Nadie nos va a decir lo que tenemos que hacer
El próximo 1° de abril se presentará en Montevideo, con la presencia de su autora, el libro «Flores en el Desierto» de Gloria Muñoz Ramírez. De las diez historias sobre mujeres del Concejo Indígena de Gobierno que componen el libro, compartimos aquí la de Osbelia Quiroz González.
Osbelia Quiroz González, con sus 80 años, es la mayor del Concejo Indígena de Gobierno. Su fortaleza cansa al más ágil. Sorprende subiendo y bajando cerros, poniendo el cuerpo frente a la maquinaria que los despoja de su territorio o dejando el pase libre en la caseta de cobro para difundir sus demandas. “La gacela” le decían a la maestra Osbelia cuando de joven competía en las carreras de atletismo. Se entiende.
Tepozteca de nacimiento, no hay quien no la conozca en la cabecera del municipio. Cientos de sus alumnos y alumnas hoy son personas adultas con una vida hecha, padres e incluso abuelos. Es un domingo de noviembre y Osbelia se dirige al plantón que el movimiento mantiene frente a la presidencia municipal en contra de la ampliación de una carretera que los divide y atenta contra su pueblo. Arregla el altar y barre. Toma los carteles que le tocan y con ellos en su bolsa se dirige a alcanzar a sus compañeros a la caseta de cobro, quienes la tomaron simbólicamente e instalaron el pase libre, acción que consiste en pedirle a los trabajadores de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) que se retiren de las casetas o se hagan a un lado, mientras ellos dejan pasar a los automovilistas sin que paguen cuota, depositando una cooperación voluntaria en sus botes. Osbelia despliega su cartulina y se pone a un costado. La policía la observa, y ella ni voltea.
“No tengo miedo a la represión”, dice, segura de sí misma. “Si algún día me detienen, iré al lugar a donde me lleven. No importa que me encarcelen, ahí puedo estar, y si tengo la oportunidad de seguir leyendo, leeré lo que han hecho nuestros antepasados, lo que por derecho nos corresponde: nuestro territorio”. Heredera de sangre de guerreros, lo mismo se enfrenta al actual gobernador Graco Ramírez que a los trabajadores de las transnacionales que los despojan del territorio. No hay descanso, dice, y “menos tiempo”.
Pueblo trágico
En los últimos años, la oferta turística ha desbordado la cabecera municipal de Tepoztlán. Hoteles, restaurantes y deportes de aventura se ofrecen para todos los bolsillos. Los fines de semana prácticamente no se puede transitar por el centro y enormes filas de vehículos congestionan las avenidas y las estrechas calles. La derrama económica, sin embargo, no es para los tepoztecos. En 1999 fue declarado uno de los 111 Pueblos Mágicos del país, estatus que, dice Osbelia, “nos ha venido a empobrecer”, y no sólo por el color amarillento con el que homogenizaron las fachadas, “como si tuvieran hepatitis”, sino por la sobreexplotación de sus recursos. “En los pueblos ni siquiera hay drenaje, ni pavimentación ni alumbrado, pero eso sí, las obras de maquillaje son para que venga más turismo, todo para la ganancia de los hoteleros”.
“Nada de mágico”, insiste Osevlia, lo están conviertiendo en “un pueblo trágico”, en el que los tepoztecos “ya no podemos ni siquiera caminar por las aceras, todo está muy caro y nos vamos a comprar nuestro mandado a Yautepec y a Cuautla, que es más barato”. Además, los del “patronato se quedan con las partidas presupuestales destinadas a los Pueblos Mágicos”. El encargado por Tepoztlán, acusa, “es un señor que vendió el movimiento magisterial”. Aunque también, reconoce, “hay en eso algunas personas honestas”.
Contrario a lo que se piensa, los pobladores originales de la antigua Villa de Tepoztlán no viven del turismo. Al contrario, huyen de él. La majestuosidad de sus valles y montañas ha atraído a hoteleros y restauranteros, “pero en su mayoría son de fuera”. El verdadero tepozteco es el maletero, el mesero, el que acomoda los carros, es decir, el que presta sus servicios. Es también el que “apretadito en el mercado vende sus productos del campo, con sus puestos de chalupas, quesadillas y enchiladas. Es al que quieren expulsar, pues quieren desaparecer el mercado tradicional del centro, con su maíz y su verdura”.
