Estado plural y autonomía social vs. nacionalismo populista. Reflexiones desde la Bolivia “plurinacional”
Continuamos compartiendo los contenidos del libro «América Latina en tiempos revueltos. Claves y luchas renovadas frente al giro conservador» editado por Libertad Bajo Palabra (México), Excepción (Bolivia) y Zur (Uruguay). En esta oportunidad el texto recoge las reflexiones de Gaya Makaran sobre la experiencia del Estado Plurinacional en Bolivia
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En los inicios del siglo XXI, el mundo en general y América Latina en particular, amanecieron sacudidos por movilizaciones y levantamientos sociales que platean una agenda plural y en diversos grados antisistémica, donde el Estado nacional, la democracia liberal y la economía de mercado se encuentran deslegitimados y confrontados con prácticas diversas de autonomía social. En este escenario, Bolivia destaca por la fuerza de sus “subsuelos políticos” (Tapia, 2008) indígenas-populares que convierten el país en una especie de laboratorio social, donde se pueden observar todas las fases del “proceso de cambio”: desde del auge de energías sociales y su propuesta de refundación estatal, por la toma del poder político y la institucionalización del proyecto, hasta su decadencia y descomposición actual. El objetivo del presente ensayo es aportar al debate latinoamericano, en el contexto del cierre del “ciclo progresista”, una reflexión enraizada en la realidad boliviana referente a la condición del proyecto plurinacional bajo los gobiernos del Movimiento al Socialismo (MAS). Nos interesará contrastar la propuesta indígena de un Estado plural (llamado “plurinacional”) y las prácticas de autonomía social que se visibilizaron con fuerza en los memorables años 2000-2005, con su realización concreta desde un gobierno “progresista” que inscribimos en la tradición continental del nacionalismo populista.
Autonomía, Estado plural y la emancipación social pensada desde Bolivia
La República de Bolivia fue fundada sobre la negación de su realidad social y su protagonista central, el “indio”, paralelamente con la persistencia de formas coloniales de jerarquización social, explotación y dominación cultural, que, posteriormente, se nombraron como “colonialismo interno” (González Casanova, 1969). Como consecuencia, surge en Bolivia un Estado “aparente”, sin hegemonía, incapaz de controlar su territorio ni disciplinar la sociedad zavaletiana “abigarrada”, donde coexisten y se sobreponen diferentes tiempos históricos, modos de producción e identidades étnicas, sin que se logre conjugarlos en un nosotros nacional único. Tal realidad ha sido interpretada desde el Estado como debilidad o lacra histórica por superar. De esta manera, sobre todo a partir de los años 30 del siglo XX, se ensayaron diferentes políticas de integración poblacional y territorial a fin de homogeneizar a todos los habitantes del país en una comunidad de ciudadanos bolivianos modernos, disciplinados bajo un escudo y una bandera, fieles perseguidores del desarrollo y progreso de la Patria.
Sin embargo, si miramos la realidad boliviana desde sus márgenes, desde aquellos espacios “pre-modernos” no “estatalizados” ni incorporados plenamente a la lógica del capital, aunque tampoco aislados o ajenos a las dinámicas “nacionales” y globales, veremos una riqueza de modos de vida autónomos y en resistencia, todo un gran entramado multisocietal (Tapia, 2002) comunitario que aprovecha su posición subalterna para cuestionar y desafiar el modelo del Estado-nación capitalista y del proyecto político de las élites gobernantes. Se trataría de una autonomía histórica de facto que los pueblos indígenas, y, en menor grado, los sectores populares, han conservado y desarrollado ante un Estado que al marginarlos permitió, en contra de su interés de hegemonía, la existencia de espacios “otros” que le disputan su monopolio político, económico, territorial y de violencia legítima.
En este sentido, cuando hablamos de la autonomía y la autodeterminación social en el contexto boliviano, nos estamos refiriendo a una práctica histórica de reproducir la vida en común, junto con sus espacios/territorialidades concretas, más allá y, frecuentemente, en contra del binomio Estado-capital. Hablamos tanto de una capacidad concreta de las comunidades y pueblos de autodeterminarse, como también, de su anhelo por conservar, reforzar, recuperar o construir formas propias de existencia. Esta autonomía, que de ninguna manera es exclusiva de los pueblos indígenas, aunque sean precisamente éstos sus portadores y ejecutores históricos en Bolivia, va mucho más allá de lo que puede sugerir su definición liberal presente en el derecho internacional y la legislación nacional, que la limita a ciertas formas de autogobierno sin proyección societal subordinado al gobierno “nacional” en cuestiones claves, sobre un territorio reducido y colonizado, en el marco de la división administrativa de un Estado-nación y las políticas multiculturalistas del manejo de la diversidad, con objetivo de aislar y reducir la complejidad de lo autónomo.
