Uruguay

Las nietas

8 abril, 2024

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Lucía Farías

Las nietas

A un mes del #8M2024 compartimos nuevas resonancias. Palabras que van llegando semanas después, que vuelven a recordarnos que la huelga es acontecimiento y que cada nuevo 8 el espiral del tiempo se resignifica nuevamente.


Mi abuela falleció una mañana de primavera del año pasado. Recibí la noticia a través de un mensaje de WhatsApp pasadas las ocho, mis estudiantes estaban en el recreo. Me quedé con el celular en la mano por algunos minutos, hasta que pude llamar a mi madre. Ahí entendí que “la mama” se había ido. Si, “LA mama”, sin tilde y con el artículo “la”. Al pronunciarlo siempre lo imaginé en mayúsculas, solo así podría representarla.  

Salí del salón, necesitaba un poco de aire, me pare afuera de la UTU, una compañera estaba fumando. Le pedí un cigarro, me la había cruzado un par de veces, pero nunca habíamos hablado. Le cuento lo que me estaba pasando, me muevo sin dirección, doy una pitada tras otra a un cigarro que no quiero, eso tampoco me tranquiliza. Las palabras salen de mi boca desordenadas, son una catarata de sentidos. Mi compañera me escucha sin pestañear, como si fuera una amiga de toda la vida. Sigue fumando, mientras quedó envuelta en el humo que escupo, la nicotina empieza a revolverme el estómago. 

“Despídela bien. Algo de ella hay en ti, es tu linaje materno”, me dice mi compañera de laburo. Le agradezco esos minutos y la saludo. 

Sus palabras fueron un mantra durante ese día que sería larguísimo, pero tenía claro que escondían un poder mayor. 

Seis meses pasaron desde ese día. Cerca de este 8 de marzo y el mismo día me acordé mucho de ti “mama”, pero no hubo tristeza. Hay un horizonte en el que te llevo conmigo, un agradecimiento por quererme con honestidad.  

“la mama”, como le decíamos todes sus nietes e hijes, Doña Alis para el resto de la familia y vecines; nació y se crió en el medio del campo, en un paraje perdido de San Luis dentro del departamento de Rocha. Conoció a mi abuelo en la zona y se mudaron juntos cerca del mar. Ella conservó el despertar de madrugada, el mate dulce, la quinta, la cría de gallinas y chanchos para sostener a sus siete hijes. 

Más de treinta años después, cuando nos instalamos a vivir en su casa, mi madre, mi hermano y yo; la quinta seguía viva, aún quedaban unos pocos animales y ella elaboraba a fuego lento en la cocina a leña mermelada de zapallo, usaba su paciencia y revolvía con un largo cucharón de madera. 

Alis tenía los ojos azules como el Atlántico, el océano que en su juventud la recibiría para construir su propio nido. La escarcha sobre el pasto humedecía sus botas, usaba polleras de poliester durante el invierno y de seda fría en el verano.  

Cultivaba árboles frutales, hortalizas y verduras, “tenía mano” como se dice en el interior. Su casa, nuestra casa, donde crecimos, era una mezcla de aromas entre Madre Selva, uvas maduras del parral que nos refrescaba en los veranos rochenses y pan de harina de maíz; nadie rescató esa receta. Pensábamos que era eterna. 

“la mama” me ayudo a meter las manos en la tierra, desde niña plante y trasplante esquejes y todo tipo de plantas, también me enseñó a cortar gajos en casas ajenas, me hizo los mejores pasteles de membrillo que comí en mi vida, motivó cada pequeño logro en la escuela y en el liceo. Me miraba embelesada, sus ojos me hacían valiosa; se divertía como una pequeña joven con los chistes y peleas adolescentes entre mi hermano y yo. 

Su paciencia doblegó el destino, trabajó de lavandera gran parte de su vida, desbordando las ocho horas, abrigo mi corazón y mi panza. Contempló los cambios del mundo, también se animó a cambiar de ideas políticas; y me escuchó con la curiosidad de conocerme y quererme sin condiciones posibles.   

Alis, fuiste rebeldía sin gritos, fuiste coraje sin flechas y enfrentaste cada “no” que le ponen a una mujer nacida en el campo. 

Gracias por empujar mi vida. 

Soy la nieta de una mujer de campo.

Somos las nietas de las mujeres de campo que no pudieron domar.