América Latina

Quiero que nos dejen de pisotear por ser indígenas y por ser mujeres

4 abril, 2019

Escrito por:



Imagen:

Luis Jorge Gallegos

Quiero que nos dejen de pisotear por ser indígenas y por ser mujeres


Compartimos una de las diez historias que componen el libro «Flores en el desierto» de Gloria Muñoz Ramírez: Lucero Alicia Islaba Meza, Concejala Kumiai. Comunidad Juntas de Nejí, Baja California Norte.


Gigantescas piedras de todas las formas posibles se distribuyen en la vereda serpenteante por la que se llega a Juntas de Nejí, una de las seis comunidades kumiai ubicadas en la esquina noroeste del estado de Baja California. Por este vasto territorio, Lucero Alicia Islaba Meza, integrante del Concejo Indígena de Gobierno, jugaba de niña a ser un caballo y cabalgando cruzaba el territorio sagrado y desértico del municipio de Tecate.

Son pocos los kumiai que persisten en su existencia. El censo del Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI) arrojó en 2010 la cifra de únicamente 221 hablantes. Y sí, son pocos, pero “no están en peligro de extinción”, aseguran ellos. Viven, como Lucero, distribuidos en rancherías alejadas una de otra, de acuerdo al clan (familia) al que pertenezcan y, aunque abandonados de las políticas públicas e invadidos por transgresores, resisten a los embates contra su territorio y cultura.

“Aquí nos criamos mis cuatro hermanos y yo. Por todo este lugar corríamos y jugábamos en el arroyo”, recuerda Lucero.  Y así, jugando a ser caballo, una vez su hermano la lazó y la cortó con el chicote. En el juego, como en la vida, los niños eran los vaqueros que lazaban a las niñas, que eran las yeguas. Pero Lucero prefería ser caballo.

Delgada y con cara de niña, aunque tiene 27 años, Lucero decidió aceptar el cargo de Concejala que la asamblea consensó. No fue fácil. Es la primera vez que tiene un cargo de representación comunitaria y en estos meses su vida ha dado un giro total. En los días de la entrevista está regresando de Chiapas, a donde asistió al recibimiento que las comunidades zapatistas hicieron en los cinco Caracoles al CIG y a su vocera María de Jesús Patricio, mejor conocida como Marichuy.

El evento en el que participó Lucero en territorio zapatista fue la asamblea nacional de trabajo entre el CIG y los pueblos que integran el Congreso Nacional Indígena, celebrada en octubre de 2017 en San Cristóbal de las Casas, y al posterior recorrido por el territorio zapatista. La kumiai se dice sorprendida de los miles de zapatistas que salieron a su paso. “Nunca los había visto juntos. Son a toda madre. Su lucha es la mejor, les creo y le voy a seguir entrando”.

Inspirada en la lucha zapatista, desde su nombramiento como Concejala trabaja junto a los colectivos de la Sexta Tijuana y Sexta San Diego, vinculados a las iniciativas civiles de los rebeldes de Chiapas. Lo mismo asiste a reuniones en Hermosillo, Sonora, donde se encontraron los pueblos indígenas del norte ligados al CNI, que a San Diego, California, donde también habita gente de su pueblo. A Baja California Sur fue para explicar la propuesta del Concejo y elegir nuevas concejalas y delegados, pues “se trata de abrir zonas”.

Lucero no es una “política tradicional” y por lo tanto no esconde sus asombros ni sus quebrantos. Marichuy la inspira “porque es una forma de demostrar que las mujeres podemos hacer algo más”, dice, al tiempo que lamenta el machismo en sus comunidades, en las que “el hombre va al frente”. Situación que, opina, “debe cambiar, pues el hombre y la mujer deben ir juntos, nunca uno adelante del otro”.

