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Mike Davis: El colega que lo sabía todo

28 octubre, 2022

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Mike Davis: El colega que lo sabía todo

El pensamiento de Davis, como buen materialista y marxista, operaba en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades.


Mike Davis (1946-2022) ha muerto tras una larga enfermedad, un cáncer de esófago. Era un fallecimiento anunciado: hace unos meses, Davis hacía pública la enfermedad, y anunciaba – en una larga y bonita entrevista, o más bien conversación, en el Los Angeles Times que, tras consultarlo con su familia, amigos y médicos, había decidido desistir de continuar el tratamiento. Pasaría sus últimos meses en su casa, con su esposa e hijos, y haciendo lo que más le gustaba hacer: leer y conversar. Con la característica brusquedad de quien le gusta ir al grano, no perder el tiempo con rodeos, Davis nos preparaba a sus lectores para la despedida, que se produjo la tarde del martes 25 de octubre. Y algo ha ayudado ese lapso para prepararnos, aunque uno en realidad nunca pueda prepararse del todo, ya que nunca es lo mismo saber que algo va a ocurrir que tener que, ahora sí, integrar el hecho en la narrativa tejida por las certezas de una experiencia. Por eso estas líneas van a tener algo de un propósito mixto y algo caótico. Primero, sin duda, dar mínima noticia obituaria de una vida y una muerte, y – de manera extremadamente general – de la obra que transcurre entre ambas. Una necrológica, o una vida contemplada desde la lógica, el sentido, finales y cerrados, impuestos por la muerte. Segundo, el simple homenaje de un lector más, entre tantes, agradecido por unas lecturas comprendidas desde otra vida. Y al hacer esas dos cosas espero lograr una tercera, que no es sino animar a empezar a leerle, o seguir haciéndolo. Creo que es lo que mejor puede ayudarnos a honrar su memoria – y a abrirla, y a continuarla más allá de los finales impuestos – y a recordar su escritura y sobre todo su ética materialista, militante, organizativa, estratégica. Seguir buscando en su trabajo elementos para el nuestro, herramientas que puedan sernos de ayuda ahora a nosotres, quienes seguimos aquí. 

La imagen del “profeta del desastre” (“Prophet of Doom”) ha acompañado frecuentemente a Mike Davis, principalmente a raíz del que quizás es su libro más conocido, al menos en EEUU: City of Quartz. Excavating the Future in Los Angeles (1990), profundo análisis de las desigualdades urbanas de la ciudad y publicado dos años antes de que esas desigualdades estallaran en la “batalla de Los Ángeles” a causa de la brutal paliza de cinco agentes de policía a Rodney King. Sin duda, algo que caracteriza toda la obra de Davis es su admirable, y a momentos inquietante, capacidad para localizar tendencias, patrones, conectar factores, trayectorias y desarrollos sociales, políticos, económicos, ecológicos. No se trata, en ningún modo, de considerar a Davis como una suerte de adivino, en esa forma de reverencia a la autoridad académica o científica que posee una verdad inaccesible a los mortales. Precisamente toda la vida y obra de Mike Davis dibujan en realidad toda una contrafigura a esa concepción del conocimiento y de la práctica intelectual. 

