Uruguay

Credo al Dios Desarrollo

27 junio, 2024

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Credo al Dios Desarrollo

Desafectados del entorno, mediados por el mercado-estado, podemos vivir en paz evolucionando en nuestro camino de progreso personal-familiar.


Aunque se presente como una propuesta racional, basada en datos científicos y grandes modelos matemático-estadísticos, la idea del Desarrollo (sostenible, sustentable, verde, con inclusión social, con integración, con transición energética…) opera más como un credo a un Dios que hay que seguir bajo sus dogmas, que como un razonamiento lógico de personas que vivan en la realidad concreta.

Históricamente, el Desarrollo es nieto del proyecto de Civilización vs. barbarie de Cristóbal Colón en 1492, e hijo de la idea de Progreso (orden, disciplina, higienismo) que la revolución industrial y sus grandes propagandistas nos trajeron en sus versiones europeas y estadounidenses. Un mismo discurso repetido como norma de vida social e individual, y atornillado a las diferentes realidades del mundo globalizado-mercantilizado (según el lugar asignado) a base de violencia, asfixia económica, contratos secretos con multinacionales, mandatos de fondos internacionales, deuda externa, etc. 

Sugiero, pensar el credo en al menos 5 grandes dogmas (1), que podemos escuchar recitar una y otra vez por sus sacerdotes más convencidos: muchos de ellos políticos, o ingenieros (agrónomos, civiles, mecánicos, químicos, en sistemas, forestales, en alimento, etc.), empresarios y también algunos colegas de las ciencias sociales (economistas, sociólogos, historiadores, antropólogos, trabajadores sociales, abogados, etc.).

Los cinco dogmas, que describo incipientemente, son: 1. La tecnología nos salvará. 2. Debemos crecer infinitamente 3. Teoría del derrame 4. Expertos redistribuyendo 5. Derecho al confort.

  1. La tecnología nos salvará

“¡Ya van a inventar algo para solucionar ese problema!”, “…esta es una externalidad que puede incluirse en un sistema de economía circular para que otro emprendimiento genere valor con esos residuos (efluentes, contaminantes, tóxicos, etc.)” “la tecnología nos libera tiempo de trabajo para que podamos vivir una vida más libre, plena y digna”

Es usual que escuchemos estas ideas completamente (in)fundadas: la tecnología nos salvará de los problemas de la tecnología, que nos salvó de los problemas de las tecnologías anteriores, que nos salvó…… (al infinito).

A cada problema que se genera por la expansión del capitalismo depredador sobre nuevas dimensiones de la vida, se intensifica la renta a partir de tecnologías más sofisticadas que desparraman daños de maneras más complejas y ocultas. Daños que no  se computan en sus gastos (como “externalidades”); se propone una nueva solución tecnológica que nos salvará de los problemas anteriores, pero en el camino, generará un nuevo nicho de mercado-renta-acumulación con el problema. Un ejemplo sencillo: las “energías limpias” son un inmenso nicho de lucro para privados a partir del problema que el combustible fósil nos dejó, tras años de exprimir el planeta como una naranja sin hacerse cargo de su principal consecuencia: las emisiones de CO2.

En Uruguay padecemos la promoción de dos megaproyectos que echan raíz en este dogma que idolatra la tecnología como neutra y camino de redención: El Mega-Datacenter que pretende instalar Google en una Zona Franca de Canelones (con solo 50 puestos de trabajo),  aterriza con sus promesas de ser un gran avance tecnológico para una era super-digitalizada. Con los avances de la Inteligencia Artificial, que requiere 5 veces más potencia de los centros de datos que el almacenamiento y flujo de datos de la “nube”, cada vez son más “necesarios” estos galpones gigantes llenos de computadoras procesando y almacenando información (unos y ceros) todos los días a toda hora, consumiendo energía, agua, y liberando CO2. Necesitamos digitalizar, virtualizar y llenar los Biga Data con información de sensores en cada espacio y dimensión de nuestra vida vuelto SMART, porque entonces “seremos más libres”, “eficientes”, estaremos cómodos y seguros. Drones, robots y sensores harán todo por nosotros, mientras nosotros miramos la nueva serie de Netflix requiriendo también “espacio” de la “nube” para “entretenernos”. 