Toda la rica historia de resistencias y luchas indias,[2] basadas en su autonomía social tejida desde los márgenes de lo estatal nacional llega a un momento de acumulación y desborde en el periodo insurreccional 2000-2005, aquel tiempo que para muchos prometía un Pachakuti (Gutiérrez, 2009), es decir, un cambio radical de las estructuras coloniales de dominación política, económica y cultural sobre los pueblos originarios. Con la Guerra del agua en Cochabamba y el bloqueo de La Paz por el “ejército aymara” de Felipe Quispe en 2000, la Guerra del gas en 2003 que paralizó todo el país, protestas contra el gobierno de transición de Carlos Mesa, hasta la elección de Evo Morales en diciembre de 2005,[3] se puso en evidencia el carácter ilusorio, “aparente” como diría Zavaleta, del Estado-nación boliviano, “ingobernable”, que en su forma neoliberal suscitaba el más profundo rechazo de las clases populares e iba perdiendo el apoyo de las clases medias afectadas también por las medidas de ajuste. De esta manera, a inicios del siglo XXI, las luchas indígena-populares desbordan los límites de la democracia liberal restringida, ponen en crisis los modelos dominantes del Estado-nación y del capitalismo neoliberal, proyectando la refundación estatal profunda y descolonizadora, con la autodeterminación de las “naciones originarias” como principales premisas.
La propuesta de la refundación estatal en clave plural,[4] promovida desde los sectores indígena-comunitarios, aunque presentaba diferentes divisiones internas, en su conjunto postulaba una mayor autonomía de los pueblos indígenas frente al Estado, al mismo tiempo que apuntaba en la necesidad de un cambio estatal profundo en cuanto al modelo político (rechazo al liberalismo republicano, al sistema de partidos, al presidencialismo), económico (rechazo al capitalismo y al desarrollismo) y cultural (rechazo al monopolio cultural criollo-mestizo). Se planteó también que la construcción de un Estado plurinacional no puede eludir el tema del conflicto económico existente, por lo cual se postulaba eliminar las relaciones de desigualdad y de explotación reproducidas por el latifundismo y el capital transnacional. Se apostaba por la pluralización estructural del nuevo Estado que fomentara el poder popular horizontal, la autogestión y la socialización (y no estatalización) de los medios de producción.
En este sentido, la plurinacionalidad pretendía ser por una parte una alternativa a las políticas multiculturalistas de inclusión subordinada y a los reconocimientos superficiales, y por la otra a las posturas estadolatras y nacionalistas, al plantear la necesidad de incorporar la diversidad de manera radical en un nuevo sistema económico y político, sin necesidad de construir lo nacional boliviano como unidad. Un Estado plural, en el caso boliviano denominado “plurinacional”, significaría entonces la destrucción del modelo de Estado-nación a favor de formas plurales y federativas de articulación de comunidades y territorios; la negación del proyecto nacionalista basado en una nación boliviana aglutinante, y la prioridad de la soberanía de los pueblos indígenas por encima del mandato estatal en cuanto a la cuestión de tierras y territorios, recursos naturales (bienes comunes), economía, justicia, educación y democracia comunitarias. El papel de este Estado estructuralmente multisocietal sería, según la propuesta, él de protección externa frente al gran capital mundial y las oligarquías locales, con un simultáneo abandono de cualquier pretensión de gobernar internamente a las energías sociales desplegadas. Cabe preguntarnos, tomando en cuenta el desarrollo de los acontecimientos bajo los gobiernos del MAS, como también de toda la rica tradición del pensamiento crítico sobre el Estado moderno, si tal propósito no estuvo errado desde su inicio.
Tanto la propuesta del Estado plural, como las prácticas autonómicas de facto y las ambiciones de autodeterminación social entran en una profunda contradicción con la tradición del nacionalismo populista identificado con una gran parte de la, así llamada, izquierda latinoamericana. Conscientes del peligro, metemos el dedo en la llaga y presentamos la siguiente crítica, por el tamaño del artículo necesariamente a modo de esbozo, del nacionalismo en general y el nacionalismo populista latinoamericano en particular, que consideramos no sólo incompatibles con los postulados de la autonomía, la autodeterminación y, finalmente, la emancipación social, sino sus principales detractores, al ser proyectos esencialmente pro-sistémicos y, por ende, anti-revolucionarios.
Nacionalismo como herramienta del capital
El nacionalismo, este gran prestidigitador que entumece las conciencias y nos hace imaginarnos como una comunidad de iguales que nunca hemos sido, nace como una ideología y un movimiento político junto con el ideal moderno del Estado-nación. Aparece en respuesta a una necesidad urgente de legitimar el nuevo régimen republicano burgués que va sustituyendo en Europa al anterior sistema monárquico basado en el “derecho divino”. De esta manera, el nacionalismo se convierte en una especie de “religión secular” de la modernidad, cuya finalidad es crear “lo nacional”, al ser la nación una “invención” y una “manipulación ideológica” (Gellner, 2008): el resultado de un cuidadoso trabajo de selección, reinterpretación y reinvención de la historia, costumbres y valores de una o varias comunidades humanas, a fin de imponer una identidad única y firme, capaz de justificar el proyecto político y económico de la nueva élite en el poder. En este sentido, como apunta Rocker, la nación se define como “egoísmo organizado de minorías privilegiadas” que bajo el discurso del interés nacional en realidad promueven su interés particular de clase: “Se habla de intereses nacionales, de capital nacional, de mercados nacionales, de honor nacional y de espíritu nacional; pero se olvida que detrás de todo sólo están los intereses egoístas de políticos sedientos de poder y de comerciantes deseosos de botín…” (Rocker, 2011: 413, 430).
