructural para evitar una crisis financiera global en un futuro cercano. Los estadounidenses son plenamente conscientes de que Obama usó nuestros impuestos para rescatar a los bancos cuyos mecanismos depredadores casi colapsan la economía mundial, pero que no hizo nada para ayudar a los 10 millones de personas que perdieron su hogar durante la crisis hipotecaria. No hay duda de que muchos están dispuestos a reconsiderar este sistema. En este ámbito, ni la derecha ni el centro tienen nada que ofrecer, así que se trata de una gran oportunidad para la izquierda.
Sobre el potencial emancipatorio del capitalismo
Shray Mehta: Me gustaría volver a prestar atención ahora a algunas cuestiones teóricas. En su artículo titulado “Marx’s Hidden Abode” [La morada oculta de Marx] en la New Left Review, ha discutido extensamente cómo el valor se produce no sólo por el trabajo productivo, sino también por el trabajo que no se contabiliza. Este último podría ser algo que, incluso, respalda y sostiene el primero.
En un momento sugiere que una parte de la expansión del capitalismo es el “potencial emancipatorio del capitalismo”. Este “potencial emancipatorio” es una cuestión harto debatida en el pensamiento marxista y se ha argumentado que, a menudo, el trabajo no libre no deja de ser forzado por medio de la dialéctica de la “doble libertad” del capitalismo. En este contexto ¿cómo se puede entender el potencial emancipatorio del capitalismo en relación con este trabajo esclavo contemporáneo?
Nancy Fraser: La expresión “doble libertad” es irónica. El lado positivo tiene que ver con tener libertad de movimiento y con tener el derecho de iniciar “voluntariamente” un contrato laboral. Pero, como bien sabe, esto tiene una contrapartida. Al devenir libre para vender la propia fuerza de trabajo, uno también es liberado —es decir, privado— del acceso a los medios de subsistencia y de producción. Marx hizo hincapié en que los proletarios han sido “liberados” del acceso a la tierra, a las herramientas, a las materias primas y demás activos que necesitarían para organizar su propio trabajo y satisfacer sus necesidades. En consecuencia, no tienen más remedio que firmar un contrato laboral con un capitalista. El lado positivo de la libertad está seriamente comprometido, si no es simplemente ilusorio.
La libertad en el capitalismo es, en efecto, una espada de doble filo. Si uno es un esclavo o un siervo, la capacidad para convertirse en un trabajador asalariado es sin duda un paso adelante, como el mismo Marx subrayó. Pero eso no significa que uno sea libre en un sentido pleno y firme. Por el contrario, el proletariado se convierte en sujeto de una forma diferente de dominación, una dominación más impersonal y abstracta. Por ello, no exageraría el potencial emancipatorio del capitalismo, pero tampoco lo ignoraría.
La clave es, sin embargo, otra cuestión: el capitalismo no es un sistema uniforme. No trata a todos de la misma manera al mismo tiempo. Incluso cuando “emancipa” a algunos de la dependencia y del trabajo forzado y los convierte en proletarios doblemente libres, deja a otros —a muchos más, de hecho— en contextos y formas de dominación tradicionales. O, más bien, reformula estos contextos y formas de dominación tradicionales formas nuevas y, a menudo, altamente opresivas.
De hecho, he argumentado recientemente en mi ponencia Contributions to Contemporary Knowledge [Contribuciones al conocimiento contemporáneo] que la explotación de los “trabajadores libres” está íntimamente vinculada, y de hecho depende de ella, con la expropiación de “otros” dependientes. Por expropiación entiendo la incautación de los bienes de las personas subyugadas (su trabajo, tierra, animales, herramientas, niños y cuerpos) y la canalización de esos activos confiscados en los circuitos de acumulación de capital. En este sentido, la expropiación difiere marcadamente de la explotación. La explotación está mediada por un contrato salarial: el trabajador explotado intercambia “libremente” su fuerza de trabajo por salarios que se supone que cubren la media de los costos socialmente necesarios para su reproducción. La expropiación, por el contrario, prescinde de la excusa del consentimiento y secuestra brutalmente propiedades y personas sin recompensa —sea mediante fuerza militar o a través de la deuda—. Mi percepción es parecida a las de Rosa Luxemburgo y David Harvey: la explotación por sí sola no puede sostener la acumulación capitalista a lo largo del tiempo. Esta última depende, por contra, de continuos aportes de expropiación. Así que los dos “exp” [explotación y expropiación] están entrelazados. Y es el proceso combinado de explotación y expropiación el que genera esa plusvalía.