Esta nueva tecnología que se presenta como pura, abstracta, inofensiva-  LA “NUBE”- no es para nada inocua e intangible, sino que está hecha con daños materiales bien concretos y localizados:  consumo bestial de energía, materia (minerales), trabajo (muchas veces esclavo), agua, y por supuesto, dejará inmensos volúmenes de basura. Esto está mucho mejor documentado y explicado en esta nota. Es probable que en menos de 20 años una nueva empresa sugiera una tecnología “mejor”, que se haga cargo de estos tremendos problemas, lucrando con ellos, pero generando nuevos ocultos. 

De la misma manera, tras tres décadas de destruir y contaminar las cuencas con el agronegocio intensivo en paquetes químicos (plaguicidas y fertilizantes), y su contracara de floraciones de cianobacterias y disminución de la cantidad de agua disponible, surge un consorcio de empresas que proponen al “Proyecto Arazatí-Neptuno” como la nueva solución tecnológica: demos la espalda a las cuencas de todo el país, permitamos toda la destrucción posible, y tomemos agua del Río de la Plata. Eso sí, sumando nuevas tecnologías-lucros: desalinizadora, polders, procesos más caros de potabilización (que incluso no aseguran la potabilidad del agua por, entre otras cosas, los restos de toxinas de las cianobacterias).

La tecnología del Dios del Agua -Neptuno-, encarnado en un consorcio de empresas constructoras, nos salvará de los problemas que la tecnología de la “tierra” nos generó: producir commodities contaminando las cuencas con residuos de plaguicidas, fertilizantes que aumentan la presencia de cianobacterias, y disminuyendo el agua disponible.

  1. Crecimiento infinito

¡Debemos crecer! El PBI siempre debe estar creciendo, porque esa es la medida de todo lo bueno internacionalmente: avanzados, poderosos, estables, innovadores, etc. De hecho, si el PBI no crece, entonces seremos mal calificados por las calificadoras de riesgo internacional (empresas privadas), y  subirán los intereses de  la deuda externa, nos limitarán futuros préstamos para nuestros frágiles países dependientes, y nuestros bonos valdrán menos… Es decir, nos asfixiarán económicamente desde las redes internacionales. Parece ser “mejor” “someterse al dogma”. 

Bajo amenaza económica (y si es necesario bélica), se impone el dogma de crecimiento, sin importar  otro criterio de vida que queramos buscar. La meta siempre es MÁS: buscar más, consumir más, producir más, tener más, aparentar más, experimentar más, controlar más, devorar más. Todo más, no importa quién, cómo, ni para qué. Pero no cualquier “más”, el más que computa en el Producto Bruto Interno: toda actividad humana o robada a la naturaleza que pasa por los circuitos del mercado, como producción o consumo. 

En otras palabras, cada vez más vida vuelta mercancía. 

Cada vez más Naturaleza -humana y más-que-humana- vuelta Producto Brutalmente Integrado al Capital (PBIC).

El Hidrógeno Verde es la nueva profecía asociada a este dogma (y también al anterior). El mandato divino es crecer infinitamente, consumiendo cada vez más energía, en la producción y en el “confort” individual cotidiano. La máquina no puede parar, y nuestras comodidades tampoco. Entonces hace falta un nuevo escalón de energía disponible que se sume (y no sustituya como publicitan) a  los anteriores. No importa las consecuencias en el agua destruida para su producción, las asociadas a la extracción de tierras raras para las “energías limpias” y electrolizadores, la expansión del agronegocio para el CO2 biogénico, los residuos, ni el daño que causará construir la infraestructura necesaria (ver esta nota para más información detallada de todos los daños asociados). Menos aún importan las posibilidades de participación y decisión de la población, frente a un nuevo megaproyecto declarado confidencial, el de E-gasolina de HIF en Paysandú. Aprenden muy bien de sus antecesores multinacionales que ocultaron información sensible y fundamental para la población: Google, UPM, Aratirí, etc.   

Parece cosa de hereje hoy plantearse el decrecimiento con distribución y participación directa desde los territorios, cuando Alemania, Finlandia, China, EEUU y tanto otros centros del consumo colonial voraz no están dispuestos a bajarse del delirio depredador, así como tampoco sus sacerdotes criollos, muy comunes entre liberales y progresistas. 

