Cuerpo aislado, revuelta y poesía
«La experiencia de vivir en cuarentena nos permite imaginar pequeños actos insurreccionales o creadores que se encuentran en este lugar, todos los días, entre el heroísmo, la transgresión, más allá del encuadramiento.»
Ante el peligro, la holoturia se divide en dos:
con una parte se entrega para ser devorada por el
mundo,
con la otra huye.
Se divide violentamente en pérdida y en salvación,
en multa y premio, en lo que fue y lo que será.
En el centro del cuerpo de la holoturia se abre un
abismo
de dos orillas repentinamente ajenas entre si.
En una orilla la muerte; en otra la vida.
Aquí la desesperación, allá el aliento.
Si existe la balanza, los platillos no se mueven.
Si existe la justicia, hela aquí.
Morir lo necesario, sin exagerar.
Crecer de nuevo a partir de un despojo rescatad
Sabemos dividirnos, es verdad, también nosotros.
Pero sólo en cuerpo y susurro interrumpido.
En cuerpo y en poesía.
A un lado la garganta, a otro la risa
ligera, rápidamente sofocada.
Aquí el corazón pesado, allá non omnis moriar,
tres pequeñas palabras como tres plumas al vuelo.
El abismo no nos corta en dos.
El abismo nos rodea.
AUTONOMIA, poema de Wislawa Szymborska, 1972
In memoriam Halina Poświatowska
El poema de arriba me llegó vía whastapp como cadena iniciada por amigos que organizaron la lectura diaria de poesía para llevar mejor la cuarentena. El mismo me llamó la atención porque dialoga con la fractura que veo hoy –¿siempre?- recorrer nuestro mundo. Vivimos un momento en que el corte de las rutinas anteriores abre un estado de interrogación, donde somos convocados a pensar en el final de muchas cosas, con dificultades extraordinarias y no previstas que nos juntan y nos dividen, nos acerca a una causa común, pero nos separa en la forma en que cada uno puede ejercitar una buena distancia.
Con el confinamiento, queda en evidencia la artificialidad del arreglo en que vivimos cuando todas las funciones, actividades o servicios son redefinidos o mantenidos sólo después de nueva y sucesiva confirmación. La programación colectiva y pacto social se explicita y, aunque aparentemente estemos imposibilitados de discutir los términos, pareciera estar siendo modificado para ser firmado nuevamente. Tenemos el Leviatán del otro lado de la mesa exigiendo nuevas condiciones antes de restablecer la seguridad y el orden social. ¿Podremos mantenernos sin firmar?
El poema está dedicado a la memoria de la poeta polaca Halina Póswiatowska, muerta a los 32 años debido a cardiopatía y problemas respiratorios adquiridos cuando era niña, durante la ocupación nazi de Polonia. Es imposible separar el funcionamiento biológico de la vida político social. Este texto busca pensar en esta intersección, en la encrucijada en que nos encontramos.
La holoturia, también conocida como pepino de mar, es un equinodermo tentacular utilizado en Oriente como plato gastronómico y también en la medicina tradicional, incluso contra malaria y artritis, al igual que la hidroxicloroquina… De acuerdo con una búsqueda rápida en internet, vemos que este ser del fondo del mar tiene capacidad de auto desmembrarse en caso de peligro, regenerandose después a partir del cuerpo que resta. En caso de amenaza, la holoturia expele partes del abdomen, genitales, intestino y pulmón a través del ano o de grietas en la piel, como modo de amputación que distrae los enemigos. En la poesía de Szymborska, la expresión latina “non omnis moriar”, venida de un verso de Horacio, se traduce como “no moriré totalmente”.
¿Cuál es la fisura que, como en el cuerpo de la holoturia, separa hoy la vida de la muerte, el peligro de la posibilidad de sobrevivir? Pensando en el nivel del funcionamiento de la vida social, la poesía permite entender el desafío de la necesidad de revuelta que se impone más allá o junto a la necesidad de preservación física. Significa mantener en pie la necesidad de lucha que la nueva situación no posterga, ni suspende en su urgencia.
En la pandemia renunciamos, de forma voluntaria o propuesta por el Estado, a mucho de lo que nos era familiar. No nos acercamos unos a los otros como antes y paramos de circular territorialmente fuera de los lugares en que dormimos. Lo inédito de las medidas alcanza también a la interrupción de la producción, a la venta y distribución de variadas mercancías. Mismo que sea momentáneo, notablemente se interrumpe aquello que no se suponía que podía parar.
El planeta vuelve a mostrarse más difícil de ser destruido que el capitalismo y la especie humana, ambos fragilizados simultáneamente. Nuestra especie se diferencia ahora no por las cualidades específicas de su civilización (capacidad de lenguaje y comunicación, de trabajo abstracto, de ley, de historia) sino por una nueva fragilidad respiratoria que exige interrumpir todo. Forzada a salir momentáneamente de la arrogante idea de control de la naturaleza, reaparece nuestra conección con el resto del ambiente como algo inocultable. Nos encontramos en un universo donde no estamos solos y gotículas, virus, remedios, murciélagos y oxígeno producido por selvas se conectan en un único tejido. El capitalismo no se muestra desarticulado, sino inesperadamente muestra su subordinación a la vida, casi nunca puesta en evidencia.