Esta idea está brillantemente ilustrada por una frase de Jason Moore. Él dice que “detrás de Manchester se encuentra Mississippi”. Esto significa que la industria textil altamente rentable de Manchester que escribió Engels no habría sido rentable sin el algodón barato suministrado a través del trabajo esclavo de las Américas. Añadiría incluso una tercera “M” por Mumbai, para señalar el importante papel que jugó en el ascenso de Manchester la destrucción calculada de la fabricación textil india por parte de los británicos. Este es un caso en el que la expropiación es una condición para la posibilidad de una explotación rentable. El capitalismo lleva a cabo un doble juego con las personas, destinando a unos a la “mera” explotación mientras que condena a otros a la brutal expropiación, una distinción que ha ido asociada históricamente con el imperio y la raza. Por lo tanto, rechazo la afirmación, a menudo atribuida a Marx, de que el valor se produce sólo por el trabajo asalariado. Hay muchas otras aportaciones no remuneradas al proceso, incluido el trabajo social y reproductivo de las mujeres, sin el cual no sería posible el trabajo asalariado.
Shray Mehta: Para comprenderlo mejor ¿podría explicar esta dinámica del potencial emancipatorio del capitalismo teniendo a las economías de la “periferia” en mente? ¿Cree que se puede seguir pensando en ellas como una periferia en el contexto del neoliberalismo que parece proveer de una libertad plena al capital al tiempo que restringe el trabajo al territorio nacional?
Nancy Fraser: El lenguaje de “núcleo y periferia” tiene menos sentido ahora que en períodos anteriores, pero aún estamos batallando por encontrar una alternativa satisfactoria. Los defensores de la perspectiva del sistema-mundo [también conocida como economía-mundo] dicen que los países semiperiféricos están diseñando estrategias para ascender en la escala de valor agregado de la producción de productos básicos. Pero incluso esta visión no es completamente adecuada para una situación en la que la industria se está reubicando a gran escala desde los núcleos históricos hasta los llamados BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica]. Dado el peso de las economías de estos últimos, se hace difícil llamarlos “semiperiféricos” y mucho menos “periféricos”. Lo que complica todavía más la situación es que, a pesar de su peso económico, los países BRICS no están (¿todavía?) en una posición que los afirme como poderes globales en el escenario mundial. Más bien, un poder económico en decadencia (los EUA) aún (de momento) juega el rol de hegemonía mundial, a pesar de la caída en picado de su credibilidad moral y de su cambio de estatus al ser una nación deudora. A dónde va todo esto sigue sin estar claro y en gran parte depende de China. Pero al margen de cómo se desarrollen las cosas, tendremos que desarrollar nuevos vocabularios y marcos conceptuales para captar una nueva situación histórica.
No obstante, una cosa sí que está clara: ha habido un cambio tremendo en la relación entre la explotación y la expropiación en el capitalismo financiarizado. Esto se debe en gran parte a la relocalización de la fabricación fuera del núcleo histórico y a la universalización de la expropiación vía deuda. Esto último es obvio en el caso del desposeimiento de tierras y de los programas de ajuste estructural que imponen condiciones de préstamo a los estados del sur global. Los gobiernos de todas las partes de América Latina, África y Grecia han tenido que reducir el gasto social y abrir sus mercados al capital extranjero, vampirizando a su gente para el beneficio del capital. En estos casos, la deuda es un vehículo de expropiación en la (antigua) periferia y semiperiferia, incluso cuando estas regiones también se están convirtiendo en territorios principales de explotación.