  1. Teoría del derrame

“¡Si a los de arriba les va bien nos va bien a todos!” “Si los ricos están bien todos estaremos prósperos, su riqueza se derrama” “Su producción genera sinergia sobre el entorno” “Los megaemprendimientos generan un ecosistemas de pymes que se ven beneficiadas”. La base de la concepción liberal-empresarial de la economía (con su cara más rancia en Milei) es defender la acumulación capitalista y el crecimiento de la riqueza en pocas manos porque eso de todos modos derrama e impacta indirectamente en todos los demás (si se esfuerzan lo suficiente). Lo que resulta al menos polémico es escuchar a voces que se dicen “críticas” desde el progresismo defender el “derrame” de los megaemprendimientos multinacionales. Se supone que el progresismo (o al menos eso dicen de sí mismos) no es tan ingenuo con las mentiras capitalistas que ocultan las formas de acumulación de capital, explotación de la riqueza de los/as trabajadores/as, destruyen los ecosistemas y acentúan la desigualdad. 

Toda la historia del capitalismo demuestra que nada tiene que ver la llegada de capitales o el bienestar de los ricos y acumuladores, con el bienestar y libertad de las demás personas y especies. El mencionado derrame de “prosperidad” es una fantasía, un espejito de color, un engañapichanga para tener nuestro “consentimiento” sobre su acumulación y voracidad. Vayamos a cada localidad latinoamericana donde se ha instalado una gran minera, una petrolera, una industria de celulosa. Muy lejos quedaron las promesas de bienestar generalizado.  

Sería mejor hablar de la Teoría del Derrame Tóxico.

Lo que se derraman, o distribuyen, son los daños y consecuencias nefastas sobre cuerpos y territorios, mientras que se concentran los beneficios en los mismos de siempre, sus amigos y familiares. Veamos el ejemplo del agronegocio en Uruguay. 

Los encadenamientos sojeros, forestal-celulósico y arroceros se han publicitado como un gran avance de la ruralidad, nuevas oportunidades para mejorar la calidad de vida, el empleo y el acceso a derechos. En lo concreto, tras 30 años de intenso despliegue del agronegocio agrícola y forestal las consecuencias son básicamente negativas, y ya muy documentadas científicamente: acaparamiento y extranjerización de la tierra, degradación del suelo y las cuencas hídricas, destrucción de ecosistemas y pérdida de biodiversidad. A lo que debemos sumar la disminución de empleos en otros rubros que pierden acceso a la tierra, aumento de enfermedades vinculadas al uso de plaguicidas y fertilizantes químicos, migración rural-urbana y desaparición de la pequeña producción, pérdida de soberanía alimentaria, continuas irregularidades ambientales sancionadas, etc. (2) 

Las grandes empresas multinacionales de estos sectores, como Cargill, Luis Dreyfus, Basf, UPM, Montes del Plata, Saman, Coopar, Arrozal 33, Glencore acumulan millones de dólares anuales a costa de nuestros territorios y cuerpos, mientras que cada vez generan menos empleo o incluso  mucho menos del que sustituyen en su uso previo.

La logística sojera y las plantas de celulosa ni siquiera aportan impuestos por estar en zona franca, y sus encadenamientos significan resguardos posibles para el lavado de activos y tráfico de drogas (containers de “sojaína”, camiones “apícolas” cargados de cocaína saliendo de campos forestadas, etc.).

La  mayoría de la riqueza producida destruyendo el territorio ni siquiera queda en el país, sino que desaparece rumbo a los accionistas en sus casas matrices, pero esta brutal injusticia y desigualdad no cuenta para los indicadores de desigualdad usados por liberales y progresistas: el Índice de Gini, principal indicador de desigualdad, se calcula en base a declaraciones de ingresos de personas que viven en el país a partir de la Encuesta Continua de Hogares.

Como cada vez generan menos oportunidades laborales por su propio modelo productivo hiper intensivo (lógica industrial llevada al campo), con inmenso uso de energía, químicos y maquinaria. Es usual que los escuchemos hablar de empleos “indirectos e inducidos”, el famoso “derrame” en términos laborales. Un absurdo técnico muy bien remunerado para las consultoras privadas que hacen sus informes. El recorte técnico es tan ilógico que si lo hiciéramos para todos los rubros productivos tendríamos más puestos de trabajo que personas en el país. Además de que olvida todas las actividades productivas destruidas o dañadas por el nuevo emprendimiento, es decir, solo suma “los nuevos empleos” y nunca los que se perdieron por la expansión de estas cadenas extractivistas.

