Feminismos y ambientalismos: encuentros urgentes
Frente a la agudización de la desigualdad social y la degradación ambiental, y su interdependencia, es necesario “cultivar las cercanías y gestionar las distancias”1, encontrando la complementariedad de las luchas.
Algunos puntos de partida
Nos encontramos frente a una crisis ambiental de dimensiones inéditas en la historia humana. Indicios de esta situación nos lo dan el estado de degradación irreversible al que se ha llevado a algunos ecosistemas, la acelerada pérdida de especies o los cambios climáticos.
Se trata de una crisis ambiental que es sobre todo una crisis civilizatoria, cuyo origen y consecuencias están íntimamente ligados a la forma hegemónica en que se estructuran y definen sus prioridades nuestras sociedades. Esa crisis ambiental tiene responsabilidades desiguales y consecuencias desiguales en función de la posición dentro de esa trama social, con un consumo siempre concentrado en algunas partes del globo -el Norte global- y la degradación concentrada en la parte opuesta -el Sur global-, y eso es producto del sistema económico y social más extendido en todo el globo: el capitalismo. Un sistema que se basa en la explotación ilimitada de recursos limitados para sostener un crecimiento ilimitado…un principio sin sostén lógico ni material.
El planeta en que se desarrollan nuestras vidas, del que comemos, nos vestimos, obtenemos medicamentos y encontramos espacios que nos den gozo o tranquilidad, tiene límites físicos. Esos límites físicos, biofísicos, implican que algunos materiales que se extraen para usos humanos no se regenerarán nunca y que lo que sí tiene la capacidad de regenerarse lo hace mediante flujos y ciclos a un determinado ritmo que les es propio.
Mantener las tasas de crecimiento económico y acumulación de riqueza que este sistema económico propone ha requerido el expolio de los ecosistemas a tasas mucho mayores que su capacidad de recuperación, alcanzando en muchos casos niveles irreversibles de degradación. Y con eso no tenemos únicamente el dolor de la pérdida de algo que ni nuestra generación ni las próximas generaciones podrán apreciar y disfrutar, sino que además tiene consecuencias directas sobre la calidad y la supervivencia de las vidas humanas actuales y futuras.
Para conformar ese sistema de poder el capitalismo tiene un aliado inseparable: el patriarcado.
El patriarcado capitalista nos presenta una visión binaria y jerarquizada del mundo, donde mujeres y naturaleza ocupamos posiciones subordinadas respecto a hombres y cultura, así como presenta una dualidad jerarquizada entre razón y emoción, o mente y cuerpo (en ambos casos la primera jerarquizada sobre la segunda), entre otras. La ciencia moderna occidental ha cumplido un papel fundamental en el establecimiento de esos dualismos, promoviendo en esa línea un modelo de interpretación mecanicista del mundo que justifica el sometimiento de la naturaleza en la medida en que se trata de una entidad pasiva, a disposición de los seres humanos para su explotación y sometimiento, lo que es habilitado y justificado por una idea de progreso y desarrollo tecnológico.
En esta combinación letal (en el sentido literal) de capitalismo y patriarcado, tanto las mujeres como la naturaleza somos terrenos para la explotación. La explotación de los cuerpos feminizados y disidentes y la explotación de los territorios responden a una misma lógica binaria, jerárquica, violenta, extractiva, mecanicista, productivista, homogeneizadora, basada en la cultura de la dominación, la desigualdad y la competencia.
En contraposición a esa “dinámica suicida” (Herrero, 2017) del patriarcado capitalista, que profundiza las desigualdades sociales y la degradación del ambiente, surgen propuestas desde el ecofeminismo que plantean la necesidad de colocar la vida en el centro.
Colocar la vida en el centro, sin dejar a nadie atrás: enfocar la mirada desde el ecofeminismo crítico
Surgida a mediados de los años setenta, la perspectiva ecofeminista enfatiza que la vida de los seres humanos se sostiene a partir de lo que nos provee la naturaleza externa: alimento, abrigo, materiales, agua, aire puro, etc. (y se llama a esto ecodependencia) y a partir de la interacción con otras personas que garantizan nuestro cuidado en etapas o necesidades clave de nuestra vida como la niñez, la vejez, la enfermedad (y se llama a esto interdependencia) (Herrero, 2015).
