Héctor Rodríguez, tejedor de una tradición negada
Este es un 14 de agosto especial, además de cumplirse cincuenta años del asesinato de Liber Arce, es el centenario de uno de los dirigentes sindicales más lúcidos y potentes que estas tierras conocieron: Héctor Rodríguez.
En una nota publicada en Brecha el pasado viernes, recordábamos con Raúl Zibechi a Héctor por medio de las polémicas sindicales que mantuvo con el sector mayoritario de la CNT a finales del sesenta, en particular aquellas sostenidas con Acosta, dirigente de la construcción y del Partido Comunista. En esta oportunidad, me interesa traer a la memoria, al recuerdo, a Héctor desde otra faceta, a partir de una serie de historias que intentan contornear su figura, colaborando -aunque sea un poco- a traer esa fuerza que heredamos del pasado a este presente tan necesitado de referencias y orientaciones.
Héctor era oriundo de Rivera, comienza su militancia en el liceo de Tacuarembó como delegado estudiantil y en el Comité Antifacsista opositor a la dictadura de Terra. Fue diputado por el Partido Comunista entre 1946 y 1951 cuando fue expulsado, en una de las tantas purgas que por entonces sostenía Eugenio Gómez, su secretario general. Por aquellos días había 517 obreros y obreras textiles afiladas al PCU, luego de la expulsión de Héctor quedaron 191 . Las consecuencias de la expulsión no se detienen exclusivamente en la salida de afiliados, el PCU le pide a Héctor que renuncie a todos sus cargos sindicales en los textiles y en la UGT, a lo que el gremio textil se opone desafiliándose de la central comunista. Algunos, en la época y hoy lo podrán leer como personalismo o caudillismo, pero lo que seguramente no es muy discutible es la importancia y la talla de Héctor en tanto referente obrero. En 1956 Arismendi lo invita a reincorporarse, pero no acepta.
Fue impulsor decidido de la unificación sindical y jugó un rol protagónico en el Congreso del Pueblo de 1965. En 1970 abandona la actividad sindical para dedicarse por entero a su preocupación principal del momento, la dispersión táctica de la izquierda uruguaya. Conforma el Grupo de Acción Unificadora en 1969 y colabora activamente en la fundación del Frente Amplio en 1971. Preso político de la dictadura entre 1973 y 1982, luego participa de la Izquierda Democrática Independiente (IDI) y adhiere a la Vertiente Artiguista en 1989.
Las tres historias que siguen fueron realizadas a partir de las memorias que integran el libro “30 años de militancia sindical” escrito por Héctor y publicado en 19932 . Pese a saber que él no había quedado conforme con este trabajo, recomiendo especialmente su lectura.
Son apenas tres historias que buscan componer el carácter y el tiempo de uno de los nuestros. Es necesario activar la fuerza que heredamos del pasado, visitándolo con nuevas preguntas producto de los dilemas y vivencias actuales, la historia no está muerta ni cerrada y en la forma en que se transmite se instala una nueva disputa por el sentido de la experiencia.
Como sabemos, los vencidos nunca son retratados por la historiografía oficial, ella solo se preocupa por lo ganadores, de nada vale repetir el mecanismo al interior de los vencidos. Todo lo contrario, es necesario contar todas las historias, nada en la creación popular debe ser olvidado. La memoria histórica afecta la voluntad colectiva y la política de transformación; es en realidad su único nutriente, como sostenía Benjamin. De ella sacamos la fuerza cuando no la tenemos, y en ella depositamos la producida en momentos de desborde para que otras generaciones la activen.
Es necesario enriquecer la experiencia transmitida de las luchas sociales, dar cuenta de su carácter diverso y multiforme, solo así colaboraremos decididamente con la multiplicación de caminos alternativos para el presente, esos que tanto necesitamos. Héctor, los y las textiles, los gremios de Tendencia, son decididamente parte de la fuerza que recibimos del pasado, y también parte importante de una tradición de lucha olvidada, y por momentos, negada. Una tradición de fuerte confianza en la capacidad creativa de quienes luchan, y de que en ella se aclaran los caminos; una tradición que no subordina la militancia social a la política; una tradición que no espera que el terreno electoral sea el lugar privilegiado de la acción política de quienes viven de su trabajo.
Una tradición que cada tanto emerge testaruda en quienes luchan por estas tierras.