La representante kumiai explica las diferencias entre la propuesta del CIG, con la que caminan más de 40 pueblos, tribus y naciones originarias del país, y los partidos políticos. Advierte que ellos, los indígenas, como fórmula colegiada, no buscan el poder y que su paso por el proceso electoral del 2018 es para que “los tomen en cuenta”. El Concejo, explica, “no hará promesas ni dará camisetas, despensas, dinero, nada. Está una ahí porque quiere. Y me parece muy bien, porque los que prometen y prometen nunca cumplen. Yo, como Concejala, no prometo, yo llevo información y si entre los compas podemos hacer algo por la comunidad, lo vamos a hacer, pero no es una promesa”.

Y también, como parte de su misión dentro del CIG, recorre la región y visibiliza las demandas de su pueblo. Sin duda, el agravio más profundo es la invasión al territorio de las seis comunidades kumiai. En Juntas de Nejí, por ejemplo, “hace 20 años un invasor llegó a usurpar estas tierras y acaba de llegar uno nuevo que de la noche a la mañana levantó un rancho. Argumenta que tiene papeles que acreditan que él es dueño, pero no puede serlo porque necesita tener derecho agrario y para eso debes ser indígena kumiai”.

El despojo de tierras no es nuevo. La comunidad de San José de la Zorra, a la que se llega por un camino agreste, casi desértico, ha protagonizado una serie de luchas por la recuperación de más de 15 mil hectáreas que les fueron arrebatando pedazo a pedazo, en una escalada de invasiones que no termina. Esta comunidad kumiai, habitada por aproximadamente 160 personas, aún defiende tres mil hectáreas de bienes comunales que, aunque no se los reconocen, todavía poseen entre los municipios de Playa de Rosarito y Ensenada, en el Valle de Guadalupe.

Para llegar a San José de la Zorra se cruza la ruta del vino y poco a poco aparecen entre el polvo las casas dispersas de un pueblo que se niega a dejar de existir. El despojo tiene nombres y apellidos y, como en cualquier rincón indígena de cualquier parte de México, es conocida la maraña de complicidades entre los latifundistas y las autoridades municipales, estatales y federales en turno. Los funcionarios van y vienen, siempre con su buena tajada, pero son los caciques locales los que realmente se quedan con todo, me dijo en 2006 María de los Ángeles Carrillo Silva, una de las principales defensoras del territorio.

Gigantescos rehiletes sobre las rocas

Para llegar a Tecate (“piedra partida” en kumiai) se atraviesa La Rumorosa, esplendorosa sierra que a lo largo de la sinuosa carretera. Piedras y vegetación otoñal recrean un paisaje dorado acariciado por el viento. Y ahí, donde reposan pinturas rupestres de los antiguos kumiai, de entre las rocas surgen hileras de torres con gigantes ventiladores blancos. Son los aerogeneradores de energía eléctrica que conforman los parques eólicos impuestos desde el 2015.

“Se trata de la primera parte de un ambicioso proyecto de la transnacional Sempra Energy para generar 155 megawatts de electricidad que será conectada a una subestación del lado norteamericano para trasladar toda esa energía hasta la ciudad de San Diego. Pero es apenas la primera de cuatro fases —de 47 aerogeneradores cada una— de un proyecto que concluirá con 188 turbinas de ese tipo. Parten en la zona sur del poblado, en el Ejido Aubanel Vallejo hay otro proyecto para levantar más de 700 aerogeneradores. Y parece que es sólo el arranque de inversiones multinacionales que apuntan hacia la Sierra de Juárez en la parte de La Rumorosa. Del lado norteamericano hay al menos dos campos eólicos, uno en la zona indígena kumiai —Kumeyaay, en inglés— y otro en la parte de Ocotillo, aunque residentes de toda esa zona encabezan una protesta contra la instalación de esos aparatos por las repercusiones que representan —ambientales, de salud, contra la fauna local y la salud de quienes habitan en esa área de descanso— mientras que del lado mexicano los riesgos parecen minimizarse”, se advierte en un riguroso reportaje publicado en el semanario Zeta en febrero de 2015.

