La soledad de los movimientos anti-sistémicos
Los últimos cinco años han sido de permanente crecimiento de las derechas, de crisis y retrocesos de los progresismos y las izquierdas, y de estancamiento y fragilidad crecientes de los movimientos sociales. Sin embargo, las organizaciones de base están mostrando que son las únicas con capacidad para sostenerse en medio de la ofensiva derechista y si logran sobrevivir, podrán crear las condiciones para una contraofensiva popular desde abajo. Cambios que no sucederán en el corto plazo.
«Estamos solos», dijo y repitió el subcomandante insurgente Moisés en el caracol de La Realidad, durante la celebración del 25 aniversario del alzamiento zapatista, el pasado 1 de enero. «Estamos solos como hace veinticinto años», enfatizó. «Salimos a despertar al pueblo de México y al mundo, solos, y hoy veinticinco años después vemos que estamos solos…».
Como puede observarse, la dirección zapatista no se engaña ante la nueva coyuntura signada por el triunfo del progresista Andrés Manuel López Obrador. «Si hemos logrado algo, es por nuestro trabajo, y si tenemos error, también es nuestra falla. Pero es nuestro trabajo, nadie nos lo dijo, nadie nos lo enseñó, es nuestro trabajo», siguió Moisés ante un amplio despliegue de milicianos y milicianas. Estaba mentando los trabajos autónomos que han permitido que cientos de miles de indígenas (agrupados en más de mil comunidades, treinta y cuatro municipios y cinco regiones) vivan de otro modo, donde es el pueblo quien manda y el gobierno autónomo el que obedece.
La importancia de las palabras de Moisés es doble: hace una lectura de la realidad sin concesiones, para concluir que hoy las fuerzas anti-capitalistas son minoritarias y están aisladas. Estamos aislados en todo el mundo y en toda la región latinoamericana. Sería desastroso que se volcaran a alguna suerte de triunfalismo, como esos partidos que siempre repiten que están avanzando, que no experimentan retrocesos, que las cosas van bien, cuando la realidad es la contraria y rompe los ojos.
La segunda cuestión, es el empeño en resistir. La determinación zapatista está exenta de cálculos de costes y beneficios, se afirma en las propias capacidades sin buscar atajos electorales y, quizá lo más importante, le apuesta al largo plazo, a que maduren las condiciones para retomar la iniciativa. ¿Acaso no fueron estos , desde siempre, los parámetros en los que se movió la izquierda, hasta que las tentaciones del poder retorcieron los principios éticos para convertirlos en puro posibilismo?
Una nueva derecha militante y militarista
La crisis de 2008 fue un parteaguas para la humanidad de abajo. Los de arriba decidieron dar un golpe de timón, de similar profundidad al de 1973, en las postrimerías de la revolución de 1968, cuando decidieron poner fin al Estado del Bienestar y se lanzaron al desmonte de las conquistas de la clase trabajadora. Ahora están desmontando el sistema democrático, decidieron que ya no gobiernan para toda la población sino apenas para un 30-40%.
Debemos comprender de qué se trata esta nueva gobernabilidad al estilo Trump, Duque y Bolsonaro, que gana adeptos en las élites. Se gobierna para el 1%, sin lugar a dudas, pero se integran los intereses de las clases medias altas y un sector de las clases medias, lo que representa alrededor de un tercio de la población. Para llegar a la mitad del electorado, se utilizan los medios masivos y el miedo a la delincuencia y, ahora también, el temor a que tus hijos sean gais o lesbianas o no se limiten a una sexualidad binaria.
En palabras del periodista brasileño Antonio Martins, estamos ante un nuevo escenario. «Lo que permiteel ascenso de la ultraderecha no es un fenómeno superficial. La producción y las relaciones sociales están, hace décadas, en transformación veloz. Este proceso se acelerará, con el avance de la inteligencia artificial, la robótica, la genética y la nanotecnología (Outras Palavras, 09-01-2019).