Así como el Estado moderno, tal como surge y como lo conocemos hoy, no es un ente neutral o vacío que puede ser llenado de contenidos por el que gane las elecciones, ni es una plataforma de diálogo y de un “contrato social” perfectamente moldeable por los ciudadanos, como nos hizo creer el discurso liberal, sino es una estructura de múltiples dimensiones diseñada por y para el capital, igual la nación moderna ha sido pensada para desactivar el potencial peligroso del conflicto de clases y posibilitar la reproducción de una sociedad capitalista perfectamente disciplinada y subordinada al ideal burgués de acumulación.[5]
De esta manera, el nacionalismo tiene como objetivo contender las contradicciones primordiales del capitalismo, de desarmar las luchas de clases, de pacificar la reivindicación social que pueda amenazar el régimen y de imponerles un autocontrol a los dominados, mucho más eficaz que un control gubernamental directo. Es así, como se construye la hegemonía gramsciana por consenso, convenciendo al dominado de la naturalidad de su condición y escondiendo las jerarquías detrás de la máscara de la ciudadanía supuestamente igual para todos los nacionales. De ahí, la nación, convertida por el nacionalismo en un ente ahistórico, cuasi sagrado, precedente y superior a la sociedad, a los individuos y a los colectivos que la componen, sirve para imponer la voluntad del Estado por encima de las voluntades y libertades particulares, donde cualquier divergencia del proyecto nacionalista es considerada “herejía” y crimen contra la Patria. Así que, la nación moderna, comprendida en los marcos del Estado, nace básicamente como una herramienta capitalista de dominación sobre las clases subalternas.[6]
¿Qué pasa, sin embargo, cuando nos acercamos a la realidad específicamente latinoamericana? ¿No será bien diferente el papel del nacionalismo, sobre todo en su versión populista, en cuanto a sus méritos en la lucha contra el imperialismo, el colonialismo y por el empoderamiento de las clases subalternas? ¿No estaríamos ante una versión del “nacionalismo de izquierda”, según las palabras de René Zavaleta (1967), que apuesta por lo propio frente al extranjero, por el pueblo frente a las oligarquías y por el desarrollo de la economía nacional frente al embate del capital mundial? Este presunto “nacionalismo de izquierda” que “se ensambla en la noción de la lucha de clases, noción que después, por consiguiente, no se resuelve sólo en la contradicción general contra opresores y oprimidos, sino en la oposición y la lucha entre las clases nacionales y las clases extranjeras” (Zavaleta, 1967: 42), el mismo que en el siglo XX protagonizó grandes reformas sociales, como el voto universal, la reforma agraria, la nacionalización de recursos e industrias, y que incorporó a las grandes masas (el pueblo) a la “vida nacional”, y que en las últimas décadas se reencarna en los gobiernos “progresistas”, éste mismo debía ser criticado al igual que los nacionalismos conservadores?
Admitiendo la especificidad del continente latinoamericano y sus procesos socio-históricos, igual que el carácter sui generis de sus nacionalismos populistas que unieron de manera coyuntural ciertos postulados populares de raíz socialista con el proyecto de construcción del Estado-nación moderno de la nueva élite anti-oligárquica emergente (clases medias, mestizos, capas medias del Ejército, burguesía nacional, etc.), reivindicamos al mismo tiempo la necesidad de una crítica severa de estos regímenes en cuanto a su papel en la pacificación de las energías de los “de abajo” y el reforzamiento del binomio Estado-capital en contra de las ambiciones de la autodeterminación social. Veamos.
Nos parece útil enraizar nuestra crítica en el caso concreto del nacionalismo populista de los gobiernos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) de Bolivia, producto de la Revolución del 52, referente inconfeso para los actuales gobiernos del MAS. Así, la Revolución tuvo dos vertientes ideológicas y programáticas: la plebeya marcada por la radicalidad de cambios exigidos, derivada de siglos de luchas indígena-campesinas y obreras, y cercana a un socialismo popular sui generis; y la nacionalista de clase media representada por el partido MNR. Fue esta última vertiente la que finalmente se impuso sobre la visión de los abajos, clausurando las posibilidades de una revolución social en pos de un proyecto de construcción de un Estado-nación moderno a través de la “industrialización, democratización y la unificación”,[7] como lo habían hecho en su tiempo las revoluciones democrático-burguesas de Europa. De esta manera, la modernización capitalista se convierte en la premisa más importante del proyecto nacionalista como una fuerza unificadora de la nación e integradora de las poblaciones “pre-modernas”: “cuando los campesinos entran en la economía de mercado, el intercambio –y no una decisión de nadie– les advierte acerca de la utilidad económica del idioma español” (Zavaleta, 1967: 42).
