Uruguay

Compito, luego existo

13 abril, 2022

Escrito por:

y

Imagen:

pedal.uy

Compito, luego existo

Que la competencia no meta la cuchara


Existe en nuestro país la modalidad “fondos concursables” promovida por diversas instituciones estatales como estrategia para repartir dineros públicos. Recientemente, en noviembre de 2021, la IM a través del plan ABC realizó un llamado a las Ollas populares para postularse al fondo concursable Fondo por más

El plan ABC de la IM ha contribuido de manera constante al trabajo realizado por vecinas y vecinos en las Ollas populares, sin embargo nos parece que esta propuesta puntual va a contramano de lo que las Ollas han construido con mucho esfuerzo en estos dos años de trabajo colectivo y solidario. La modalidad “fondo concursable”, como su nombre lo anuncia, es un concurso, que como en todos, alguien gana y alguien pierde. Es una competencia entre quienes se postulan, en este caso las Ollas populares compiten entre ellas, unas ganan y otras pierden. 

Este formato “fondo concursable” no es una propuesta descolgada que hace el plan ABC, es una más de otras tantas instancias de nuestras vidas en la que competimos y concursamos, de hecho competimos por casi todo; por el trabajo, por la vivienda, en las elecciones, los premios en el arte, en el carnaval, por proyectos en los barrios, por vender más, por sacar mejor nota, por quién es la persona más reconocida, la que se queda con el cargo o el grado, por los fondos para la investigación científica, por cuál es la mejor universidad o el mejor colegio, por quién es la más bella, en los realities y en las redes quién es la persona más popular. La competencia se instala con cara de entretenimiento, ejemplos hay muchos pero se nos hace evidente cuando un programa de tv privada pone a las Ollas populares a competir por quién cocina mejor y ganarse como premio dinero, banalizando, además, el hambre de las personas. Las instituciones de educación privada, por ejemplo, se promocionan “preparando a nuestros hijos para competir” porque vivimos en un mundo competitivo. 

Se nos dice, y lo repetimos, que la competencia es una manera sana y “natural” de relacionarnos, que nos hace mejorar y esforzarnos, que la competencia nos impulsa a la excelencia, que es importante querer ganar y desear ser el mejor. Más allá de que esto puede ser así, la competencia, según el diccionario, consiste en una disputa entre personas, animales o cosas que aspiran a un mismo objetivo o a la superioridad en algo. La competencia implica rivalidad, eres tú o yo. Cuando competimos, las personas nos enfrentamos unas a otras, nos convertimos en enemigas u obstáculos a sortear. Nos produce sentimientos de celos y envidia, de inferioridad o superioridad. Nuestras alegrías y fortalezas están basadas en las frustraciónes y tristezas de otros y otras. Conseguir llevar adelante nuestro proyecto de vida implica superar a nuestros rivales.

¿Pero por qué la competencia se ha vuelto la manera de relacionarnos que más se fomenta y se practica en nuestra sociedad? Esta pregunta implica un análisis complejo de diversas dimensiones, ensayemos algunas líneas. 

La competencia es una de las características fundamentales del sistema económico en el que vivimos, el capitalista. Es fácil descubrirla cuando vemos a las empresas o capitalistas individuales competir por el mercado y cuando las personas trabajadoras nos vemos obligadas a competir por los puestos de trabajo. El capitalismo es un sistema que necesita expandirse continuamente convirtiendo toda la vida en posibles mercados, imponiendo la competencia como modo de vincularnos y para esto desalienta la cooperación y la colaboración. El capitalismo nos propone ser individuos que competimos y nos enfrentamos para ganar y progresar. Así los proyectos personales están por encima de los colectivos y la exigencia de la superación es constante. La competencia se instala en nosotras, así somos y así deben ser nuestras hijas e hijos, que gane el mejor (Harvey).

Esta manera competitiva de relacionarnos se vincula con la creencia de que los recursos que existen en el mundo, especialmente la alimentación, no son suficientes para todas las personas, por esto llegamos, incluso, hasta matarnos. Podemos pensar que es cierto, que no hay comida para todas, pero si esto sucede no es por razones de escasez, sino por la forma de la distribución de los recursos y la riqueza. Vivimos en un mundo de abundancia donde hay espacio y comida para todas las personas que lo habitamos, solo que algunas acumulan hasta reventar, mientras otras sufren por no poder cubrir sus necesidades básicas. 

