Uruguay

Amaranta, la ama de leche

6 noviembre, 2018

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Amaranta, la ama de leche

Imagen: Fragmento de pintura de Fernando Fraga

En estos días el afiche de la edición 2019 de la Patria Gaucha, en el que aparece como figura central una ama de leche, recibió un fuerte cuestionamiento de varias organizaciones afros, un comunicado del Ministerio de Desarrollo Social y mucho intercambio en las redes sociales por lo que evoca sobre nuestro pasado esclavista y lo que reactualiza en nuestro presente de colonialidad y racismo.


Entrevisté a la ama de leche. La esclava que aparece amamantando a un gurí blanco se llama Amaranta. Tiene 22 años y la retrataron dos días después de llegar a la casa de sus amos. Ellos vieron en el diario un aviso que decía «se vende negra recién parida con abundante leche, oficiosa para las tareas de lavandería y aseo», y como la mamá del gurí blanco no quería darle teta, se la llevaron a ella. Me contó que está segura de que no va a poder ver a sus padres y a sus hermanos, que quedaron en la estancia de la familia que la vendió. Incluso que cree que su hijo es del hijo del amo, de uno de los días en que la violó.
Dice que al principio no quiso darle leche al gurí blanco, sobre todo porque le quería dar antes a su propio hijo, pero que después de un par de rebencazos cedió.
Cuenta además que casos como el de ella son más que comunes; que toda la gente sabe y que en definitiva es bastante normal, así que tampoco hay que andar asombrándose así como así. Me dice que su familia llevaba el apellido del amo de su abuelo; y que fue ahí, casi como todos los demás, que perdieron sus apellidos africanos y pasaron a ser López, Rodríguez y todo eso.
Y me dice que ojo, que para ella no es mayor problema que el pintor la haya retratado como en un ensueño, radiante y embelesada con el amamantamiento; que hasta linda queda y que le gusta, pero que bueno, como que si ella tuviera la posibilidad de escribir lo que le pasa -cosa que no, porque como es no una persona sino propiedad del patrón que la obliga a amamantar, y por ende la educación escolar es algo para otros, nunca para ella-, de poder y saber hacerlo ella escribiría que tal vez la imagen esa del afiche pueda resultar un poco mentirosa si lo que pretende es ser representativa de tradición e identidad (dos cosas que suelen ser por ellas mismas unas arbitrarias diapositivas que reivinidican, con las mejores intenciones casi siempre, una serie de valores por esencia conservadores; ¡son fotos, no videos!, pero esa ya es otra historia).
Dice que si es para promocionar una fiesta con esas características, medio como que sería algo parecido a meter a sus hermanos y primos felices de llevar la marca de los látigos mientras plantan para el amo. Pero que ta, que ella entiende que el pintor pudo tener la mejor de las intenciones, porque en definitiva es lo más normal del mundo que lo hagan, porque pasa todo el tiempo por tener el tema muy poco procesado, incluso cuando tienen pila de información sobre él; pero que es eso: información acumulada nomás. Y que incluso institucionalmente, en un estado blanco como el nuestro, siempre se pasteuriza y tamiza la imagen del esclavo en su condición de tal -cosa que, por la culpa que puede acarrear como nación, le resulta entendible que así ocurra- pero que increíblemente esa narración hegemónica (a cuya construcción nunca fueron invitados a participar, sino todo lo contrario), minimiza el aporte que pudieran hacer en las gestas recordadas como heroicas; que al jefe de los libertos, por ejemplo, no le hemos podido asignar, colectivamente, mucha más función que cebarle mate al prócer.
Y me cuenta que ella nació esclava pese a que en estas tierras existía la libertad de vientre. O que tendría que existir, porque para ese entonces ya se había declarado dos veces. Y que además, en teoría, se había abolido la esclavitud siendo ella una gurisa. Y que le revienta un poco cuando en los actos oficiales recuerdan, haciendo gárgaras, aquellas aboliciones, desconociendo que fueron no sólo pasajeras, sino además nacidas de la necesidad de reconstruir ejércitos. «¡Son libres, así que ahora están obligados a ir al campo de batalla!», les dijeron. Y unos murieron, y los que no, de vuelta a la vida de antes.
Y me dice que desde aquel entonces hasta ahora cambió mucho; cambió casi todo, pero todavía falta, y que las secuelas de toda la película que vivieron están vivas: son ellos los más pobres, hay muchos con bajos niveles alcanzados en la educación; no acceden casi a cargos públicos; ante igual currículum son a los primeros que descartan en los posibles trabajos; y un sinfín de cuestiones por el estilo, sin entrar a hablar de que están sobrerrepresentados en «todo lo que está mal».
Me dice que puede que esté un poco cansada de que la narración histórica hegemónica minimice e invisibilice, como lo viene haciendo desde hace más de doscientos años, todo el despojo y sufrimiento; y que ha sido tan efectiva en eso que el 99,9% de la población tiene metida esa idea en las estructuras del marote, y que por ende a la mayoría se le complica muchísimo desprenderse de esa imagen tatuada en la parte interna del cráneo.
En sí, dice que le quema un poco bastante que el cómo es recordada la esclavitud sea una imagen fabricada por la nación blanca, glorificadora de prohombres que fueron sus amos, de patricios y no tanto que, en la mayoría de los casos, a ellos los consideraron menos que personas.
Y le quema un poco más que, tanto tiempo después, no puedan decir ni mu para que, como sociedad, empecemos a tener una imagen más real, una que haga al menos un poquito de justicia con lo vivido, para sufrir una pizca de lo que sufrieron ellos a raudales. Pero no. Pasa que les han diluido su memoria del pasado en la construcción de la identidad y las ideas de tradición en las que los han agregado como felices colaboradores, cuando no de revoltosos que con justicia pasaron a degüello.
Ta, y también me dijo que hay autoridades del MIDES que son unos zoquetes declarando, y que vaya que si será derrota que un gobierno que se planteó lograr algunos cambios culturales básicos no haya conseguido, en quince años, reducir el porcentaje de la población que razona en forma binaria.
«Pensar en forma binaria (y vanagloriarse de ello). Eso sí que es esclavitud», me dijo.