Colocar la vida en el centro implica garantizar condiciones dignas para el desarrollo de esas dos formas de dependencia que aseguran la vida humana así como redistribuir las responsabilidades para proveer esas condiciones. Implica priorizar la vida, una vida digna de ser vivida, frente a los modelos de degradación y muerte de la vida humana y de las demás formas de vida sobre el planeta.
Desde una perspectiva ecofeminista crítica o constructivista, el vínculo de las mujeres con la naturaleza se gesta a partir de la división sexual del trabajo que nos ubica en roles de responsabilidad en los procesos de sostenibilidad de la vida. Ese rol favorece la capacidad de detección temprana de la degradación de la naturaleza externa pero además, y sobre todo, nos posiciona como las primeras afectadas por esa degradación.
Esos efectos directos se manifiestan en la profundización de las ya sobrecargadas tareas domésticas y de cuidados debido al empeoramiento de las condiciones para realizarlas (por ejemplo por la falta de acceso a agua de calidad, el aumento de las enfermedades, entre otras) (Delbene Lezama, 2019), la exposición directa a fuentes de contaminación asociada al tipo de tareas asignadas a las mujeres (como la exposición a agroquímicos en el domicilio por el lavado de ropa contaminada) (Chiappe, 2019) o por la masculinización de los territorios asociada a la implantación de grandes emprendimientos extractivos, con el consecuente aumento de las situaciones de violencia, acoso y abuso sexual (Rodríguez Ramón, 2019).
La forma en que es apropiado ese vínculo se manifiesta en la exposición de los cuerpos de las mujeres en la defensa del ambiente y los territorios. La presencia de las mujeres en las luchas ambientales y en defensa de los territorios es siempre mayoritaria, sostenida y efervescente.
Aportes feministas a los movimientos ambientalistas
Colocar la vida en el centro es primordial desde una mirada ecofeminista y esto implica no dejar a un lado las tareas de cuidados sino todo lo contrario, priorizarlas y redistribuirlas, partiendo de la base de que esa interdependencia es vital. Esa ética y política del cuidado se plantea como una base indispensable para las relaciones entre seres humanos y con el entorno no humano y es por lo tanto un principio transversal y estructurador de la propuesta ecofeminista sobre el mundo y las formas de vida que se deben construir.
Es necesario elaborar nuevas concepciones éticas y políticas de lo que es prioritario y lo que es valioso, generando vínculos entre lo humano y con lo no humano que sean atravesados por los cuidados, la solidaridad, la humildad, la cooperación, las redes de apoyo. Sostener una ética basada en esos principios es un desafío frontal, fuertemente transformador y un espacio de resistencia en un contexto en que las posiciones hegemónicas desvalorizan material y simbólicamente toda manifestación emocional y solidaria, tildándola de debilidad.
También como eje transversal se pone el foco en lo situado, lo cercano, lo concreto (Ojeda y colaboradores, 2015). Desde ese lugar situado, se generan conocimientos de las dinámicas y ciclos ecosistémicos a partir de la relación con el entorno inmediato y desde las experiencias particulares, así como a partir de los conflictos ambientales del territorio concreto. Se vincula por tanto a la recuperación de los saberes situados, generados a partir de esas experiencias y luchas concretas, en contraposición al establecimiento hegemónico de la ciencia moderna occidental como forma de conocimiento. La generación de espacios donde otros saberes adquieran protagonismo cuestiona la racionalidad cientificista y con ella la forma en que entendemos el mundo, habilitando la construcción de nuevos vínculos con esa naturaleza externa.
En la reivindicación de los saberes situados se integran en forma simultánea la defensa de la diversidad ecológica y de la diversidad cultural contra las que atenta el modelo de pensamiento único y globalizante.