Hoy, los patios de las casas ya no se abren para las bestias de carga, sino para dar paso a las enormes filas de vehículos, pues más de 100 se han convertido en estacionamientos tan sólo en el primer cuadro. Los cerros ya nos son el principal atractivo, sino el espacio a vender, con la especulación correspondiente. Hace 20 años el metro cuadrado se valuaba en 200 pesos, ahora en el centro de Tepoztlán está entre tres y cuatro mil pesos, lo que representa un incremento de mil por ciento.
Sobre la avenida Revolución se despliegan los fines de semana y días festivos puestos de artesanía, ropa hippie, huaraches y comida a cargo de tepoztecos y gente de fuera. Los turistas recorren la calle “y compran sus cositas y eso sí beneficia al comercio local”. El “otro turismo” llega hasta en helicópetro y avioneta, asiste a los spas y consume comida gourmet. Ese turismo es el que los despoja, explica la maestra. No es el que se toma su “michelada”, su nieve, camina, sube al cerro y descansa de la ciudad. Ellos, aclara, no se oponen al turismo, pero sí al que ha convertido a Tepoztlán en la cantina más grande del mundo y al que viene a hacer turismo de aventura y destruye los cerros.
La maestra refiere que “acaban de desbaratar parte de un cerro en el que había pinturas rupestres”. A Tepoztlán, reitera, “se lo están acabando aquellos ambiciosos y no los tepoztecos, o unos cuantos que se suman por un tiempo, porque después también los hacen a un lado”.
Descendiente de los tlahuicas, “raza de resistencia, raza guerrera”, Osbelia se organiza con su pueblo para defender lo que les corresponde. El Tepozteco, refiere, “nos dejó palabras importantes, nos dijo que defendiéramos el territorio, que no nos creyéramos de esas gentes que venían a engañarnos con luces que son de luna y no de estrellas”.
Y como todavía queda riqueza, “como no se lo han llevado todo”, las empresas transnacionales “vienen a terminar el trabajo llegando a las entrañas del territorio, destruyendo a nuestra Madre Tierra con las minas, los gasoductos, las termoeléctricas, con estas plastas de cemento que son las autopistas”.
Cemento por cultivos
El 20 de mayo de 2017, Tepoztlán amaneció con tres mil árboles tirados en la carretera La Pera-Tepoztlán, “un crimen ambiental para el que no tienen permiso”, explica la Concejala. La tala se inscribe en los trabajos de la ampliación de la autopista La Pera-Cuautla, obra “totalmente ilegal que divide a nuestro pueblo, atraviesa nuestros lugares sagrados y arremete contra el medio ambiente”.
Una parte de esta ampliación, explica la maestra, la que va del kilómetro 17 al 20+700, fue vendida por los ejidatarios “en la mísera cantidad de 43 pesos el metro”. Ahí, dice, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) “puede hacer sus destrozos, porque tiene el convenio de ocupación previa, pero el proyecto está destruyendo todo lo que se encuentra a partir del kilómetro 0 al 20+700”.
La entrevista se realiza en lo poco que queda de la pirámide Yohualichan, “vigilante nocturno”, en el cerro del mismo nombre. Las piedras ancestrales han sido saqueadas y ahora adornan paredes de la casa de algún funcionario. “No es justo”, remata Osbelia, quien sube el cerro y participa en una ceremonia tradicional por la defensa del territorio.
La maquinaria pesada ha sido parada por los tepoztecos en innumerables ocasiones. Han puesto el cuerpo al tiempo que pelean en los tribunales. Ganaron un primer amparo a la empresa Tradeco, que tenía la concesión de la construcción, y lograron parar la obra durante tres años, pero después regresó la maquinaria, esta vez de la empresa Angular, entre otras, las cuales intentan recuperar el “tiempo perdido”.