Como se ha escrito, y se escribirá sin duda mucho más, sobre ese aspecto “profético” de Davis, quisiera hoy fijarme en otro aspecto que conecta su vida y su obra. Algo que podríamos describir como el carácter que toda obra intelectual tiene de “integración retrospectiva”, a veces directa, otras sutil y difusa, de la propia vida del autor.  Cualquier lector de Davis sabrá de la enorme variedad temática de su obra, esa suerte de enciclopedia caótica que abarcaba urbanismo, tanto “mágico” como hipercapitalista o futurístico; la sociología (cuantitativa y cualitativa); la historia del colonialismo y los “holocaustos de época victoriana tardía”; la globalización planetaria de las villas miseria; las geografías de los movimientos migratorios, y de los movimientos de migrantes; unos cuantos “deep cuts” en la obra de Marx (Old Gods, New Enigmas: Marx’s Lost Theory); las ecologías del miedo, los “desastres naturales” (y lo poco “naturales” que son) y de las pandemias (no sólo la última, sino desde las más antiguas oleadas de las gripes porcinas y aviares); la historia del coche bomba; innumerables temas de historia de los EEUU y del movimiento obrero, y muchas otras cosas. Un reflejo evidente de esa variedad era la dificultad que se tenía habitualmente en ubicar a Mike Davis como figura académica. No era, en realidad, ni un urbanista, ni un sociólogo, ni politólogo, ni economista, ni geógrafo, ni muchas otras cosas. Oficialmente, Mike Davis era profesor de escritura creativa en la University of California, Riverside.

Por no ser, no era ni siquiera doctor. Nunca terminó ningún doctorado. Su educación formal quedó interrumpida o suspendida repetidamente en diferentes momentos de su vida. Antes de ser un famoso ensayista, Mike Davis trabajó cortando carne en un matadero, conduciendo camiones de reparto, o como guía de Los Ángeles a bordo de un autobús turístico. Son meros detalles biográficos, como se suele decir. Pero cuesta no ver cómo esas experiencias y saberes prácticos, sobre el terreno, pudieron ayudarle a comprender la interacción entre animales y humanos y el impacto ecológico de la industria alimentaria; la importancia de cuestiones aparentemente liminares o accesorias como la logística, el transporte, la distribución en los procesos de producción; o la profunda familiaridad con un paisaje urbano desde la mirada del guía turístico.

Y por supuesto, la militancia política (Students for a Democratic Society) y sobre todo sindical, a lo largo de muchos años, pasada la efervescencia de los sesenta. En alguna entrevista, Davis explica que a menudo mucha gente concibe la lucha política en tonos épicos, imaginando inspiradores y carismáticos discursos y que, por el contrario, su experiencia sindical le enseñó que las luchas en el contexto laboral tienen mucho más que ver con la tarea de un paciente campesino, dedicado a la siembra invisible, al cuidado atento de raíces, tallos y hojas y, tal vez, en algún momento – pero es difícil, cuesta mucho y nunca se sabe- la recogida de algunos frutos. La de Davis es una trayectoria larga y constante, en una proximidad directa, práctica, concreta, con las luchas y conflictos políticos y laborales. Experiencias que sin duda informan, en el sentido más preciso y profundo de la palabra, la relación, la comprensión y el uso que uno hace después de “la teoría”. 

Davis entraría a la profesión académica relativamente tarde, de la mano de Michael Sprinker, otra figura legendaria e interesantísima de la izquierda estadounidense. Fue Sprinker, profesor en SUNY Stony Brook, quien le consiguió un precario puesto docente – y un contrato editorial con Verso – mientras Davis terminaba el que sería su primer libro: Prisoners of the American Dream. Politics and Economy in the History of the US Working Class (ese talento, ese oído brutal que tenía Davis para los títulos). Davis tenía 40 años cuando salió. Es un monumental ensayo sobre la historia del movimiento obrero estadounidense, y un agudo análisis de la coyuntura histórica, la encrucijada específica, que la izquierda estadounidense enfrentaba en aquel momento, el del absoluto apogeo de la era Reagan. 

