La tierra (y la vida) en el centro de la reproducción social y la revolución
Unas 3000 familias ocupan un terreno abandonado. Necesitan urgentemente un lugar desde donde proyectar su vida. El capital y su ley sostienen que es ilegal. El sistema judicial (no la justicia) ordena el desalojo, que las fuerzas de represión intentarán ejecutar. Pero el Pueblo organizado, resistirá.
Hay ocupaciones y “ocupaciones”
La ocupación de unas 200 hectáreas en Guernica en el conurbano bonaerense por parte de unas miles de familias en busca de un lugar para vivir levantó las alarmas de les defensores del status-quo capitalista. El empresariado ve en el acto desesperado de estas personas un ataque a la santidad de la propiedad privada (de los medios de producción) que es la base de sus privilegios de clase.
Ocupar tierras es ilegal, dicen. Se olvidan de que antes de la llegada del capitalismo, la tierra era primero que nada un bien colectivo, un común. Se hacen los distraídos frente al hecho histórico de que la tierra en Abya Yala no tenía propietarios. Los pueblos originarios de Nuestramérica hacían uso comunal del territorio, donde vivían y producían lo que necesitaban para vivir.
Quienes hoy se reivindican dueños de todo olvidan que los ocupantes ilegales de lo que hoy conocemos como Argentina fueron las tropas españolas e inglesas que irrumpieron para saquear todo lo que podía ser saqueado y aniquilar a las comunidades preexistentes. Luego el Estado nacional argentino continuó la faena sangrienta de ocupar lo que ya estaba ocupado, pero sobre todo privatizar lo que es por definición el sustrato de nuestras vidas en común. La llamada Campaña del Desierto consumó un genocidio a la vez que consolidó las bases del capitalismo dependiente en Argentina.
La apropiación violenta e ilícita de las tierras comunitarias en nuestro territorio por parte de las elites dominantes contribuyó a constituir el andamiaje de la nueva división internacional del trabajo. Las potencias imperialistas y sus aliados locales consiguieron poner al conjunto del pueblo trabajador y los bienes comunes a disposición del gran capital en proceso de transnacionalización. La privatización de nuestro territorio es la base de nuestra dependencia.
Tierra para vivir y las fronteras del capital
La tierra es el sustrato de la reproducción de nuestras vidas. Sin tierra no hay vivienda, ni alimentos, pero tampoco hay trabajo ni producción. La exigencia de tierra para vivir y trabajar es la demanda elemental de las clases populares. Es el punto de partida de todas nuestras otras demandas. Un lugar donde vivir nos da estabilidad y soporte para organizar nuestras vidas y nuestras luchas por un futuro mejor. En nuestras tierras construimos nuestros territorios, ese entramado de relaciones sociales que nos constituyen.
Pero el derecho a la tierra para vivir no es lo mismo que la propiedad privada sobre la tierra como recurso. El capital sostiene la idea del derecho a la propiedad privada en general, y de la tierra en particular, pues ese es el fundamento para la apropiación capitalista de nuestro trabajo y del acaparamiento de tierras. El control sobre el territorio a partir de la propiedad privada de la tierra es la base del imperialismo. El control de la tierra por parte del capital la convierte en un activo puesto a valorizarse. Sea en la producción para el agronegocio de exportación, o la extracción de minerales o hidrocarburos con igual destino, sea para su conversión en espacios para el turismo o como reservorio natural privado, o sea para la producción inmobiliaria especulativa a gran escala, la tierra bajo la forma de propiedad capitalista se convierte en capital valorizable.
De esa manera, en su uso capitalista siempre está primero su capacidad de multiplicar el capital invertido antes que los derechos básicos que pueda satisfacer (sean estos la vivienda, el trabajo o la producción de alimentos). El acaparamiento de tierras en manos capitalistas está en el origen de nuestro Estado Nación de base oligárquica, que niega el proyecto nacional libertario de los Pueblos, y continúa hoy como el fundamento de las nuevas formas del saqueo de los bienes comunes.
La apropiación privada de la tierra como capital es lo opuesto al uso popular de las mismas. La privatización de la tierra permite su acaparamiento. El cercamiento capitalista de la tierra, el monopolio sobre su uso, es la base de la producción de la renta del suelo, sea rural o urbana. La especulación en tierras y ‘propiedades inmuebles’ va de la mano de la explotación capitalista.
En economía dependientes, la desigualdad es tan grande que la valorización de las tierras expulsa a los sectores populares no ya a las periferias de las ciudades y pueblos sino directamente a la vera de los ríos, a las tierras inundables, a los espacios de sacrificio. Pero las poblaciones marginalizadas por el capital, superexplotadas, ni siquiera allí están a salvo. Cuando el capital se lo propone, los terrenos antes inútiles, se convierten en nuevas minas de oro. Y la fiebre por el metálico, aceita los mecanismos de la nueva expropiación. El sistema se pone en movimiento para avanzar sobre una nueva frontera para el capital, pisando los derechos de quienes (a sus ojos) nada valen, pues nada tienen. De la misma manera, la quema de tierras prístinas y el avance sobre las tierras de ocupación ancestral campesina y comunitaria, prefiguran las nuevas fronteras del desarrollo del capital.
La tierra es el centro de la reproducción social
La precariedad de la tenencia de la tierra para vivir es la precariedad de la vida misma. La incertidumbre frente a nuestro lugar en el mundo, se proyecta como una mancha que atraviesa todos los aspectos de nuestra reproducción vital. Quienes no tienen un “lugar donde caerse muertos”, son forzades a atravesar el tiempo como capital viviente, estando permanentemente al borde del precipicio, superexplotadxs. No hay vida digna sin tierra para vivir.
Mientras el capital busca avanzar como aplanadora (no sólo metafórica) sobre todos los lazos sociales no mercantiles, en barrios y comunidades la reproducción social recae cada vez más en la autoorganización colectiva. Las redes sociales territorializadas, con las mujeres empobrecidas y cuerpos feminizados en el centro, producen y reproducen la vida ante la violencia organizada por el capital. El control territorial popular es lo único que pone un freno a la violencia institucional y parapolicial, al tiempo que garantiza la gestión común de(en) la precariedad.
La defensa de la tierra comunitaria, es decir, de la tierra como un bien común al servicio de la reproducción vital, es el eje de nuestras luchas. La ocupación de tierras sobre los campos cercados por el capital son la base material de la revolución necesaria. ¡A desalambrar! es más que nunca nuestra bandera frente al avance capitalista sobre nuestras vidas.
Mientras cerramos estas palabras, un juez se atreve a decretar la expulsión de miles de personas de los terrenos ocupados en Guernica (provincia de Buenos Aires). La policía, premiada tras su rebelión armada, se aprestará a cumplir la faena para la cual existe: sostener el derecho del capital a apropiarse de todo espacio vital.
Nosotrxs, desde distintos lugares pero juntxs en una praxis colectiva, tenemos la tarea actual de poner un freno al imperio de la violencia y la muerte sobre la vida en común.
Agradezco los comentarios de Melina y Nora a un borrador de la nota.