Tampoco dicen nada de las paupérrimas condiciones de trabajo: altísimos niveles de informalidad, pago por productividad, jornadas de 12 horas, hipermasculinizacion, etc.

La “teoría del derrame” debería sincerarse y aclarar que se trata de mitigar los problemas que el propio modelo de desarrollo produce aprovechando las migas (contaminadas) de lo que llega. Una auténtica Teoría del Derrame Tóxico insostenible en el tiempo.

  1. Expertos redistribuyendo

“¡Debemos agrandar la torta para poder repartir mejor!” 

La versión más suavizada de la religión desarrollista se basa en el dogma del crecimiento infinito para intentar mitigar las atrocidades que produce en su camino: nunca se propone distribuir la riqueza, el acceso a la tierra y bienes comunes que nos aseguran la sostenibilidad de la vida, sino, una vez apropiada y explotada por unos pocos privilegiados (cada vez más multinacionales depredadoras), redistribuir un poco de esa explotación para que al menos no muramos de hambre en el camino (o al menos no masivamente, porque que algunos lo sufran es necesario para mantener el miedo-obediencia funcionando). 

Además de ocultar los problemas del crecimiento infinito, y posponer su discusión para cuando todos “tengamos una vida digna”, y esconder que el crecimiento cada vez acentúa más la desigualdad nacional e internacional; sitúa la solución en un conjunto de estrategias de expertos administradores que sabrán redistribuir de manera “justa”. Dejemos en manos de los expertos la administración de los márgenes que da el crecimiento de la torta (no importa qué torta es, si habrá torta a futuro, ni quién es el acaparador de la torta, o si  queremos torta).

La jugada maestra es que esos “expertos” son justamente quienes nos quieren gobernar, desean ser gobierno, para hacer las cosas como ellos creen mejor. Un elitismo camuflado de empatía social. No importa qué desean las personas en sus territorios, cómo quieren vivir, y de qué manera lo pueden lograr; son los expertos quienes mejor saben cómo redistribuir (repito, nunca distribuir) y qué es lo que nos hará mejor, y por eso los votamos: para que conduzcan esta masa ingenua, ignorante y manipulable, que parece no poder decidir por sí misma. Son ellos, y los dueños de la torta que financian sus campañas, quienes mejor saben muestro justo futuro, confiemos.

De eso se trata la democracia representativa, o la menos-malo-cracia, elegir quienes te dirán cómo vivir y qué pedacito de la torta mereces según sus ideas, intereses y negocios con sus amigos empresarios (nacionales e internacionales).

Las “políticas de cercanía” de las últimas décadas son un claro ejemplo de esto: en vez de basarse en la organización y acompañamiento de familias y comunidades para la autonomía local y la respuesta a sus necesidades con materialidad concreta que pueda ser gestionada en común, se basa en un conjunto de expertos en generar “transformaciones subjetivas” para que los pobres y excluidos vuelvan a las políticas universales que los expulsaron (3). Estás políticas sin recursos materiales reales para responder a las necesidades laborales, de vivienda y alimentación, y basadas en el abordaje individual-familiar, han negado cualquier posibilidad de autoorganizacion que quede por fuera de su diseño de política pública, y han centrado su accionar en reeducar a los pobres para “integrarse” como consumidores, asalariados ultra precarios y beneficiarios obedientes de los gobiernos de turno. 

La élite de expertos técnicos en redistribución, y sus redes de organizaciones-fundaciones ponen el sello de culpa individual sobre los excluidos-expulsados para que la picadora de carne meritocrática del Dios Desarrollo siga funcionando. Según el credo, el problema no es la distribución injusta de los medios de existencia, sino un conjunto de problemas subjetivos-individuales que no permite a los “olvidados de siempre” sostenerse en instituciones universales y valerse por sí mismos para alcanzar el bienestar merecido por su esfuerzo.

Por suerte, muchísimos técnicos en territorio, de estás políticas sociales, logran hacer otro tipo de procesos colectivos y micro transformadores. Pero la columna vertebral del diseño de estas políticas, calcado de las estrategias BID (quien financia gran parte) es la “transformación subjetiva”, o en su versión más neoliberal, la promoción del emprendedurismo y la psicología positiva.