Después llegarían, sus dos grandes libros sobre Los Ángeles, el ya citado City of Quartz y Ecology of Fear. Los Angeles and the Imagination of Disaster (1998) que le lanzarían a la fama como ensayista sobre la vida urbana, aunque en realidad, como sabemos, Davis era mucho más, o mucho menos, que eso. Su obra, en su amplitud de temas, le hacía académicamente inclasificable en los términos del mapa de departamentos académicos habituales. Pero su obra, en su propia textura, su forma de hilar conocimientos de cualquier tipo, lecturas, observaciones cotidianas, experiencias propias, su mezcla de rigor y narración, y humor, muchísimo humor, me ha hecho siempre pensar en la figura del autodidacta, en un sentido muy noble y profundo. Una ética de la curiosidad que hace que uno, por más años que pasen elija situarse, se siga situando siempre – y especialmente si se dedica a la educación – en la posición subjetiva del estudiante, del aprendiz. En sus últimos meses, Davis leía 500 páginas diarias. Como leía en twitter estos días, entre los infinitos testimonios de compañeres, amigues y simples lectores de Davis como yo, algo que caracterizaba la figura de Davis, su calidez como figura pública, era que, a pesar de sus conocimientos enciclopédicos, de su enorme obra, Davis aparecía siempre no como ese ser extraordinario, un genio o sabio inaccesible sino como un héroe común, que había alcanzado ese supuesto lugar no a través de un don divino y extraordinario (esas palabras mágicas que escamotean siempre el trabajo que las sostiene) sino a través de la profundización esforzada, concentrada, disciplinada en las cualidades que todos en realidad tenemos. La intelectual y activista y amiga de Davis, Keeanga Yamahtta Taylor solía referirse a él con una expresión que me gusta mucho: si muchos periodistas reproducían esa imagen del profeta, del huraño sabio Davis como “The Man Who Knows Everything”, ella decía que Davis era “The Dude Who Knows Everything” (“el amigo/el colega que lo sabe todo”)

Su obra pareció dar un cierto giro en los primeros 2000. En cierto modo, era como si Davis quisiera explorar problemas similares (urbanismo, clima, ecología, entre otros muchos) pero abriéndolos más allá de Los Angeles (o de otras ciudades estadounidenses) a otras coordenadas, espaciales y temporales, mucho mayores. Es el caso de un libro como Late Victorian Holocausts. El Niño Famines and the Making of the Third World (2001) en donde la historia del colonialismo europeo se enhebra con la historia climática de hambrunas, sequías y de tantos otros desastres tan poco naturales. O de Planet of Slums (2004, 2006), sobre el crecimiento de las grandes megalópolis a partir de la despoblación del mundo rural y de la proliferación de villas miseria, favelas y enormes y precarias aglomeraciones urbanas. 

Habrá, tendrá que haber otros momentos para comentar en profundidad toda la obra de Mike Davis. Pero por el camino, entre estos y otros muchos libros, el otro género de Davis era el del ensayo de intervención política. Para quienes estén buscando un lugar por donde empezar a leerle, pueden probar por ojear sus colaboraciones con muchas revistas, periódicos y medios. La New Left Review, Los Angeles Review of Books, The Nation o Jacobin son solo algunos de ellos. Y también es muy recomendable consultar sus entrevistas. Como la persona “down to earth”, amable y sencilla que parecía ser, el formato de la entrevista ayuda mucho a conocerle. Hay innumerables entrevistas en prensa, en televisión y en muchos medios, pero recomiendo particularmente sus conversaciones – bastante recientes, ya en tiempos de COVID – con el podcast The Dig, conducido por Daniel Denvir (y recomiendo de paso seguir y apoyar este podcast, uno de los mejores que conozco).

Davis era una de esas figuras, de las que nos van quedando menos, que uno esperaba leer, saber qué pensaba, en momentos determinados. Como buen materialista y marxista, su pensamiento no operaba en el vacío de un laboratorio, o en el silencio rodeado de pasado de una biblioteca, sino en continuo diálogo con el ruido del presente, con sus obstáculos, sus rugosidades y pliegues, sus pervivencias, sus proyecciones y posibilidades. Por eso, como decía, tal vez el mejor homenaje que podamos hacer sea continuar escuchando su voz ahora, en el presente, aunque se haya detenido. Seguir aprendiendo de su trabajo, el escrito y el vivido.


Publicada inicialmente en  www.ieccs.es