Cali a tres años de la revuelta: las brasas aún iluminan
Una sola pregunta repiqueteó durante el largo fin de semana en el que, a modo de devolución, giró el libro del columnista de Desinformemonos, Felipe Martínez, en varios “puntos de resistencia” en los que las rondas se hicieron cargo del debate propuesta: “Tres años del estallido social ¿y ahora qué?”.
Recordemos que Cali fue el epicentro del levantamiento colombiano de 2021, que duró más de dos meses y medio de intensa y extensa paralización en la cual se conformaron 25 “puntos de resistencia”, en los que miles de jóvenes organizados delinearon en la cotidianeidad territorial las vidas que desean y por las que estuvieron exponiendo sus vidas. Aquel movimiento (estallido o revuelta, según los varios nombres que le adjudican) consiguió poner a las clases dominantes y a sus aparatos armados a la defensiva, desnudando el tipo de régimen que existe en Colombia: autoritarismo militar-policial-paramilitar al servicio de las grandes corporaciones.
En Loma de la Cruz, que durante meses se la nombró como “Loma de la Dignidad”, sobrevive una biblioteca popular que en un hermoso espacio consigue irradiar, a través de murales, libros y pinturas, algo de lo que fue el espíritu de la revuelta. En Puerto Resistencia, el punto más masivo y potente del movimiento, sobrevive intacto el anti-monumento levantado en minga por los vecinos del barrio que aportaron cada quien saberes y materiales para la construcción.
Recordemos que la implicación de la población fue masiva, al punto que no hubo manifestaciones sino “oleadas de personas que se cruzaban en las calles formando un océano humano”, como señala Alejandro, veterano militante social y político ahora asesor de un concejal de la ciudad. Puede asegurarse que en algún momento de esos meses, la inmensa mayoría de la población caleña (de dos millones de habitantes) estuvo en las calles.
Sin embargo, la policía volvió a los CAI (Centros de Atención Inmediata) que habían sido ocupados durante la revuelta, pintados de vivos colores y convertidos en bibliotecas populares. En tanto, lo que alcanzó a ser aquella marea humana ocupa hoy sólo un pequeño espacio en Loma de la Cruz, aunque son miles los que circulan, bailan y hacen música en sus alrededores. En una mirada superficial parecería que cada quien volvió a ocupar el lugar que tenía antes del estallido. Incluso la estatua del militar español Sebastián de Belalcázar, que fue derribada por un grupo misak en la madrugada en que comenzaba el paro, volvió a ocupar su lugar.
En los relatos es imposible no recordar las “narco toyotas” que disparaban por la noche a los puntos de resistencia, la permanente agresividad de policías que tapaban su identificación o se encapuchaban, de civiles que mostraban sus armas junto a los uniformados. Las cifras lo dicen casi todo, aunque difieren según la institución: unos 80 muertos por la represión en todo el país, de los cuales 60 cayeron en Cali, epicentro de la revuelta.
Las inevitables cooptaciones
“Petro es el signo de los tiempos”, dispara un joven en la primera ronda de intercambio del libro “Desborde popular. La rebelión caleña en el paro de abril de 2021”. Hemos escuchado a muchas personas, empezando por jóvenes de los puntos de resistencia y algunos que purgaron cárcel, destacar que la llegada de Petro al gobierno es “un triunfo de la revuelta”. Algo que no es nuevo y que se ha venido escuchando en todo el continente, por lo menos desde el Caracazo de 1989.
Las instituciones consideran la energía social colectiva como un insumo para “afianzar la relación entre la institucionalidad y la juventud”, como señala la Alcaldía de Cali. Añade: “A un año del estallido social, las ideas de los jóvenes y las acciones del gobierno caleño han sumado nuevas narrativas al Parque Artesanal Loma de la Cruz. Este lugar se ha convertido en espacio para el diálogo y el reconocimiento de la caleñidad, a través de proyectos gastronómicos y artísticos”1.