“El daño es tremendo”, explica Osbelia, “pues detruyen el medio ambiente en su totalidad”. Se trata de “un negocio carretero y casetero cuyo beneficio es sólo para ellos” y no viene solo, “conlleva megatiendas y casas como las que acostumbran, pues ya dieron la orden de que pueden destruir las zonas protegidas a perpetuidad”, mientras que al pueblo de Tepoztlán “le toca la contaminación y el ruido de los tráilers”. Es, pues, una autopista para los ricos, para llevar y traer mercancía, un proyecto del Plan Integral Morelos, que se deriva del Plan Puebla-Panamá.
“El gobierno es maldito”, resume Osbelia. A las megatiendas no les faltará el agua, pero “al pueblo, mediditos con un día a la semana”, además de la devastación de la flora, incluyendo las más de 500 plantas medicinales y la fauna local. En el kilómetro 8, por ejemplo, había venados, pero con la ampliación se han ido, “lo sé porque tengo un pedacito de monte ahí”, dice Osbelia.
El territorio al que afecta esta ampliación es el Parque Nacional El Tepozteco, donde hay zonas protegidas a perpetuidad, y el Corredor Biológico Ajusco-Chichinautzin, el pulmón de México. Este corredor biológico está conformado por ocho municipios: Atlatlahucan, Tlayacapan, Totolapan, Yautepec, Tepoztlán, Huitzilac y Jiutepec.
Tepoztlán es mayoritariamente una tierra comunal en la que se encuentran los poblados de Santa Catarina, San Andrés de la Cal, San Juan Tlacotenco, Ocotitlán, Amatlán, Ecatepec, Jilotepec y Santiago Tepetlapa, todos amenazados de ser divididos por la ampliación. En 1937 la región fue decretada por Lázaro Cárdenas como el Parque Nacional El Tepozteco, en 1988 fue declarada Corredor Biológico Ajusco Chichinahuatzin y en el año 2000 esta riqueza quedó protegida por el Programa de Ordenamiento Ecológico Territorial.
Para Osbelia la lucha contra la autopista es la lucha por la vida y por ella ha peleado desde hace más de cinco décadas junto a su pueblo. No es nueva la defensa del territorio para los tepoztecos. Resistir es su verbo. Los habitantes se refieren a la resistencia emblemática en tiempos de la Revolución, con Emiliano Zapata y Rubén Jaramillo al frente de los pueblos. Posteriormente, ya en 1979, los comuneros rechazaron la construcción de una cárcel y tiempo después libraron varias batallas contra proyectos turísticos, como un teleférico desde el cerro del Chalchi al Tepoztec, y después un periférico, circuito carretero al pie del mismo cerro. Más adelante encabezaron la emblemática resistencia contra la construcción de un club de golf, que los llevó al ejercicio de autogobierno.
Es memorable la lucha contra el campo de golf en 1994. “La gente se levantó y se paró ese proyecto, pero lo más imporrante es que el presidente municipal tuvo que salir junto con sus compañeros. El cabildo se fue de Tepoztlán porque fue tan fuerte la lucha que ya no se permitió más y salieron como traidores”, recuerda Osbelia.
Nosotras sabemos controlar el miedo
En esa lucha, como en todas las que ha librado Tepoztlán, la participación de las mujeres ha sido vital. “Las mujeres nos estamos abriendo el paso, y estamos ocupando el primer lugar, pero no descartamos el lugar de los hombres”, afirma la maestra, quien está convencida de que “ellos van a ir a los lados, nuestros jóvenes y nuestros niños, porque la lucha ya es de todos”. Los hombres, continúa, “ya estuvieron en el poder e hicieron mal su trabajo, abusaron, es hora de que entiendan, que reflexionen que es tiempo de la participación de la mujer, de querer a nuestra Madre Tierra”.
Las mujeres, dice Osbelia con su experiencia, “sabemos cuál es el temor, sabemos controlar el miedo”. Por eso, insiste, “ya es tiempo de que participemos bien, pues en la lucha política somos un punto clave porque no nos dejamos engañar y actuamos con honestidad. Ya hemos convencido a nuestros compañeros, nuestros hijos, nuestros hermanos, de que participemos las mujeres. Es hora de que nos unamos, que se acabe ese machismo y el patriarcado. Que ellos ayuden en la cocina, mientras las mujeres salimos al frente. Tenemos que distribuir bien nuestros tiempos”.
