Uruguay

Esa bonita obsesión llamada excepcionalidad

22 julio, 2020

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Colectiva Radio Cuarentena

Esa bonita obsesión llamada excepcionalidad

¿Qué tienen en común un murciélago, una pandemia, un pueblo elegido, un cuplé, un partido militar, un crucero y los indígenas?


El pueblo elegido. Un concepto presente en muchos grupos humanos, pasados y presentes. En nuestra tradición occidental judeocristiana, la Biblia suele ser el libro al que podemos apuntar si queremos comprender más sobre esto. Existe una fórmula: un héroe (Artigas) y su gesta; una tierra (la Banda Oriental); una traición; un éxodo (del Pueblo Oriental); y un animal sagrado (la vaca). A la fecha se agrega un relato de supervivencia a una plaga (el COVID-19, o la venimos remando). 

En este artículo proponemos tejer, a través de una serie de eventos recientes y pasados, evidencia que nos permite ver nuestro anclado discurso sobre la “excepcionalidad uruguaya”, e intentaremos mostrar su influencia  acerca de cómo lxs uruguayxs procesamos nuestros debates a nivel social, cultural y político. Así, vinculamos temáticas varias como los murciélagos y las vacas, el cuplé de Campiglia, Cabildo Abierto, el Batllismo, el Greg Mortimer y los indígenas. Todas ellas son parte de un revival discursivo. Sepan disculpar los saltos en el tiempo, prometemos esforzarnos para darle sentido. 

La primera parada la haremos en la historia uruguaya del siglo XIX. Un héroe, un proyecto, una tierra prometida (y por supuesto, expropiada de sus nativos), un éxodo y la instalación de los cimientos que posteriormente permitirían la fundación del paternal Estado-nación: la República Oriental del Uruguay [1]. Convirtiéndose en un centro de modernización, el Uruguay de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, blanco, europeo céntrico, progresista, brillaba en las portadas. “La Suiza de América”, le quedó, allá por 1925, ante el asombro yanqui frente al desarrollo que el país venía logrando. Teníamos por estas épocas el tan afamado Batllismo, un proyecto político que apuntaba hacia un Estado de bienestar. Por supuesto, como no podía ser de otro modo, había una figura mesiánica involucrada, el estadista José Batlle y Ordóñez. 

La tierra expropiada a lxs nativxs americanxs (posteriormente llamadxs charrúas) se transformó en la base de este Estado y su repartición cayó en manos de la burguesía agraria. El exterminio de quienes la ocupaban previamente (lxs nativxs) fue inminente y necesario a los ojos de este proyecto. Esta tierra que tenemos, está plagada de sangre, pero totalmente europea, y por tanto, prometedora.

La segunda parada la hacemos a fines de marzo del 2020, en el marco del estado de emergencia sanitaria impuesto a raíz de la pandemia del COVID-19. En este punto encontramos discursos que buscan calmar las aguas apelando a nuestra excepcionalidad como país y sociedad, acostumbrada a las vicisitudes, de las que siempre salimos a fuerza de sacrificio.  Claramente esta excepcionalidad y sacrificio se remonta, explica y justifica por una “admirable” ascendencia, y por nuestro vínculo con el pasado migrante (una sociedad trasplantada bajada de los barcos). He aquí, una vez más, esa terrible esencialización, al mismo tiempo que podemos observar la exclusión de todo lo no-europeo del relato que da lugar a nuestro Estado-nación. Lxs uruguayxs hacemos las cosas bien porque así lo heredamos, porque “no hay indixs supersticiosos, irracionales y caóticos” como sí los hay en el resto de Latinoamérica. Somos una isla que se define en contraposición de todo eso. Somos hegemonía. La justificación biologicista de una conducta ancestral y europea:

L. Cipriani [2]: “(…) ¿por qué te dije que en Uruguay no va a pasar? [lo mismo que en Italia y España] ¿Y yo estoy seguro que no va a pasar? porque tenemos un pueblo que está bien informado y hace las cosas bien. Los uruguayos trabajamos bien. Yo creo que tenemos dentro de nuestros gene’, somos todos descendientes de italiano- europeos, no?, italianos, españoles, de donde vie-judios. ¿Venimos de guerra, ta? Ojo. Nosotros no. En nuestros genes hay algo de como se… se responde. Y bueno, acá estamos respondiendo una manera concisa [A la situación de emergencia sanitaria]”