Una cordillera de montañas sagradas rodea la comunidad Juntas de Nejí, chaparrales, encinales, cipreses y hasta pinos se encuentran montaña adentro. Pero no hay agua. Y tampoco luz ni drenaje. De los pequeños manantiales y pozos caseros se extrae lo poco del vital líquido que se ocupa.

* * *

Antes de llegar a la ranchería que habita el clan de Lucero, en el camino se observa “el rancho del invasor”. La Concejala explica que la comunidad está viendo la forma de expulsarlo. ¿Qué hacer frente a las invasiones masivas derivadas de la falta de reconocimiento, de la imposición de ejidos y de las declaratorias de bienes nacionales en sus tierras?, es lo que se debate en las asambleas de su pueblo.

De este lado del polígono viven tres familias en tres ranchos. “Aquí todos somos parientes y pues no nos podemos casar entre nosotros. Si eso pasara, la gente mira mal porque todos somos primos, tíos. Ahora los jóvenes se conocen por las redes sociales, el Facebook, el Whatsapp o saliendo del pueblo, porque dentro no puedes relacionarte”, comenta Lucero, quien se casó “con uno de afuera” y se fue a vivir por cinco años a Tijuana.

Los kumiai (que quiere decir gente de la sierra o gente que camina por los linderos) “son igual o más discriminados que el resto de los indígenas”, advierte Lucero Alicia. “Aquí a un indio lo matan trabajando más de ocho horas diarias para pagarles una miseria. No saben los mexicanos que si el indio no trabaja la tierra, el mexicano no come”. En el norte del país suelen llamar “mexicano” a todo aquel que no es indígena, se les considera fuereños o simplemente “blancos”.

Y a la discriminación hay que sumarle la explotación. “En la Baja Sur a los jornaleros, también indígenas, muchos provenientes de Oaxaca, los despiden injustamente, y cuando levantan una demanda no los toman en cuenta, los ignoran. Hay una explotación inhumana, les pagan el sueldo mínimo trabajando más de ocho horas diarias”.

La salvia sagrada y medicinal

El silencio del valle se ve interrumpido por el estruendo de las motocicletas a campo traviesa. Son recorridos “turísticos” para la gente que busca aventuras. Nadie pide permiso para atravesar estos caminos de terracería, como no lo piden para sustraer las plantas medicinales que crecen aquí por encima de las rocas, como la salvia, hierba con enormes propiedades curativas que alivia problemas digestivos, dolor de garganta, pérdida de memoria y depresión.

Unos días antes de nuestro encuentro de inicios de noviembre, la familia de Lucero expulsó a un grupo de ladrones que se llevaba la planta medicinal. “Las pisan, las maltratan, las arrancan y se las llevan sin pedir permiso”, cuenta la Concejala. Los invasores se llevan decenas de costales para vender la planta en Estados Unidos. Aquí, además de curativa, es sagrada: la usan para ceremonias, limpias, para acompañar a los difuntos y para bañarse. Lucero hereda el conocimiento medicinal de su madre y muestra el sauco, que es bueno para bajar la calentura, el canotillo, que limpia los riñones, y la valeriana, para calmar los nervios. 

Lucero Alicia se formó entre las piedras, respetándolas y buscando de niña figuras imaginarias entre ellas. “Muchas piedras tienen significados e historias. La que busques la encuentras en el cerro de Peña Blanca. Más abajo, las piedras de El Álamo, donde nació mi mamá, tienen más. También las hay en La Mina. Todas son consideradas parte de la comunidad”.

“Allá abajo hay una piedra con la historia de una señora que tenía muchas nietas o hijas, quienes bajaban a lavar al río. La señora se subía a una lomita a cuidarlas para que ningún vaquero se las robara. Cuentan que la señora, de tanto que subía para vigilarlas, se convirtió en piedra al ocultarse el sol. Y ahí se quedó”, narra Lucero, mientras señala otra roca, gigante y lisa por todas sus partes, donde, dicen, “una vez apareció en lo alto un tío y nadie se explicó cómo subió”. Lo bajaron con un helicóptero.