La élite de expertos no necesita consultar a las personas qué les interesa y preocupa de sus vidas, tener mecanismos de participación directa y vinculante. A lo sumo arman espectáculos de participación no vinculante para quedar bien parados. Parten de una desconfianza profunda en que las personas pueden saber qué necesidades priorizar y cómo resolverlas en conjunto.

Su soberbia experta es tan grande que ellos miden, analizan y resuelven los problemas de los subdesarrollados sin necesidad de que la gente debata entre sí y llegue a acuerdos. Ellos saben de antemano “lo mejor” para todos nosotros, sin nosotros.

  1. Derecho al confort

La religión desarrollista nos define un ideal de vida, una meta de éxito al que aspirar, un modo de vida a imitar: debemos “progresar” como país e individualmente para alcanzar el nivel de vida urbano europeo, norteamericano o chino. 

Es decir, debemos volcar nuestra energía, y vitalidad a alcanzar los niveles de consumo de las grandes metrópolis. Consumir más, para estar cada vez más cómodos, confortables.

Como dijo Galeano en 1994 en “Úselo y Tírelo”: 

Promesa de los políticos, razón de los tecnócratas, fantasía de los desamparados: el Tercer Mundo se convertirá en Primer Mundo, y será rico y culto y feliz, si se porta bien y si hace lo que le mandan sin chistar ni poner peros. Un destino de prosperidad recompensará la buena conducta de los muertos de hambre, en el capítulo final de la telenovela de la Historia. Podemos ser como ellos, anuncia el gigantesco letrero luminoso encendido en el camino del desarrollo de los subdesarrollados y la modernización de los atrasados. Pero lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible, como bien decía Pedro el Gallo: si los países pobres ascendieran al nivel de producción y derroche de los países ricos, el planeta moriría.” (pp: 121).

Además de ser imposible de generalizar porque no alcanza la energía y materia del planeta, ni la velocidad para geometabolizar estos procesos, oculta todos los seres -humanos y otras especies- que deben sufrir para nuestro confort. Este dogma pretende convertir nuestra biografía en un ombligo gigante que se crea autosuficiente, independiente de todo su entorno. Entorno que se encontrará a su servicio mecanizado-robotizado algún día. 

Esta fantasía individualista nos ofrece dos mediaciones fundamentales para que evitemos salir de nuestra burbuja confortable y segura: el mercado y el Estado. 

El confort requiere de la facilidad de la tecnología y la resolución de los problemas por otros. Sea como bien de consumo o servicio, el mercado nos hace creer que todo puede estar al alcance de una compra, que ya nada necesita ser abordado directamente en el mundo, que alguien ya te lo puede dar procesado, pronto, sencillo, digerido. La mediación de mercado del mundo, o la mercantilización de la vida, obviamente, exprime la realidad para sacar el mayor lucro posible, y desconoce por completo cualquier límite humano o biofísico. Solo le interesa acumular, para reinvertir mercantilizando nuevas capas de vida, que sean ofrecidas como confort. Y parte de este proceso es ocultar las consecuencias de esa mediación, alejarlas, hacerlas complejas, abstractas, casi imposibles de conocer; para que de esta manera, el confort sea pleno y no haya pregunta sobre el origen de la comodidad. El mercado nos ha disciplinado bajo la idea de “si puede hacerlo (comprarlo) que lo haga, y lo disfrute”. Todo se puede hacer si se puede pagar, y cuánto más podemos pagar más podemos hacer que hagan por nosotros. O sea, que deseamos poder pagar más para que hagan por nosotros, y vivir más “libres” y “cómodos” sin tener que lidiar con las complejidades del mundo material, social y vincular. En el camino, un conjunto de multinacionales acumulan increíbles cantidades de capital usándonos de cómplices de este círculo vicioso de ganancia-compra-confort. 

