Ellos los galos
Se cierra una página -poco trascendente, es cierto- pero que organizó nuestra rutina de este invierno. “Ganó Francia”: la selección francesa ganó el campeonato mundial de fútbol. Si las selecciones deportivas masculinas, se constituyen por excelencia en la sinécdoque de la nación, para este caso, esa referencia abre significativas líneas de fuga. Sus integrantes, siempre personas aunque transformados en ídolos, inscriben con su presencia otras referencias. Mediante colores de piel o portando banderas, Francia se transforma en la selección europea “más africana” y de la mano de Griezmann, en amante de la cultura uruguaya.
No elegimos el país donde nacemos ni el color de nuestra piel. Dicen que tampoco elegimos los amores, sean personales o deportivos. Así, y desde antes de ser campeona, esta Francia de Rusia contaba con amplias simpatías a nivel general. En casa, además de dotarnos del honor de haber sido eliminados por los campeones, tenemos a Griezmann que cebando mate, usando la bandera de poncho, o mostrando señales de “orgumildad”, rinde tributo no solo al Uruguay y su cultura, sino a la más importante de sus tradiciones, la futbolera.
La relación del futbolista con el Uruguay tiene su historia, y esa historia está en Europa, donde encontró unos tantos uruguayos, que como otros jugadores y técnicos fueron drenados hacia el complejo deportivo económicamente más fuerte del planeta. El mismo territorio donde otros sectores de la economía absorben, con grados de violencia y exclusión muchísimo más altos, a un pequeño porcentaje de migrantes, refugiados y refugiadas, que intentan llegar a Europa pero que no juegan bien o no tienen oportunidad de mostrarlo.
La distancia entre la imagen que tenemos de Francia y la que nos devuelve la foto de la selección francesa, la sorpresa o simpatía que nos genere también puede, y debe, ser historizada. De no hacerlo, corremos el riesgo de reproducir la impronta colonial – y por lo tanto racial – que informa las lecturas cromáticas de las tonalidades de piel en la especie humana.
Hago ahora una digresión. Poco tiempo atrás, Edinson Cavani se refería a la selección jamaiquina de fútbol masculino (leáse Jamaica), como a un país africano. Mencionaba su potencial físico y un estilo de juego caracterizado por la presencia de jugadores que por su apariencia física asociaba al desempeño de los africanos, en pocas palabras: “negros”. Si bien la referencia tenía sentido en términos fubtolísticos, fue duramente sancionada por el error geográfico que contenía. Semejante equivocación no sería permitida en la selección del maestro.
Otros torneos, otros contextos, y todos festejamos a la Francia de Rusia. Los más estudiados hablamos de una composición multiétnica, o de una impronta diaspórica, el Facebook replica una y otra vez la africanía del equipo, los periodistas deportivos ahondan aún más en su negritud; pero todos vemos lo mismo, pieles oscuras en camisetas blancas. Porque Francia es el país de los galos, y los franceses son blancos. Esa es la afirmación que debemos desconstruir.
Francia no es, y nunca fue la nación de los galos. Es una nación blanca, sólo en la medida en que se proclama como tal. Pero esa proclama no pasa de una falsedad histórica, de una legitimación ideológica de los mecanismos de exclusión. Se trata de un estado moderno, construido sobre un pasado y un presente de expansión imperial, fundamentalmente en territorios africanos, cuyo principal dispositivo legitimador es la demarcación poblacional en torno a criterios nacionales y raciales.
El sistema económico, político y social que hacía y hace funcionar los engranajes para la producción de riqueza, incluyó e incluye sociedades diversas, excluyendo de sus beneficios a grandes mayorías. La Francia que conocemos se construyó sobre territorio europeo, africano, americano y asiático, y quienes participaron de esa construcción fueron ordenados según su origen y su apariencia y destinados a un lugar en la estructura social, en la cual ser francés, debería ser el privilegio de algunos pocos.
Si algo de todo lo que sucede de Rusia, y viene sucediendo hace varios mundiales, puede ser considerado como novedad histórica es la inversión de la dirección y el movimiento y los cambios en la geografía. Son constante histórica y no novedad las vidas perdidas: vidas no europeas, no blancas, no cristianas. Lo que se ha tornado noticias en estos últimos tiempos, es que se pierden atravesando el mediterráneo, invirtiendo el sentido de la ocupación colonial. No es novedad que Europa ha drenado y utilizado en la construcción de su “supremacía” el esfuerzo, el talento y el desarrollo humano de otros pueblos. Lo que se constituye en noticia, sea mediante afirmación política o el rechazo nacionalista, es que el esfuerzo, el talento, la creatividad, en suma, la inteligencia colectiva que representa el fútbol se presente ante nosotros con su verdadera cara, la que no parece, o no debería formar parte Europa.
A diferencia de Cavani, todos nosotros sabemos que Francia no está en África, pero al igual que él, nos sentimos habilitados a hablar de África al mencionar a Mbappé, Pogba, Kanté o Matuidi. Ellos, sin embargo, no son africanos, ni tampoco inmigrantes, a pesar de que sus madres, padres, abuelas o abuelos si lo fueran, no casualmente, originarios de los otrora territorios del imperio.
Pero esta selección es autenticamente francesa. Sus integrantes son nacidos y fueron criados, educados, entrenados y lanzados a la fama por el mismo país al que defienden. Son, ni más ni menos, las ilustres excepciones a la regla de exclusión y marginalidad que recae sobre una población francesa de origen africana, amerindia o asiática, cuyo aspecto no responde a la imagen construida de la nación. Y sin embargo, a pesar y por causa de esa exclusión, forman parte de las raíces y de los procesos históricos que construyeron la Francia de algunos, dejando afuera a otros. En territorio europeo o en territorio colonial; extranjerizados y subordinados, estos otros racializados e inferiorizados son parte constitutiva del desarrollo francés moderno. Hoy, algunos de ellos aparecen frente a nosotros reivindicando su pertenencia a Francia. Podemos darle muchos sentidos políticos a esta presencia, tomarla como una forma de echar luz sobre esos procesos o podemos negarle su verdadera esencia, la de la selección francesa. Podemos exigir pronunciamientos políticos de sus jugadores, o hacerlos por ellos. Lo que no debemos hacer, es dejar de comprender cómo y por qué ellos son Francia, y Francia es ellos. Decir que esta es la selección más africana de Europa, sin decir que es la más francesa de las selecciones, es de alguna forma, entregarle la historia a los galos.