(I)
Asamblea, huelga y pelea por el club
A la primera asamblea llegó por casualidad, no se había enterado debido a que el día que fue convocada tenía libre. Era domingo, setiembre de 1940, se dirigía al centro desde el barrio Peñarol en el 147 cuando se encuentra con Miguel Borráz obrero de Slowak, la fábrica donde Héctor trabajaba como tejedor de medias tipo Cotton (los mejor remunerados de la industria). Se sienta a su lado y le pregunta si va a la asamblea, Héctor le responde que no sabía de su existencia pero que iría de todas formas. La patronal había anunciado la tercera rebaja salarial en poco tiempo y la cervecería de la calle Rondeau reuniría a los cincuenta y cuatro tejedores. Entre argentinos, brasileños, alemanes, checos, húngaros, polacos y rumanos y algo menos de la mitad uruguayos, ubicados en mesas y frente a un gran vaso de chop, así recuerda Héctor aquella primera y esperada asamblea. Comenzó con escueto informe del polaco Mauricio Drescher en un español sencillo, que luego el propio Mauricio lo tradujo al alemán para el resto de los obreros. Se habían sucedido una serie de rebajas que afectaban a algunos y a otros no, pero la última cayó sobre todos y “era momento de parar el carrito” según Drescher. La asamblea resolvería ir a la huelga, la que abarcaría a tejedores, aprendices y ayudantes directos, unas 80 personas de las 400 que trabajaban en la fábrica. Redactan una carta para notificar que de no retirarse las rebajas comenzarían la huelga, Héctor destaca su caligrafía, ortografía y su puro estilo comercial, la encabezan “Señor Roberto Slowak. -muy señor nuestro”.
La nota se entregó un lunes y el jueves recibieron la respuesta del patrón: “lo único que está bien, en la nota, es el tratamiento -muy señor nuestro. La fábrica es mía y solo decido yo, así que pueden comenzar la huelga cuando quieran”. La huelga comenzó a las 6 de la mañana del día siguiente y se extendió por 69 días. La medida rápidamente afectaría a otros sectores, por lo que se buscaron formas de sostenerla, tanto al interior de la fábrica como fuera de ella. Se entabló relación con tejedores de las otras dos fábricas que hacían el trabajo y con federaciones obreras en Argentina y Brasil para frenar la venida de rompehuelgas. El club social y deportivo del personal de Slowak se convirtió en el cuartel general de la huelga, aunque por entonces el alquiler lo pagaba el patrón.
En plena huelga, el gerente general, el contador y el jefe de producción se presentaron en el club y solicitaron convocar a una asamblea de inmediato para dirimir si se podía realizar actividad sindical allí. La asamblea fue convocada para el día siguiente, participaron trabajadores en huelga, otros no afectados por la medida y personal de dirección de la empresa. Luego de desestimar medidas contrarias se acordó que los socios del club podrían permanecer en él todo el tiempo que estimaran conveniente, mientras se buscaba un local apropiado para las actividades sindicales. La propuesta fue apoyada por los trabajadores en huelga y otros que no lo estaban, del mismo modo que contó con el respaldo solidario por medio de la abstencion del sector de tintorería. «Se perdió el subsidio patronal para el club; pero se ganó la solidaridad de todos los trabajadores» sentencia Héctor.
(II)
Emilio Fernández y los alcahuetes del patrón
En 1938 en la fábrica Slowak algunas personas cercanas a la dirección de la empresa impulsan la creación de un club social y deportivo. En los militantes como Héctor la propuesta no caía muy simpática. Unos meses antes, en el intento de armar el sindicato, habían perdido el trabajo Alfredo Sarute, uno de sus instructores de máquina, y su esposa Berta. “Pero sería torpe oponerse a algo que permitiera agrupar gente, aunque no tuviera nada que ver con un sindicato todavía” pensó Héctor. La propuesta avanzó, la empresa alquiló un local en la calle Millán, había futbol, ping pong, cantina y algún baile. A las pocas semanas un encargado propuso en la reunión de Directiva colocar un retrato del señor Slowak, el patrón, en la sala de sesiones. Para Héctor, ello desvirtuaba totalmente el carácter obrero del club, pero la propuesta debía discutirse en una asamblea con obreros, empleados y directivos de la empresa. El episodio lo consternó, hasta alguna hora de sueño le debe de haber sacado, buscaba las palabras, la forma eficaz de que la propuesta no prosperaba, pero no las encontraba. En plena asamblea, aún dubitativo de la estrategia a seguir, escucha a otro compañero afirmar:
“Está bien; el señor Slowak ayudó para alquilar la sede y comprar los muebles; pero nosotros estamos comprometidos a pagar las cuotas y el alquiler; podemos mandarle una nota agradeciendo; pero… ¿no te parece, García, que poner la foto sería algo que el mismo señor Slowak podría considerar una alcahuetería?”
Héctor, así como todos los participantes de la asamblea largaron la carcajada luego de la pregunta que cerraría el tema y la iniciativa de la foto del patrón en el club de los obreros. Ninguno de los caminos pensados por Héctor para desactivar la propuesta suponía dejarla en ridículo, dando cuenta de su carácter de adulación al patrón. Aquella carcajada generalizada le sirvió para reírse de su extremada preocupación diplomática y reafirmar la necesidad de aprender de la gente común. Aquel ingenioso y desfachatado asambleísta era Emilio Fernández, de profesión foguista. Emilio murió por omisión de asistencia durante un paro cardíaco, en el Penal de Libertad, donde lo había llevado la dictadura en 1975. Esta anécdota, se titula “Recuerdo de Emilio Fernández (1938)” y lleva consigo un epígrafe generoso y maravilloso, que permite aquilatar la figura de Héctor Rodríguez: “Confiar en la gente y aprender de la gente siempre es fundamental. A veces la gente se asusta y hasta de sus miedos es necesario aprender, nuestros miedos dominados arman el mejor coraje” Esta será una cualidad que lo acompañará en su extensa trayectoria política y sindical, la confianza en la gente, en la gente de su propia clase, en la capacidad creativa de sus luchas.