Incorpora la noción de cuerpos-territorios, emanada del feminismo comunitario latinoamericano, denotando la continuidad e inseparabilidad entre ambos y denunciando por tanto que la afectación a uno repercute en el otro.
Resalta asimismo la relevancia de los diálogos intergeneracionales, tanto en la transmisión de experiencias de lucha y saberes, como en la incorporación de una perspectiva de derechos de las generaciones futuras sobre las condiciones que permiten una vida digna.
Como criterio estructurador de los sistemas económicos, construyendo una economía ecológica y feminista, pospatriarcal, desde el ecofeminismo se plantea que es necesario “hacerse tres preguntas: ¿cuáles son las necesidades que hay que satisfacer para todos y todas?; ¿cuáles son los bienes que hace falta producir?, y, por último, ¿cuáles son los trabajos socialmente necesarios?” (Herrero, 2018). Esas tres preguntas, tan concretas como profundas, deberían guiar la reconfiguración de las decisiones económicas a partir de reconocer y visibilizar la ecodependencia y la interdependencia, actualmente invisibilizadas.
Bajo la premisa de vivir, producir y consumir dentro de los límites biofísicos del planeta, el ecofeminismo tiene fuertes puntos de encuentro con la agroecología y el urbanismo feminista.
Las alianzas
Desde una mirada ecofeminista, “cualquier feminismo, ecologismo o ética ambiental que no reconozca las conexiones entre la dominación y la explotación de las mujeres (y de otros grupos sociales oprimidos) y las de la naturaleza no humana ofrece una visión peligrosamente miope e inadecuada de la realidad social y ecológica en la que vivimos” (Herrero, 2018). Para avanzar hacia la transformación profunda y radical es necesario sostener esa mirada integradora, multidimensional y crítica, que combine perspectivas ambientalistas, decoloniales, antirracistas, de las disidencias sexuales, todas indispensables para pensarnos desde el Sur global.
En ese sentido, la mayoría de los elementos aquí mencionados no son exclusivos del pensamiento ecofeminista sino por el contrario, son evidencia de las múltiples alianzas que se conforman entre movimientos y corrientes de pensamiento en la construcción de un mundo que coloque la vida en el centro.
En el contexto actual estas alianzas son imprescindibles y sobre todo URGENTES.
Bibliografía
Chiappe, M. (2019). El papel de las mujeres rurales en las denuncias por la aplicación de agrotóxicos. En: Celiberti, L. (Coord). Las bases materiales que sostienen la vida. Perspectivas ecofeministas. Cotidiano Mujer – Colectivo Ecofeminista Dafnias. Montevideo, Uruguay
Delbene Lezama, L. (2019). Una mirada ecofeminista a la gestión del agua en Uruguay. En: Celiberti, L. (Coord). Las bases materiales que sostienen la vida. Perspectivas ecofeministas. Cotidiano Mujer – Colectivo Ecofeminista Dafnias. Montevideo, Uruguay
Herrero, A. (2017). Ecofeminismos: Apuntes sobre la dominación gemela de mujeres y naturaleza. Ecología política, 18-25.
Herrero, A. (2018). Conexiones entre la crisis ecológica y la crisis de los cuidados: Entrevista a Yayo Herrero López. Ecología política, (54), 109-112
Herrero, Y. (2015). Apuntes introductorios sobre el ecofeminismo. Boletín del Centro de Documentación Hegoa, 43, 1-12
Ojeda, D., Petzl, J., Quiroga, C., Rodríguez, A. C., & Rojas, J. G. (2015). Paisajes del despojo cotidiano: acaparamiento de tierra y agua en Montes de María, Colombia. Revista de Estudios Sociales, (54), 107-119.
Rodríguez Ramón, V. (2019). Mujeres que parieron los hijos de Botnia. Desarrollo ¿para quién? División sexual del trabajo luego de UPM Fray Bentos. En: Celiberti, L. (Coord). Las bases materiales que sostienen la vida. Perspectivas ecofeministas. Cotidiano Mujer – Colectivo Ecofeminista Dafnias. Montevideo, Uruguay
1 Frase de Raquel Gutiérrez.