Uruguay

Agrietar los embalses de la insensibilidad

16 junio, 2023

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Fragmento de ilustración de Naandeyé García Villegas

Agrietar los embalses de la insensibilidad

¿Cómo agrietar los embalses de insensibilidad? ¿Cómo se produce ese quiebre existencial en el que nos dejamos de mirar el ombligo (personal y/o humano) y sentimos-comprendemos toda la trama de la vida de la que somos parte y estamos desgarrando? ¿Cómo liberarnos tiempo, energía y espacio para defender el agua y la vida, y crear procesos autónomos más justos y creativos?


El saqueo de las aguas es también, o a la vez, el saqueo de nuestros flujos energéticos, emocionales, afectivos, creativos, vinculares. 

Nos represan, sea para usar nuestra energía en pequeñas dosis, extraerla como una hidroeléctrica que nos roba la fuerza física, o como riego para sus ejércitos de árboles, o para sus cientos de miles hectáreas de su única idea hecha planta. En otras palabras, para regar su monocultivo sojero, arrocero o forestal, darle “vida” a su mono-ingenio lucrativo arrasador.

Nos contienen, nos reprimen en nuestro flujo comunicante entre los territorios, y si nuestra energía afectiva desborda nos canalizan, nos llevan por sus cauces funcionales a la nueva moda, al nuevo sector productivo “verde” o a sus instituciones de “participación” sin voz ni voto.

Nos envenenan, llenan nuestros flujos de sus peores inventos: los agroquímicos y los psicofármacos. Nos desertifican la flora (intestinal) con sus herbicidas, pero además quieren sedar y matar cualquier diversidad e intensidad, nos quieren mono-sintientes para aumentar su productividad. “Calmen sus dolores, sus preguntas, sus alegrías, y sigan trabajando”. Y si no pueden soportarlo, pónganse un traje de fumigación que los aísle hasta el último pelo del entorno, así estarán seguros y tranquilos.

Destruyen nuestras moléculas de agua y energía vital, y de allí extraen energía como el nuevo espejito de color del Hidrógeno Verde. Separan nuestro ingenio y lo aprovechan como combustible de su negocio.

Nos roban las reservas, van a lo hondo de nuestros cuerpos y toman de allí nuestros flujos subterráneos. Se apoderan de lo más íntimo y puro, mercantilizan nuestro deseo e inconsciente, a la vez que pinchan nuestro acuífero ancestral, borrando la memoria larga que nos relaciona directamente con estas tierras, procesos de años y años de ir entrando en las profundidades de la tierra-memoria mientras nos purificamos. Con esas reservas acumulan riqueza enfriando sus plantas industriales, o diluyendo sus porquerías químicas, o incluso producen la nueva mentira depredadora: el biocombustible.

A veces incluso evaporan nuestra emoción, como el Datacenter de Google o la minería de Litio en la vecina orilla, desvanecen nuestra percepción y afectación por saturación, por sobreestimulación en pantallas, y comercios, y ruido, y likes, y políticos en su circo, y …

Nos extirpan el tiempo que necesitan nuestros ciclos emocionales y sensibles, aceleran delirantemente todos los procesos y no nos permiten recuperarnos, descansar, darle tiempo a recargar las aguas superficiales y subterráneas; procesar cada experiencia, dejar decantar. Todo es ya, para ayer, siempre atrasados en el molino satánico del extractivismo voraz, en el mono-delirio del despojo.

En la mayoría de los casos nos exportan, nos sacan de nuestro lugar de origen, no nos dejan enraizar en ningún territorio, así perdemos la memoria de nuestra relación con el resto de la vida. Toda nuestra creatividad desaparece de nuestro entorno, se va al Norte global, ávido de nuevas ideas, territorios y recursos ajenos. La colonia se reinventa cada día, y siempre quedamos en el lugar de los sometido ¡Qué bonita la historia del progreso-desarrollo! 

El saqueo es interno y externo, es de nuestros cuerpos y nuestros territorios, o mejor dicho, de nuestros cuerpo-territorios, como dicen las compas feministas comunitarias. 

