El Cordobazo y la persistencia de lo imposible
Con motivo del 50 aniversario del Cordobazo compartimos la primer columna de Hernán Ouviña sobre uno de los episiodios mas relevantes de la lucha popular argentina.
“Toda concepción de élites, en uno u otro sentido,
a favor del sistema o supuestamente contra él,
termina sirviendo a su consolidación”
Agustín Tosco
Hace exactamente 50 años, se desencadenaba una de las gestas más importantes del pueblo argentino, que abrió una fase de ascenso e insubordinación de la clase trabajadora y los grupos subalternos en nuestro país. Lo que se inició como un paro activo en las primeras horas del 29 de mayo de 1969 en Córdoba, convocado por los diferentes gremios y centrales sindicales de la provincia en contra de la política económica y la falta de libertades impuesta por la dictadura de Juan Carlos Onganía, devino al poco tiempo una multitudinaria manifestación en las calles de la ciudad, con decenas de miles de obreros/as y estudiantes, pero también con un enconado apoyo de diversos sectores sociales y políticos descontentos por la crítica situación vivida en ese entonces.
Las columnas lideradas por los sindicatos del SMATA, UTA y Luz y Fuerza, así como aquellas encabezadas por organizaciones universitarias, se topan en su marcha hacia el centro de la ciudad con las fuerzas policiales, que inician una brutal represión con granadas de gas lacrimógeno y disparos de bala de plomo, dejando en minutos un tendal de heridos y un primer asesinado producto de la violencia estatal durante esa jornada: el joven estudiante y obrero metalúrgico Máximo Mena. A partir de allí, se multiplica la bronca y las barricadas proliferan en numerosas esquinas, al punto tal que llegan a involucrar más de 150 manzanas, e incluso al poco tiempo se extienden a varios barrios populares de la periferia. Las fuerzas de represión son totalmente desbordadas y se ven obligadas a replegarse, por lo que una parte sustancial de la ciudad queda bajo control de las y los manifestantes, sumándose con su solidaridad cientos de vecinas y lugareños.
Activistas del sindicato de Luz y Fuerza deciden cortar en forma coordinada la electricidad en las zonas más álgidas del conflicto, para obstaculizar el accionar policial, mientras jóvenes en motocicleta ofician de mensajeros entre las barricadas más estratégicas y las sedes de los sindicatos. En las avenidas del centro, se destruyen e incendian las oficinas y edificios de empresas transnacionales emblemáticas. En paralelo, pobladores de los barrios y militantes de izquierda, nucleados en pequeños grupos, se parapetan en las terrazas de los edificios donde se concentra la protesta para, desde allí, hacer frente con molotov y armas de bajo calibre a la embestida del ejército, que es movilizado con el propósito de restaurar el orden. El Barrio Clínicas, una de las principales residencias del estudiantado, deviene retaguardia activa de lo que a esta altura constituye una insurrección popular sin precedentes.
Recién con el ingreso del ejército a sangre y fuego durante la madrugada del día siguiente, se logra doblegar a la multitud enfervorizada en la totalidad del territorio insurrecto. El saldo trágico es de 34 muertos, cientos de heridos y alrededor de dos mil detenidos políticos, muchos de los cuales son enjuiciados por Consejos de Guerra constituidos para tal fin por el régimen militar. Pero nada volverá a ser igual después de esta gesta inolvidable.
El Cordobazo emerge como un parteaguas en la compleja dinámica de la lucha de clases en Argentina. Por un lado, marca el cierre de una fase de resistencia y acumulación de fuerzas de más de una década, que asesta un golpe mortal a las pretensiones de largo plazo de Onganía, con aspiraciones a gobernar durante “cuarenta años”; por el otro, inaugura un período de ascenso, auto-organización y radicalidad anti-sistémica de vastos sectores de la clase trabajadora y los grupos subalternos del país, que van más allá de la mera reacción o práctica defensiva, y que se extiende con vaivenes hasta 1976, momento en el que el terrorismo estatal y de ultraderecha se generaliza en pos de desarticular e infringir una derrota definitiva, tanto en términos político-militares como subjetivos, a las fuerzas revolucionarias y contestatarias que cuestionan las bases mismas del sistema de dominación capitalista.