En estos tiempos, reflexiona esta mujer octagenaria, “se necesita la fuerza de la inteligencia y su fortaleza”, sin descartar al hombre “pero sin que nos descarte a nosotras”. Ella era fuerte desde niña. Todo le ha costado y todo se lo ha ganado. La palabra es lo suyo, platicadora era desde pequeña, cuando caminaba descalza por el rancho de sus abuelos, en Tecmilco. Los huaraches se los puso por primera vez a los siete años, cuando la inscribieron en el primer año de primaria.
La habladera la agarró en el mercado, cuando iba a vender leche, requesón, queso y nata a Amatlán, Santiago Tepetlapa e Ixcatepec, a donde llegaba caminando por una veredita, o en burro o a caballo, cuando acompañaba a su abuelo a misa. En el mercado ayudaba también, desde los siete años, a vender lo que su padre producía: jícama, jitomate, tomate, frijol, ejotes. Ahí también aprendió a escuchar. “Cuando probaban la jícama las señoras me decían, tzopelli, tzopelli, que en náhuatl significa que estaba dulce. Luego me saludaban en náhuatl y como yo no sabía, llegaba a la casa y preguntaba. Antes se acostumbraba el pilón en la venta y cuando les daba me decían, tlazohcamati, que quiere decir gracias”.
De Tepoztlán, Osbelia se fue a vivir con sus abuelos a Ixcatepec. Cursó la primaria en la escuela Escuadrón 201, la secundaria en Tepoztlán y la Escuela Normal en Cuernavaca, capital de Morelos. Su tesis fue sobre la salud en el pueblo en que nació. Su vida, dice, “es larga y muy bonita”. Estudió cuando “no se usaba que la mujer estudiara”. De todos sus hermanos fue la única, pues ellos no quisieron. En 1951, justo cuando ella cursaba el sexto de primaria, instalaron la primera secundaria del pueblo y Osbelia dijo “yo quiero” y la enviaron. En aquel tiempo, dice, la mujer no estudiaba no sólo porque la gente hablaba mal, sino porque además no había dinero para el pasaje. Los dos obstáculos los libró ella.
“Miren a esas mujeres”, “cómo no se quedan en su casa”, “ahí andan de chismosas y escandalosas”, “por qué no se quedan a lavar en su casa”, son algunas de las frases con las que se referían, y aún lo hacen, a las mujeres de los pueblos. “No saben que ya hicimos el quehacer, nos apuramos y estamos en la lucha. Eso no lo saben los que no participan, porque hay mucha apatía también”, dice doña Osbelia.
Cuando terminó la secundaria, reflexionó sobre qué seguía para ella. Tenía claro que quería seguir estudiando y se debatía entre la enseñanza y la medicina. También se le atrevesó el oficio de corte y confección porque un día se le cayó el tejolote y rompió varios platos. Ella pensó que debía ganar dinero rápido para comprar otros, aunque su mamá le dijo que no valían nada. “Yo quiero ganar para reponerlos”, pensó, y como la carrera de corte y confección era rápida, pues “más rápido juntaría el dinero”. Nadie pudo sacarla de ahí, así es que se puso a estudiar la costura y le gustó. Más adelante se fue a la Escuela Normal de Maestros.
Estudió la Normal en Palmira, pero antes de terminar tuvo la oportunidad de cubrir un interinato en Palpan. Luego tomó cursos intensivos para terminar la carrera sin haber perdido ni un año. Le dieron la plaza de maestra estatal, luego la plaza federal y así concluyó la Normal con apenas 15 años de edad. A los 17 se tituló y a partir de ese momento trabajó en muchos lugares a los que llegaba caminando o a caballo. Pero quería saber más, así es que se fue a Puebla a estudiar la Normal Superior y ahí, entre clase y clase, se enamoró, se casó y siguió estudiando.
“Me casé a los 26 años con un joven que conocí en Tepoztlán. Fui perseguida por muchas personas fuera de mi pueblo, pero yo quería regresar aquí porque estoy enamorada de los cerros. Me costó trabajo encontrar a un tepozteco a mi gusto, pero me esperaba un muchacho que vive en el centro y me propuso ser su novia. Yo sabía que no estudiaba, nada más había terminado la secundaria y se había ido a México a estudiar artesanía. Así es que le dije, ‘sí, me simpatizas, pero cuando tú me entregues una credencial de que estás estudiando algo, entonces empezamos a ser novios’. No tardó mucho, me enseñó la credencial de que ya estaba inscrito en la Escuela Nacional de Pintura, en la Esmeralda. No me quedó de otra y empezamos a ser novios, y con el tiempo nos casamos. Bien casados, cuando yo tenía 28 años”.