Y ese saqueo acentúa la sequía, tantos años de exprimir y explotar nuestras aguas-afectos para su acumulación absurda ha calado hondo en nuestra sensibilidad y cuerpo. Por eso surgen estas difíciles preguntas: ¿Cómo agrietar los embalses de insensibilidad? ¿Cómo se produce ese quiebre existencial en el que nos dejamos de mirar el ombligo (personal y/o humano) y sentimos-comprendemos toda la trama de la vida de la que somos parte y estamos desgarrando? ¿Cómo liberarnos tiempo, energía y espacio para defender el agua y la vida, y crear procesos autónomos más justos y creativos?

No alcanza con informar, investigar, ni difundir la magnitud del desastre, todo eso es necesario e imprescindible, pero no suficiente. No alcanza con más data en el mundo del hiperdata. La sensibilidad se construye en la experiencia vital, en la conexión entre lenguaje, afecto y cuerpo, y no por un complejo dato o por la información de una vanguardia que cree despertar a las masas. 

Por eso creo que estamos viviendo un momento histórico sutil, recién en formación, casi imperceptible. Llevamos 35 días de acciones colectivas en defensa del agua y la vida de corrido: marchas, toques, asambleas, conversatorios, pintadas, bidonazos, cortes de ruta, performances, escraches, etc. Esa creatividad, esa polifonía crítica, que entrelaza la lucha con la potencia de la fiesta (del estar juntos defendiendo la vida) mueve nuestros cuerpos, desarma la modorra, sobrepasa cualquier información llena de letra y números. 

Claro, vamos por fuera de los aparatos organizacionales, por eso todo es más difícil, y hasta invisible o despreciado. Ni los políticos, ni las cúpulas organizacionales quieren esta grieta en el embalse, esta agua que desborda sus cubeteras de hielo, porque entonces sus negocios, acuerdos a puertas cerradas y privilegios pueden ser cuestionados, sus contradicciones saltan a la vista.

El agua estanca se pudre, por eso probamos una y mil estrategias, no nos quedamos en el monocultivo cultural de la lucha de demanda al estado, ni del centralismo obediente a los líderes del momento. No tenemos líderes, rotamos las caras visibles, fuimos aprendiendo de otras formas de organizarnos arraigadas a la tierra en Abya Yala, intentamos la horizontalidad aunque no siempre sea la forma más rápida. 

Queremos agrietar y desbordar todas las represas que contienen y reprimen a nuestra sensibilidad, que limitan nuestra percepción de la belleza del mundo vivo más allá del humano, del cuidado recíproco que nos mantiene vivos, y desde ese afecto concreto y existencial, cuestionar los daños que estamos produciendo para acumular riqueza y sostener este voraz modo de vida consumista. No necesitamos, ni mucho menos queremos, sostener este absurdo modo de organizarnos como sociedad en la naturaleza, este capitalismo depredador, patriarcal, racista y colonialista.

El agua nos ha comunicado como las venas de nuestro cuerpo-territorio, nos hizo llegar el sufrimiento del campo, invisible en la caja negra y loca de las ciudades. Ya no queremos una ruralidad como grifo y basurero, como cantera minera y sumidero de tóxicos. 

Las alternativas existen y nuestros/as compas las vienen desplegando de a poco, suavemente, aprendiendo de las señales de cada entorno específico, comprendiendo el lenguaje particular de la naturaleza más allá del humano. En cada rinconcito florece la agroecología, las tramas de cuidado, la cooperación sin concentración de riqueza, la conservación de la semillas criolla y nativa, la denuncia de la injusticia y violencia extractivista, se prueban formas del decrecimiento y la búsqueda de modos de vida colectivos más amorosos entre humanos y con toda la red de vida. Allí el agua logró agrietar los embalses de insensibilidad y en su desborde dan vida a ecosistemas diversos, complejos, casi incomprensibles. Esto recién empezó [1].

 

 

 

[1] Vale aclarar que estas reflexiones no son en representación de nadie ni de ninguna organización, son la condensación de sensaciones y emociones de la potencia de vernos juntos en las calles, plazas, locales sindicales, etc. Están escritas en plural porque creo que nuestros pensamientos y sentires siempre son colectivos, condensación de miles de encuentros; pero no porque sean un discurso consensuado de ningún colectivo.