Uruguay

El ruido de las botas | Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura #5

21 marzo, 2022

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El ruido de las botas | Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura #5

El texto integra la compilación «Sacar la voz. Tramas feministas de deseo y escritura», editado por Minervas en 2021


Una piensa y piensa. Y piensa todos los días. Y a veces para. Y a veces se encuentra con que no está pensando (cosa rara). Y de repente, algo la trae de nuevo. Una sabe. Y cree que sabe. Y de repente pasa algo que recuerda. Recuerda en el estómago. Recuerda en la piel. Recuerda en cada recoveco del cuerpo. Recuerda, pero en un recuerdo histórico, en un recuerdo que late, en un recuerdo que es instinto. En un recuerdo que tiembla y hace temblar cada fibra de ese cuerpo que piensa, que siente, y ¡cómo siente carajo! Es una mirada, un olor, un sonido. 

Fue la noche del partido de Uruguay en el Parque Central. Caminaba volviendo de un plenario, cuando me topé con el final del partido. Quedé a contramano, a contramarea de toda esa gente que salió a disfrutar pero corría el bondi. Corrían lxs niñxs, corrían todxs. Entre corrida y corrida, las botas. Las miradas frías, heladas, calculando, observando. A lo lejos, un disturbio apenas si chiquito desata la corrida. Pero esta corrida no es alegre, no tiene cantos ni bubucelas; solo un paso cortito, apurado, interminable. Pasan a mi lado como una masa uniforme, sin cara y sin cuerpo. Una masa de muchos brazos que no abrazan, muchos ojos que no miran. Un sonido seco que acompasa, que late sin alegría. Pasan a mi lado y el suelo retumba, tiembla el piso y ese segundo se me hace interminable. Qué ruido hacen las botas, vuelvo a pensar. ¿Cuánta impunidad es capaz de resistir un cuerpo?

Se mueren los torturadores. Se mueren aunque parezcan eternos, aunque sus risas sigan retumbando en mis oídos y viviendo en mi retina, en su mano sobre mi hombro en los sueños. Se mueren y qué difícil. Qué difícil esta contradicción, mezcla de alegría y rabia, mezcla de odio y alivio. Ya no se ríen. Siguen impunes, pero ya no se ríen. Qué alivio.

Murió el torturador de mis abuelxs, murió el secuestrador de la alegría. Murió el ser que mi vida más desprecia, o casi. ¿Qué sentir en un momento así? Descorché un vino, lloré un poco. Bailé imaginando que el goce y los abrazos borraban un poco esa sonrisa macabra, sus asquerosas caras. Lloré llorando una muerte que no me apena, pero que trae recuerdos de muertos que sí. Lloré danzando entre fantasmas, pensando en todxs lxs que no danzaban conmigo. Y lloré de rabia, de tanta impunidad normalizada, de tanta indiferencia naturalizada. Lloré y llamé a mis amigas, las que también lloran y ríen y se enredan con estos muertos. Nos unen abrazos, años de historias compartidas, aún desde antes de conocernos. Nos re-conocemos históricas, y no solo por una historia con H, sino por todas las historias cotidianas que construyeron nuestras abuelas. Dolores compartidos desde generaciones anteriores que nos unían antes de empezar a danzar juntas. Lloré y reí, y llamé a mi madre, a mi abuela, a mis tías. Lloré y reí y compartí con otras este espiral de emociones y entreveros. Porque sí, siguen impunes, pero nosotras seguimos acá, entreveradas pero juntas. 

Luchamos contra esta crónica de una impunidad anunciada, gritada a todos los vientos, sabida desde siempre y ratificada en urnas y votaciones. Luchamos contra esta marea de olvido que amenaza con ahogarnos, dejarnos mudas en la impotencia. Luchamos, y seguiremos luchando, contra todas las impunidades. Luchamos por rescatar la memoria, rescatarla con cuidado, con ternura. Mantenerla viva en los hilos de nuestro tejido que es colectivo. Este hilo de pañuelos que hilvana nuestras luchas se multiplica y crece, cambia de colores, de formas, pero siempre sigue en movimiento. 

Contra el ruido de las botas, nuestros gritos de rebeldía.