Los kumiai suelen caminar descalzos por el territorio. A Lucero no le gustaba ni le gusta cubrir sus pies, dice mientras señala figuras entre las piedras: “Allá está un elefante” y “allá una víbora”, y adelante “un caballo de perfil”. Descubrir figuras entre las rocas es el juego preferido de los niños en esta región tan olvidada por todos.

Yolanda Meza, madre, luchadora social y guía espiritual de Lucero y de los Kumiai

La historia de Lucero no se puede entender sin la historia de su madre Yolanda Meza, quien pertenece a un clan de maestras y traductoras del kumiai. Es defensora del territorio, activista, sanadora y guía espiritual. A ellas y sus tres hermanas se debe en buena medida que la lengua de su pueblo no se pierda. Tienen un proyecto denominado “Las abuelas”, mediante el que enseñan tradiciones y lengua a los hijos y a los nietos.

Fue Yolanda Meza la que en 2005 representó a los kumiai en el Congreso Nacional Indígena. Fue ella también quien llevó a Lucero a recibir al entonces subcomandante Marcos a San José de la Zorra, durante el paso de La Otra Campaña por su territorio.

“Mi mamá me heredó el orgullo. Lo que soy se lo debo a ella. Ella lucha mucho por el territorio, defiende la cultura y de inmediato sale cuando se meten a invadir las tierras. La mayor parte de las cosas que yo sé ella me las enseñó. Lucha por preservar la comunidad, las costumbres, quiere que los hijos y los nietos vayan aprendiendo cómo es la lucha por su comunidad, que aprendan a cuidar las plantas y a reconocer a un invasor”, dice, orgullosa, la recién nombrada Concejala. “Le voy siguiendo los pasos”, reconoce sin titubeos. “Le dije que aceptaba el cargo en el CIG porque la vocera es una mujer, y las mujeres debemos estar unidas para apoyarla”.

Yolanda cuida a sus nietos mientras transcurre la entrevista. Después comparte la comida con el equipo de Desinformémonos. Los fotógrafos Luis Jorge Gallegos y Miguel Tovar la retratan bajo el encino, árbol también sagrado para este pueblo, cuyas bellotas alimentan a los kumiai y ella nos muestra cómo se muelen en la piedra. De este lado ya casi no tejen los cestos tradicionales de sauce y bejuco, pero ella y sus hijas crean collares y aretes con semillas locales pintadas de colores.

Las mujeres Kumiai tradicionalmente participan en los roles dentro de la comunidad

La historia personal de Lucero no es sólo la de los kumiai, sino la de la de muchos de los indígenas del país. Estudió en Juntas de Nejí hasta el quinto grado de primaria porque “luego la maestra se fue” y a los alumnos los enviaron a Valle de Palmas, a 40 minutos en automóvil, pero como su familia no tenía transporte, se fueron a vivir allá. Terminó la primaria y hasta ahí se quedó. Actualmente estudia la secundaria abierta, de hecho sólo le falta aprobar dos exámenes para terminar.

A los 16 años Lucero se juntó con el papá de sus tres hijos, quienes tienen hoy ocho, cinco y dos años de edad. Su entonces compañero trabajaba en los establos de Tijuana y allá se la llevó a vivir. Durante diez años vivió en la colonia Valle Redondo, en las afueras de una ciudad fronteriza nada parecida a su comunidad. “Mucha gente en la calle, accidentados, vagabundos pidiendo comida o dinero, mujeres en las esquinas, balaceras”, todo eso pasaba en los rincones de Tijuana.

“Aquí uno duerme bien a gusto, allá no. De repente oyes que los vecinos se pelearon o que pasó tal cosa. Aquí no hay humo, escuchas a los pájaros. En la ciudad no, están los ruidos de los carros y ahora las casas están una arriba, una abajo y a los lados. Son como pichoneras”, describe Lucero.