No toda la responsabilidad de la cooptación recae en las instituciones. Un varón de mediana edad, que estuvo preso a raíz de su participación en Puerto Resistencia y en otros puntos, explica de forma muy clara: “Con el estallido logramos el primer gobierno progresista en la historia de Colombia”. Las demás participantes en la ronda aprueban, aunque nadie está conforme con lo realizado hasta ahora por el gobierno de Gustavo Petro, que ya lleva dos años en el Palacio de Nariño.
Debe tenerse en cuenta que en Colombia siempre gobernó la derecha, a veces incluso la más ultra, y que la oligarquía sigue siendo la misma que gobernó desde la independencia. La única posibilidad de que ganara un candidato anti-oligárquico en ancas de la movilización popular, fue abortada el 9 de abril de 1948, con el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán que dio comienzo a una larga guerra civil conocida como “La Violencia”, que causó en una década 300 mil muertes y dos millones de desplazados forzosos en una población de 11 millones.
Luces que siguen brillando
“El tema ahora no es cuántos salen a la calle sino que no se apague el fuego”, dice Zudaca Boy, un moreno enorme dedicado a la comunicación. Ejemplo de ese fuego es Radio Caserolaso que sigue emitiendo, cuando puede y desde el lugar que le cuadra, de modo muy irregular, pero sigue adelante. En varios puntos de resistencias hay iniciativas diversas, desde bibliotecas hasta ollas comunitarias que testifican que las energías colectivas no desaparecen.
“Empieza a surgir algo nuevo, en la música por ejemplo, haciendo memoria de lo que se vivió”, dice una joven delgada que hace hip hop y se nombra Mariana Insurrecta. “Vengo de la ladera de Cali y veo que los jóvenes empezaron un proceso organizativo, que la universidad se llenó de hijos de obreros y de campesinos”. A su lado un joven asegura que “se perdió un miedo de 200 años que estaba arraigado en el corazón, y eso no se cambia en dos años. Me ayudó a quitar la máscara de los que hablan bonito pero son colonialistas. Es el momento de limpiarnos, pero no alcanza con tan poco tiempo”.
Manuel Bedoya, un hombre mayor que es presidente de la Asociación Nacional de Pescadores Artesanales, asegura que en Buenaventura, donde reside, “la juventud está fuerte” y que el paro de 2017 contra la violencia consiguió compromiso del gobierno que nunca se cumplieron, ni en la educación, ni la salud ni el acceso al agua. Y que la violencia sigue igual que antes de la revuelta.
Lo más interesante y duradero es la solidez de los lazos creados. Las madres de las víctimas de la violencia estatal toman la palabra en cada acto, en cada reunión, y sienten que “el estallido fue una escuela política en la calle para que aprendemos a creer en nosotros”. Reflexionan que la historia de Colombia se partió en dos, y que después del estallido todo empieza a ser diferente, aunque muchas veces no sea visible.
Laura, la mamá de Nicolás Guerrero, cuyo rostro aparece en decenas de muros, asegura que “a mi hijo lo quisieron desaparecer metiendo su cuerpo en una tanqueta. Agradezco a las decenas que lo impidieron”. Agrega que nunca volverá a su vida “normal”, y se despide asegurando que siente una “digna rabia”.
Las dos menciones más frecuentes son a Palestina y al zapatismo. Algunos como Zudaca Boy lucen una hermosa camiseta con las iniciales del EZLN bordadas en rojo. Miembros del MOVICE (Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado), como Laura y otras madres y padres, jóvenes como el “hiphopero” Cazomizo, deslizan frases contundentes: “Abajo la homogeneización. Somos diversos. En este mundo caben muchos mundos”.
Nos despedimos con la certeza de que la revuelta dejó huellas que habrá que descubrir para transitarlas. Que la tremenda energía colectiva de aquellos meses sigue latente aunque dispersa y poco organizada. Que los caminos de los pueblos son complejos, que el progresismo no ha conseguido tenerlo todo bajo control y que el repliegue actual no será para siempre.
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