(III)
Usos del Congreso del Pueblo
El Congreso del Pueblo de 1965 es quizás uno de los capítulos más destacados de la historia de la lucha social en Uruguay. Frente a la crisis, una respuesta popular amplia, deliberada y conducente con el objetivo de dotar de contenido y sustento al proceso de unificación sindical, que implicó la participación de unas 700 organizaciones sociales. Un programa de soluciones para la crisis y un plan de lucha para conquistarlo. Un trabajoso proceso deliberativo que supuso la producción de uno de los mandatos populares más contundentes. Un ejercicio amplio y diverso, imposible de ser apropiado por una parte o fracción del movimiento obrero y social.
Por lo general, la historia homogénea y lineal habla de un programa que terminaría por nutrir al del Frente Amplio años más tarde. Todo ello pasó, pero no solo eso. En el traslado mecánico al programa del Frente Amplio se obvia un aspecto importante, el del Congreso del Pueblo era un programa para la lucha, por ello iba acompañado de un plan para conquistarlo, el del Frente Amplio era un programa de gobierno que incluía algunas reformas sustantivas elaboradas en el marco del Congreso del Pueblo.
Pero este no fue el único uso que se pretendió realizar de los acuerdos del Congreso del Pueblo, en una de sus memorias titulada ¿Qué hacer con el Congreso del Pueblo? Héctor da cuenta de dos, seguramente menos conocidos. El primero estaba vinculado a “transformar el Congreso del Pueblo en un gran agrupamiento de fuerzas sociales, sin equivalentes aún con las alineaciones políticas establecidas en el país y plantearnos, a partir del Congreso del Pueblo, una política de largo plazo para crear una fuerza popular que impulsara la transformación de las estructuras económicas del país”. Esta perspectiva era la impulsada por Héctor y la mayoría del gremio textil, así como por otros sindicatos de la Tendencia.
La segunda, aún menos conocida, supuso una campaña de recolección de firmas para incluir en la Constitución algunas de las propuestas programáticas del Congreso del Pueblo. Recordemos que en las elecciones de 1966 se plebiscitaron cuatro reformas constitucionales, todas ellas suponían la vuelta al régimen presidencialista, eliminando el colegiado y se incluían otros temas. Es de suponer que en la reforma amarilla, propuesta por el FIDEL además de la vuelta al presidencialismo y la inhibición de decretar medidas prontas de seguridad por éste, es donde se incluyeran las propuestas programáticas del Congreso del Pueblo señaladas por Héctor en sus memorias e impulsadas a nivel sindical por los sectores afines al PCU. Volvamos a ellas, en el caso del gremio textil el apoyo a la recolección de firmas y al plebiscito se discutió en las asambleas de fábrica, las que se pronunciaron en contra de la participación del sindicato en la campaña. Se sostenía que la reforma derivaría los problemas económicos y sociales del momento al chivo expiatorio del colegiado que todos proponían modificar y que la cancha había sido delineada por los sectores mayoritarios de los partidos tradicionales, la propuesta “progresista” no tendría ninguna posibilidad de victoria.
Lo peculiar del caso es que la recolección de firmas recibió más apoyos que el plebiscito. A impulso de muchos sindicatos se consiguieron 250 mil firmas, pese a ello la reforma obtuvo menos de 100 mil votos. Reflexiona Héctor: “Ese año 1966 fue un año en el cual el movimiento sindical -debido a estas divergencias tácticas, derivadas de posiciones políticas y electorales- quedó considerablemente paralizado en su tarea más importante, destinada a reagrupar fuerzas sociales de cambio; pero el tiempo se aprovechó para consolidar la unidad interna (…) En cambio, a falta de criterios comunes, quedó paralizada la acción del Congreso del Pueblo”
Apenas unos meses después de terminado el Congreso del Pueblo, el sector mayoritario de la CNT afín al Partido Comunista, impulsó por intermedio de su brazo electoral, el FIDEL, la incorporación de parte de los acuerdos programáticos por intermedio de una reforma constitucional, su derrota supuso un duro golpe del cual el carácter destituyente del Congreso del Pueblo nunca pudo recomponerse.
Contrario a esta, la propuesta de los textiles y la Tendencia era dotar de mayor potencia a los acuerdos del Congreso del Pueblo, desarrollar un plan de luchas escalonadas que derivaran en una huelga general prolongada, y a partir de la fuerza desplegada en la lucha imponer los acuerdos programáticos y la plataforma de la CNT. Producir verdaderos mandatos populares que hicieran temblar aún más la legitimidad del gobierno.
1. Gerardo Liebner “Camaradas y compañeros. Una historia política y social de los comunistas en Uruguay”. Trilce, Montevideo, 2011.
2. Héctor Rodríguez “30 años de militancia sindical”. Centro Uruguay Independiente, Montevideo, 1993.