Cambios que están generando muchos temores en muchas personas, que se vuelcan a la ultraderecha como forma de encontrar seguridades. Como dijo la ministra de la Familia en Brasil, ahora los niños volverán a vestir de azul y las niñas de rosa. Pero hay otro cambio adicional, relativo al conflicto social: «los viejos programas de enfrentamiento al capital se han vuelto ineficaces», explica Martins.
«Es precisamente el impulso del capital para expandirse, para quebrar las viejas regulaciones que le imponen límites, lo que da origen a fenómenos como Bolsonaro. El aumento continuo y brutal de las desigualdades, que en poco tiempo llegarán a la esfera biológica. La reducción de internet a una máquina de vigilancia, comercio y control. Las ejecuciones de millares de adversarios sin ser juzgados, por medio de drones, y la destrucción de Estados nacionales como Libia, perpetrada por «centristas» o «centro izquierdistas como Barack Obama, Hillary Clinton y Francois Hollande», sentencia el periodista.
Los partidos hegemónicos de la izquierda están por fuera de estos debates. Las reacciones mayoritarias al genocidio que está perpetrando el gobierno de Daniel Ortega, lo demuestra en forma palmaria. En Brasil, durante la campaña electoral, Lula y la dirección del PT prefirieron facilitar el triunfo de Bolsonaro antes que abrirse a una confluencia con el centro-izquierda de Ciro Gomes que era el único candidato capaz de vencerlo. Perdieron, pero mantuvieron el control de la izquierda. Cristina Fernández se mueve en función de evitar la cárcel, para lo que necesita ser la cabeza de la oposición a Macri, aún corriendo el enorme riesgo de que éste gane las elecciones en octubre.
La política de la pequeñez y el aferrarse al poder, real o ilusorio, es el peor camino porque facilita el ascenso de las derechas.
El peor período de los movimientos
Reconozcamos la realidad: estamos mal, somos débiles y los poderes tienen la iniciativa en todos los terrenos, menos en la ética. Para completar el cuadro, no hay fuerzas políticas ni sociales capaces de revertir esta situación en el corto plazo. En suma, no podemos jugar nuestras escasas fuerzas en lances electorales, por ejemplo, o en batallas inmediatas.
«Tal vez», destaca el propio Martins, «valga más la pena apostar en los embriones de alternativa real al sistema, de que en una improbable regeneración de los partidos institucionales, para enfrentar a Bolsonaro. Como en el pos-64, la resistencia fue tramada en las bases de la sociedad, mientras la oposición institucional se rendía». Hace referencia al golpe de Estado militar de 1964, que arrasó con las instituciones y con la izquierda. Pero en ese tiempo oscuro, se crearon las condiciones para el nacimiento -apenas una década después- del Movimiento sin Tierra, del Partido de los Trabajadores y la central sindical CUT.
Esa es la historia de toda América Latina. Nos hacemos fuertes en los tiempos oscuros de represión y militarismo, crecemos y acumulamos fuerzas que luego las derrochamos en el juego institucional. Las comunidades eclesiales de base y la educación popular estuvieron en la base de muchos movimientos, aunque no constituyeron grandes aparatos sino prácticas contra-hegemónicas.
Desde la década de 1980, esa es nuestra realidad: apostamos todo a las elecciones, a reformas constitucionales, a una legislación que es letra muerta y, en tanto, desarmamos nuestros poderes que son la única garantía frente a los opresores.
En este recodo de la historia, debemos analizar varios aspectos relacionados con los movimientos anti-sistémicos.
El primero es que los grandes movimientos están muy débiles, en particular los movimientos urbanos y los campesinos. Las políticas sociales de los gobiernos progresistas y conservadores han formado camadas enteras de dirigentes y militantes que aspiran a incrustarse en el aparato estatal, a negociar para conseguir beneficios que hagan la vida menos penosa y terminan subordinando a los colectivos a las agendas de arriba.