Pero no todo puede ser mediado por el mercado, en especial, las cuestiones vinculares y sociales son difíciles de abordar como mercancía por completo. Para ello, el Estado ofrece una serie de respuestas a los conflictos sociales-vinculares, dejando en manos de expertos las respuestas para que podamos seguir con nuestra individualidad confortable sin preocuparnos por los otros, sus vidas, y sus problemas. El aparato de estado y sus técnicos se harán cargo de los problemas de las personas en situación de calle, de las víctimas de violencia o los esclavos del microtráfico, de los enfermos por trabajar, de los “locos” y todos los caídos del mapa, de los ecosistemas sensibles, de las especies bajo amenaza, etc.. Nosotros podemos seguir con nuestra vida confortable, que otros-expertos se harán cargo de esos otros-caídos.  Y si no nos agrada cómo gastan nuestros impuestos, podremos cambiar de expertos dentro de cinco años. 

El “confort” se ha vuelto un “derecho” a ser resguardado por el Estado.   

Desafectados del entorno, mediados por el mercado-estado, podemos vivir en paz evolucionando en nuestro camino de progreso personal-familiar.

Como un caso extremo, podemos pensar en la proliferación de más de 84 Barrios Privados como expresión de estos modos de vida deseables (4). En este momento, una asociación mercado-Estado está arrasando y amenazando ecosistemas frágiles y muy relevantes, y/o tierras de pequeños productores, para generar Barrios Privados promovidos por gobiernos liberales y progresistas en Colonia (“+Colonia”), Salto (“El Milagro”) y Canelones (La Floresta, y  Guazuvirá), entre otros. 

Dentro de estos barrios, las familias disfrutan del confort, las “amenities” que les ofrecen las empresas, fuera del barrio, el Estado se encarga de todos los problemas, incluso los que la propia construcción de sus barrios (con tintes eco-friendly) producen en el ambiente.

 

Nada de lo que digo es nuevo, críticas frontales al Desarrollo hay, por suerte, hace muchos años. Solo espero revivir la desconfianza en los Profetas del Reino de las Abundancias Desarrolladas (capitalistas), para poder despertar del dogmatismo que nos tiene atrapados en la trascendencia, en adorar un Dios inalcanzable, presos del sacrificio para alcanzarlo: sacrificar la vida para acceder a él, hacer zonas-personas de sacrificio para el Dios-Desarrollo.

Nos dirán utópicos, o idealistas, pero es pura materialidad y realidad concreta la que nos hace evidente la fantasía religiosa del Desarrollo y sus dogmas. El mundo está dando señales de colapso por seguir con esta delirante religión, ¿Qué parte de eso no se quiere ver?

Dejar de reproducir estos dogmas, abrirnos a pensar otras formas, no dejar que la resignación nos gane. El mundo fue y puede ser de otra manera (y en muchos rincones de manera silenciosa ya lo está siendo, o nunca dejó de serlo). Estamos en un maldito infierno capitalista, patriarcal, colonial y depredador que debe, como mínimo, perder nuestra complicidad energética, creativa, libidinal, corporal… y también… electoral. 

Basta de religiones que nos masacran. 

Vivamos una vida llena de afectividad-espiritualidad-materialidad libre, acá, desde hoy, conectada  directamente con el mundo de carne y hueso, tierra, hoja, agua, hongo, tronco, ala, fuego, pelo, escama, aire, roca, caricia. Haciendo en colectivo el camino de vida que nos podamos dar, en conjunto con las otras especies. Compongamos en colectivo cómo y para qué vivir, conectados con el lugar y su red de vida. Bajemos la velocidad y ruido de nuestro modo de vida. Durante miles de años lo hicimos, llevamos solo 500 años de este dogmatismo depredador. 


Notas:

  1.  Bello sería encontrarnos a discutirlos, ampliarlos, profundizarlos, descartarlos… porque no son más que un conjunto de ideas-sensación que corren por detrás del fanatismo desarrollista que me encuentro a diario. 
  2. Para más profundidad y diversidad puede leerse: Oyhantcabal y Narbondo (2011), Gautreau (2014), Piñeiro y Cardeillac (2014), Achkar y Gazzano (2015), Alegre coord. (2015), Ceroni (2018), Pena y Recoba (2020), Santos (2020), Fernandez, Sum y Díaz (2022), Rieiro coord (2023), etc.
  3. Para debates más profundos sobre este tema puede leerse: Pérez (2016) y Rieiro coord. (2015) entre otros.
  4. Para información más detallada ver el libro: “Urbanismo neoliberal” de Marcelo Pérez Sánchez.