De ahí, el proyecto del MNR en realidad nunca ha sido “de izquierda” en el sentido socialista y sus raíces ideológicas se acercan más bien al fascismo europeo, aunque indudablemente presenta características sui generis que impiden clasificarlo simplemente como fascista, igual que otros regímenes populistas de la región, como el getulismo en Brasil (1930-1945) o el peronismo en Argentina (1946-1955).[8] Su objetivo era la construcción de una Bolivia “libre, grande y soberana”, donde la búsqueda de un espíritu genuino de la nación serviría para legitimar la construcción de un nuevo Estado, una fuerza de cohesión social y homogeneización cultural, líder de una economía “nacionalizada”, antiimperialista, de “justicia social”, y con un control territorial centralizado.
El nacionalismo populista del MNR apostaba por un capitalismo de Estado en seguimiento de las recetas cepalinas,[9] gestionado por una nueva burguesía nacional, al emplear prácticas de control efectivo de las clases populares a través del corporativismo prebendalista, el clientelismo, el paternalismo y el culto al líder, encarnación y benefactor del pueblo necesitado de tutela. El culto al líder y al partido único se compaginaba con la fe exacerbada en el Estado, elementos de inspiración claramente fascista, reflejadas en las clásicas palabras de Il Duce: “Il popolo è il corpo dello Stato e lo Stato è lo spirito del popolo. […] Tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato”.[10] Constituyó una respuesta “moderada” del sistema al socialismo revolucionario y la posible “amenaza comunista” vista como antinacional, puesto que se propuso incorporar las masas potencialmente peligrosas como clientes políticos y consumidores de un mercado interno creciente, en beneficio de una nueva burguesía nacional y una nueva casta política y sindical. Cumplía con el proyecto de clases medias, y por eso anti-oligárquico y anti-imperialista en sus principios, de reforzamiento estatal y de modernización industrial, respondiendo de esta manera al sueño eterno de las élites latinoamericanas sobre el desarrollo y el progreso que, sin embargo, no se pudo realizar plenamente, al no tomar en cuenta las debilidades estructurales de sus estados ni su lugar en el sistema mundo.
En cuanto a la construcción nacional, el proyecto del MNR apostaba por una nación homogénea, de una sola cultura, lengua, historia e identidad. Igual que en el México posrevolucionario, también en Bolivia se empezó a buscar lo “nacional” en la realidad mestiza del país. Mientras el discurso oficialista glorificaba al indio del pasado, pretendía desaparecer al indio existente, al “integrarlo” a la sociedad boliviana, es decir: occidentalizar y modernizarlo, todo con el objetivo de convertirlo en un ciudadano “productivo y útil” para la nación. Con esto se atentaba contra las formas comunitarias de reproducción social, condenadas a desaparecer como presuntamente arcaicas.
Vemos entonces que los nacionalismos populistas latinoamericanos, aunque se diferencien de los nacionalismos oligárquicos en cuanto a su carácter de clase y el enfoque modernizador de inclusión ciudadana, en realidad comparten con ellos el horizonte capitalista y antipopular. Resultan ser incluso más peligrosos para las aspiraciones autonómicas de los subalternos, puesto que parasitan sus luchas, se apropian de sus lemas y en nombre del interés de la nación/pueblo imponen en realidad el interés del Estado, aniquilando espacios capaces de enfrentar al capital, merman las energías sociales y expropian la capacidad social de producir decisión sobre asuntos comunes y de gestionar los medios necesarios para reproducir la vida en común. De ahí, que no debemos confundir la legítima lucha de “los abajos” por la mejora de las condiciones de vida, contra la explotación y la dominación, por la “tierra y libertad” de Zapata y Flores Magón; con los gobiernos que se instalan sobre y en contra de estas aspiraciones, como artefactos de contención nacionalista que, aunque obligados por la insurgencia social a reconocer ciertos derechos individuales y colectivos, siguen siendo la herramienta del capital.
El continuador de la línea ideológica del nacionalismo movimientista, aunque con limitaciones severas en cuanto a sus políticas económicas, es justamente el gobierno del Movimiento al Socialismo de Evo Morales Ayma. A continuación, a modo de esbozo, mostraremos algunas de las características de este “nuevo” nacionalismo que, bajo la máscara de lo plurinacional, atenta contra la autonomía y la autodeterminación de los pueblos indígenas y sectores populares.