Lo segundo es que la sangría de los movimientos hacia el terreno institucional y electoral ha sido enormemente dañina. Buena parte de lo construido en la década de 1990, y aún antes, fue despilfarrado en la dinámica electoral. Sin olvidar que algunos movimientos fueron destruidos o debilitados desde los gobiernos progresistas, como es el caso de Ecuador y Bolivia, pero también de Argentina y Brasil. De ese modo los progresismos cavaron su propia tumba, ya que anularon a los actores colectivos que habían estado en la base de su crecimiento político y electoral.
Lo tercero es que podemos detectar tres movimientos en ascenso: mujeres, pueblos originarios y afros. Allí donde estos movimientos son relativamente fuertes (zapatistas y mapuche, favelas y palenques de Brasil y Colombia, Ni Una Menos, etc.) han crecido por fuera de los marcos institucionales, haciendo carne en los problemas cotidianos de los pueblos y sectores sociales.
Sobrevivir y crecer a la intemperie
Pese a todas las dificultades, el futuro depende de lo que nosotros y nosotras hagamos, de los caminos que tomemos, de la decisión y entereza con que afrontemos este período oscuro de la historia. «Y estamos demostrando una vez más y lo vamos a tener que cumplir, estamos demostrando que sí es posible lo que se ve y lo que se siente que es imposible», aseguró Moisés.
Observo dos grandes desafíos, uno teórico o estratégico y otro ético-político.
El primero se relaciona con los objetivos y los medios para alcanzarlos, algo que pasa previamente por una determinada lectura de la realidad. La tarea actual no puede consistir en prepararse para tomar el poder. Sería repetir un camino que nos lleva al fracaso. Tenemos tres grandes desafíos teóricos: el Estado como eje de nuestros objetivos, el economicismo que nos lleva a pensar que el capitalismo es economía y la creencia en el progreso y el crecimiento, graves errores que provienen del positivismo.
Respecto al Estado, el tema que merece acalorados debates en la actualidad, las reflexiones del dirigente kurdo Abdullah Öcalan pueden ayudarnos a hacer balance. La toma del Estado -asegura en el segundo tomo del Manifiesto por una Civilización Democrática– termina por «pervertir al revolucionario más fiel». Remata el razonamiento con un balance histórico: «Ciento cincuenta años de heroica lucha se asfixiaron y volatilizaron en el torbellino del poder». Lo cual no depende de la calidad de los dirigentes, sino de una cuestión de cultura política.
La segunda cuestión es la ética. Invito a los lectores y a los militantes a releer las Tesis sobre la historia de Walter Benjamin, en particular la octava tesis. De ella hemos retenido las dos primeras frases y olvidado la tercera, que a mi modo de ver es la fundamental. «La tradición de los oprimidos nos enseña que «el estado de excepción» en que ahora vivimos es en verdad la regla. El concepto de historia al que lleguemos debe resultar coherente con ello». Hasta allí conceptos que se han convertido en sentido común para buena parte de los activistas.
Luego señala: «Promover el verdadero estado de excepción se nos presentará entonces como tarea nuestra, lo que mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo». ¿Qué quiere decir Benjamin con esta enigmática frase? Lo primero, es que no conozco reflexiones sobre esta frase, aunque las hay y muchas sobre las dos primeras.
A mi modo de ver, Benjamin nos dice que sólo si aprendemos a vivir bajo el estado de excepción, a la intemperie, por fuera de las protecciones estatales, obtendremos los recursos éticos, organizativos y políticos para enfrentar al enemigo. Es una invitación a revolucionar nuestra cultura política, a salirnos de los paraguas institucionales. Sólo así estaremos en condiciones de luchar, recuperando, como señala en la tesis XII, tanto el odio como la capacidad de sacrificio que hemos perdido en el conformismo de la vida a la sombra del Estado.
*Publicado en Desde Abajo