Abrir el ropero, mudar de piel | Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura #1
El texto integra la compilación «Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura», editado por Minervas en 2021, y que iremos publicando en su totalidad en las próximas semanas. #HabráMarea #8M2022
La mañana soleada del 8 de marzo nos prepara para el encuentro. Estamos juntas. Entre pinturas, pinceles y rímel, como si fuéramos pintoras y las cuerpas de las otras nuestros lienzos; entre pañuelos y capuchas violetas que decoramos días antes con mucho detalle y mucho brillo, como quien se prepara para una fiesta. Nos aprontamos para la salida, agua en las mochilas, banderas, megáfono y nosotras con el sentir en carne viva, conteniéndonos unas a otras, apreciando el vibrar de nuestros corazones, de nuestra alma entera, entregándonos al tiempo y espacio más bello que pudimos encontrar, poniendo en contacto ese sentir colectivo en el que podemos ser, en el que gritamos que estamos juntas y que somos libres, en el que palpitamos tanto que nos acoplamos y nos sentirnos una.
En la magia de nuestros encuentros compartimos nuestra sabiduría e intuición: sahumos con artemisa para buscar nuestro lado salvaje y conectar con la fuerza de la luna, cuidando la cuerpa y abriendo la mente; abrazos sentidos que nos alivian y reconstruyen y conversas de calidad como no siempre se tienen, que despiertan en mí esa cosa casi inexplicable de plenitud, de sabernos juntas y de no querer que termine nunca. Lo potente de nuestra unión es la quintaesencia de nuestra existencia.
Así, con las cuerpas puestas en juego y abiertas a un mundo de posibilidades, los simples gestos o preguntas de otras calan hondo. Mi lado un poco brujo, que se agudiza cada vez más por la unión con esta llama violeta, llega desde la intuición y de interrogantes que nos hacemos a nosotras mismas, buscando esa cosa que tanto nos inquieta y conectando con lo más profundo. Me permite analizarnos y entender que no estamos solas, que mis preguntas son las de otras y que crecemos juntas. Nos cuestionamos la vida, nos respondemos la vida. Una forma de despertar que refleja lo que necesitamos, lo que deseamos y lo que no queremos más.
Ese día me sacudió la importancia de las preguntas y lo que estas pueden generar en otras. ¿Y vos?, me dijeron. ¿Y yo?
Yo suelo dejarme para después. Me permito conectar con las demás, pero no conmigo, me es más fácil dar que recibir. Tal vez porque desde chiquitas nos enseñaron que debíamos ser fuertes para afrontar el mundo de patriarcas en el que vivimos, como amazonas guerreando y usando el escudo para que no duela. Porque debíamos acompañar calladitas y sin cuestionar, ser los robotitos que la sociedad quiere y exige que seamos. Porque aún cuando dábamos lo mejor de nosotras nunca era suficiente, “puede y debe rendir más” decían. Porque debíamos sentarnos “como señoritas” y obedecer, cuando en realidad queríamos y queremos revolucionarlo todo.
Pensar en mí misma y prestarme atención implica abrir las puertas del ropero donde voy poniendo, como quepan, las cosas que no quiero o no puedo pensar, cerrando la puerta rápido para que no caiga ninguna. Abrirlo hace salir lo que necesita ser liberado, como cuando sacamos la ropa que no nos queda, a la que se le tiene cariño, pero no se usa. Atender a una misma hace que se necesite luz y espacio para no volver a llenar los estantes con inseguridades apiladas por colores oscuros, autocríticas con manchitas de humedad difíciles de sacar y superficialidades emparchadas con costuras frágiles.
El 8 de marzo me preguntaron ¿y vos? y entendí que me falta sol; que mi flor se está marchitando y necesita esa sensación de calorcito que calienta el alma; que quiero encontrar un lugar donde sentirme a cómoda y a gusto, un lugar donde poder ser y rehacer, un lugar que sea mi espacio de escape y goce. Quiero caminar por calles con árboles tan grandes que las casas parezcan pequeñas, que se pueda ver el cielo y me permita conectar de nuevo con las raíces que alguna vez me situaron en montes que varían las ropas con las estaciones.
Me mudo como las culebras mudan su piel, desprendiendo la vieja y dando espacio a la nueva para reparar las heridas o deshacerse de los parásitos externos, como los miedos. Quiero arriesgarme, salir de la zona de confort, abandonar mi lado conservador que solamente me ata a lo que ya no sirve, como querer encajar. Necesito entender que estoy en constante aprendizaje y evolución, que transmuto todo el tiempo. Quiero aprender de otras, aceptar los cambios y transformar lo que soy.
Mudarse, no me había detenido a pensar qué implicaba ni por qué hacerlo, pero encontrar compañeras que me hicieran cuestionar mi situación permitió que se abra el ropero donde guardo las cosas para después. Me mudo porque me presté atención, y prestarse atención es una forma de desobedecer.