La tercera parada le toca al caso del crucero varado en la bahía de Montevideo. El Greg Mortimer, también se sumará a la lista de cosas que incorporamos a nuestra narrativa de la excepcionalidad. Este crucero quedó varado con sus tripulantes dentro a raíz de la pandemia del COVID-19. En este contexto, cientos de personas se vieron obligadas a permanecer a bordo hasta que, en algún momento, surgiera alguna habilitación que les permitiera desembarcar y poder regresar a sus hogares. Estamos hablando, claro, de turistas extranjeros. Uruguay, como excepción de la región, y a la enorme mayoría de países del mundo, permitió desembarcar a los contagiados de COVID-19 del barco. A su vez, el Estado puso a disposición recursos para coordinar vuelos de emergencia para que el resto de las personas pudiera irse del país. Esta noticia y proceso llevó semanas, e instaló, nuevamente, la idea de que Uruguay es solidario y excepcional, por lo tanto está preparado para asistir en estos procesos, distinguiéndose así del resto del mundo, y principalmente de la región. 

La cuarta parada se la asignamos a Rafael Cotelo, quien a través de su personaje  Edinson Campiglia, interpretó un cuplé que despertó polémicas. Durante la interpretación buscaba hacer referencia al Covid-19 y el departamento de Rivera. En un contexto nacional de baja cantidad de casos positivos, Rivera, así como otros departamentos de frontera con Brasil, fueron la excepción del país. En su cuplé, Cotelo, esboza una síntesis del imaginario uruguayo (que es sumamente montevideano) respecto al departamento y su población, situándolo en el lugar de lo atrasado, lo bruto y sobre el eje de la no pertenencia a un país homogéneamente blanco, de habla hispana y sin Covid-19.  Nuevamente se pone en eje de discusión la visión centralista macrocefálica del país desde donde se construye la no pertenencia a todas aquellas personas que no se ajustan al canon homogeneizante del estándar nacional proyectado desde Montevideo hacia todo el país. En Montevideo casi no hay casos de Covid-19, en el resto del país tampoco. Pero en Rivera, donde “se habla atravesado” y “la gente es bruta”, sí hay. Evidentemente esas personas no están dentro de la excepcionalidad, porque son más parecidos a Brasil.  

La quinta parada es el video en el que J. M. Sanguinetti intenta limpiar, manipulando, la imagen de Fructuoso Rivera en lo relativo a su responsabilidad en la matanza de Salsipuedes. Desde su visión, Rivera le dio el tiro de gracia a un “problema” que se acarreaba desde hacía siglos y que otros próceres (entre los que menciona a Artigas) ya habían intentando solucionar. Y ese “problema” eran lxs charrúas: esos forajidos que “robaban mujeres”, “asaltaban estancias”, que vivían en tolderías donde también se juntaban delincuentes, esos parias que no se integraban a la civilización encarnada en la sociedad hispano-criolla, “la nuestra” en sus palabras. Había que contenerlos porque chocaban con el proyecto de aquellos que “intentaban producir” (es decir, los latifundistas que acaparaban enormes extensiones de territorio, antepasados de muchos de la actual casta política de derecha), porque además “eran una constante amenaza para la familia criolla” (propiedad y seguridad, ¿suena conocido?). Para Sanguinetti, en resumen, “fue un choque de una civilización superior, la que venía de Europa, frente a estas etnias aborígenes que se habían venido superponiendo, y que tampoco eran originarias”. Rivera entonces, simplemente continuó un trabajo anterior que buscaba poner orden y avanzar en la construcción de un Estado moderno de impronta europea (Estado-padre de una población de orígenes europeos, por supuesto). Toda esta justificación, que le parece necesaria hacer para “no estigmatizar a figuras tan importantes” (como Rivera), está avalada en archivos históricos, como si el mero archivo fuera garante de “la verdad y la objetividad”. Pero Sanguinetti manipula los archivos para que encajen en su justificación de la necesidad de poner orden para que el proyecto europeo y la propiedad privada progresaran, justificando así el genocidio indígena (aunque lo niegue). 