Al mismo tiempo, la expropiación va en aumento en el “núcleo” histórico. Como el trabajo precario sustituye a la mano de obra industrial sindicalizada, el capital paga a sus trabajadores menos del costo socialmente necesario para su reproducción. Y sin embargo todavía necesita que estos trabajadores cumplan una doble función como consumidores. ¿Entonces qué hay que hacer? La solución es inflar la deuda del consumidor que permite a la gente comprar cosas baratas producidas en otros lugares. Aquí, también, la expropiación se alimenta de aquellos que también son explotados en “McJobs” [trabajos basura].
Así que esta es una nueva constelación que revuelve la vieja división explotación/expropiación. Solía pasar que la mayor parte de la explotación tenía lugar en el núcleo histórico, mientras que la mayoría de las expropiaciones se ubicaban en la antigua periferia. Pero esto ya volverá a ocurrir. Ahora los dos “exp” no constituyen el binomio o bien/o, sino la pareja ambas/y. Ya no son alternativas mutuamente excluyentes, sino que se hallan muy cerca; a menudo las mismas personas experimentan ambas.
En este sentido, me preguntaba por las implicaciones de esto para la emancipación. Esta es, en mi opinión, la pregunta clave para la izquierda en nuestro tiempo. ¿Qué sigue políticamente al hecho de que el capitalismo ya no asigne la explotación a un grupo social o región y la expropiación a otro grupo o región? Cuando ese era el caso, los ciudadanos-trabajadores “libremente” explotados del núcleo podían disociar fácilmente sus objetivos y luchas de aquellos sujetos subyugados, racializados y expropiados de la periferia. Y eso debilitó las fuerzas de la emancipación, al tiempo que permitía un divide y vencerás. En la actualidad, sin embargo, casi todo el mundo está siendo explotado y expropiado simultáneamente. Por lo tanto, parece que la base material para esas viejas divisiones internas de la clase trabajadora está desapareciendo. En teoría, esto debería abrir perspectivas para alianzas nuevas y ampliadas. Si los que sufren de ello pueden entender que la expropiación y la explotación son dos elementos analíticamente distintos, pero prácticamente aunados en un solo sistema capitalista, podrían concluir que comparten un mismo enemigo y que deberían unir sus fuerzas. Pero este efecto no es automático ni garantizado. Por ahora, al menos, los cambios asociados con el capitalismo financiarizado están engendrando paranoia y ansiedad, que a su vez conducen a formas exacerbadas de chovinismo, incluso en los populismos de derecha que discutimos al principio.
De hecho, ahora hemos cerrado el círculo de la conversación al haber logrado, espero, una comprensión más profunda del asunto. Pero querría enfatizar de nuevo lo que dije antes. Aunque las solidaridades expandidas no se generarán automáticamente por el mero hecho del cambio estructural, aún podrían crearse políticamente, a través de intervenciones políticas de izquierda. La izquierda, como dije, debe rechazar taxativamente los terroríficos juegos tácticos del liberalismo con la palabra “populismo”. Sin miedo a esta palabra y dispuestos a conquistar a aquellos atraídos por sus variantes derechistas, debemos armar nuestra propia crítica estructuralista de izquierda del neoliberalismo progresista y nuestra propia visión transformadora de una alternativa emancipadora. Rompiendo definitivamente tanto con la economía neoliberal como con las diversas políticas de reconocimiento que últimamente la han apoyado, debemos desechar no sólo el etnonacionalismo excluyente, sino también el individualismo liberal-meritocrático. Sólo aunando una sólida política de distribución igualitaria con una política de reconocimiento sensible a las clases y sustantivamente inclusiva podemos construir un bloque contrahegemónico que nos lleve de la crisis actual hacia un mundo mejor.
Notas:
[1] Nota de la T.: Narendra Modi, del Bharatiya Janata Party (BJP) es el catorceavo Primer Ministro de la India, es un nacionalista hindú miembro de la organización de derecha Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS).
[2] Nota de la T.: Votado en el Congreso Fundacional de la Cuarta Internacional (1938) y elaborado por León Trotsky, la idea es, a grandes rasgos, que las masas en sus luchas diarias hallen la conexión con el programa de revolución socialista.
Publicado en sinpermiso.info