Otra creencia asumida como verdad es que las especies para sobrevivir y evolucionar necesitan competir. “Solo una feroz lucha por nuestros intereses individuales nos asegura la supervivencia”. Esta es la manera más común y aceptada, aunque quizás no sea la correcta, de interpretar la teoría de la evolución de las especies de Charls Darwin y ha servido para entender la competencia como la manera natural y necesaria de relacionarnos. Las teorías científicas no son ajenas a los contextos en los que surgen y se desarrollan, existe una relación muy estrecha entre el conocimiento (incluso el científico) y los intereses económicos y políticos de una época. La teoría evolucionista de Charles Darwin surgió en Inglaterra en el siglo XIX, en plena Revolución industrial y consolidación del modelo capitalista. Quizás la idea de que la evolución es producto de la selección natural a través de una competencia feroz entre individuos se transformó en sentido común porque fue funcional al desarrollo de sociedades capitalistas, y una manera de justificar las clases sociales, el imperialismo, el fascismo e incluso los genocidios. Los supremacistas, quienes afirman que existen razas superiores a otras, también usan esta idea para fundamentarse, aun cuando hoy sabemos que las razas no existen.

Ya en 1902 el zoólogo y naturista Piotr Kropotkin en su libro La ayuda Mutua propone otra lectura de Darwin y enuncia que la sociedad humana se ha creado en base a la solidaridad y la dependencia recíproca de las personas. En los años cincuenta, la bióloga Lynn Margulis, avanza y propone que la vida es una unión simbiótica (relación de beneficio mutuo) y cooperativa, nadie gana o pierde. Margulis demostró que la cooperación es el origen de uno de los más importantes saltos evolutivos: el de las células simples a las complejas, sin el cual no habría organismos pluricelulares y la vida se reduciría a un conglomerado de bacterias (si una célula integrada tiene habilidades diferenciadas, por ejemplo capacidad para respirar oxígeno, comparte esas capacidades con la célula hospedante y ésta le ofrece a la primera un medio rico en nutrientes). Actualmente desde diversas disciplinas se han aportado datos que proponen que las especies están en continuo estado de cooperación. La vida es, para estas teorías, simbiosis, mutualismo, cooperación e intercambio. 

No todos los grupos humanos se han relacionado o se relacionan en términos de competencia. En la historia de la humanidad las comunidades han cooperado de diversas maneras. Existen investigaciones que muestran que el proceso de transición al capitalismo y el colonialismo desarmaron formas comunales de existencia, imponiendo cambios radicales en los modos de producción y reproducción de la vida. Pero en la actualidad, desparramadas por el mundo hay múltiples comunidades basadas en la cooperación, ejemplos como las comunidades agrarias que utilizan modos de producción no-capitalistas, los zapatistas y las milpa en México, pueblos de Abya Yala, los sin tierra en Brasil. En nuestro país una referencia ineludible es el movimiento cooperativista, el que toma cada vez más fuerza, promoviendo la colaboración, desplazando al capital y al individualismo. Más recientes las cooperativas agroecológicas que proponen además el tan necesario y urgente cuidado del medio ambiente, la Coordinadora de Ollas populares, el Mercado Popular de Subsistencia y cientos de proyectos barriales llevados adelante por vecinas y vecinos en todo el país.

Cuando cooperamos o colaboramos lo hacemos con otras o para otras personas, transformándose en aliadas fundamentales con las cuales tenemos que dialogar, consensuar, disentir y acordar. Cooperar implica el deseo de hacerlo juntas, de valorar a las otras personas, de pensar en beneficios colectivos, y en crear relaciones de confianza y afecto mutuo.

En vista de esto, quizás un desafío que tienen quienes promueven las políticas públicas, es pensar y diseñar modos de repartir dineros públicos que no impliquen necesariamente un enfrentamiento entre las personas y colectivos. Cabe preguntarse: ¿Qué consecuencias puede tener proponerle a un movimiento popular, solidario y colaborativo, como son las ollas populares, competir para ganar un proyecto y obtener dinero?¿Cómo modifican estas propuestas externas las formas internas de relacionarse, los proyectos, los deseos y los móviles de los colectivos? 

A quienes deseamos comunidades que promuevan vidas dignas de ser vividas nos toca atender las implicancias de relacionamos en términos de competencia y proponer la colaboración, el cooperativismo, el mutualismo, lo colectivo y la solidaridad.


Publicado originalmente en radiopedal.uy