Durante la pandemia, encontramos una igualación de todas las personas impuesta por la dependencia de iguales condiciones pulmonares para poder respirar pero, como la holoturia frente al peligro, ella también nos divide. A pesar de los discursos de unión y de un imaginado cuerpo social cohesionado que nos convoca como población, como país, como familia, suspendiendo la individualidad por la posibilidad de que cualquiera se contagie, en realidad muchos son obligados a continuar circulando. Quien tiene que garantizar la distribución de bienes esenciales y cuidado de la salud se vincula todavía a la idea recuperada de que somos un “social”, pero por una lógica de sobrevivencia muchos otros deben circular con efectos en dirección contraria al nuevo consenso general. Mientras un rumbo unificado revitaliza la idea de Welfare State la realidad -respiratoria y económica- de muchos muestra la inevitable falencia de cualquier Estado para lidiar con los que nos desafía viralmente.
La resistencia que la holoturia nos propone, eyectando parte de ella para preservarse, puede ser leída con perversidad neoliberal o evolucionista, de sobrevivencia de los más aptos, los más fuertes o con más recursos para superar la enfermedad… conseguir un lugar de internación en el hospital en caso de necesitar, frente al descarte de los que no conseguirán, los perdedores en la competencia de todos con todos por no enfermarse hasta que la curva de óbitos, y colapso del sistema de salud, se estabilice. La biología se encuentra con la economía y la sociedad en las manos del Estado, como administración de camas, ciudadanos, muertes y virus en el aire. Pero la holoturia inspira a la poeta también de otra manera.
Cuando el poema de Szymborska se refiere a la autonomización defensiva de la holoturia presente también entre nosotros, los humanos, lo que el cuerpo emite y deja ir, como susurro asfixiado, es la risa y el poema. El abismo no nos divide de forma simple, alejando la muerte de nosotros: el peligro nos circunda. Entre nosotros, lo que no muere parece no ser apenas nuestro cuerpo, que se protege, sino también lo que sale de dentro nuestro. Pensando en la pandemia, podemos encontrar por este camino un lugar que está más allá de la protección más inmediata del cuerpo y de la salud. La experiencia de vivir en cuarentena nos permite imaginar pequeños actos insurreccionales o creadores que se encuentran en este lugar, todos los días, entre el heroísmo, la transgresión, más allá del encuadramiento.
Más allá del Leviatán y su intento de administrar la naturaleza en la búsqueda de un antídoto que elimine el peligro y nos devuelva los poderes de super hombres dominantes del planeta, no encontramos apenas la irresponsabilidad de algunos capitalistas, la ignorancia de determinada verdad científica, la inconsciencia o el cansancio que avanza contra lo social. Más allá del cuidado del cuerpo, entregado a las autoridades sanitarias, cuando todo es re-evaluado se abre la posibilidad de superación de esta orden social donde lo que hoy nos ataca fue engendrado.
Sin cuestionar la organización del mundo que hoy entra en suspensión, encontramos la posición homicida “sincera” de quien dice que el país no puede parar y los intereses de la economía son prioritarios, pero también una defensa hipócrita de la cuarentena que no toma en cuenta la incapacidad de protección frente al virus de quien es obligado a salir, y no puede adoptar el confinamiento. Una tercera piensa contener la circulación con desarrollo de un control autoritario en nombre del bien que tendrá consecuencias posteriores imprevisibles. No nos sirve ninguna de esas posiciones políticas que hoy organizan la discusión de gestión política estatal. El virus se mantiene en el aire, pero sólo algunos lo encuentran. Y de esa manera no discutimos cómo generamos colectivamente la obligatoriedad de esta circulación de una parte de nosotros que será sacrificada, como en la defensa de la holoturia.
Industriales y gestores del Estado asesorados por expertos miden si va a haber mucho contagio, o cuentan ya con la previsión de infecciones y muertes como parte del cálculo político o empresarial. Comparan tablas de contabilización de infección y muerte en países, provincias, ciudades, barrios, lugares de trabajo. Millones de cuerpos relacionados con la suministro y distribución; con la sobrevivencia y con la subordinación jerárquica en el contexto del trabajo, ya tuvieron el botón de “continuar” accionado. Ven como el círculo íntimo los tratan como apestados, sin el heroísmo reconocido a los trabajadores de la salud, que también deben adecuarse a una lógica de guerra sin los cuidados correspondientes.
Pensando en el cuerpo social único que se preserva para regenerar, la orilla premiada en el poema, la necesidad de defensa demarca un nuevo limiar civilizacional y de ciudadanía entre los que están dentro y los que quedan fuera. Esos conceptos se aplican porque involucran siempre la definición de quién será excluido. En la cuarentena, los de adentro son los que cuidan, los que pueden cuidar de sí y ser cuidados. Quien circula, tose sin cuidado o promueve la circulación, no participará de la civilización de los vencedores de la pandemia. Junto con los dispensables por el lucro o la exclusión, la orilla de la vida delimita también un buen gobierno y otro no contribuyó a que la curva se aplane.