La sexta y última parada le toca a las redes sociales en contexto uruguayo. Revisando de manera sistemática el perfil de Twitter del Sistema Nacional de Emergencias (SINAE) nos podemos topar, no sólo con los reportes diarios de la cantidad de casos activos o test realizados de coronavirus, sino también con los comentarios y reacciones de algunos usuarixs de esta red social. Los tweets nos informan de discursos, y en definitiva, formas de explicar y concebir lo que sucede con respecto a la pandemia, el virus y la “realidad” nacional. Leyendo entre líneas logramos percibir de que existe, a través de estas expresiones, evidencias de un relato que redundan en la idea de la “excepcionalidad uruguaya” o como comentan en twitter: Uruguay “el pueblo elegido”.

“En Uruguay no hay enfermos de coronavirus porque viven en 2005. Todavía no llegó ni la crisis de gripe aviar. Y porque son el pueblo elegido, no tengo dudas.” (tweet del 13/03/20)

“(…) parece que Uruguay es el pueblo elegido y nada malo nos puede pasar.” (tweet del 19/4/20)

“Uruguay a días de erradicar el coronavirus. Sellen todas las fronteras y denle subsidios a las personas afectadas de fronteras secas por 2 añitos y estamos salvados Uruguay el pueblo elegido” (tweet del 17/06/20).

La identidad uruguaya tiene sus símbolos. Cuando uno se encuentra con estos no puede evitar sentir que hay algo intrínseco en ellos que nos informa de que estamos frente a lo “auténticamente uruguayo”. Se destaca siempre la figura del mate y el termo, el fútbol o las tortas fritas y el asado. Entre este conjunto de símbolos podemos encontrar a un animal sagrado: la vaca. Una especie traída desde Europa (qué causalidad) que constituye una de las bases de nuestra economía y que es parte de nuestra identidad nacional a tal punto que, muchas veces, constituye un orgullo, y que es necesario defenderla si se quiere defender la patria. En esta época pandémica, entra en escena la figura del murciélago, contrastando enormemente con la figura de la vaca y permitiéndonos ver la importancia que esta última tiene para nuestra construcción identitaria nacional. Parece ser que, además, la vaca colabora porque aporta a mantener nuestro estatus de pueblo elegido, es un producto excepcional. El consumo de carne de vaca es lindo, limpio, estético y sano. En Uruguay tenemos la mejor carne del mundo. El murciélago, claramente no. No solo es terrorífico, sino exótico, y para nada deseable.

“Nosotros trazamos la carne, sin hormonas, certificamos todo, Uruguay natural, los criamos al aire libre, a past(o)… y estos chinos se les da por comer murciélagos, pero la puta que los parió.” (tweet del 31/3/20) 

“Pensar que estamos acá en Uruguay todos encerrados en nuestras casas porque hace unos meses un chino decidió tomar SOPA DE MURCIÉLAGO era una buena idea.. La globalización es una mierda al final…”.

“Yo no sé cuál es más pelotudo si el chino que hirvió mal el murciélago o el tipo que vino de uruguay con coronavirus, se escapó del hospital y se subió a un barco lleno de gente” (tweet del 20/3/20) de una chica argentina.

¿Es casual que en este contexto, luego de quince años de crecimiento sostenido, aparezcan en escena discursos que refuerzan el mito de nuestra excepcionalidad?

Evidentemente no. Un partido militar, Cabildo Abierto, que se dice basar en ideales artiguistas y que busca imponerse bajo el lema de “se acabó el recreo”, buscando así paralizar toda actividad contrahegemónica. Un gobierno electo de derecha, conformado por una ‘coalición multicolor’ integrado por los antes mencionados, pero también por ‘batllistas’ y por dirigentes y gobernantes cuya convicción reside en que la propiedad privada vale más que la vida, uno de los argumentos que en el siglo XIX condujo al exterminio de las poblaciones nativas. Esta gente se propone heredera del relato de ese héroe (Artigas). 