Con su novio recorrió entonces los museos y los teatros de la entonces región más transparente de México. Exposiciones de Modigliani o El Greco, y la obra de teatro “Silencio, pollos pelones, que les van a echar su maíz”. Treinta años después de haberse casado, él murió de una neumonía. Seis hijos “bien programados” tuvieron: tres hombres y tres mujeres. Al mayor lo registró ya grandecito “para que él eligiera su nombre”. Y, contrario a las reglas de pueblo, a ninguno lo bautizó. Después de casada, continuó trabajando por 32 años un interinato.
Su marido murió en 1994, cuando iniciaba la batalla contra el club de golf, y había participado en la lucha contra el teleférico, contra el tren escénico y contra el periférico. Y ella, rebelde, se le “aparecía” en cada lugar. La primea vez, cargando a su primer hijo, llegó a la asamblea contra el teleférico y “él se sorprendió mucho, pero no me dijo nada. Cuando ya se retiraba me dijo ‘vámonos’, y yo pensé, ‘ya la hice’. Así fui participando en todas las luchas, porque aquí en Tepoztlán las mujeres somos bien entronas”.
En la lucha actual contra la ampliación de la autopista, doña Osbelia participa de tiempo completo. “Me apuro a hacer mi quehacer y me voy”, dice, aunque algunos de sus hijos le insisten en que “ya está grande y es peligroso”. Ella responde que sólo tiene 80 años y que además no hay problema, pues “los compañeros de los Frentes me han dado muy buena acogida en una lucha que empezaron los jóvenes”. Ahora, dice, los del movimiento son también su familia.
Es el tiempo de los pueblos
Los Frentes en Defensa de Tepoztlán decidieron participar con el CNI en la conformación del Concejo Indígena de Gobierno, que tiene la intención de visibilizar y organizar las luchas de los pueblos. Algunos tepoztecos han visitado las comunidades zapatistas de Chiapas y han asistido a los encuentros contra el neoliberalismo en tierras del EZLN. “Ahí nos damos cuenta de la forma de vida que tienen ellos, una vida sana, que es la que todos los pueblos quisiéramos tener, con libertad, igualdad, donde las cosas son totalmente claras. Ahí se siente el amor, la seguridad”, dice Osbelia, quien recorrió junto a la vocera del CIG los cinco Caracoles zapatistas. “Ellos, los zapatistas, son nuestros hermanos, estamos de acuerdo con su pensar y por eso decidimos entrarle a este camino que no es nada fácil”.
El discurso de doña Osbelia es claro: “Ya no soportamos más a este sistema corrupto, a este sistema capitalista que nos está acabando y que está vendiendo a nuestra Madre Tierra. Se la está arrebatando directamente a los campesinos y a los que no lo son, y quieren acabar con los pueblos originarios, que se olviden de que existimos, pero nosotros somos los que le damos vida a México, porque el sustento viene de la tierra y los campesinos la trabajan. Así de simple”.
A los que dicen representarnos, explica la maestra, se les va a acabar su tiempo, “a todos estos que no han sabido aprovechar lo que tuvieron en sus manos, sino que se desbalagaron y se fueron por el camino de la corrupción y nos dejaron solamente una vida triste, insegura, de desastre”. El cambio, profundiza, “se hará con la unión de todos los pueblos, no nada más de los originarios, sino también con los de las ciudades. Aquí no habrá una ciudad que quede excluida, estamos invitando a que todos caminemos unidos porque sólo así se va a lograr nuestro objetivo, que no es otro que derrocar a estos malvados que están ocupando el poder”. Osbelia insiste en que “a ellos ya se les acabó el tiempo. Que eso les quede muy claro. Viene el tiempo de los pueblos, que florezcan totalmente, y que la vida sea para todos buena”.