(Pluri)nacionalismo del MAS[11]
Como resultado de aquella oleada rebelde descrita al inicio del artículo, llega al poder del Estado el gobierno del MAS, que se posiciona como portavoz de los movimientos indígena-populares y, al mismo tiempo, autor-ejecutor del plurinacionalismo. Sin embargo, pronto se hace evidente que la apuesta del nuevo gobierno es por la contención del desborde popular y su encauzamiento pacificador, a fin de asegurar la gobernabilidad y minimizar los daños que aquel ciclo rebelde pudo haber producido al aparato estatal. Es así, porque el MAS como partido del gobierno, a pesar de su retórica “revolucionaria”, se ubica, más bien, como una fuerza de retención nacionalista, estadolatra y, además, profundamente autoritaria, cuya ambición, per se anti-autonómica, es la modernización capitalista del país. De ahí que, a lo largo de los tres mandatos presidenciales,[12] observaremos una galopante derechización del Estado Plurinacional, que se expresará con el acercamiento del gobierno a las oligarquías financieras y agroindustriales, otrora enemigas, igual que a las empresas transnacionales que se convertirán en “socios no patrones”[13] predilectos del gobierno, y a las Fuerzas Armadas, con un distanciamiento brutal de las organizaciones y demandas indígenas que no sean las cooptadas por el gobierno.
El “regreso” del Estado-nación como horizonte político, en su nueva versión “plurinacionalista”, tendrá consecuencias graves para el proyecto indígena de descolonización y refundación estatal en clave plural. En esa línea, el nacionalismo populista del MAS se vincula con el ataque contra la autonomía cultural de los pueblos al pretender “bolivianizarlos” y aniquilar la etnicidad como base de su autodeterminación. La domesticación de lo étnico y su nacionalización permiten la destrucción del proyecto político autónomo, puesto que los convierten a todos en hijos de la Patria Bolivia, con una ancestralidad, territorialidad y cosmovisión única, la de la nación boliviana.
Esta “bolivianización” cultural de la pluralidad societal va acompañada por el ataque a la autonomía económica y territorial de los pueblos derivado del modelo extractivista y desarrollista que coincide con la ambición “modernizadora” del gobierno. El nacionalismo del MAS apuesta por la unificación poblacional y territorial y por el “progreso y desarrollo” del país, el mismo que se pretende conseguir a través de la penetración del capital transnacional, esta vez en alianza con la inversión estatal, en el marco de la dependencia estructural de Bolivia en el contexto global como país abastecedor de materias primas.
La búsqueda estatal del monopolio cultural unido al modelo extractivista que provoca conflictos socioterritoriales, nos lleva a la arremetida gubernamental contra la autonomía política de los pueblos, al infiltrar, cooptar, dividir y reprimir sus autoridades, organizaciones y luchas propias, con una lógica antidemocrática del monopolio partidista que, además de rechazar cualquier disidencia y anular el potencial contestatario de las bases, pretende borrar las formas y espacios “otros” de entender y hacer la política y lo político.
Se trataría entonces de un proyecto político, estrechamente vinculado con la dimensión económica, de construcción y reforzamiento de un Estado-nación en detrimento de la “condición multisocietal” de Bolivia (Tapia, 2002) que, aunque se disfrace de “plurinacional” con una nueva retórica y simbolismo estatal, en realidad está promoviendo el viejo modelo republicano colonizado y con ambición colonizadora de todas aquellas identidades/culturas que se han mantenido históricamente al margen de lo nacional boliviano o han pasado en las décadas anteriores al gobierno del MAS por procesos de recuperación y revitalización étnica. En este sentido, estamos ante un secuestro del proyecto plurinacional por un gobierno con horizonte claramente nacionalista en cuanto a las estructuras y la función del Estado, que tiende a reducir la complejidad societal existente en Bolivia a una diversidad meramente instrumental, folclórica y complementaria a un ser único y disciplinado: el boliviano. Aunque observamos una incorporación simbólica de lo “indio” en el ámbito estatal, esto no cambia, sin embargo, la estructura republicana ni el carácter colonial del Estado.[14] La consecuencia de esta pérdida de autonomía cultural, económica y política sería el abandono gradual del proyecto de la autodeterminación por los mismos interesados, una vez éstos se sientan integrados a un nosotros nacional único y compartan sus códigos claramente monoculturales.
De esta manera, lo que hace el gobierno es reposicionar la figura de la nación y la patria bolivianas, hace poco cuestionadas por una gran parte de la población, con un esfuerzo por reactualizar el discurso republicano y nacionalista. Es una apuesta por “una Bolivia diversa, pero unida”, donde las diferencias étnicas, regionales, de clase o ideológicas deben diluirse en un todo boliviano, bajo el rebozo de la Madre Patria. Se trataría, de esta manera, de un Estado republicano multicultural que respete las diferencias mientras se traduzcan a un nivel local, siempre dentro de un proceso unificador de una nación boliviana hegemónica.