Entre las enseñanzas del Cordobazo, por estos días de conmemoración se destaca de manera casi exclusiva y excluyente -sobre todo en ciertos medios hegemónicos y ámbitos progresistas- la tan mentada unidad del campo popular, algo que desde ya no hay que desestimar como factor clave que permitió, en aquella coyuntura adversa y profundamente represiva, garantizar masividad y contundencia, así como coordinación y transversalidad entre los gremios y centrales sindicales, las agrupaciones estudiantiles y las organizaciones políticas contrarias al régimen.
Sin embargo, es importante entender que esa unidad se produjo a partir de la articulación y confluencia en una acción directa de masas que, refractaria a todo posibilismo, desbordó y hasta impugnó los marcos legales de la protesta, teniendo como columna vertebral a una huelga general de carácter político. En ocasiones se olvida u omite que esta “revuelta espacial” urbana involucró el despliegue de cientos de barricadas y fogatas, una ocupación de las calles y barrios que permitió dislocar lo público de lo estatal, e intensos niveles de confrontación con la policía y el ejército, donde las y los protagonistas fueron trabajadores/as, estudiantes y vecinos munidos de palos, hondas, piedras, molotov y hasta pistolas y rifles. El antagonismo, la vehemencia, la capacidad de resistencia y la osadía, resultaron por tanto rasgos fundamentales de este levantamiento popular.
Además de la combatividad y la acción directa como ejes vertebradores del Cordobazo, otra cuestión relevante fue la estrecha distancia existente entre la dirigencia sindical y estudiantil, y las bases que dinamizaron las movilizaciones y procesos de protesta durante esos convulsionados días y noches de agitación y beligerancia, e incluso la conexión y hermanamiento en las calles, plazas y barrios, desde un pie de igualdad y en franca ruptura con todo orden jerárquico, con quienes no estaban “encuadrados/as” en sindicato o agrupamiento alguno, sin que esta falta de organicidad equivalga a carencia de “conciencia”, ni a exclusión del ejercicio pleno de una democracia directa que quebrantase toda lógica burocrática o delegacionista.
He aquí otra característica adicional de esta rebelión popular, que ratifica una afirmación lanzada por Rosa Luxemburgo en su imperecedero libro Huelga de masas, partido y sindicatos (no casualmente, publicado por primera en castellano meses más tarde en la provincia de Córdoba, a instancias del grupo Pasado y Presente). La marxista polaca sugiere en las páginas de este material incendiario que, por lo general, la organización política no precede a la lucha, sino que es un producto genuino de ella.
En efecto, si bien no surgió de la nada, y es importante por ello mismo realizar una genealogía que dé cuenta de las raíces socio-económicas y político-militantes que contribuyeron a que esta insurrección fuera posible en ese tiempo y lugar específico, no es menos cierto que el Cordobazo parió (o cuanto menos ayudó a que se gestasen) una infinidad de movimientos, organizaciones, guerrillas, iniciativas culturales, asociaciones de base, comités de lucha y sindicatos clasistas, a lo largo y ancho del país en los meses y años sucesivos, que dieron contorno e identidad a una nueva izquierda revolucionaria con proyección anticapitalista.
En suma: cabe definir a los sucesos ocurridos el 29 y 30 de mayo de 1969, pero también a los levantamientos vividos con posterioridad en diferentes provincias de Argentina (Santa Fe, Tucumán, Mendoza y Neuquén, entre otras), como demostración palpable de la voluntad de lucha y auto-activación de las masas populares que, sin desestimar ciertas reivindicaciones sectoriales y urgentes exigidas durante esas jornadas, confluyeron a partir de aspiraciones y horizontes de carácter político-estratégico más amplios e integrales, aunque engarzados en el aquí y ahora que supieron vivenciar y habitar en un contexto histórico de crisis aguda e insubordinación extrema.
Revitalizar el Cordobazo como mito catalizador de luchas y sueños rebeldes en la memoria popular argentina y latinoamericana, resulta un ejercicio tan urgente como necesario en estos tiempos sinuosos, sin duda para recordar de dónde venimos generacionalmente, pero sobre todo para orientar nuestro andar colectivo en medio de tanto desconcierto, pragmatismo y moderación. A pesar de un panorama que se nos presenta en apariencia por demás sombrío, los hijos e hijas de esta gesta inolvidable hoy vuelven a tomar las calles y las plazas para atizar el fuego que aún se mantiene encendido, irradiar su llama a los cuatro vientos y, como en aquel entonces, exigir lo imposible. Porque además de rascar donde no pica, de lo posible ya se sabe demasiado.