Un animal sagrado, la vaca, que se instala como el alimento deseado y correcto, ese producto con pedigree, 100% uruguayo, único en el mundo por su sabor y su categoría; destrona absolutamente al murciélago chino, “mal hervido” (como decía el tweet por ahí), esa cosa negra con alas y colmillos que, además de ser poco rentable tenerlo pastando, es portador de un virus que nos maldice a todos. Pero del cual los uruguayos zafamos… ¡por comer vaca! y por no darle demasiado la mano a los chinos (fijensé que hasta ahora les mandamos carne de vaca a ellos, ¡y sí! obvio).

Un crucero lleno de gente de otros lados (más bien personas ricas), al cual rescatamos frente a un mundo que se negaba a darles apoyo. No se confundan, nos parece fantástico que hayan ayudado a la gente atrapada a bordo. Pero, realmente, ¿vamos a jactarnos tanto de esto a nivel de comunidad internacional? ¿Nos interesa ayudar o nos interesa la fama y nuestro estatus de excepcionalidad? ¿Qué pasaría si ese crucero estuviera cargado de refugiados de Medio Oriente? Gente que, a nuestros ojos, no es tan limpia y pulcra como lo son los europeos. 

Autoridades sanitarias, que apelan a nuestra ancestría europea y a nuestro pasado para justificar nuestra resistencia al virus. Una vez más, somos excepcionales. Lo llevamos en la sangre. Y es que en el siglo XIX nos bañamos en ella, como bien deja claro Sanguinetti: por aquellas épocas Rivera “resolvió un problema”.

Un cuplé de “izquierda”, que hace uso del humor negro para señalar aquello que nos “atrasa”. El problema es que el humor negro no es educativo, es para quien ya lo entiende. Termina encubriendo formas de violencia, porque, en definitiva, se burla quien puede. El que emite el chiste, en este caso, se encuentra en un estatus superior a lxs oprimidxs que se refiere. No es otra cosa que un ejercicio de poder sobre ellos, que los estigmatiza y vulnera. Sumado a esto, el chiste en sí está basado justamente en la xenofobia uruguaya, que se desprende de esta excepcionalidad y que toma sus cimientos en el estado centralista, donde Montevideo es la capital y el resto es tierra vacía. El chiste no hace otra cosa que mostrar un discurso que ya existía, y colabora con su legitimación.

No es casual. Nos enfrentamos a un nuevo coletazo de la Derecha. Y hoy, más que nunca, hay que saber leer entrelíneas los discursos. Y, sobre todo, creemos esencial entender que aquello que defendemos como propio -el nacionalismo- no es tan bueno como aparenta. Menos aún cuando es utilizado como una pantomima por parte de los grupos dominantes para mantener su posición. Parece ser, entonces, que no es otra cosa que una bonita obsesión llamada excepcionalidad. Y que, como todo narcisismo en exceso, pega duro.

 

[1] Hablar de modernidad en Uruguay remite a la La Forja del Estado, como fue conocido el proceso militarista que tuvo como eje la pacificación de la campaña, delimitación de la propiedad privada, introducción y modernización de la agricultura y la ganadería (bovina y ovina principalmente). En este mismo período el militarismo será partícipe de la creación del relato identitario. La cosmología del estado nación uruguayo se construye con la creación de símbolos y relatos que aglutinan ciertas características que se proyectan hasta la actualidad. Al mismo tiempo que se materializa la modernización del campo, se construye un acervo simbólico cultural montevideano que reúne intelectualidad, racionalidad, civilización y otras características equiparables a las urbes europeas. La macrocefalia del país respecto a Montevideo no solo será en términos geopolíticos, sino también identitarios. 

[2] Director de ASSE, sobre lo que sucederá en Uruguay con respecto al coronavirus y la necesidad de llamar a médicos jubilados a trabajar. Desde el minuto 17:13 al 17:42. Fuente: https://www.subrayado.com.uy/asse-aumentara-camas-cti-todo-el-pais-mientras-empresarios-donan-respiradores-y-monitores-n615261

 

Por Colectiva Radio Cuarentena 

Mariana Telechea,  Lic. en Ciencias Antropológicas 

Lucas Prieto, Lic. en Ciencias Antropológicas

Leonardo Fossatti, Lic. en Ciencias Antropológicas

Agradecimientos:  Andreina Escudero e Ignacio De Boni