Este nacionalismo “indianizado” va unido con el discurso claramente populista, donde en nombre de un “pueblo” abstracto y su lucha por la supuesta “soberanía nacional” se pretende soterrar las luchas de los pueblos y comunidades concretas, cuyo objetivo nunca ha sido la dignidad ni soberanía de un Estado-nación, sino su propia dignidad y autodeterminación como pueblos y naciones. Podemos destacar también la relación profundamente paternalista de los gobernantes con las bases, llamadas éstas el “pueblo”, y, como consecuencia, el culto exacerbado del líder y el posicionamiento monopólico del partido en el poder, proyectado como la única representación legítima de la nación.[15] Aquí se interponen y confunden tres órdenes diferentes: el del Estado-nación/patria, el del líder y el del partido. De esta manera, cualquier oposición al gobierno-partido, cualquier fuerza divergente y no subordinada al oficialismo sería, según el discurso dominante, antipatriótica, antiboliviana y antipopular, esto último si recordamos que el discurso gubernamental se aprovecha la figura retórica del “pueblo”, desarmado de su potencial rebelde y presentado como sinónimo de la nación: una masa amorfa liderada por el presidente Morales que es “del pueblo” y al mismo tiempo “es pueblo”.[16]
Esto nos lleva al papel que cumple la centralidad del líder en la narrativa oficialista. Igual que en los tiempos posrevolucionarios con Víctor Paz Estenssoro, ahora es el presidente Morales quién vigila el proceso de cambio, enaltecido y desprendido de las circunstancias históricas que lo llevaron al poder. Es proyectado como “padre de la nación” (el “tata Evo” ha ido sustituyendo en los últimos años al “hermano Evo”), un personaje mítico y condensador de la lucha histórica de los pueblos indígenas. Su imagen firma cualquier iniciativa gubernamental y es omnipresente, penetra todos los espacios, desde la choza más alejada hasta el palacio presidencial. En los últimos años, el retrato del presidente estilizado en una pose mussoliniana, aparece en el espacio público (sobre todo en las obras destacadas) como logotipo del Estado Plurinacional mismo, confirmando lo que hemos venido diciendo sobre la personificación del Estado en el líder.
Otra de las características del nacionalismo populista del MAS que lo acerca a los regímenes conservadores es su enfoque sobre la estabilidad social,[17] en el marco de las políticas de atracción de inversiones y cuyo destinatario final es el capital transnacional. La exigencia de la “paz social” vinculada con un modelo económico extractivista y desarrollista, se consigue con la pacificación multidimensional de los sujetos sociales potencialmente subversivos. A nivel del discurso, dicha pacificación se lleva a través de la movilización de las estrategias nacionalistas que, por una parte, fomentan el sentimiento de pertenencia a una nación boliviana sin fisuras y, por la otra, incitan a abandonar los “particularismos”, que serían las luchas por el territorio, tierra, recursos, derechos colectivos, laborales, ambiente, etc., en pos de un proyecto “universal” del desarrollo nacional en nombre de un interés general abstracto que tanto nos recuerda las palabras anteriormente citadas de Rocker (2011). El lema de “trabajar unidos para seguir creciendo” (Ministerio de Comunicación, 2016) es reiterativo en los discursos e informes presidenciales, donde el mensaje de paz social para garantizar el crecimiento económico anula la tradición insumisa de las luchas indígena-populares y anuncia el fin de la política como campo de disputa programática o ideológica. Así, para garantizar óptimas condiciones a la reproducción y acumulación del capital se movilizan medidas persuasivas, tanto materiales a través de las políticas redistributivas y clientelistas, como también punitivas con la presencia de las Fuerzas Armadas: la militarización, la criminalización y la represión de la protesta, esta última no pocas veces de manos de los mismos sujetos populares, donde unos sectores son incitados en contra de otros.
Recopilando, los gobiernos del MAS se inscriben en una larga historia del nacionalismo populista como doctrina y práctica política, al compartir el proyecto de la construcción de un Estado-nación moderno, basado en una identidad de cohesión hegemónica que es la nacional boliviana, negando el conflicto de clase sustituido por la unidad populista del pueblo, partido y líder, este último enaltecido como “padre de la nación” con una clara inclinación autoritaria, que niega la autonomía política de la sociedad, sustituyéndola por una relación vertical, centralizada y monopolizadora de decisiones. Sin embargo, el régimen posee también características particulares, consecuencia de una coyuntura específica que en este caso sería el contexto de las luchas indígenas y su propuesta de la refundación estatal en clave plural, como es el manejo del discurso plurinacional, la “indianización” de la estética cívica, la incorporación subordinada de los pueblos y naciones indígenas en el imaginario de lo nacional boliviano, etc. Y aunque este tipo de prácticas indigenistas y/o multiculturalistas ya se dieron en las épocas anteriores, será el actual régimen masista quien las lleve a un nivel mayor y mucho más eficiente en cuanto a su misión de integrar y unificar el histórico abigarramiento de la sociedad boliviana. La novedad de esta edición del nacionalismo consiste también en operar bajo la máscara de un Estado constitucionalmente declarado como plurinacional, en teoría una antítesis del Estado-nación y de sus estructuras republicanas, lo que tiene un efecto singularmente perverso y peligroso para las ambiciones emancipatorias de los pueblos y naciones indígenas, puesto que, al apropiarse del discurso subalterno, confunde y seduce a la vez que destruye las condiciones necesarias de la autonomía.