La hija de Yolanda se regresó a su comunidad una década después, cuando se separó de su pareja, algo poco común y no aceptado por los usos internos. “Me separé porque sinceramente se me dio la gana. Cuando algo no funciona, no funciona”, dice esta joven mujer que desafió costumbres. “Una vez que estás casada y te separas, dicen que es porque quieres andar de loca. Así me pasó. Lo ven mal y más cuando tienes otra pareja”. Ella tiene un nuevo compañero “y también lo ven mal, para empezar además es más chico”.

Cuando un hombre se separa o tiene hijos fuera del matrimonio, dice, “no lo critican, porque son machistas. Pero que una mujer tenga hijos de dos o tres parejas diferentes, ya le dicen que es una puta. A él le dicen que es bien chingón y a mí me da coraje. Muchas veces no saben por qué una mujer tiene un hijo, la juzgan a lo pendejo sin saber qué le pasó. Pudiste haber sido violada, cualquier otra cosa y quedar embarazada, no por decisión. Pero así es la gente, tiene muchos prejuicios”.

En el pueblo kumiai “tradicionalmente las mujeres sí participan en los roles dentro de la comunidad”, explica. Y en su clan, más. Su tía Aurora, hermana de Yolanda, fallecida hace apenas dos meses, también era maestra de la lengua, defensora del territorio y protectora de la tradición, e incluso colaboraba en instituciones antropológicas y culturales de México y Estados Unidos. Hace dos años fue encarcelada, acusada injustamente, como se comprobó, de haber robado cinco caballos a Rubén Martínez Pérez, empresario y ganadero de Mexicali, en un intento más por apropiarse de sus tierras. Estuvo presa tres meses, pero su inocencia y la presión del pueblo kumiai de ambos lados de la frontera lograron su libertad. Con la salud disminuida, Aurora sobrevivió dos años más y en agosto pasado murió.

Lucero, como Yolanda y Aurora, rompe las reglas. “Voy por el mismo camino y, si estoy rompiendo alguna regla, espero que sea por algo bueno. Entre más me dicen que no puedo, mi orgullo no me lo permite y demuestro que puedo más. Eso me enseña mi madre”.

Su familia está compuesta por sus padres, tres hijos, cuatro hermanos, nueve sobrinos, dos cuñadas, un cuñado y su esposo, un joven originario de Chiapas que trabaja en la pizca de salvia junto a la familia. A diferencia de los saqueadores de la hierba sagrada, ellos cuentan con el permiso de la autoridad y, lo más importante, “le piden permiso a la planta para cortarla porque si no, se seca y ya no vuelve a dar”.

Durante décadas se mantuvo Juntas de Nejí sin luz. Sigue sin haber cableado, pero les acaban de poner una pequeña planta de energía. “Eso está bien porque, en mi caso, mi bebé se enferma mucho y tengo que nebulizarlo. Antes tenía que salir al valle, a donde hay luz. Sus hijos corretean por el solar y juegan a lazar caballos de plástico tumbados en la tierra. “Son el amor de mi vida”, suspira.

Hace muchos años, cuando vino el subcomandante Marcos, “me dije que un día yo haría algo parecido, y mírenme dónde estoy. Quiero que nos dejen de pisotear por ser indígenas y por ser mujeres. Ahora que estoy involucrada en esta lucha, he visto que muchos nos apoyan porque es para beneficio de la comunidad. No me ha tocado ver ni encontrarme con nadie que me diga lo contrario”.

La leyenda cuenta que hace siglos el pino, el piñón y el encino salieron de La Rumorosa y caminaron mucho, hasta que se cansó el piñón y se quedó a vivir en la parte más alta de la sierra, mientras el pino y el encino seguían su camino. Muy cerca del poblado de La Huerta se cansó el pino y se quedó a dormir en Pino Bailador. El encino fue el único que continuó y llegó a todas las tribus para darles la bellota para preparar sus alimentos. Hoy Doña Yolanda y Lucero nos despiden con un manjar de bellotas y una limpia con salvia, para liberar el camino.

Publicado en Desinformémonos.org

Ver Fotoreportaje y Video