“No hay alternativa” o la segunda vez como farsa
Seguramente, algunos están enterados que la frase que Milei profirió en su posesión, de “No hay alternativa”, es un eslogan viejo y trillado, inicialmente planteado por Margaret Thatcher, para justificar la transición hacia las políticas económicas neoliberales. En inglés “There Is No Alternative” o TINA, bien puede considerarse un dogma religioso secular, que ha servido para, una y otra vez, durante las últimas cuatro décadas, impulsar las mismas políticas de shock y ajuste estructural
De hecho, parafraseando a los curadores del magistral Museo del Neoliberalismo en Londres, cuando Thatcher fue cuestionada por otros Tories sobre la, en ese entonces, nueva ideología neoliberal que profesaba, se cuenta que sacó una copia de “La constitución de la libertad” de Hayek, la golpeó sobre la mesa y los conminó diciendo: “¡Esto es en lo que creemos!”. Una anécdota por demás mordaz considerando, no sólo la ironía del suceso, sino también los sinuosos y coactivos “caminos de la libertad”, desde ese momento en adelante.
Por lo tanto, la pregunta inteligente que hay que hacerse es si ¿Es verdad que no había ni hay alternativa? En otras palabras ¿A qué se refiere ese viejo eslogan? A partir de esta prefiguración, a inicios de la década de los 70, se produjo la transición del modelo keynesiano de liberalismo integrado al fundamentalismo de mercado o neoliberalismo. Desde luego, esta transición no fue espontánea ni apacible, sino impuesta de manera arbitraria y violenta.
Por ejemplo, para 1982, todos los economistas keynesianos fueron echados de los principales organismos económicos y financieros internacionales, y sustituidos por los “Chicago boys”. Esta sustitución fue planificada, financiada y auspiciada por múltiples “think tanks”. En los países del norte, se desmontaron las políticas y los sistemas de bienestar, bajo el argumento de liberar al individuo de un asistencialismo que lo hacía menos digno. En el resto del mundo, el modelo neoliberal fue impuesto desde arriba, es decir, desde los organismos financieros multilaterales y gobiernos conservadores.
Durante las siguientes cuatro décadas, las políticas de ajuste estructural del neoliberalismo se aplicaron y replicaron, a lo largo y ancho del globo, de manera reiterada. Por paradójico que parezca, las promesas de desarrollo y bonanza económica de los neoliberales, se materializaron en políticas de austeridad, cuya principal consecuencia fue la desorganización de la relación Estado-capital. Esto le permitió al gran capital, no solo expandir sus operaciones a nivel global; sino también convertirse en el mayor beneficiario de los fondos públicos, gracias a las políticas de austeridad y de privatización.
En algunos países de Sudamérica, como en Argentina y Bolivia, esta desorganización de la relación Estado-capital intentó ser subsanada por gobiernos con tendencia de “izquierda”. Sin embargo, en términos generales, tan solo lograron realizar algunas mejoras en la capacidad de recaudación y de redistribución del Estado, que se tradujeron en ineficientes políticas de bienestar social. Por lo demás, se mantuvieron las principales reformas del neoliberalismo: privatización; desregulación del mercado; consolidación del modelo primario exportador y fortalecimiento de las élites económicas locales; así como el surgimiento de nuevas burguesías articuladas a economías informales y subterráneas.
Con todo, es justo reconocer que el embrollo en el que nos encontramos hoy es, principalmente, el resultado de estas políticas. Entonces ¡vaya! ¿Cómo se explica que la mayoría de los electores argentinos votaron por un candidato que propone aplicar exactamente las mismas medidas? La principal respuesta se halla en la incomprensión de esta encrucijada: La prosecución del modelo neoliberal, incluso a pesar de los intentos de transformación de “izquierda”, se tradujo en un favorecimiento sostenido del gran capital y, en contrapartida, en el declive de las condiciones de vida de la población.
Lógicamente, se acumuló un malestar y una frustración social que, como ya sucedió antes en la historia, facilitó el auge de las soluciones simplistas, trilladas y reaccionarias que propone Milei. Pero, como ya ha quedado demostrado, ni su eslogan ni las políticas económicas que propone son novedosos. Lo que desde los 80 se ha denominado “políticas de ajuste”, antes se denominaban “políticas de austeridad”.
Como explica la economista Clara Mattei, la austeridad es una estrategia bastante antigua de contraofensiva de las clases capitalistas, para desorganizar, desmoralizar y desmovilizar a las clases trabajadoras. Fue modelada, después de la Primera Guerra Mundial, en un contexto de amplia contestación del orden capitalista, precisamente, para crear la herramienta perfecta de desarticulación de la lucha de clases. Desde entonces, se la aplicó reiteradamente, en distintos momentos en los que el orden capitalista entró en crisis.
Esta solución ha consistido, repetidamente, en recortar el presupuesto público, a partir de apelar a la crisis, y de transferirlo a la clase capitalista (privatización), bajo la noción de que “ellos saben y pueden resolver los problemas mejor”. Estas políticas, generalmente, se plantean como imparciales, racionales y no políticas. En realidad, históricamente, las políticas de austeridad sirvieron únicamente para rescatar o salvaguardar al proceso de acumulación de capital y favorecer a los grandes capitalistas. Nunca se resolvieron crisis económicas con estas políticas, en el sentido de mejorar las condiciones de vida de la población.
Mattei distingue tres formas de austeridad. A.- La austeridad fiscal, que consiste en establecer impuestos regresivos y en recortar el gasto público considerado “improductivo”, especialmente en materia social. B.- La austeridad monetaria, que aspira a revaluar la moneda, a partir de reducir la cantidad de circulante y subir las tasas de interés, o de incentivar el ingreso de divisas. C.- La austeridad industrial que consiste en recortes de personal público, reducción de salarios y lucha contra los sindicatos y las huelgas.
En el caso de la austeridad monetaria, que es una de las principales propuestas de Milei ¿Será que los argentinos no se enteraron que, tanto Kirchner, como Macri intentaron, sin éxito, convencer al gran capital argentino de permitir el retorno de divisas al país, en lugar de retener sus ganancias en cuentas off shore? De hecho, es más que improbable que el influencer de la “libertad” tome medidas efectivas para resolver el problema de la desigualdad social, que es la verdadera encrucijada de Argentina.
En todo caso, el escenario más probable son las etapas de desarrollo de la política fascista que planteaba Poulantzas: 1.- El gobierno hace concesiones al gran capital, que opera de forma más silenciosa, mientras mantiene teatralmente su vínculo con las masas, por ejemplo, a partir de sostener el relato de “la casta” y de la defensa de la libertad. 2.- Se declara la alianza entre el gobierno, las pequeñas burguesías y el gran capital, por ejemplo, a partir de las políticas de austeridad; en este proceso la pequeña burguesía se vuelve en la clase “reinante” aunque no hegemónica, es decir, cumple una función de “mantener el Estado”. 3.- Se consolida -una vez más- la hegemonía del gran capital, que desplaza de manera paulatina a la pequeña burguesía y se posiciona nuevamente como clase reinante.