Reflexiones finales: pensar la emancipación social en América Latina
¿Cómo pensar entonces la emancipación social en América Latina después de las lecciones que debería dejarnos el “ciclo progresista”? Nos parece crucial deconstruir primero el mito de “nacionalismos de izquierda” y su presunto aporte a las luchas sociales. Segundo, es necesario retomar la vieja consigna de que la emancipación será posible sólo de las manos de los mismos sujetos, sin vanguardias, delegaciones ni suplantaciones, lo que nos lleva a cuestionar la legitimidad de partidos políticos, sindicatos y organizaciones verticales, sin hablar de los gobiernos autoproclamados “de los movimientos sociales”. La emancipación de los subalternos, basada en la autonomía y autodeterminación sociales, una vez más resultó imposible por la vía estatal, al ser el Estado no sólo un aparato incapaz de ampliar los espacios autónomos, sino al contrario, una herramienta del capital destructora de la capacidad social de autodeterminarse. Pretender “refundar el Estado” en clave plural a través de la toma del poder político; encauzar las energías sociales revolucionarias por la institucionalidad republicana; depositar la autodeterminación propia en las manos de un gobierno, aunque fuera de origen “indígena-popular”; pensar que el Estado podría ser el aliado de los subalternos y protegerlos del gran capital, al mismo tiempo que asegura sus derechos y fomenta su libertad; todas estas apuestas resultaron, una vez más, un grave error de las luchas sociales que derivó en el rotundo fracaso de sus proyectos y su desarticulación como fuerzas antisistémicas.
De ahí, postulamos recuperar la tradición antiestatal tanto como horizonte de deseo, pero sobre todo como una estrategia política de aquí y ahora. Un “más allá y en contra” que de ninguna manera supone ignorar al Estado o pretender un “afuera” purista e imposible, sino que toma conciencia de su carácter del adversario incompatible con el anhelo de la autodeterminación social, a fin de vacunarse contra el peligro de digestión dentro del aparato estatal. Un antiestatalismo activo que exige una postura dinámica y no binaria de confrontación-negociación, rechazo-uso alternativo, resistencia-ofensiva, autonomía-interpelación; tácticas tan conocidas y practicadas por los pueblos indígenas a lo largo de su tortuosa historia de relaciones con los estados latinoamericanos. Así, retomando las palabras de Rodríguez López (2018), rechacemos “la integración en la ficción unitaria representada y garantizada por el Estado” y empecemos “pensar la política como fundación de poderes propios”, “un archipiélago de contrapoderes” que nos permita construir y afianzar nuestra autonomía, eso sí, siempre relativa, frente al Estado-capital.
Referencias
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Rocker, Rudolf (2011 [1936]). La idea de nación a través de la historia. Buenos Aires: Libros de la Araucaria.
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Zavaleta Mercado, René (1967). Bolivia: Crecimiento de la idea nacional. La Habana, Casa de las Américas.
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Gaya es investigadora del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM, México. Doctora en Humanidades y maestra en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Varsovia, Polonia. Sus líneas de investigación son el Estado y los pueblos indígenas, los nacionalismos, identidades étnicas y autonomía social en Bolivia y Paraguay. Es autora del libro Recolonización en Bolivia. Neonacionalismo extractivista y resistencia comunitaria (2018). Correo electrónico: makarangaya@gmail.com
[2] Si revisamos sólo algunas de aquellas experiencias de lucha, como la rebelión de Túpac Katari (1781-84), Pablo Zárate Willka (1899) o batalla de Kuruyuki en el Chaco (1892), veremos con claridad la fuerza del proyecto político indígena de autodeterminación en contra del Estado-capital y sus agentes.
[3] Las diferentes fuerzas de protesta que se manifestaron en aquel entonces: desde el katarismo e indianismo aymara, las autoridades tradicionales de ayllus y markas del altiplano (Consejo Nacional de Ayllus y Marcas del Qullasuyu [CONAMAQ]), organizaciones indígenas del oriente (Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia [CIDOB]) productores de hoja de coca de Chapare en Cochabamba, los sindicatos obreros (Central Obrera Boliviana [COB]) y campesinos (Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia [CSUTCB]), juntas vecinales de El Alto (Federación de Juntas Vecinales [FEJUVE]), Coordinadora Regional por la Defensa del Agua de Cochabamba; todas ellas al mismo tiempo unidas por el “cambio” y discrepantes en cuanto a su forma y alcance, en el primer momento decidieron apoyar al partido MAS-IPSP (Movimiento al Socialismo-Instrumento Política por la Soberanía de los Pueblos) de Evo Morales para contrapesar las tendencias conservadoras representadas por el Consejo Nacional Democrático (CONALDE). Algunas de estas organizaciones: CONAMAQ, CIDOB, CSUTCB, además de la Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia-Bartolina Sisa (CNMCIOB-BS) y la Confederación Sindical de Comunidades Interculturales Originarias de Bolivia (CSCIOB) formaron el Pacto de Unidad con el objetivo de promover un proyecto constitucional conjunto. El Pacto de Unidad fue roto después de la VIII Marcha por el TIPNIS en 2011.