Sorprende el tamaño de la nueva coalición. Conociendo los participantes, nos preguntamos hasta dónde podremos avanzar juntos sin repensar nuestra vida en el mundo y como, de hecho, cualquier nuevo pacto social dejará a muchos en el camino. ¿O será que nos exigen dejar cualquier diferencia para después? Veremos la regeneración de una socialdemocracia cínica, que celebra la vuelta del Estado pero no va a divorciarse de los mercados y continuará apostando en el mismo modelo de producción.
El viejo mito de la comunidad nacional está hoy a la orden del día, como un abrazo con el codo de empresarios en busca de recursos públicos, trabajadores obligados a responder a la pandemia a partir del margen de cuidado que les es permitida, sin ser consultados… y un Estado especialmente dedicado a preservar el orden. El nuevo pacto social, así, estará más cerca de los mensajes de nueva etiqueta sanitaria incorporada por marcas que no aplican esos cuidados a la circulación y trabajo que ellas mismas generan; o por las medidas de suspensión producto de la necesidad de mantener vivos a quienes necesitan volver a trabajar, antes que por una movilización social de cooperación y fuerza creativa.
Si el Estado de modelo chino, fascista o progresista fracasa, y el capitalismo verde del Green New Deal no convence a nadie, tal vez encontremos una mezcla de formas viejas con un nuevo funcionamiento post pandemia que incorpore las transformaciones que ya estaban encaminadas y que, ahora, se aceleran. Naciendo de la rapiña intercapitalista de los que se beneficien de las ruinas y de la falencia de un capitalismo “nacional”, un capitalismo menos controlable por el Estado avanza apostando fuertemente a las nuevas condiciones de distribución y venta, apoyadas en la producción ubicua y descentralizada que depende de una precariedad de la fuerza de trabajo con costo cero y sin ningún compromiso con la vieja idea de lo “social”.
Por este camino, vemos una separación que redefine el capitalismo entre el asalariado y el precario; con o sin renta y jubilación; entre la fábrica y la plataforma de geolocalización; entre especulación financiera, servicios, informalidad y endeudamiento generalizado. El abismo nos circunda, y es otro el lugar donde debemos estar. No hay solamente un modo de enfrentar la pandemia, aunque, como en tiempos de guerra, exista apenas un solo comando general. Es en el lugar de las luchas donde es posible romper la jerarquía obligatoria del consenso y revisar las recetas y diagnósticos construidos con la fuerza de estadísticas que oponen muerte a vida pero no permiten preguntar cuál vida.
Contra la nueva civilización que se mantiene siendo la misma, o como fragmentación que sale de un cuerpo común y toma un nuevo rumbo, nos preguntamos por el espacio para una insurgencia que construya un mundo nuevo con otro ritmo y otra orientación principal. ¿Cómo luchar, hoy, cuando se imponen restricciones al encuentro y las herramientas de control se perfeccionan? ¿Cómo podemos cuestionar un modelo de desarrollo, de Estado y de ciencia que, lejos de mejorar los modos de existencia y subsistencia de millones, se relaciona con las condiciones de posibilidad de la pandemia, y con las dificultades y falta de preparación para enfrentarla en que nos encontramos?
El peligro -muestra la holoturia- puede obligar la invención de algo nuevo. Un poco de voracidad por el mundo y un poco de fuga, que nos permita volver como fantasma que recorre cualquier nuevo pacto como opción fatalista. Rechazando que para preservar la vida sea necesario renunciar a la risa o la poesía, o de la revuelta, la pandemia nos convoca a buscar caminos para que una movilización semejante y mayor a la actual se oriente también para el cuestionamiento del orden social, con nuevas instituciones que nacerán, otro régimen de relación con el mundo no humano, y que de forma independiente pueda ser también una respuesta a la pandemia.
Si el capitalismo también mata, enfrentando los jóvenes que no pueden quedarse en cuarentena con los más viejos sin cupos de internación suficientes; mientras se eliminan las jubilaciones y los derechos laborales; es necesario mantener en el aire la posibilidad concreta, de acción que construye un nuevo terreno y no apenas imaginación o prefiguración, para reaccionar evitando trabajar por el restablecimiento de eso mismo que debemos desarticular. Si todo lo que es viral se mantiene en el aire, no nos asfixiemos dejando la solución en manos de los que apuestan al caos de la desesperación, o al orden de la represión.
Entre el resentimiento y el coraje, la resignación y la fuga, se abren dos formas de actuar, como dos mitades. Una vive el confinamiento como fin de mundo, buscando desesperadamente repararlo en el sentido anterior. El otro es el desafío casi imposible, pero al mismo tiempo imprescindible, de no transitar dentro de cualquier consenso si no es con autonomía, manteniendo la lucha en el aire, contra todo nuevo pacto que nos impongan, para que todos podamos respirar.
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Salvador Schavelzon es antropólogo, docente e investigador en la Universidad Federal de São Paulo, Brasil.
Texto publicado en portugués en N- 1 edições