Osbelia no para. Dio clases durante más de 30 años, y se nota. De mente extraordinariamente ágil, hilvana la propuesta del CIG de manera didáctica. “El cambio lo haremos paso a paso, con inteligencia y preparación”, dice convencida. Y, ante un grupo de comuneros, esboza el plan de acción: “Tenemos que llegar a cada pueblo y escuchar las luchas, las tristezas, los gozos que han tenido, explicar que las luchas se ganan con unidad”.
De la resistencia, explica, “estamos pasando a la etapa de caminar, de dar pasos firmes para, poco a poco, ir arrancando la maldad metida en los que nos representan”. Va a costar trabajo, confirma, “no será fácil”, y por eso “tenemos que ser sensatos, inteligentes, nos van a poner emboscadas y no sé qué tantas cosas más estén tramando, pero nosotros con claridad, con certeza, firmeza y fortaleza, iremos avanzando”.
Clara en cuanto al pretexto de participar en el proceso electoral, con o sin firmas para el registro de la vocera María de Jesús Patricio, la integrante del CIG explica que “todo es para tener participación, visibilidad y organización”, sin recursos y sin dinero de nadie, sino con “el apoyo de los propios pueblos, quienes darán su apoyo para seguir caminando”.
De Marichuy, mujer, indígena y sanadora, vocera del Concejo, Osbelia señala que representa a la Madre Tierra. “Ella sabe de dolores porque es curandera, y sabe de nuestros hijos porque es madre”. Su elección para representarlos, dice, “fue por unanimidad, no al azar, porque tiene una trayectoria muy limpia, porque es inteligente, porque es mujer”.
La propia Osbelia fue elegida también por consenso, porque “así lo determinaron los Frentes en Defensa del Territorio”. Ella se tomó unos días para pensarlo, pues “no era una decisión fácil, pero acepté y asumí el compromiso”. Su trabajo, explica, “no es hacer proselitismo, porque nosotros no ofrecemos ni prometemos nada, sino que llamamos al pueblo a no dejarse y le explicamos la lucha”. Les dice “que hay que controlar el miedo, que hay que ser sensatos, y que a pesar de la represión no debemos callarnos. Definitivamente no”.
Unos días antes de la entrevista, un cuerpo de policías municipales reprimió el plantón que los activistas contra la autopista mantienen frente al palacio municipal. También los han agredido cuando intentan parar la maquinaria pesada, como en una ocasión que llegó la policía federal, estatal y municipal y los golpearon a todos. En aquella ocasión Osbelia fue la última en abandonar el lugar. “Yo no les tengo miedo, o lo he sabido controlar”, dice.
En estos seis años de lucha no siempre ha sido la policía la que los ha atacado directamente, sino grupos de choque pagados por los funcionarios municipales o por la constructora. Los comuneros de Tepoztlán explican que los integrantes del grupo de choque provienen del pueblo de San Juan Tlacotenco, parte de Tepoztlán, pero que ha jugado en otros momentos a favor del gobierno porque quiere apropiarse de la mitad de las tierras. Veinte años atrás, cuando Tepoztlán logró cancelar el proyecto del campo de golf, este mismo grupo jugó a favor del gobierno a cambio de beneficios personales.
Hay personas, dice la maestra Osbelia, “que necesitan ganar dinero y a ellos los contratan, les dan sus 250 pesos y vienen a maltratarnos, pero yo pienso que también a ellos hay que hablarles, hay que invitarlos a que reflexionen. Hay que decirles que nuestra lucha es por la vida y que no la estamos haciendo por unos cuantos. Que ellos entiendan que lo que queremos es salvar al medio ambiente, salvar nuestro entorno, el aire que respiramos, el canto de las aves que escuchamos, que nos alienta, que nos da la bienvenida para un nuevo día”.
Envuelta en su rebozo negro, de falda larga y blusa bordada con flores multicolores, Osbelia Quiroz se declara, como su pueblo, en resistencia. “Nadie nos va a decir lo que debemos de hacer. Nosotros sabemos lo que es bueno y dignamente entregamos nuestra existencia. Nos estamos organizando y paso a paso vamos caminando con los pueblos originarios de este país que se llama México”, finaliza.
Publicado en Desinformémonos.org
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