[4] La propuesta formal para la construcción de un “Estado Plurinacional Comunitario, plurinacional, pluricultural y multilingüe, descentralizado y con autonomía territorial” fue presentada ante la Asamblea Constituyente por las organizaciones del Pacto de Unidad en 2006. Por supuesto, en el proyecto encontramos tensiones entre la visión plural, indígena y comunitaria, que desarrollamos en el texto, y las visiones derivadas del horizonte “nacional-popular” zavaletiano próximo a una gran parte de sectores populares (Véanse: Zavaleta, 1986; Gutiérrez, 2015).
[5] Fue el socialismo libertario con Proudon y Bakunin que tempranamente empezó a criticar el naciente nacionalismo y el centralismo derivado del reforzamiento de Estados-naciones europeos, oponiéndoles el principio federativo, la autorregulación y la asociación libre de comunas. La crítica parecida se emprendío también desde el marxismo, aunque con enfoque muy diferente en cuanto al papel del Estado en la emancipación social.
[6] Esto no significa que estamos rechazando la idea de la nación no estatal, entendida como un “nosotros” horizontal y plural, subalterno en vez de interclasista, asociado voluntariamente sin coerción del Estado. En este sentido la crítica de la nación moderna y del nacionalismo no conlleva la negación de la importancia de las identidades colectivas historicamente construidas, como serían, por ejemplo, las identidades étnicas, y el legítimo derecho de las comunidades humanas a autodeterminarse, siempre y cuando se piense esta liberación más allá del Estado y del capital.
[7] Según el discurso del MNR, la Revolución popular de abril de 1952 se convierte en la Revolución Nacional, al ser ésta la culminación del proceso de la formación nacional, donde la nación atemporal y eterna por fin toma cuerpo en el Estado. Con esto se pretendía sustituir a la clásica lucha de clases, desactivar las luchas populares y desviar sus propósitos.
[8] Para profundizar sobre las similitudes y diferencias entre el fascismo europeo y el populismo latinoamericano, véase Laclau, 1986. Entre las similitudes encontramos, entre otros, el corporativismo, el nacionalismo, la exaltación de la unidad nacional en contra de la lucha de clases, el obrerismo, el estadocentrismo, el capitalismo del Estado, el culto al líder, y, sobre todo, el objetivo común: la desactivación del potencial peligroso del movimiento obrero y de la posible “amenaza comunista”.
[9] Teorías cepalinas, llamadas también “modelo de sustitución de importaciones”, formuladas por Raúl Prebisch, director de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) de la ONU a finales de los años 40, promovían la industrialización de los países latinoamericanos como solución a su dependencia estructural de las economías centrales.
[10] Benito Mussolini, Discurso del 18 de marzo de 1934 y Discurso de la Ascensión del 26 de mayo de 1927, en Isnenghi, 1996: 305. [El pueblo es el cuerpo del Estado, y el Estado es el espíritu del pueblo. (…) Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado] traducción propia.
[11] Véase Makaran y López, 2018.
[12] I mandato: 2006-2009; II mandato: 2010-2014; III mandato: 2015-2019.
[13] Hacemos aquí referencia a la famosa frase de Evo Morales respecto a la “nacionalización” de hidrocarburos 1 de mayo de 2006: “Queremos socios, no patrones”.
[14] Frente a la propuesta plural del Estado planteada por las organizaciones indígenas, bajo los gobiernos del MAS encontramos con una continuidad de las formas republicanas, donde el presidencialismo, el sistema de partidos y los procedimientos de la democracia liberal cada vez más acotada a sus formas plebiscitarias, marcan un claro límite a las declaraciones plurinacionales de la Carta Magna.
[15] En los desfiles patrios, junto con el himno nacional, se entona la canción “La Patria” escrita por Juan Enrique Jurado, asambleísta del MAS, acompañada con el gesto masista de “puño en alto” y las banderas azules del partido, lo que vincula lo patrio con lo partidario, donde ser patriota significaría ser del MAS.
[16] “Evo es pueblo” es el lema frecuentemente usado en la propaganda política gubernamental. La dirección de twitter del presidente es @evoespueblo. Igual, tendremos como ejemplo la película Evo Pueblo del director boliviano Tonchy Antezana.
[17] El discurso de unidad, paz social y trabajo conjunto de todas las clases sociales para garantizar el desarrollo y el progreso de la Patria ha sido reciclado de las dictaduras militares que abundaron en América Latina como parte de la táctica contrainsurgente de EEUU en el contexto de la guerra contra el comunismo.
América Latina en tiempos revueltos: Claves y luchas renovadas frente al giro conservador
Castro, Diego y Huáscar Salazar (coords.). ZUR, Excepción y Libertad bajo palabra. Montevideo, Cochabamba y Morelos, 2021 264 págs.; 13.5 x 21 cm. Diseño e ilustración de portada: Adriana HC / Kulli Sarita. Diseño interno Libertad Bajo Palabra. ISBN: 978-9915-40-421-9